Érase una vez una pastora. No era increíblemente bella, pero
era guapa, y tampoco era muy sabia, pero era lista a su manera. La pastora
vivía feliz cuidando de sus ovejas, en un pequeño pueblo en las montañas al
borde de un reino. Poco sabía la pastorcilla de los problemas que había en el
reino, pues el príncipe heredero al trono había caído enfermo. Su enfermedad
era desconocida, y no parecía que nada pudiera curarle. Así que el rey mandó un
bando para que acudieran a palacio todos aquellos que tuvieran conocimientos,
fueran mágicos o mundanos, que permitieran sanar a su hijo.