domingo, 12 de abril de 2020

52 Retos de Escritura (XV): Favores

Reto #15: Haz que tu relato termine con “No había nada más que pudiéramos hacer”.


FAVORES


Eloisa acabó de leer el correo electrónico que le había enviado Alex, y suspiró.

No sabía cómo iba a decírselo.

En todo lo concerniente a los seres míticos, le gustaba ser optimista. Esto no era como los tiempos antiguos en los que los “oscuros” se llevaban a la gente a rastras y los mataban de formas terribles. Al menos, ya no lo hacían de forma habitual. Había incidentes, por supuesto, pero no pasaban de roturas de la mascarada que, en general, se saldaban con una memoria difusa mientras el cerebro intentaba asimilar algo que consideraba que no existía. Incluso con la mayor variedad de seres míticos que había traído la inmigración, no había habido un aumento real en el número de problemas, ni tampoco en la gravedad de los mismos. Pero esta vez había sido distinto. Y ahora sus peores temores se habían confirmado.

Una parte de ella buscaba un sinnúmero de detalles que podrían haber sido distintos, que habrían arrojado un mejor resultado que el que tenía delante. Si hubieran recibido la noticia antes, si hubiera estado en la ciudad y no en un pueblo de los alrededores, si hubiera llamado antes a Sorin, si hubiera… Pero era absurdo, se daba cuenta. El resultado final había estado sellado desde el mismo momento en el que la mujer había desaparecido. Por más que hubieran corrido, por más que hubieran actuado casi de inmediato, no había solución alguna.

Se levantó, preguntándose si no sería mejor dejarle el marrón de darle las malas noticias a la policía. A fin de cuentas, era probable que Alex les hubiera llamado después de enviar el correo, o puede que incluso lo hubiera hecho al mismo tiempo que lo escribía y lo enviaba. Una vez encontraran el cadáver y certificaran su defunción, se lo comunicarían a la familia. El golpe sería igual, se lo dijera quien se lo dijese.  Y dejando que fuera la policía, luego no habría que dar explicaciones sobre cómo uno de los miembros de dicha familia parecía saber ya lo que había ocurrido. O eso era lo que le decía la lógica, pero lo que los seres humanos sentían, lo que los seres vivos en general sentían, rara vez tenía que ver con la lógica.

Así que, a pesar de que no tenía por qué hacerlo, Eloisa decidió que se lo diría ella misma en persona. Era lo mínimo.

Durante el camino, no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido, y en las consecuencias de sus actos. En teoría, se había extralimitado. Su poder acababa en los límites de la ciudad. Lo que había fuera de ellos era territorio libre. Algunas de las poblaciones cercanas a la capital, aquellas que podían ostentar el apelativo de “ciudad”, tenían sus propias Cortes, con las que se comunicaba de vez en cuando. Pero en el resto de pueblos, no había nadie que controlara lo que los seres míticos hacían. Así que ella no tendría por qué haber entrado en aquel lugar, o haber enviado a nadie a investigar… Si hubiera tenido un frente abierto con la Corte Negra, le habrían pedido explicaciones. Muchas. En realidad todavía no estaba segura de que no se las fueran a pedir, pero estaba dispuesta a pagar este precio, esta vez.

No era un tema de deber como Reina Blanca. Era un tema de deber como amiga.

Como amiga de la persona que había llamado durante la madrugada, la voz temblando, llena de lágrimas, sorbiéndose los mocos mientras intentaba explicar que su madre había desaparecido, no podía ignorar lo que había ocurrido. La madre de su amiga, a la que había conocido antes de que una enfermedad degenerativa empezara a carcomerle el cerebro, no merecía convertirse en un desaparecido más sin explicación. Su amiga no se merecía vivir con ese sufrimiento. ¿Y qué si se había saltado esta vez las normas? No lo había hecho como Reina Blanca. Lo había hecho como amiga. Y si tenía que renunciar por ello… estaba dispuesta a hacer ese sacrificio.

Aunque, ¿qué iba a poder decirle? ¿Cómo iba a poder contarle que su madre había sido víctima de un aos sí venido desde el otro lado de Europa? ¿Uno que había decidido que podía convertir a pobres ancianos en juguetes para sus pasatiempos? Sabía que podía decirle que lo habían capturado, y que las dos Cortes se reunirían para juzgarle y probablemente condenarle por sus actos, incluso si habían ocurrido fuera de la ciudad. ¿Pero realmente era eso algo que podía decirle? Incluso si ella sospechaba que había… cosas… en el fondo nunca había estado dispuesta a adentrarse en ese mundo. Y debía respetar esos deseos. Incluso si ese mundo se había interpuesto en su camino de forma forzosa.

Ahora solo tenía que encontrar una forma de contárselo sin quedar como una absoluta desgraciada con el tacto de una piedra.

El viaje se le hizo horrendamente largo, pero se encontró delante del portal mucho antes de lo que ella hubiera querido. Tragó saliva antes de comenzar a levantar la mano hacia el botón del telefonillo, pensando en lo que decir. Pero antes de que siquiera pudiera presionarlo, escuchó un chasquido, y la puerta abriéndose. Desde dentro del portal, una Alejandra pálida y con cara solemne la esperaba.

—¿Cómo…?

—Me ha dejado pasar un vecino— explicó.

—¿Y la policía?

—Tengo que ir mañana a hacer una declaración.

—¿Van a venir a hablar con ella?

Alex sacudió la cabeza.

—Con el marido.

—Oh.

Eloisa miró a su caballero.

—¿Por qué has venido?

—Porque sabía que lo harías. Y no te vas a enfrentar a estar mierda tú sola.

Abrió la boca para replicar, pero se lo pensó mejor.

—Gracias.

Oh, seguía pensando en cómo demonios darle las noticias a su amiga con algo de tacto. Pero al menos tenía a alguien a su lado para apoyarla. Era mucho más de lo que podía pedir en aquellos momentos.

Subieron hasta la casa de su amiga. El pasillo estaba en completo silencio, más allá del eterno zumbido de la electricidad. Tomando aire, Eloisa pulsó el timbre de la puerta y esperó. No mucho, por supuesto. Casi de inmediato, una mujer abrió la puerta de golpe y se la quedó mirando.
Todas las palabras que hubiera querido decir, todo lo que había planeado, todo se esfumó como el humo dispersado por el viento. Pero no hizo falta decir nada.

Vio la sorpresa en su cara, y luego la comprensión. Y luego escuchó un sollozo ahogado, mientras que los hombros de su amiga comenzaban a temblar, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Y lo único que se le ocurrió hacer en aquel escaso segundo fue abrazarla antes de que la otra mujer estallara en llanto, aferrándose a ella.

—Lo siento— fue lo único que pudo decir, mientras ella también comenzaba a verter lágrimas—. Lo siento. No había nada más que pudiéramos hacer.


Nota de la autora: siento que sea corto, pero no estoy en mi mejor momento.

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