jueves, 23 de abril de 2020

Caballeros, dragones, princesas y frailes que no deberían escribir.

Hoy vamos a interrumpir nuestra programación habitual (consistente en publicar un relato cada domingo, y Eilistraee bendita, no sabía yo la mucha energía que eso iba a consumir) para escribir un artículo al que llevo dándole vueltas desde hace bastantes años. Es cierto que podría haberlo escrito, y publicado, en cualquier otro momento, pero tengo la manía de escribir los artículos en las fechas apropiadas, y hoy es esa fecha, así que tendréis que tragar conmigo. ¿Y de qué voy a hablar, que necesita ser publicado en esta fecha? Pues, obviamente, de San Jorge.

San Jorge por Paolo Uccello


Que conste en acta que, siendo como soy de Madrid, San Jorge nunca ha sido una figura muy popular aquí. Lo que yo escuché en mi tiempo era que San Jorge era un caballero que mató a un dragón y salvó a una princesa, y que, por supuesto, la historia era más bien falsa. Y de hecho, en su momento se llegó a decir que el propio santo era falso. No entraré en disquisiciones sobre ello, porque está claro que a mí me dieron una versión muy simplificada de la historia porque a) en esta tierra preferimos a los labriegos, y b) el realismo nos ha desintetizado un tanto de todo lo que nos parezca mitológico. Quiero decir, no descubrí que había una mitología castellana hasta hace unos años, y todavía estoy intentando convencer a mi padre de que es real, para empezar. Pero como ya sabéis, soy una friki de la mitología, sea esta de donde sea, así que en un momento dado (en concreto, poco después de aquel artículo de San Valentín que escribí hace años) decidí ponerme a investigar sobre el dichoso San Jorge y… bueno… ahora toca ver el resultado, y las risas.
San Jorge y el Dragón, por Martín de Vos

La historia completa, que supongo que es la que todos los fieles conocerán, es la que sigue: un dragón decide un buen día instalarse en las cercanías de un río/arroyo/laguna que suple a una ciudad cercana, envenenando todo lo que le rodea. Los ciudadanos, para evitar que la ponzoña los mate a ellos, acaban viéndose obligados a realizar sacrificios humanos de forma diaria. Esto lo hacen sorteando cada día a qué persona le va a tocar. Un buen día, a la que le toca la lotería es a la hija del rey, y por más que este ruega, no puede evitar que la princesa vaya camino del sacrificio. Pero mientras la buena moza espera al lado del agua a que aparezca el dragón, el que asoma la jeta es San Jorge, que pasaba por allí cual caballero andante. El buen hombre decide quedarse allí a pesar de que la otra le quiere echar, y la discusión despierta al dragón, que aparece de debajo del agua. Y se monta terrible combate entonces en el que San Jorge le mete soberano lanzazo al bicho y, cuando este se duele, le dice a la princesa que ate al bicho con su cinturón. De resultas, el dragón comienza a comportarse como un perrillo, y se lo llevan a la ciudad. Los habitantes, obviamente, se sienten aterrorizados, y San Jorge les dice que él se encarga de matar al bicho si todos se convierten al cristianismo. Obviamente, los ciudadanos ceden al chantaje, y San Jorge decapita al dragón con una espada. En el lugar en el que esto ocurre, el rey de la ciudad construye una iglesia en honor a la Virgen, y del altar surge un manantial de agua curativa. Y todos felices.

Como es obvio, esta historia tiene la misma credibilidad que un político, pero, ¿de dónde demonios sale?

La copia más conocida de esta historia proviene del Legenda Aurea, una compilación de relatos hagiográficos (de vidas de santos, vaya) realizada por Santiago de la Vorágine, arzobispo de Génova, allá por el siglo XIII. Digo la más conocida, porque existen al parecer historias similares de fechas anteriores de las que hablaré más adelante. Una de las cosas que quedan bien claras es que este relato en concreto es más bien una alegoría un tanto recargada. Si habéis leído mi artículo sobre dragones, sabréis que el estilo de este bicho es muy similar al de la saga Volsunga (aliento ponzoñoso, le gusta vivir cerca del agua), así que está bebiendo de una imaginería muy anterior. La interpretación que se le suele dar es que el bichejo representa al paganismo y la maldad, que es una imaginería muy típica de estos bichos, que San Jorge representa al creyente, y el caballo en el que va montado representa a la Iglesia. Que me parece lo más adecuado, porque lo que estoy leyendo por ahí de que sea una versión diferente de Perseo, eh… Mira, lo dejamos. No estoy para discutir estas cosas.

Bueno, vale, la historia es una alegoría, diréis, ¿así que el tipo este no es real? Bien, pues aquí es donde la cascan… Porque existió un San Jorge.
Icono de San Jorge de Capadocia

En concreto, existió un Jorge de Lydda, o Jorge de Capadocia. Se sabe poco de él, y se piensa que su martirio, que es lo que le dio el título de santo, ocurrió antes del 290 d. C.. Hacia el siglo V o VI existían dos versiones distintas de la historia de este individuo. La primera de ellas, una versión griega, habla de un soldado bajo las órdenes de Diocleciano, a.k.a. el tipo que hizo una de las peores persecuciones contra cristianos del Imperio Romano allá por el 303 d.C.. Nuestro buen amigo Jorge se negó a renunciar a su fe a pesar de que venían baldadas, y fue condenado y decapitado delante de las murallas de Nicomedia el 23 de abril del 303. Según la historia, no sabemos qué era lo que pretendía Diocleciano, pero no debió de cundirle porque su supuesta esposa se pasó al bando cristiano y fue ejecutada igualmente. En cuanto a Jorge de Capadocia, fue enterrado en Lydda, donde se le comenzó a venerar como un santo. La copia más antigua de esta versión proviene de un manuscrito en arameo sirio del año 600 aproximadamente, y cuyos fragmentos se encuentran guardados en la British Library.

La segunda versión proviene Acta Santi Georgii, del siglo VI, y que es clavada a la anterior salvo por el detalle de que en lugar de tratarse del emperador Diocleciano, el villano del cuento es Daciano, emperador de los persas. Que en este caso no se contenta con ejecutarlo y decide torturarlo durante siete años. Al igual que a Diocleciano, la cosa le sale rana porque su gente se pasó al cristianismo en masa, incluida la anteriormente mencionada emperatriz. Versiones posteriores colocarían en el puesto de villano al emperador romano Decio, o a un juez de nombre Daciano durante el reinado de Diocleciano.

En general, lo que sacamos de esto es que San Jorge era un soldado, que lo ejecutaron por ser cristiano, y que el negocio le salió algo mal al ejecutor… Muy mal, si tenemos que fiarnos de nuestra historia.

Icono de San Teodoro de Amasea
Pero… ¿Cómo acabó el soldado este, por muy mártir que fuera, con una historia hablando de dragones? Pues bien, la cosa es que… en realidad la historia no era suya realmente. Los primeros relatos de San Jorge como caballero matadragones provienen del siglo XI, pero fueron tomados de una leyenda cuya copia más antigua es del siglo IX y que corresponde a otro santo militar: san Teodoro de Amasea. El relato consiste simplemente en que se enfrentó a un dragón en la ciudad de Euchatia, antes de negarse a hacer sacrificios a los dioses y, no contento con eso, quemar el templo de Cibeles. Aunque el relato de la muerte del dragón es del siglo IX, ya existían antes imágenes de san Teodoro como si de un caballero se tratara durante los siglos VI y VII. A su vez, esta imaginería de un soldado montado que lucha contra el mal con una lanza proviene a su vez de imágenes precristianas, los conocidos como “jinetes tracios” y que en muchas ocasiones aparecen ensartando serpientes. Esta iconografía fue cristianizada alrededor del siglo V d. C., una cosa llevó a la otra, y algún fraile gracioso se quedó con la leyenda de san Teodoro y se la plantó a san Jorge. Porque patata.

San Jorge es, debido a su antigüedad, un santo venerado por protestantes, católicos, ortodoxos, etíopes ortodoxos, coptos y, aunque os parezca mentira, por los musulmanes. Según sus fuentes, se considera que fue un personaje relacionado con los apóstoles de Jesús, y existen distintas versiones de lo que hizo, desde ser martirizado por negarse a la construcción de unas estatuas de Apolo que estaban poseídas por Satán, hasta morir y resucitar tres veces, pasando por revivir a los muertos y hacer que crecieran las plantas por su mera presencia. Al parecer, lo ven como una especie de figura profética relacionada con Elías. Lo único que me queda claro de esto es que si Diocleciano fue el que se lo cargó, hizo el primo de la manera más horrenda, visto que es venerado en medio mundo. Pardillo.

Y hasta aquí llega mi relato sobre San Jorge, el soldado romano que se convirtió, sin comerlo ni beberlo, en el creador del tropo de caballero matando un dragón y salvando una princesa. No estoy muy convencida de que le hiciera demasiada gracia, pero el buen hombre tendrá que tragar con ello por el resto de la eternidad. Mientras tanto, yo volveré a mis relatos dominicales hasta mayo. Sed felices, ¡y feliz Día del Libro!

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