domingo, 25 de octubre de 2020

52 Retos de Escritura (XLIII): Mesektet

Reto #43: Haz una historia sobre el día a día de un dios. Puedes escoger su cultura y si vive entre nosotros, al estilo American Gods.

Nota de la autora: este relato comparte universo con Sombra y Umbra, pero a diferencia de estos no es un spoiler andante :D


MESEKTET


La criatura, más que tumbada, estaba despatarrada sobre la arena del desierto. Parecía un animal, pero uno como el que nunca había visto ningún ser humano. Era lógico, porque no era una criatura del plano material. Su aspecto era sin duda chocante: de un color negro profundo, tenía el cuerpo delgado y aerodinámico de un depredador, con una larga cola que acababa en un mechón de pelo redondo. Su cabeza recordaba a la de un cánido, aunque su morro estaba ligeramente curvado hacia abajo, como el de un pangolín. Las dos orejas tenían la forma de un triángulo invertido, y eran largas. La criatura era un sha, y parecía inmune al calor del sol abatiéndose sobre el árido terreno. Aparentaba estar durmiendo, e incluso estar teniendo un plácido sueño.

Abrió un ojo, sin embargo, cuando la sombra de la mujer con alas de milano cayó sobre él.

—Buenos días, Neb— saludó el sha, antes de bostezar.

—Es casi medio día— replicó Nebet-het, algo molesta—. ¿Piensas estar toda tu vida aquí en el desierto? ¿No piensas volver a casa?

El sha suspiró. Todos los días lo mismo.

—No puedo volver a casa, lo sabes. No me está permitido.

Nebet-het abrió la boca para contestarle, pero la cerró de inmediato, porque sabía que era verdad. Había sido exiliado, hacía ya tanto tiempo que probablemente nadie en la Tierra se acordaba de las razones. Oh, los humanos tenían sus historias, pero aquellas historias habían sido retorcidas a lo largo de los siglos, y lo que quedaba de ellas no eran más que un relato tan sumamente distorsionado que hasta los “buenos” de dicho relato torcerían la cabeza preguntándose de dónde había salido eso. Pero qué más daba, la verdad.

Se levantó, sacudiéndose con fuerza para quitarse los granos de arena que se le habían pegado a la piel, y después se transformó lentamente al tiempo que se alzaba sobre sus dos patas traseras. Cuando la metamorfosis terminó, lo que había allí era un hombre de piel tan oscura que era casi negra. No vestía más que un shenti con un cinturón algo más elaborado, y el tocado de su cabeza se asemejaba a la cabeza del sha que había sido hacía unos momentos. Sonrió, aunque probablemente era una sonrisa poco tranquilizadora. No tenía muchas ganas de sonreír, la verdad. No había motivos para ello. Pero tenía que parecer alguien sociable, por poco que le apeteciera.

—Y bueno, amada esposa, ¿qué noticias traes de mi sobrino?

—Horus quiere saber si has considerado ya su oferta.

—¿Oferta? ¡Ja! ¡Puedes decirle lo que puede hacer con esa oferta! ¡No necesito su “caridad”!

—Set…

—¡Hacer buenas acciones en el plano material como un avatar! ¿Qué buenas acciones piensa que debo hacer? ¡Tú deberías saber lo que hay detrás de mi exilio!— tuvo que tomar aire y recordarse que Neb solo estaba allí como mensajera, y que enfurecerse con ella no tenía sentido—. Además, sabes que no puedo. Hay un ritual que cumplir. ¿Acaso piensa mi sobrino sacrificar todas sus noches para hacerlo? ¿O se lo impondrá a otro?

—¿Pretendes seguir aquí para toda la eternidad?

—¿Por qué no? No es como si fuera a cambiar nada de lo que ha pasado. Aquí al menos no tengo que tragar con su condescendencia.

Nebet-het frunció el ceño, pero no dijo nada. Eso le dio tiempo para calmar el súbito arrebato que había tenido. Aún así, todavía sentía algo de acritud cuando volvió a hablar.

—Habéis olvidado todos lo que de verdad, ocurrió, ¿no es así? Está bien, puedo vivir con ello. Pero no arriesgaré mi existencia por un supuesto perdón por el cual no debería rogar. No cuando tengo un deber que cumplir.

—Los olímpicos están empezando a moverse— soltó de pronto su mujer.

—¿Oh? Bien por ellos.

—¿No vas a decir nada?

—¿Y qué voy a decir? Ellos están más acostumbrados a tratar directamente con los humanos. ¿Te acuerdas la cantidad de semidioses que había por aquel entonces? Era una locura.

—¿Y no deberíamos nosotros hacer lo mismo?

—¿Con quién? ¿Con los que están en Egipto? No se si has mirado mucho hacia allí últimamente, pero esa gente no quiera siquiera oír de nosotros.

—Horus piensa que podemos…

—¿Qué? ¿Recuperar fieles? ¿Y piensa enviarme a mí a conseguirlos?

Soltó una carcajada que era más bien un ladrido. Sabía las historias que contaban los mortales. Sabía que le odiaban. Habían olvidado lo que había sido en el pasado, como los suyos habían olvidado todo lo que él había hecho. Era el villano de la historia, sin lugar a dudas. Esa era una tarea que acabaría mal. Y él no podía acabar mal. Había una cosa que tenía que hacer. Era lo único que le mantenía en aquel lugar porque, si por él fuera, los mandaría a paseo a todos. De no ser por ese deber, probablemente haría mucho tiempo que de verdad se hubiera mudado al plano de los humanos, pero desde luego que no habría sido para ganar la aprobación de nadie. Que se buscara su sobrino las cosquillas.

—¿De verdad piensas dejarlo estar así?

—¿Acaso puedo cambiarlo?

Ella no dijo nada, porque tenía razón. No podía cambiar nada. Después de tanto tiempo, era absurdo. Había luchado tanto en su momento, y había perdido tanto, que no le quedaba más que su propia vida y su deber, y se aferraría a ellos con todas sus fuerzas. No pensaba hacer nada más. Ya no había nada que hacer.



Las nubes de tormenta bajo sus pies resultaban… agradables. Era una sensación que le era familiar y le gustaba. Aquellas nubes en el plano material no eran más que billones y billones de gotas de agua que estaba pasando de un estado gaseoso a uno líquido de forma rápida y violenta, pero en aquel plano eran como un mullida alfombra. Y en medio de la tormenta había un hombre de pelo largo, negro y rizado y piel oscura, aunque no tanto como la suya. De su cabeza surgían cuatro cuernos, y cubría su cuerpo con una túnica. El tipo le miró y sacudió la cabeza.

—¿Vienes a comer aquí de nuevo?

—No tienes que alimentarme si no quieres. Vengo a hablar. Como siempre.

—Menudo anfitrión sería si no alimentara a mi invitado.

Los dos estaban sonriendo en una especie de complicidad extraña. Se entendían el uno al otro, por muy distintas razones. Set se acomodó en la nube, mientras su interlocutor, Hadad, hacía aparecer una fuente de dátiles para que los dos pudieran compartirlos durante su conversación.

—Mi mujer estaba hablando de los olímpicos hoy— comentó Set de pasada.

—Ah, sí… Supongo que es porque Apolo ha encontrado otro campeón. Hay armada una buena en el plano material.

—Oh, ¿es eso? Creía que de pronto habría salido otro de esos semidioses a los que son tan aficionados.

Hadad no pudo evitar reírse ante esa afirmación.

—¿Verdad que sí? Aunque quién soy yo para echarles nada en cara. No es como si mi gente no hubiera hecho cosas de esas en el pasado. ¿Qué hay de los tuyos?

—Bueno, algo hizo mi sobrino hace ya tiempo, pero fue una y no más. No le debió gustar la experiencia.

—¿No tienes tú interés en ese tipo de cosas? Incluso siendo un supuesto dios del caos, sigues siendo un dios de las tormentas. Con ese poder…

—Nah, los humanos no me pueden ni ver. Y sinceramente, tampoco tengo ganas. Ni siquiera quiero estar con mi mujer, y es la única que parece que me traga… Bueno, están Isis y Serqet y Her-Tesu-F, pero eso son cosas del trabajo.

Los dos suspiraron.

—Qué bajo hemos caído, ¿verdad?

—Ciertamente. Cuando no se olvidan de nosotros nos convierten en villanos. Después de todo lo que hicimos por ellos…

—Bueno, también les hicimos alguna que otra perrería, admitámoslo. Pero nunca una tan gorda como para merecernos este trato. Al menos tu gente te respeta.

—¡Si es que respetan algo, estos niños! A veces me pregunto si Abzû no tendría razón y debería pegarles a todos una paliza.

Rieron. Y siguieron hablando, en la que era una rutina amigable y pacífica. Recordando tiempos en los que fueron más poderosos y más respetados, cuando la energía de las ofrendas de los mortales les llegaban y podían comandar a las fuerzas de cualquiera de los planos que pisaran. De aquello que habían perdido, de aquello que aún conservaban, y de cómo el tiempo se movía despacio para ambos. Era bueno para pasar el rato y olvidarse de la vida vacía que dos dioses olvidados y denostados llevaban, hasta que tuvieran que separarse para llevar a cabo de nuevo sus respectivas labores.



Como todos los atardeceres, se encontró con la Mesektet antes de que esta accediera a Duat. El cuerpo de Ra había cambiado al de un carnero, y estaba tumbado sobre la parte más honda del barco, envuelto en la serpiente Mehen y protegido por Sia, Hu y Heka. No intercambiaron ni una sola palabra, solo haciendo gestos de cabeza que indicaban que sabían que unos y otro estaban allí, tal como era lo indicado. Detrás de él, llegó Serqet, como era normal. La mujer con tocado en forma de escorpión se sentó a su lado en el frente de la barca.

—¿Has tenido un buen día?— le preguntó.

—Tan bueno como cualquier otro— replicó él, encogiéndose de hombros—. ¿Mucho movimiento por casa?

—No demasiado. Horus está frustrado porque no le haces caso, pero se hará a la idea. A fin de cuentas, ese nunca ha sido nuestro estilo.

—De todas formas, lo que quiere es tan solo un campeón. Mi sobrino puede hacer eso por sí mismo, seguro que tendrá más éxito que yo.

Mientras hablaban, Her-Tesu-F se unió a ellos, y Mesektet prosiguió su travesía.

El trayecto era, como siempre, largo, y en general lo hacían en silencio. No había mucho que contarse, después de todo. Era igual todos los días. Esas primeras horas, Set las pasaba preparando la larga lanza que usaría más adelante. De vez en cuando lanzaba miradas hacia el carnero, como para asegurarse de que seguía ahí y que, como era de rigor, todavía no se movía ni un milímetro. Esta noche estaba siendo tranquila, de hecho. A veces, los monstruos que poblaban las fronteras del Duat y las aguas de sus ríos atacaban la barca, pero hoy no había ninguno, o al menos ninguno visible. De todas maneras, hubiera importado poco, ya que los monstruos en aquella zona no eran especialmente fuertes. Seguramente eran aterradores para las almas humanas que rondaban aquellos territorios en el plano astral, pero solo era necesaria la intervención de Mehen para eliminarlos si se atrevían siquiera a acercarse demasiado.

Al cabo de las horas, alcanzaron la tumba de Osiris. Dos enormes milanos se alzaban sobre ella. Mesektet se detuvo, y los pájaros volaron hacia ella. En sus garras llevaban algo que resplandecía: la energía que permitiría que el alma de Ra se reuniera de nuevo con su cuerpo, en el ritual que se efectuaba todos los días. Los milanos descendieron y colocaron con delicadeza la capa de energía sobre el cuerpo del carnero, que comenzó a brillar suavemente. Luego, uno de los dos milanos se alejó volando, mientras el segundo se quedaba sobre la barca. Set se quedó mirando al milano que se alejaba con una sonrisa melancólica.

—Que tengas una buena noche, Neb.

—Seguramente la tendría mejor si le hicieras caso a Horus— comentó una voz femenina detrás de él. Sonaba dulce y armoniosa, pero la animosidad destilaba de cada una de las palabras.

Set ni siquiera se molestó por aquello, solo se volvió para mirar a la mujer en la que se había transformado el milano. Era hermosa y elegante, y los dos cuernos que formaban su tocado sostenían entre ellos un disco de blanca plata. Su bello rostro estaba sin embargo torcido en un gesto de desagrado. Bueno, no podía culparla por ello, suponía. Aunque el tampoco tenía por qué ser civilizado con ella.

—Ah, es una de esas noches, ¿verdad? Eso explica la falta de monstruos. Debe de estar de mal genio hoy.

—No cambies de tema.

Decidió que no merecía la pena discutir. Por supuesto que Isis estaba del lado de Horus, era su hijo a fin de cuentas. No podría convencerla de que intentar hacer sangre era absurdo, y él ya estaba cansado de todo aquello. ¿Es que no estaban contentos con su exilio eterno? ¿No estaban satisfechos con el hecho de que lo había perdido todo, salvo su deber de estar en aquella barca? Así que eso era lo que se ganaba con el odio eterno. No estarían satisfechos hasta que muriera, suponía. ¿Pero qué iban a conseguir con eso? A fin de cuentas, puede que lo que estuviera ocurriendo allí no afectara a los mortales, pero sí que afectaba a su gente. Se puso en pie, cogiendo la lanza que iba a usar esa noche.

Isis, sin embargo, no parecía dispuesta a dejar el tema en paz.

—¡Set!

—¿Y habéis pensado siquiera en quién me iba a sustituir en la barca? ¿Tú? ¿Te recuerdo tu maravillosa puntería?

—¡Cómo te atreves a sacar eso a colación!

—Sois vosotros los que insistís en que haga lo que es prácticamente un suicidio. No estoy por la labor de dejar que me maten, y menos cuando hay alguien más que depende de que yo esté aquí— según decía estas palabras, Set se fue acercando a la proa de la barca—. Ni siquiera intentáis darme tranquilidad. No habéis pensado en nadie, ¿verdad? Sólo queréis que me vaya y que, con algo de suerte, sea destruido por los humanos.

—¡Eso no…!

—¿No es así? No puedes decirme que no sabéis lo que los humanos piensan de mí, ¿verdad? A fin de cuentas, ¿no fuisteis vosotros los que alimentasteis esas historias?

La mujer no respondió, probablemente molesta porque le hubiera señalado esa obviedad que ella estaba intentando ocultar tanto y con tan poco tino. Pero ahora que había abierto la boca, no pudo evitar dejar escapar toda la hiel que llevaba por dentro.

—No os importa lo que pase, ¿verdad? Pero si esta barca no sale del Duat para el final de esta noche, ¿qué es lo que pasará? Yo soy considerado un dios del caos, pero el verdadero representante del caos es esa cosa. ¿Qué pasará cuando sea esa cosa la que se levante por el este en lugar de Ra? ¿Destruiríais de verdad vuestro reino solo por verme morir?

Vuestro reino. Había escupido aquellas palabras. Aquel ya no era su hogar, hacía mucho tiempo que no lo era, se habían encargado de que no lo fuera. Pero aún así, aunque no era su hogar, no podía serlo de ninguna de las maneras, todas las noches se encargaba de que el ritual se llevara a cabo de forma segura y de que ese reino que ya no era el suyo pudiera vivir bajo los justos rayos de Ra, y no bajo el caos rampante de su adversario. Lo mínimo que podían hacer era dejarle en paz de una dichosa vez.

-¡Así que si queréis verme muerto, ya podéis ir buscando a alguien que pueda hacer esto!— exclamó, dando un lanzazo hacia las aguas.

El chillido de algo enorme y muy dolorido retumbó por toda la caverna.

Todos los pasajeros de la barca que podían moverse reaccionaron rápidamente, poniéndose en guardia. Set apartó la lanza, insatisfecho ante la forma en que había golpeado a su enemigo eterno. La serpiente Apep alzó su cabeza de entre las aguas, sus ojos clavados en Set. No parecía contento. Claro que eso le importaba más bien poco. Se volvió a poner en guardia, todos sus músculos en tensión, esperando el momento oportuno en el que atacar. Detrás de él, podía escuchar a los demás preparándose para el combate. Ah, habían hecho esto tantas veces… Aunque esta era la primera vez en la que detectaba a la serpiente antes de que esta pudiera hacer su ataque. ¿Tal vez era porque estaba enfadado? Si lo pensaba seriamente, no es que no lo detectara, tan solo esperaba a que asomara su cabeza. Era menos molesto. Lo único que había hecho su enfado era adelantar las cosas.

Apep le miró con rencor. Era algo a lo que estaba acostumbrado. Se quedaron durante unos instantes mirándose el uno al otro, a la espera de que alguno de ellos se moviera primero. Set comenzó a preocuparse cuando no escuchó la voz de Isis comenzar sus letanías. De verdad, ¿tan desesperada estaba por acabar con su vida? Entendía que le odiara, pero había demasiadas cosas en juego como para andarse con chiquilladas como aquella.

El rato en el que serpiente y sha se miraron se fue alargando, llenando de presión la barca. Por fin, la cabeza de Apep salió disparada, no hacia Set como era de esperarse, sino hacia su objetivo principal.

—¡Eso sí que no!— exclamó Set, golpeando con la lanza hacia la serpiente.

Pero entonces Apep se dobló, girando su cuerpo hacia Set en un movimiento que parecía una finta. Hubo varias exclamaciones de sorpresa, y el grito de Serqet, pero él no se inmutó. Una de sus manos soltó la lanza y agarró a la serpiente justo por detrás de la cabeza antes de que esta se cerrara sobre su cuello. Forcejearon. Set soltó su lanza y puso su otra mano rodeando el punto justo detrás del cráneo de Apep, y aunque este intentaba por todos los medios acercar sus dientes a él, era incapaz. Sin embargo, el largo cuerpo comenzaba a moverse y pronto comenzaría a enroscarse alrededor de su cuerpo. Eso sería un problema. Pero no era la primera vez que pasaba, así que saldría de esa.

Escuchó gritos a su alrededor, pero no les prestó atención, centrado como estaba en combatir contra su adversario.

No parece que vayan a ayudarte, sonó una voz en su cabeza, demasiado familiar para su gusto. ¿Por qué te molestas en hacer esto, cuando está claro que a nadie le importa? ¿No sería mejor si me dejaras hacer lo que quiero?

Set notó como sus labios se curvaban en una mueca. Ah, sí, ¿cuántas veces le había dicho eso? ¿Cuantas promesas de poder había recibido?

—¡¿Por quién me tomas?!— chilló.

Al mismo tiempo, transformó toda la rabia acumulada del día en fuerza, la suficiente como para girarse y aplastar a Apep contra el suelo de la barca. Le soltó, pero antes de que pudiera recuperarse del golpe que había recibido, pisó su cabeza poniendo todo su peso en el movimiento, y al mismo tiempo recogió su lanza. El golpe que le propinó atravesó la cabeza, clavándola en la proa. Jadeante, cerró los ojos mientras mantenía la presión sobre Apep y comenzó a recitar una letanía.

Esta era su magia. Cada palabra formaba un eslabón de una cadena que se enredaba con el cuerpo de Apep, atrapándole. Apenas él empezó a recitar el hechizo, la voz de Isis se unió a la suya con su propio conjuro, creando más cadenas que retorcían a la serpiente. Cuando notó que eran suficientes, sin dejar de recitar, Set liberó la lanza. Si aquella criatura no fuera una representación del caos, aquel golpe la habría matado, pero se enderezó, rugiendo y combatiendo contra la magia que lo apresaba. Era una batalla perdida. Mientras la serpiente se retorcía, Serqet y Her-Tesu-F se acercaron. Cientos, miles de dardos surgieron en el aire, y se clavaron en el largo cuerpo de Apep. Durante unos instantes siguió intentando romper sus ataduras, pero cuando las sustancias purificadoras actuaron sobre él, Apep cayó y se sumergió rápidamente en el agua, derrotado una vez más.

Set miró como el cuerpo se perdía en las profundidades del río.

—¿Por quién me tomas?— repitió en un murmullo.



Isis fue la primera en marcharse.

—¿Así que no piensas hacer lo que te pide mi hijo?

—Si tanto quiere que me marche, que encuentre un sustituto. Bastt, por ejemplo. Si es ella, estoy dispuesto a cederle el puesto.

La otra mujer bufó, por algún extraño motivo, antes de transformarse en milano y salir volando.

El siguiente fue Her-Tesu-F, que desapareció de la vista mientras los demás estaban atendiendo a otras cosas, como era habitual. Después, fue Serqet.

—¿De verdad te irás si Bastt ocupa tu puesto?

—Si la convencen de que lo haga, entonces, ¿qué remedio me quedará? Eso querrá decir que no me dejarán descansar hasta que sea destruido.

—Hay muchos que no estarán contentos si pasa eso.

—¿Muchos?

Aunque no quería sonar enfadado o dolido, era inevitable que se escapara una gota de resentimiento de su voz. Serqet era… si no su amiga, al menos alguien que le trataba con un mínimo de respeto, y no quería insultarla. Pero sabía que sus aliados, si es que podía llamarlos así, eran escasos. Nadie se enfadaría si él desaparecía. Ni siquiera Neb. Pero lejos de molestarse, Serqet le regaló una sonrisa melancólica.

—Hay más gente de la que piensas que no quiere que desaparezcas. Algún día sabrás cuantos.
Y con eso, se convirtió en un escorpión de agua al tiempo que saltaba al río.

Set suspiró, y vio que se acercaban a la salida de Duat. Le resultaba difícil creer en las palabras de Serqet cuando pensaba que, después de eso, solo le esperaban unas horas de sueño tendido en el desierto antes de que alguien fuera a despertarle de nuevo con una historia sobre lo molesto que estaba su sobrino con él. Su cuerpo tomó la forma de sha, preparado él también para marcharse.

—Set.

Se giró para encararse con quien le había llamado. En el centro de Mesektet, sentado en una silla portatil, estaba Ra. Ya no era el carnero, sino un hombre con un tocado en forma de cabeza de halcón y el disco solar sobre él. Le mostró una sonrisa cariñosa y, con un gesto, le invitó a acercarse. El sha dudó durante unos segundos antes de aproximarse, caminando despacio. Toda la fuerza que había demostrado en su lucha contra Apep, todo el cinismo y desparpajo con el que había afrontado la jornada desde que Neb le despertara, todo eso se había desvanecido. Cuando se encontró a tan solo un paso del dios del sol, se detuvo y se inclinó con respeto.

—¿Qué necesitáis?

—¿Cuántas veces te he dicho que no necesitas ser tan formal conmigo? Ven conmigo un rato— mientras decía esto con aquella sonrisa amable, dio unos golpecitos en su pierna.

El sha tardó unos segundos en moverse, pero al cabo del tiempo hizo lo que aquel gesto le pedía y se acercó al lado de Ra, poniendo la cabeza sobre sus rodillas. Cerró los ojos cuando notó una caricia sobre su cabeza, y se volvió a sentir el niño que fue, milenios atrás. Y por un momento se olvidó de todo el dolor y el abandono y el desprecio. Al menos en aquella barca, en esos momentos antes de abandonarla, se sabía bienvenido.

—Bastt nunca te sustituirá— aseguró Ra—. Ella tiene su posición y tú la tuya. Ella es mi espada y tú eres mi escudo. No puedes sustituir un escudo con una espada, ¿no crees?

—¿Y si la convencen?

Ra se rió.

—¿Convencerla? Sería más fácil convencer a Apep de que dejara de atacarme. Ella y yo somos iguales en nuestros pensamientos. No aceptará quitarte el puesto del mismo modo que yo no aceptaré que te lo quiten.

Set lanzó un suspiro aliviado. Sabía que no acabaría ahí, por supuesto, pero Bastt era la única aparte de aquellos que solían viajar en la barca solar que podía hacer frente a Apep. Nadie que no estuviera a esa altura podía hacer lo que él hacía, y no aceptaría menos que eso para proteger al dios del sol. Si ella se negaba, ¿qué esperanza tenían de encontrar un sustituto? Por supuesto, eso no les detendría. ¿Qué podía detener a Horus, a fin de cuentas? ¿No habían demostrado todas aquellas competiciones precisamente de lo que era capaz? Pero mientras Ra le quisiera allí, ese sería su puesto y nadie podría quitárselo. Y eso era un respiro para él.

—Gracias, abuelo.

Las caricias cariñosas siguieron durante un buen rato. Tanto que cada vez le costaba más y más mantenerse despierto. Tenía que salir de la barca, sabía que tenía que hacerlo, pero una parte de él no quería irse de allí. Del único sitio en todo aquel plano que le daba la bienvenida sin dudar de él.
Está bien, se dijo, no pasa nada porque al menos un día me quede un rato más. Y con ese último pensamiento, se quedó dormido apaciblemente.

Ra, sentado en Mandjet, siguió acariciando a su nieto incluso cuando ya se había sumergido en el mundo de los sueños.

—Al menos hoy, quédate en la barca, y olvídalo todo. Ya que no puedo devolverte todo lo que has perdido, al menos te daré un lugar donde puedas descansar.

Al menos, hasta que fuera la hora en la que Mandjet se convertía en Mesektet para enfretarse al Duat, y Set tuviera de nuevo que coger su lanza para proteger todo aquello por lo que tanto había luchado para que luego se le escapara de las manos. 

No permitiría que le arrebataran nada más.

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