domingo, 1 de noviembre de 2020

52 Retos de Escritura (XLIV): Plic

Reto #44: Escribe un relato que integre cinco onomatopeyas.

 

PLIC

 

¡BLAM!

El petardo resonó como si lo hubieran tirado dentro de la casa, y no en el exterior.

—Ugh… Alguien ha debido comprarlos ilegalmente.

Es más, ¿dónde demonios los estaban tirando? Se suponía que había una serie de regulaciones para andar usando cualquier tipo de pirotecnia en la ciudad, y eran regulaciones bastante estrictas. Pero, por supuesto, controlar a una población de varios millones era complejo, y siempre habría el listo que se pensaría que hacer cosas fuera de la normativa no traía consecuencias.

Aquello estaba empezando a causarle dolor de cabeza.

¿Es que la gente no entendía por qué ese tipo de cosas estaban mal? Para una vez que tenía el día libre, quería descansar de manera apropiada y lo último que necesitaba era una panda de críos celebrando a saber lo que fuera hasta que alguno hiciera el idiota y se quedara sin mano por culpa de un petardo que estuviera fuera de la regulación. Luego venían todo los llantos y los “no se podía saber”, salvo que sí se podía saber porque las normas estaban para algo, y en este caso para que un niño idiota no se reventara la mano por culpa de algo que tenía pólvora de más.

¡BOUM! ¡BAM! ¡BANG!

Dio un respingo. Lo último no había sido un petardo.

Se puso de pie de un salto y corrió a asomarse a la ventana. Debajo, la escena de varios niños encendiendo petardos por sí solos sin control de ningún adulto fue lo primero que le asaltó. Tuvo que dejar de lado todas sus ganas de gritarles o de denunciar la situación. Tal vez más tarde, cuando comprobara que lo que había escuchado habían sido imaginaciones suyas. Pero afuera no había nada, así que sospechó que había sido dentro del propio edificio. Se dirigió hacia la puerta de su casa y la abrió.

No había nada raro en el descansillo de su planta. Se acercó al hueco de las escaleras para mirar. Desde fuera, todavía podían escucharse los petardazos, un tanto más apagados por la distancia y por las paredes que se interponían. No veía nada fuera de lugar, ni tampoco escuchaba nada extraño. Pensó que debía haber sido una mala pasada de su mente. Estaba cansado y esos putos críos seguían con la fiesta afuera. Se dio la vuelta, pensando que tal vez debería llamar a alguien para denunciar lo de los petardos ilegales. Les estaría haciendo un favor, la verdad.

Y de pronto se hizo el silencio. Fue tan súbito que no era posible que fuera natural, o al menos eso pareció dictarle su mente. Los pelos de la nuca se le erizaron. Su cuerpo se negó a dar un paso más.

Plic.

El sonido de una gota de liquido al caer contra el suelo desde una cierta altura, un sonido tan sutil que incluso en un silencio como aquel debería haber sido complicado de escuchar. Un segundo “plic” sonó, y luego un tercero, cada uno más cercano al anterior, todos viniendo desde un punto desde la escalera. Gota a gota, alguien estaba bajando desde el piso de arriba. Alguien o algo. Tragó saliva e intentó por todos los medios dar un paso, correr hacia la seguridad de su hogar. Cualquier pensamiento racional había desaparecido.

No mires atrás, pensó. Vete a casa. Tienes que alejarte de aquí. Pero daba igual lo que dijera su cerebro, su pierna se negaba a dar ese primer paso.

El goteo seguía, lento e inexorable, bajando poco a poco la escalera del edificio. Y, cuando alcanzó el rellano, lo que fuera que estuviera goteando se detuvo allí.

Plic. Plic. Plic.

Los segundos se le hicieron horas, días, meses. Estaba poniendo toda su fuerza de voluntad en no girar la cabeza. No quería mirar atrás. Si hubiera sido alguien, alguna persona, habría dicho algo ya, o habría hecho cualquier otro ruido, o se habría acercado para tocarle, o… Pero ahora solo quedaba el silencio roto por el gotear constante.

Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para hacer que su cuerpo reaccionara. Levantó el pie y lo puso delante de sí. Y, como si aquel simple movimiento hubiera roto el hechizo que le había sostenido hasta ese momento, a ese paso siguió otro, y luego otro, a toda velocidad, y se introdujo en su casa corriendo, cerrando tras de sí la puerta. No contento con ello, echó la llave y se aseguró de que todo estuviera bien cerrado. Sólo una vez hubo hecho esto, se permitió respirar tranquilo. Ya estaba. Se acabó. No había más ruidos, ni los niños tirando petardos, ni el sonido similar a un disparo, ni el constante goteo que había escuchado antes. Durante la mayor parte de un minuto, simplemente se apoyó en la puerta mientras recuperaba la respiración.

Luego, se preguntó que había sido eso, y la curiosidad y la culpabilidad empezaron a picar en su cerebro. ¿Qué había sido eso? ¿Y si era una persona herida que hubiera necesitado ayuda? Había sentido un miedo que era completamente absurdo, ¿por qué había reaccionado de aquella manera? Era idiota, y además podía meterse en problemas por no ayudar a una persona. Una vez pasado el peligro, su mente comenzaba a recuperar la racionalidad y a ponerla por encima de sus instintos. Tras unos instantes de duda sobre lo que hacer, decidió mirar a través de la mirilla.

Al otro lado de la puerta no había nada ni nadie. El descansillo estaba vacío. El único rastro que podía haber de que alguien hubiera estado allí era un pequeño charco de color rojizo que destacaba sobre la losa del piso. Podía adivinarse un rastro en los escalones, pero frente al charco casi eran risibles y difíciles de ver. Pero lo más extraño era que, aunque había un rastro hasta el charco, no había un rastro desde el mismo. No había nada que bajara las escaleras, ni tampoco muestras de que las hubiera subido. Eso era imposible, se dijo. Simplemente, no podía ser.

Aquella idea desapareció de su mente cuando escuchó un único sonido detrás de él.

Plic.

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