domingo, 18 de octubre de 2020

52 Retos de Escritura (XLII): Por perder la ilusión...

Reto #42: Escribe un relato sobre un circo de pulgas.

 

POR PERDER LA ILUSIÓN...

 

Cuando era pequeña, hacía ya mucho tiempo, había visto un circo de pulgas. Había aplaudido a rabiar al ver los aparatos moverse, incluso si era incapaz de ver a las diminutas artistas, tan pequeñas que no eran visibles para el ojo humano. Le había parecido fascinante, y había soñado, al menos durante una temporada, con que ella también tendrá un circo de pulgas cuando fuera mayor. Pero cuando fue mayor descubrió la verdad sobre los maravillosos circos de pulgas: que no eran pulgas, y ni siquiera eran un circo. Solo eran máquinas movidas por imanes y engranajes y electricidad. La magia del circo de pulgas había desaparecido; no era sino un engaño. Y llegó a la conclusión de que todo aquello en lo que había creído entonces era igual, una estafa. Perdió la fe en la magia. La ilusión y la imaginación desaparecieron poco después, y solo quedó una mente escéptica que creía tan solo en aquello en lo que podía ver o sentir.

Creció para convertirse en una adulta aburrida sin más sueños que conseguir una pensión que la permitiera vivir su vejez con una cierta facilidad, y en todo caso irse de viaje a visitar lugares bonitos. Aunque a veces eso último le costaba un tanto. Era difícil disfrutar de algo para lo que no sentías la más mínima ilusión. Incluso si sabía que los edificios estaban ahí y serían hermosos, no era capaz de conjurar el sentimiento de impaciencia ante la posibilidad de ver algo que nunca había visto. Con el tiempo, se conformó con poder ir al mismo sitio todas las veces, a tirarse en una tumbona ante la piscina y dejar pasar el tiempo.

A veces se sentía extraña. No creía que le faltara nada ni encontraba nada malo en su situación, pero a veces se le hacía complicado hablar con sus compañeros. Había, por supuesto, temas de conversación en los que ella podía participar, y nadie parecía extrañado, pero en cuanto se hablaban de cosas que requerían de ella el mirar al futuro con un cierto nivel de fe, ella era incapaz de hacerlo. Y eso convertía su tono en frío si lo comparaba con el de los demás porque, simplemente, no podía tener entusiasmo por nada.

Era un problema psicológico, lo sabía. Y tal debería pedir ayuda profesional. Pero nunca se había decidido a hacerlo. A fin de cuentas, más allá de alguna que otra conversación incómoda con alguna persona que no la conocía todavía, no tenía problemas en su día a día. Así que siguió siendo esa persona tan aburrida con la que se sentía tan cómoda. Incluso si sabía que aquel circo de pulgas, y la verdad sobre él, le había arrebatado algo que no creía que jamás podría recuperar.

Tal vez era esa idea de que había perdido algo lo que hizo que torciera el gesto en una mueca cuando vio el circo de pulgas que una de sus compañeras había traído al trabajo.

—¿Para qué te has traído eso?— le preguntó, intentando no sonar todo lo enfadada que le hacía sentirse aquel aparato.

—Me lo han dado esta mañana para que me lo lleve, así que lo he tenido que traer aquí. Por favor no lo toques, es algo delicado— replicó la mujer, algo agobiada.

¿Delicado? Sí, suponía que un mecanismo antiguo lo sería, y su compañera parecía estar demasiado liada con su trabajo como para preocuparse por el circo en esos momentos. Decidió intentar ignorarlo. No era cosa suya, y además, ¿qué ganaba con ello? A fin de cuentas, el daño ya estaba hecho.

Pero no podía. A pesar de que intentaba centrarse en lo que estaba haciendo, su mente volvía al circo de pulgas. A los brillantes colores de la carpa que solo cubría medio círculo de la pequeña pista, y a los aparatos que descansaban, inmóviles, como si estuvieran esperando a moverse en cualquier momento. Era como si algo la empujara a mirar en aquella dirección y atrajera su mirada de forma constante. Tal vez era porque eso todavía la molestaba, aún en ese momento. El hecho de haber descubierto que el circo de pulgas era falso, que no había pulgas entrenadas detrás de todo aquello, y que no era más que una estafa. No sabía por qué de repente pensaba en ello como si tuviera que probárselo a sí misma. No entendía qué era lo que estaba pasando por su cabeza.

Pudo mantener la vista apartada del circo de pulgas durante un tiempo, a duras penas, recordándose que para empezar ella no tenía derecho a tocarlo. Se preguntó si podría hablar con su compañera para que le enseñara el mecanismo dentro del mismo. Tal vez así aquella extraña sensación desaparecería.
Se acercó a su compañera a la hora del café. La vio cogiendo el bolso y el abrigo.

—¿Vas a salir?— le preguntó.

—Sí, me han mandado ir a la gestoría a recoger unos papeles— respondió su compañera con un cierto tono de molestia—. Estaré de vuelta en un par de horas. ¿Puedes asegurarte de que nadie toca mis cosas mientras no estoy? ¡Gracias!

Y sin dejarla decir más, salió corriendo.

Se quedó parpadeando un momento, sorprendida. Pero esto duró poco tiempo, porque en el fondo no era una ocurrencia tan rara. Aunque era un tanto molesto que se hubiera marchado tan rápido si poder pedirle permiso. Claro que por otro lado, si se había marchado a la gestoría, tardaría algo de tiempo. Siempre podía echar un vistazo al circo de pulgas mientras su compañera estaba fuera, y seguramente no se daría ni cuenta de que lo había hecho. Le había dicho que no lo tocara, pero seguramente estaba preocupada porque pudiera romper uno de los delicados mecanismos en el interior. Si tenía mucho cuidado, seguro que no pasaba nada.

Pero en aquellos momentos sentía… algo. Suponía que podía llamarlo culpabilidad. No quería que su compañera la pillara manoseando el circo. Así que volvió a su puesto de trabajo y se encargó durante media hora de las tareas que tenía pendientes. Suponía que, a partir de cierto punto, sería difícil que fuera a darse la vuelta para traer algo que se hubiera olvidado. Una vez pasada esa media hora, se levantó de nuevo y se acercó a su objetivo.

El aparato pesaba bastante menos de lo que pensaba. Eso no quería decir que no pesara su buen par de kilos, pero había esperado algo más. Intentó coger uno de los pequeños balancines que supuestamente manejaban las pulgas, pero no pudo separarlo del suelo. Con cuidado, le dio la vuelta para ver lo que había dentro de la caja baja que hacía de base. Descubrió, para su sorpresa que estaba hueca, y que no había ni un solo engranaje. Por más que buscó, no encontró mecanismo alguno, y tras varios minutos de búsqueda infructuosa se dio por vencida. Tal vez el circo no era más que una decoración. Tal vez alguien le había quitado todo lo que lo hacía moverse. Oh, bueno, pensó, y lo dejó de nuevo en su sitio, volviendo a su mesa.

Se encontró con un sentimiento de decepción que no había esperado. Lo bueno que tenía una existencia sin hacerse ilusiones es que uno no se podía decepcionar, y la verdad era que reencontrarse con aquella sensación no era agradable, y sí muy incómodo. Pero pasaría, como todo, de eso estaba segura.

Volvió a su trabajo, y durante un periodo bastante largo de tiempo no se preocupó de nada más que de lo que debía hacer. Sin ninguna otra preocupación en su mente ahora, sus tareas se fueron acabando rápidamente mientras su mente se mantenía enfocada en el trabajo. Tuvo que detenerse después de finalizar uno de los últimos informes para frotarse durante un momento sus cansados ojos, y los fijó de nuevo en el circo de pulgas que no tenía mecanismos.

Se quedó helada cuando vio que uno de los balancines no estaba en la posición en la que había estado antes. Ahora se encontraba en medio del círculo que hacía de pista del circo.

Durante unos instantes su mente se vio inmersa en el pánico. ¿Acaso alguien había lo había tocado mientras ella estaba atenta a su trabajo? No, pero eso era imposible, incluso si estaba centrada en lo que hacía, se habría dado cuenta de que alguien entraba en la oficina. Eso la llevó a un estado de pánico distinto. ¿Había movido sin querer el balancín? No, pero cuando los había tocado, estos no se habían movido ni un milímetro. Y no había mecanismos que los movieran, ¿verdad? Había dado por sentado que estaban pegados y que eran inútiles. ¿Acaso el mecanismo estaba oculto? Pero entonces, ¿cómo se había activado? No recordaba que hubiera ningún botón que pudiera activar nada…

Tragó saliva. ¿Qué debía hacer? Una parte de ella le recordó que su compañera le había dicho que no tocara el circo, y que se lo cuidara. Si veía el balancín, pensaría que alguien lo había tocado. Lo cual era verdad, porque ella lo había hecho, pero el balancín no estaba allí al principio y era algo bastante obvio, y ella no había tocado eso. ¿Debía dejarlo estar? ¿Tal vez debería decirle a su compañera lo que había hecho? Claro que, pensó, también podía colocar de nuevo el balancín en su sitio, y así no habría problemas. Sí, se dijo, eso era una buena idea. La pondría en práctica.

Se acercó al circo. El balancín no solo estaba en el centro, sino que parecía moverse. Arriba y abajo, como si de verdad alguien estuviera saltando sobre el mismo. No era lo único que se movía, porque los trapecios que colgaban desde la parte alta también lo hacían, balanceándose de forma casi sincronizada. Y por un segundo le pareció ver pequeñas motas de negro que se movían.

No era posible, le decía su mente racional. No era posible que nada de eso se moviera. Los circos de pulgas eran una estafa.

Pero se está moviendo y es real, le replicó una parte de ella que no recordaba que existiera. Es un verdadero circo de pulgas. Y por unos instantes volvió a ser aquella niña fascinada, su ojos bien abiertos y una sonrisa expandiéndose por sus labios.

—¡Aléjate de esa cosa!— escuchó de repente a su espalda.

Se llevó un enorme sobresalto y se dio la vuelta para ver la cara aterrada de su compañera. ¿Por qué parecía tener tanto miedo? Antes de que siquiera pudiera reaccionar, de pronto comenzó a encontrarse más, y sintió como si algo estuviera tirando de ella desde el interior en dirección al circo de pulgas. Como si la llamara y le pidiera que se diera la vuelta, y se quedara para siempre mirando aquel fascinante espectáculo. No debía dejar de mirar. Y se giró, haciendo caso a las exclamaciones de la otra mujer.

Y de pronto, ya no estaba en su cuerpo. Se sintió ligera como el aire, como si pudiera saltar en todas direcciones todo lo que quisiera. Pero su sensación de felicidad desapareció por completo cuando comprobó que lo que la rodeaba no era la oficina… O mejor dicho, no era lo que estaba acostumbrada a ver en su oficina. Estaba en medio de una pista de circo, y sobre ella había media carpa que no estaba hecha de tela. Y aunque no podía ver a nadie más, sabía que no estaba sola. A su alrededor, cosas como ella flotaban y movían los distintos aparatos. Algunas se reían, y otros se preguntaban si era una nueva adición al circo, y algunos lamentaban lo que había pasado, fuera lo que fuese. Y pronto se encontró con el rostro de su compañera mirando hacia abajo.

—Te dije que no lo tocaras— le reprochó—. ¿Por qué lo has hecho? ¡Todavía no sé cómo sacaros de ahí?

—¿Uh?— preguntó, pero se dio cuenta de que la mujer no podría escucharla.

Su compañera soltó un suspiro.

—Te lo prometo, sacaré tu alma de esa trampa pronto.

¿Alma? ¿Trampa? Ah.

Por supuesto.

No es que pensara en ello o supiera de qué estaba hablando. A fuer de ser sincera, era algo que simplemente entendía de un modo elemental, tal ver porque ya no tenía un cerebro con el que pensar pero, por el otro lado, tenía un alma que podía entender cosas como esa.

Porque se parecía a un circo de pulgas, había llegado a la conclusión de que era uno. Y porque aquello había afectado a su psique tanto que había marcado su personalidad de forma tan poderosa, había sido presa fácil para el cebo de aquella trampa.

También sabía que daba igual lo que su compañera hiciera, no sería capaz de liberarla. Así que tendría que irse haciendo a la idea de que debería ser parte de ese circo hasta el final de los tiempos.

Eso iba a ser mucho, mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario