domingo, 26 de abril de 2020

52 Retos de Escritura (XVII): Madre

Reto #17: Esta semana es el Día de la Madre. Haz una historia que hable sobre el amor maternal llevado al extremo. ¿Hasta dónde es capaz de llegar una madre por salvar a sus hijos?


MADRE


Corría. Le dolían las piernas y le ardía el pecho, jadeaba con fuerza mientras intentaba llevar aire a sus pulmones, pero no podía permitirse dejar de correr. Sabía que si paraba en algún momento, no podía empezar de nuevo, y entonces estaría perdido. Debía seguir corriendo. Debía escapar, a como fuera. No podía aceptar que fuera de otra forma.

No entendía cómo había podido pasar. Su mente no era capaz de encontrar una explicación a lo que había ocurrido. No tenía sentido en absoluto. Las cosas como esa solo formaban parte de las historias de terror.

Ella debería estar muerta. Había muerto hacía dos años. Su cuerpo estaba enterrado en el cementerio de la Almudena. Tenía una certeza absoluta de lo que había pasado. Pero en aquel momento, de lo que estaba huyendo era de ella. Igual que aquella noche, la noche en que la había visto morir.



A sus ojos, lo que hacía su madre era normal. Se suponía que las madres tenían que proteger a sus hijos, ¿no era así? Igual que con los animales, le habían dicho entonces. Le había costado mucho salir de aquella idea y comprender que no todas las especies animales protegían a sus crías con tanto celo, ni que la naturaleza nunca funcionaba con una sola regla concreta, ni que a veces el celo con el que se protegían las cosas era excesivo. Todo aquel conocimiento que era de sentido común no le alcanzó hasta mucho más tarde.

Su recuerdo más llamativo de cuando era pequeño era llorar porque no le invitaban a los cumpleaños. Era una imagen borrosa en su mente, distorsionada por los años. No se acordaba de quién de entre sus compañeros de clase había sido el que había repartido las invitaciones, pero sí recordaba que se había sentido fatal cuando no recibió una él. Recordaba a su madre abrazándole y acunándole, susurrando en sus oídos que estaba bien, que era mejor que no le hubieran invitado. ¿No le habían hecho daño en el anterior cumpleaños? Era mejor que no le invitaran a ninguno de esos sitios en los que podía acabar herido. Ya invitarían a sus amigos cuando fuera el suyo, y todo sería perfectamente seguro. Como niño, aceptó las palabras de su madre como si fueran una verdad universal. Incluso si era incapaz de recordar qué era lo que le había hecho daño que había llevado a su madre a tomar una medida tan radical. Ahora entendía en parte que la decisión de su madre no era la mejor para él… pero una parte todavía creía que su madre había hecho lo que había creído que era la decisión más apropiada, desde su punto de vista.

Por desgracia, el punto de vista de su madre no era el mejor en lo que a ciertas cosas se refería.

Siempre encontró dificultades para hacer amigos. No era una cosa de que su pasado le estuviera persiguiendo, puesto que incluso llegar a una ciudad nueva a causa del trabajo de su padre no le ayudó en absoluto en ese aspecto. Sólo podía deducir que era él, o más bien la influencia de su madre en él. No estaba del todo seguro. Solo sabía que el cambio, en lugar de ir a mejor, solo le hundió más en la miseria.

Para sus compañeros de clase, era el “rarito”. Daba igual que intentara comenzar una conversación con ellos, o que se acercara para intentar participar en un grupo, siempre era dado de lado. Era el extraño, suponía, el que no participaba de sus lazos, y al que no se le tendía la mano. Al cabo del tiempo, se dio por vencido. Y fue entonces cuando comenzaron los abusos. Por aquel entonces, no entendía qué era lo que estaba pasando. Al principio fueron los insultos en todo momento, o al menos cuando sus profesores no estaban atendiendo. Luego comenzaron a acusarle de cosas que no había hecho. Los profesores se enfadaban con él incluso si intentaba defender su inocencia; si acaso, el defenderla los enfurecía aún más. Lo siguiente fueron los daños a sus pertenencias, tanto que tuvo que comenzar a llevarlas a todas partes para evitar que les pasara cualquier cosa. Y luego fueron los empujones y golpes, hasta que volver a casa con moretones fue una ocurrencia habitual.

Nunca le dijo nada a su madre. Por aquel entonces no tenía muy claro por qué no quería decirle nada al respecto, pero sospechaba que en el fondo de su corazón lo había sabido. Que si decía algo, pasarían cosas que luego lamentarían. Y habría estado en lo cierto, ¿verdad?

Su madre lo descubrió. Es un tanto difícil que no lo descubriera después de acabar en un hospital porque sus compañeros le habían dejado al borde de la muerte tras una paliza.

Aquellos días eran difusos en su mente. Lo único que le quedaba era un deseo constante de no despertarse jamás. De quedarse en donde estuviera por siempre, porque allí no había nadie que le hiciera daño, y nadie a quien tuviera que temer. Ni siquiera tenía que ir al instituto, ¿no era eso maravilloso? Por supuesto, acabó por despertarse y curarse.

¡Oh, cuanto había llorado su madre! ¡Cuánto había prometido que lo solventaría, que no permitiría que aquello volviera a pasar! Había salido incluso en los periódicos, diciendo que denunciaría al instituto y a quien hiciera falta.

Si sólo fuera eso lo que hizo…

No estuvo mucho tiempo más en ese instituto. No quería ir allí, y su madre estaba de acuerdo con ello. Los pocos días antes del cambio, sin embargo, se dio cuenta de que el ambiente había cambiado. Tardó un poco en darse cuenta: los compañeros que le habían dado la paliza, aquellos que habían participado en todos los abusos, habían desaparecido. No quiso preguntar por ello, pero no tardó en enterarse, porque los rumores corrían como la pólvora. Estaban todos en el hospital. Contaban que habían estado en un botellón, y que se habían envenenado. No era que simplemente se hubieran puesto tan borrachos que les hubiera dado un coma etílico, no. Alguien les había echado algo en la bebida. No los había matado, pero nadie sabía cómo saldrían de esa.

La policía, por supuesto, investigó. Era normal, si uno lo pensaba, que fueran a hablar con ellos. A fin de cuentas, ¿no tenían ellos razones para vengarse de lo que le habían hecho? Pero no había prueba alguna, y la indignación de su madre parecía real. Además, no había rastro en la casa de la sustancia que se había usado para envenenar a los chicos, o siquiera pruebas de que hubiera comprado algo así. Lo que le resultó preocupante fue que insistieran. ¿De verdad iban a acusarle a él de haberles envenenado? Era imposible. Debían saberlo, ¿no? Ya que había estado en el hospital todo el rato. Tardó bastante tiempo en comprender que no era de él de quien sospechaban.

No sabía muy bien qué era lo que había hecho realmente su madre. A pesar de que ella le aseguraba de que todo era una confusión, algo en él le decía que no era así. Que su madre había tenido algo que ver con el hecho de que aquellos que le habían golpeado estuvieran en el hospital. No era el único que pensaba así. Las discusiones entre sus padres eran constantes, por ese tema y otros muchos. Y aunque al cabo del tiempo la policía desistió, incapaz de encontrar nada que probara sus sospechas, el daño ya estaba hecho, y sus padres se divorciaron.

Aquella fue una temporada dura, debía admitirlo. Al menos tuvo suerte, y sus padres optaron por la custodia compartida, aunque puede, pensándolo en frío, que aquella no hubiera sido la mejor de las ideas. Su padre era laxo en exceso, y su madre seguía siendo sobreprotectora hasta el extremo. De no haber sido por la tía Rut, probablemente no habría salido muy cuerdo de aquella. Aquella mujer no era su tía biológica, pero había sido la única que se había preocupado de enseñarle lo que era una vida normal. No es que la cosa fuera fácil, pero al menos tenía un referente que le enseñó que lo que le estaba pasando ni era culpa suya, ni era lo que debía pasarle. Por eso fue especialmente duro cuando tuvo que separarse de ella tras la muerte de su padre en un accidente de tráfico.

Volvió a vivir con su madre, por supuesto, pero la vida se le hizo aún más cuesta arriba. Ahora que sabía lo que era la normalidad, el hecho de ella estuviera detrás de todo lo que hacía para asegurarse de que no le hicieran daño empezaba a ser problemático. Examinaba a sus amigos, los pocos que había hecho, y le empujaba a dejar a aquellos que ella considerara que no eran dignos. Incluso comenzó a lavarle la cabeza para que fuera a la universidad a distancia para así no tener que enfrentarse, según sus palabras, a la gente terrible que había fuera. Era agobiante, y comprendió que tenía que salir de ahí a como fuera.

Por eso comenzó a buscar una forma de escapar.

Encontró un trabajo. Encontró un piso que compartir con otras personas. Tuvo que reírse al tener que unirse a la universidad a distancia tal y como había querido su madre, pero no por las razones que ella creía. Y cuando todo estuvo dispuesto, recogió sólo lo que le pareció indispensable y huyó sin decir una palabra.

Aquella libertad fue dura, pero maravillosa. Era complicado compaginar las cosas, y su jefe era un capullo, pero sentía que podía hacer algo con su vida y se estaba esforzando para conseguir salir adelante. Era obvio que con su madre no habría sido posible sentirse así, así que no se arrepentía en ningún momento de lo que había hecho. Tal vez más adelante, cuando estuviera asentado y tuviera su propia vida, se pusiera en contacto con ella. Pero no antes. No hasta que pudiera mostrarle que podía funcionar como un adulto normal sin necesidad de apoyarse en ella.

Pero entonces empezaron a pasar cosas. Sus compañeros de piso se marcharon de forma súbita, y aunque encontraba nuevas personas dispuestas a compartir la casa, estas se iban al poco tiempo. Casi todos ellos aducían motivos personales, pero pronto averiguó que algunos de ellos había estado durmiendo en pensiones de mala muerte hasta que habían encontrado un nuevo piso. En su trabajo le dijeron que le iban a rescindir el contrato, y no conseguía encontrar uno nuevo. Y su casero le anunció que le iba a subir el alquiler. Y justo aquella noche, cuando estaba en sus horas más bajas, apareció su madre.

Seguro que quería parecer un ángel salvador, llegando justo a tiempo para salvar a la oveja descarriada. Pero se dio cuenta entonces de que todo, o al menos una gran parte de aquello, había sido orquestado por ella. No sabía qué tipo de cosas había hecho, qué tipo de amenazas o estrategias había usado, pero estaba claro que era su culpa. Y no le dejaría escapar. Así que hizo lo único que se le ocurrió.

Huyó.

Y fue durante la persecución que siguió cuando su madre murió después de ser atropellada. Vio su cuerpo volar tras el impacto. Llamó a una ambulancia. Fue con ella al hospital. Y allí le dijeron que había fallecido a causa de las heridas.

Durante mucho tiempo se culpó de ello, era cierto, y mucho más del hecho de que se hubiera librado por fin de ella. Con su muerte salieron a la luz también todos sus actos, todo lo que había hecho para atraparle, pero también para protegerle de todos aquellos que le habían hecho daño. Cosas que sobrepasaban con mucho la línea sobre lo que debía hacer una madre para proteger a sus hijos. No sabía cuantas sesiones de terapia había tenido que atender para que por fin su mente pudiera asimilar todo aquello y pudiera llevar una vida medianamente normal. Pero lo había asumido, y con ello llegó una nueva vida en la que pudo, por fin, valerse por sí mismo. Con la certeza de que ella ya no estaba allí.

Salvo que, de nuevo, habían empezado a ocurrir cosas, aún más inexplicables todavía, y todo aquel que le intentaba traicionar o hacerle daño acababa herido o muerto. No tenía sentido, y cada vez le costaba más convencer a la policía de que no tenía nada que ver con aquellos sucesos, aún cuando tenía pruebas, coartadas y razones suficientes que demostraran que él no había hecho nada. Hasta que al final tuvo una sospecha horripilante.

Era ella. Había vuelto.

Y cuando había ido a visitar el cementerio, y la había visto, se preguntó en secreto por qué no le pareció buena idea el incinerarla.



Llevaba corriendo desde entonces. Al principio había pensado en acudir a una de las calles más concurridas, creyendo que así podría perderla aunque solo fuera porque no se atreviera a salir donde pudiera ser vista. Era algo con lo que siempre había tenido cuidado. Pero no había sido capaz de llegar a ninguna, y comenzaba a sospechar que, más que querer atraparle, lo que quería era jugar con él. A pesar de todo, no le quedaba más remedio que correr con todas sus fuerzas, porque si paraba…

Pero, ¿a dónde podía huir? ¿Dónde podía esconderse? ¿Tal vez en una iglesia? ¿De verdad eso valdría contra ella? ¿Funcionaba eso con algo como ella?

Ni siquiera se detuvo a analizar aquellos pensamientos histéricos. Solo podía seguir corriendo y rezando, mientras se adentraba en calles estrechas iluminadas pobremente con farolas que necesitaba una reparación urgente, separándose más y más de aquello que podía salvarlo: la presencia de gente en las cercanías.

Delante de él, se dio cuenta, había una calle principal. Siguiendo su mapa mental, pensó que por allí cerca había una de esas dichosas iglesias que supuestamente podían salvarle. Con un último esfuerzo, intentó acelerar para llegar a su destino. Ya lo tenía casi al alcance de la mano cuando tropezó.

No, no era exactamente que tropezara. Una mano se había cerrado alrededor de su tobillo y había tirado.

No quiso mirar atrás. Sabía que si lo hacía, sería como darle permiso para hacer lo que quisiera con él. Siguió intentando arrastrarse para alejarse de ella, luchando por alcanzar un lugar seguro. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, alimentados por la adrenalina y el pánico, no fue capaz de moverse ni un ápice.

Detrás de él surgió una risa que no era en absoluto natural.

—Cariño, deja de correr. ¿no ves que te vas a hacer daño?— la voz no se parecía a la de su madre, sonaba demasiado húmeda y gastada, pero podía notar en ella aquella misma locura que había notado la noche que ella murió—. Ven conmigo a la oscuridad, hijo mío. Así estaremos juntos y podré protegerte… Por siempre.

Lo último que oyó fue su propio grito de terror mientras era arrastrado de vuelta al cementerio.

2 comentarios:

  1. Ay, que angustia me ha dado leer este relato, has conseguido que pase miedo leyéndolo xDD

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    1. ¡Gracias por pasarte! Me lo tomaré como un cumplido, porque lo mío no suele ser el terror XD

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