domingo, 8 de noviembre de 2020

52 Retos de Escritura (XLV): Samhain

Reto #45: Haz una historia que narre la preparación de tu protagonista para Halloween.

 

SAMHAIN

 

A Eloisa le hubiera gustado encender un fuego con ramas de tejo, pero no tenía una chimenea para hacerlo. Suponía que era la desventaja de vivir en una gran ciudad. Al final del día, no había fuego sagrado que pudiera ayudar a las almas perdidas en aquel sitio. Tarde o temprano los lazos se romperían, y las almas seguirían su camino, y todo seguiría igual. Pero las tradiciones estaban ahí para algo. Por absurdo que resultara. Y lamentaba no poder hacer una solo porque no tenía el equipamiento adecuado.

Tendría que valer.

Lo que sí podía hacer era vaciar la calabaza verde que había comprado. Tenía una idea de lo que hacer con el relleno, por supuesto, pero lo primordial en aquellos momentos era preparar la corteza de forma que pudiera tallar en ella una calavera que luego quedara iluminada con una vela. Al frutero le había extrañado que no usara una de las calabazas moscadas que habían preparado para la fecha, optando por una calabaza confitera, pero la verdad era que no importaba cual cogiera, y si acaso aquella se le hacía más manejable. Cuando por fin hubo vaciado la dichosa fruta, se echó para atrás en la silla, lanzando un suspiro cansado. Era todavía por la mañana y ya estaba agotada.

¿Por qué estaba haciendo todo aquello? A fin de cuentas, tenía obligaciones esa noche, obligaciones que la mantendrían alejada de su casa. Era la fiesta de la Corte Negra, una celebración para un nuevo ciclo en la noche en la que los espíritus de los fallecidos se reunían en el mundo de los vivos para reencontrarse con sus familias. Tendría que ir, renovar los acuerdos de paz con el Rey Negro, y quedarse en el baile durante toda la noche porque si la Reina Blanca desaparecía a mitad de la misma, se consideraría un insulto. Era absurdo, pero las Cortes funcionaban así, a base de tradiciones.

Pero ella tenía sus propias tradiciones que llevar a cabo.

Por ejemplo, la calabaza tallada para asustar a los malos espíritus. Desde luego no pensaba crear ninguna obra de arte. Por un lado, era demasiado trabajo para un adorno que tendría que tirar a los pocos días, y no ganaba nada de ello, por no hablar de su incapacidad para hacer algo medianamente artístico. Por el otro, se suponía que la calabaza tenía la labor de espantar a los malos espíritus. Hacer algo bonito para fardar estaba bien cuando la conexión con el lado místico era nula, pero ella no estaba en semejante posición. Así que talló una calavera simple, usando palillos para crear la división entre dientes. Una vez hubo acabado su labor, puso la calabaza en una posición bien visible desde la entrada de la casa, y colocó una pequeña vela de glicerina dentro. Lo bueno que tenía era que duraría toda la noche, que era lo importante. Tenía unas pocas más, pero esas las iría colocando tras las distintas ventanas de la casa.

Después de una comida ligera, comenzó a preparar el cabello de ángel con lo que había sacado de la calabaza. Le llevó su buen tiempo, pero una vez dejó cociendo las hebras con el azúcar y los demás ingredientes, pudo ponerse con el resto de las decoraciones. No era demasiado, porque a fin de cuentas solo iban a estar ella y César cuando volviera de su trabajo, y después de cenar ella se iría y el único que quedaría allí para recibir las visitas sería él. Le preocupaba que no fueran los dos juntos a la celebración, porque normalmente era él quien hacía de escolta, pero era necesario que alguien de la casa se quedara. Era algo que no hacía falta discutir porque los dos entendían su importancia. Esa noche, la escolta sería Alex.

Se puso a hacer la cena poco antes de que César apareciera por la puerta. Después de cambiarse de ropa, ambos comenzaron a trabajar en lo mismo. No era excesivamente copiosa, pero sí era una cena fuerte, adecuada para mantener el ritmo durante toda la noche. En un momento de asueto, su novio sacó de un armario una enorme bolsa de caramelos y chucherías con la que rellenó un par de cuencos de un tamaño generoso. Volvió a guardar la bolsa y colocó los cuencos en la entrada, listos para si algún grupo de niños decidía que lo de imitar a los estadounidenses pidiendo trato o truco estaba bien. No era habitual, no en edificios de plantas como aquel, pero uno no debía fiarse de la capacidad de los niños de sacar ventaja de cosas con las que pudieran conseguir dulces o dinero para los mismos.

Para cuando acabaron, además de la cena tenían preparados varios dulces hechos con el cabello de ángel que había guardado en varios tupper. Una parte era para ellos, y otra era para compartir entre la gente de la Corte Blanca. Y otra parte era para entregarla a Sorin como ofrenda durante la fiesta de aquella noche. Era una especie de regalo de buena voluntad que venía a apoyar la idea de que entre ambas Cortes de la ciudad existía una cierta armonía. Que era verdad, pero que era una visión un tanto sesgada de la realidad. Se las regalaba porque era su amigo, más o menos, y era lo mínimo. Y también porque siempre acababa haciendo de más y esas cosas se estropeaban relativamente rápido. A fin de cuentas, no eran de repostería profesional. Ya solo quedaba preparar las velas, cenar y vestirse.

Mientras César atendía la puerta, y a un grupo de niños que había venido pidiendo caramelos, ella fue encendiendo las velas y colocándolas. Una vela por cada una de las personas que habían fallecido en su familia con las que tenía un lazo. Luego pusieron la mesa y cenaron.

La conversación no fue muy distinta de la que uno esperaría durante una comida familiar. Si acaso, lo único que cambiaba eran los comentarios sobre lo que pasaría aquella noche. Sobre la celebración, y sobre las almas de los difuntos visitando, y sobre qué pasos tendrían que dar cada uno en aquella situación.

—Es muy diferente a cuando estábamos con tu abuela— comentó de pronto César.

—¿Diferente en qué sentido?

—Se tiraba preparando Samhain una semana entera antes. No solo la comida y las decoraciones, sino también la fiesta y todo lo demás. Nunca permitía que nadie la ayudara. Incluso antes de…

—Sí, siempre había sido un tanto cabezona.

Incluso la cena. Habría preparado comida para toda la familia, y les habría invitado esa noche a un festín que no habrían sido capaces de acabar jamás. Ni siquiera dejaba que sus familiares llevaran platos o hicieran nada. Pero eso había sido parte de su personalidad. Incluso cuando había decidido que Eloisa sería la persona que la sucedería, jamás había permitido que ella tuviera que enfrentarse a las labores de aquel puesto. Sin duda era cabezonería, aquella forma de intentar hacer las cosas por su cuenta hasta el extremo de no aceptar ayuda de nadie para nada en absoluto. Habría gente que vería aquello como una virtud, pero en cierto modo se había tratado más bien de un defecto.

Amaba a su abuela. La había amado mientras había estado con ella. Pero no podía dejar de estar frustrada ante el hecho de que le había dejado el muerto sin haberla preparado de la forma adecuada.

Pero ella era distinta. Tenía demasiadas cosas que hacer como para hacerlo ella sola. Y aunque tenía familia para invitar, consideraba que aquella no era la noche adecuada. Ella tenía su propia unidad familiar. Y era pequeña y agradable y manejable, y era para dicha unidad que preparaba aquella pequeña celebración. No necesitaba una semana para prepararla, y ya con un día le parecía demasiado, a pesar de que no podía reducir más el tiempo de preparación de las cosas. Pedir ayuda era lo más normal del mundo.

—¿Sabes? Creo que esta forma de hacer las cosas es mejor. Tu abuela podía parecer perfecta, pero nunca tenía tiempo para respirar. No quiero que tú estés en esa misma situación.

—Yo tampoco quiero estar en ella. ¿Por qué crees si no que voy pidiéndole ayuda a todo el mundo?

—Pero al mismo tiempo siempre estás ayudando a los demás, a pesar de todo lo que gruñes. Y al final acabas haciendo tanto o más que ella. Así que respira, ¿de acuerdo?

—Estoy muy lejos de ser tan generosa.

César sacudió la cabeza, pero no dijo nada más. Estaba bien, de todas formas. Era cierto que ayudaba a los demás, pero no por motivos altruistas. Ella era la Reina Blanca y tenía deberes para con su gente y para con la ciudad en la que vivía. No lo consideraba tanto ayudar como hacer su trabajo. Igual que lo que estaba haciendo esa noche. Al final, todo se reducía a lo que tenía que hacer, a sus tareas.

La cena acabó, pero no recogieron los platos. Eloisa fue a cambiarse y, para cuando salió, estaba perfectamente disfrazada de guerrera amazona. Su rostro era una máscara de impasibilidad ante la mirada sorprendida de su novio.

—¿Pero no solías ir de dama decimonónica porque era un traje formal además de un disfraz?

—Eso fue hasta que me destrozaron el traje el año pasado.

—Ajá. Bueno, al menos Sorin se lo pasará en grande.

—Ese es el que se lo tiene que pasar bien así que todo correcto.

Fue en ese momento cuando llamaron a la puerta. Cuando abrieron, se encontraron con Alex, que iba vestida con un traje muy similar al de Eloisa. Era la hora de irse y enfrentarse a sus deberes una vez más. Se despidió de César y por fin se marchó.

Sentada ya en el coche de su guardia, miró hacia atrás y sonrió por un momento. En la ventana de la cocina, había dos luces. Una de ellas era la vela que habían preparado. La otra…

—Buenas noches, abuela— musitó Eloisa para su coleto.

El brillo parecía cálido y agradable. Seguramente estaba contenta con lo que estaba viendo. A fin de cuentas, hoy habían comido sus platos favoritos, e incluso le habían dejado hojaldre con cabello de ángel de ese que tanto le gustaba. Así que podía sentirse contenta para cuando volviera al Más Allá, tal y como debía suceder.

Mientras tanto, ella seguiría con sus tareas, hasta que encontrara alguien que pudiera encargarse de las mismas en su lugar y ella pudiera olvidarse de todo salvo de preparar la cena de Samhain para los espíritus de los fallecidos.

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