domingo, 29 de noviembre de 2020

52 Retos de Escritura (XLVIII): Venganza

Reto #48: Escribe un relato que incluya una etopeya sobre el antagonista de la historia.

 

VENGANZA


—Esta noche, todos los juegos van a acabarse.

La mujer delante de César podía ser una anciana, pero su figura era recta como el tronco de un chopo y su expresión era adusta. Si le hubieran dicho que era una noble de un cuento de hadas, se lo habría creído. Pero no pertenecía a un cuento de hadas ni era una noble. Era una maga, una especialista en conocimientos arcanos. Y, sobre todo, era una tía que había perdido a su sobrina hacía unos meses, sin que hubiera podido sospechar nada. Aquella mujer solo conocía la furia.

César la entendía. ¿Cómo podía no hacerlo? Su enemigo, el enemigo de ambos, les había golpeado en lo más íntimo: sus familias. La única diferencia entre ambos era que César había tenido suerte rescatando a su hermana del hechizo que aquel tipejo le había lanzado. La sobrina de aquella mujer, de Olga, ahora yacía en una tumba en el cementerio de la Almudena. Enterrada por sus padres y sus tíos, alguien que se había ido mucho antes de lo que debía. No sabía cómo se sentiría o qué tipo de pensamientos correrían por su mente. Pero sí podía sentir el odio que estaba dirigiendo hacia el causante de aquello.

—El ritual es viejo, y proviene de las estepas rusas. Una vieja forma de hacer amuletos, pervertida para arrebatar la vida de una persona y usarla para alimentar la del sujeto. Supongo que se pensaba que una vieja como yo no sería capaz de atar los cabos.

—No me extrañaría. Pero si tiene un amuleto nuevo…

—Habrá estado intentando acumular más vidas. Tal vez esa fue la razón por la que intentó el hechizo de metamorfosis. A fin de cuentas, un gato vive mucho menos que un humano.

Entrecerró los ojos al escuchar aquellas palabras. Sabía que ya no había problemas en ese frente porque su hermana volvía a ser humana, y su cerebro había registrado toda aquella desventura como una simple gastroenteritis, pero sin duda alguna Vasily no se detendría ahí. Creía conocer a aquel individuo lo suficiente como para hacerse una idea de sus planes, al menos en un sentido general de los mismos. Si había hecho un amuleto que servía para chupar la vida de los demás, entonces chuparía la vida de los demás todo lo que fuera posible.

Olga revisaba con cuidado las líneas del círculo que había dibujado en el suelo. No, tal vez dibujar no era la palabra correcta para describir aquello. Puede que el círculo, con todos sus símbolos y versos, hubiera sido fabricado a través de sal y sudor, pero los glifos estaban grabados en el suelo de una forma que solo podía ser considerada sobrenatural. Cuando los nudosos dedos de Olga retrazaban algo, colocándolo en la posición deseada, parecía que estuvieran moviendo el mismo suelo. Podría soplar todo el viento del mundo, que esos granos no se moverían. La única forma de que lo hicieran consistía en romper la propia magia de la mujer. Pero para eso estaba él hoy aquí.

—¿Cuánto tiempo necesitas para acabar el ritual?

—Empezaré a las dos de la madrugada. A partir de ahí, necesitaré una hora.

—Entendido. Entonces me marcho ya.

—Buena suerte.

—Gracias. La voy a necesitar.

Y con estas palabras, salió de la habitación y salió en busca de su adversario.




César odiaba a Vasily. Tenía multitud de motivos para ello.

Le odiaba porque Vasily quería dañar a sus seres queridos, solo por obtener poder. No era solo su intento de robarle la vida a su hermana, aquello no era más que la guinda a un repugnante pastel. Años atrás, Vasily había querido usar a Eloisa para hacerse con el poder de la Corte Blanca y, cuando esta se había mostrado complicada de utilizar, había abusado del corazón de Sorin para controlar a la Corte Negra. Había causado un daño horrible que en algunos puntos aún estaba siendo reparado, y había destrozado la vida de alguien a quien César consideraba un amigo. No había forma en que pudiera condonar crímenes como esos.

Pero había una corriente mucho más profunda detrás de ese odio, una aversión mucho más atávica, más ancestral, anclada en su propia alma y en sus propias creencias. Sí, sin lugar a dudas, odiaba a Vasily porque era una demostración de todo lo feo que tenía la humanidad.

Vasily ansiaba dos cosas por encima de todo: poder, y una vida eterna. Ansiaba aquello como quien ansía el agua en el desierto. Amaba el poder y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo. No le importaba cuanta gente muriera, lo que esa gente hubiera pensado de él, o las consecuencias de sus actos. Era capaz de los actos más horribles, si eso significaba que conseguiría tener más poder aún, por poco que este fuera. El amuleto del que le había hablado Olga no era sino una demostración de ello: algo que almacenaba la vida de aquellos a los que se mataba o torturaba para luego convertirla en días para el portador. Ni siquiera las Cortes Negras más radicales aceptarían que se usara semejante conjuro.

Pero al mismo tiempo, porque amaba demasiado su propia vida, Vasily era un cobarde. Nunca lucharía directamente contra él, o contra nadie que considerara su igual o superior. Por eso había intentado atacar a Eli en ocasiones, o por la que había atacado a su hermana. No arriesgaría su bienestar, pero no le importaba sacrificar el de los demás para sus propios propósitos. Y todos aquellos años de vida robados a otras personas le daban la astucia la capacidad de escurrirse de una comadreja. Si uno no sabía a quién o qué se enfrentaba, y eso solía pasar con la inmensa mayoría de los seres humanos, lo más lógico era que obtuviese lo que quería y lograra escapar. Por otro lado, César sabía a quién se enfrentaba, sabía de qué pie cojeaba y, sobre todo, sabía que Vasily era un perro viejo.

Y un perro viejo no aprende trucos nuevos.

Solo necesitaba un cebo lo suficientemente jugoso. Algo que le hiciera desviar la mirada. Tanto como para que ni siquiera se diera cuenta de que era a él a quien se estaba enfrentando. Por fortuna, alguien le había dado lo que necesitaba.

Sorin le había dicho que el tomo era viejo, y poderoso, en el sentido de que contenía conocimientos que volverían a una persona en un monstruo, desde el punto de vista de capacidades mágicas. Era algo que solo salía contadas ocasiones de su escondite en la biblioteca de la Corte Negra, y que había llegado a la misma por casualidad. No era de valor para los seres míticos, pero por otro lado era un peligro si caía en las manos equivocadas. Manos como las de Vasily. Por supuesto, el lituano sabría de su existencia y lo desearía. Dentro de poco vería si era lo suficientemente atractivo como para que se olvidara de averiguar quién estaba encargado ahora de guardar el libro.

El silencio reinaba en aquellas calles, aunque no era algo sorprendente. A fin de cuentas, era una zona de oficinas, un lugar que solo atraía gente cuando había que trabajar. Las farolas iluminaban una buena parte de la acera, pero hacían poco por quebrar la oscuridad que reinaba sobre algunos de los jardines. Siguió avanzando por aquel lugar como si le corriera prisa y tuviera que hacer una entrega. Había intentando que fuera lo más realista posible: había optado por una ruta en la que no hubiera nadie que pudiera sospechar de él, y se comportaba como lo haría que estuviera viajando desde el palacio de la Corte Negra hasta el registro de la Corte Blanca. Quería que aquello fuera todo lo convincente posible, así que estaba siguiendo todos los pasos y protocolos  que se seguían para este tipo de temas, porque sabía que su adversario los conocía. Cuanto más real fuera todo, más fácil sería que mordiera el cebo.

Cuando tuvo que esquivar varios disparos de algo que no eran balas, supo que su enemigo había caído en la trampa.

Era obvio que no mostraría su cara mientras atacaba. Pero no era necesario. Sabía que era él porque era el único lo suficientemente loco en aquella ciudad como para romper las normas de convivencia de las cortes de forma abierta. Y también sabía, gracias aquel disparo, desde dónde estaba atacando. Miró hacia arriba, donde lo que parecía enteramente un cuervo se mantenía en el aire al borde del halo de las farolas, y le lanzó un objeto de color oscuro. Por supuesto, el pájaro que no era tal esquivó a duras penas el objeto, pero eso era algo que César había esperado. A fin de cuentas, su intención tan solo era que descendiera un poco en el aire.

Corriendo en su dirección, dio un salto portentoso, sobrehumano, al tiempo que de su mano surgía una espada de luz. La reluciente hoja cortó el aire, yendo directa al cuervo. Lo habría partido en dos si este no hubiera reaccionado lanzándose en un picado hacia abajo, esquivando por los pelos. De hecho, el movimiento fue tan brusco que perdió el control de su vuelo y se vio obligado a transformarse en un gato para caer al suelo de pie en lugar de estamparse contra el mismo. Ambos acabaron aquel choque dándose la vuelta para encararse el uno al otro.

—Tenías que ser tú el que tuviera el libro— escuchó que decía el gato.

—¿Acaso pensabas que enviarían a alguien a quien se lo pudieras quitar fácilmente? Al menos ten el valor de enseñarme tu cara.

Durante un momento, ambos guardaron silencio. Por fin, Vasily cambió su cuerpo al que usaba habitualmente. César torció ligeramente la cabeza al verle. Le encontraba un tanto… desmejorado no era la palabra que hubiera querido usar. Era cierto que cuando habían cancelado el hechizo que le había lanzado a su hermana debería haber sufrido algún tipo de efecto negativo, o al menos eso le había explicado Olga, pero estaba seguro de que no habría sido hasta ese extremo. Había pasado algo más, pero no estaba seguro de qué era. Y de todas formas, no le importaba demasiado.

—No has dormido mucho últimamente, por lo que veo. ¿Te han maldecido con una conciencia?

La cara de Vasily se torció en un gesto de rabia, antes de lanzarle de nuevo aquellas balas de energía. Las esquivó con facilidad, sin cansarse demasiado. Por supuesto, no es como si el mago fuera a detenerse, y se le veía más frustrado y enfadado cada vez que evitaba cada uno de sus hechizos. Por supuesto, esa era la estrategia principal detrás de lo que le había dicho. A la hora de la verdad Vasily solo era frío y calculador cuando tenía ventaja y hacía su numerito de mente maestra, pero en cuanto sus planes empezaban a torcerse, perdía los nervios y la compostura, y comenzaba a atacar a lo loco, lo cual le hacía tremendamente fácil de evitar. Por eso era él el que estaba ahí. Porque no iba a caer en los trucos baratos de aquel megalomaníaco.

Por un momento, pensó en alargar aquella charada. A fin de cuentas, su misión era retenerle. Pero desechó rápido esa idea, a sabiendas de que si de verdad estaba actuando de correo, habría querido acabar con aquello rápido. Cuanto más realista fuera, menos posibilidades habría de que se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Así que en un momento dado, en una de las pausas entre andanada y andanada, lanzó su ataque, atravesando rápidamente la distancia que les separaba. Esquivó una serie de proyectiles mágicos que Vasily había lanzado a la desesperada, y apenas le alcanzó, lanzó un tajo en diagonal. Pero algo detuvo su espada: una daga de aspecto sombrío y de un tamaño que, más que daga, podría haber sido llamada espada corta.

—Oh, esta es nueva.

—Me ha costado mucho encontrar algo que pudiera detener tu arma. Si piensas que vas a vencerme…

César hizo caso omiso de la palabrería cliché de su adversario y simplemente puso más fuerza en su movimiento, forzando los brazos de Vasily hacia el lado. El hechicero saltó hacia atrás para evitar el siguiente ataque que estaba claro que iba a llegar. Se puso a la defensiva, y poco tiempo después estaba bloqueando como podía los golpes que parecían venir de todas partes.

La diferencia entre ellos en lo que a combate se refería era meridiana, y la verdad era que de no ser por su magia, César habría terminado con él rápidamente. También era cierto que no se estaba esforzando demasiado, pero incluso así, el nivel de combate de su adversario no era como para tirar cohetes. Se preguntó cuánto tendría que seguir así, y si no sería mejor dejarlo empotrado contra el asfalto con una espada de luz clavada en el hombro. Total, teniendo en cuenta lo que tardaría en desclavarse la espada, y lo que tardaría en sumar dos y dos, seguro que no llegaría a tiempo para detener…

En ese momento, su móvil sonó en su bolsillo, alto y claro en medio del combate. Aquello pilló un poco de sorpresa a César, que no acabó de completar el movimiento que estaba ejecutando. La distracción no fue lo suficiente como para sacarle del combate, pero sí para que Vasily escapara sin un solo rasguño de aquel lance en concreto. Con una separación de un par de metros, el lituano se quedó en guardia, jadeando, mientras César sacaba el móvil y lo comprobaba. Una llamada perdida de Olga. La señal que estaba esperando.

Sin mirar, bloqueó el ataque de Vasily mientras devolvía el móvil a su bolsillo.

—¿Qué haces mirando otra cosa? ¡No voy a dejarte marchar con el libro!

—¿Libro? ¡Oh, ese libro! No lo tengo yo.

—¿Qué?

—¿De verdad pensabas que iba a ir por la calle con un tomo tan peligroso? Sólo dejamos caer que alguien lo iba a llevar de la Corte Negra a la Blanca.

—¿Me habéis tendido una trampa?

—Si lo pones así… Sí.

Vasily rugió, pero lo que comenzó como un grito de odio se transformó a la mitad en uno de dolor, mientras comenzaba a retorcerse, arañando su pecho. César se apartó, intentando no quedar atrapado en lo que fuera que estaba ocurriendo. Aquella agonía duró varios minutos. Cuando terminó, Vasily estaba tendido en medio de la calzada, hecho un ovillo e inmóvil por completo.

—¿Qué… me has hecho?— su voz sonaba rota después de tanto gritar.

—Yo no te he hecho nada. Pero, ¿no acaban de cancelar el ritual de tu amuleto?

Vasily le miró con los ojos muy abiertos. Ah, ¿que pensaba que no sabían lo que había hecho?

Madrid era grande, pero no lo bastante como para que aquellos que estaban relacionados con el mundo místico no supieran a dónde tenían que dirigirse cuando necesitaban ayuda. Y cuando te hacías una cierta fama, o infamia como sería en el caso de Vasily, averiguar que había hecho algo, lo que fuera, era sencillo. Olga había sabido lo que su sobrina había hecho. Era imposible para una maga de sus conocimientos no darse cuenta de lo que había ocurrido, y menos cuando su adversario había dejado pistas despreocupadamente. La maga solo había necesitado un nombre. La Corte Blanca tenía uno para ella. Lo demás había sido tan solo el trabajo de aquella mujer que buscaba justicia por la muerte de su sobrina. Eso invalidaba los poderes del amuleto. Desgraciadamente, la vida de aquella muchacha ya había sido consumida. Nadie podía salvarla. Pero aquel que había hecho eso… Aquel ya no robaría más vidas, no de esa manera.

Olga había deshecho la magia del amuleto… pero lo que no había deshecho era la última voluntad de su sobrina.

—Ah, pero eso es cierto, la maldición sigue ahí. Disfrútala. Puede que aprendas un par de lecciones… Si él no acaba antes contigo.

Las luces de las farolas comenzaron a parpadear de forma súbita. Esa era otra señal.

—Me voy. Si sales de esta, Vasily, ni se te ocurra volver a esta ciudad. Si no es el Rey Negro el que te encuentra, lo haré yo, y no seré tan amable como hoy.

Y se marchó, mientras las sombras que anunciaban la llegada de un Sorin furioso se cernían sobre el enemigo derrotado.

Puede que esa noche no fueran a dormir más felices, no todos al menos, pero lo harían más tranquilos sabiendo que los actos de una chica engañada no acarrearían más muertes, y sí daño a la persona que la había engañado y que había deseado mal a los demás. Eso era lo que importaba. Aunque no pudo evitar el pensamiento cruel, vengativo que corrió por su mente.

—Ojalá Sorin lo deje seco.

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