domingo, 5 de abril de 2020

52 Retos de Escritura (XIV): Rania

Reto #14: Tu protagonista es una guerrera entrenada desde pequeña, pero ha descubierto que quiere cambiar de vida.


RANIA


Rania miró con seriedad a su compañera. Girka en aquellos momentos la estaba mirando como si le hubieran crecido una segunda cabeza.

—Disculpa, ¿que quieres qué?— preguntó la enana cuando por fin reaccionó.

—Quiero que me enseñes a tejer.

Hubo una pausa larga. Muy larga. Se podría decir que larga en exceso. Por fin la enana se decidió a volver a hablar.

—No tengo nada en contra de enseñarte a tejer, o a cualquier otra cosa, pero, ¿por qué te ha dado por ahí? ¿No decías que eso lo hacían los “inferiores”?

Eso hizo que Rania se sonrojara de vergüenza. Sí, creía recordar que había dicho eso. Repetidas veces. Era lo que se le había inculcado desde su más tierna infancia. Su familia había seguido al tótem del tigre perlado, y eso los hacía en los mejores guerreros de los clanes del norte de Saladria, al otro lado del océano. Ellos no se rebajarían a realizar las tareas de los tótem inferiores que requerían de más que las pieles que cazaban para cubrir sus cuerpos. Incluso el curtido del cuero o el tratamiento de las pieles se veía como poco más que un mal menor. Incluso después de ser capturada después de una emboscada y vendida a un tratante de esclavos, había mantenido el orgullo de seguir al tigre perlado.

Por supuesto, se había salvado a sí misma, pero no antes de encontrarse en un continente nuevo y sin medios para regresar a su hogar.

Ah, pero ese orgullo estúpido ahora no servía de nada, ¿verdad? Masculló su respuesta, todavía roja como la grana, bajando la cabeza y mirando a sus pies, que no llevaban siquiera zapatos, sino tiras de cuero enrolladas alrededor.

—¿Perdona? Creo que no te he escuchado— Girka mostró una sonrisa divertida ante el obvio azoramiento de su compañera de trabajo.

—¡Me he enamorado, ¿vale?!— gritó Rania, avergonzada y furiosa al mismo tiempo.

—¿Oh? ¿Y quien es la afortunada persona?

—Es… Es Eirin.

—¿Oh? ¡Oh! Oh…

El rostro de la enana se ensombreció, pero eso a Rania no le pillaba de improviso. Se dejó caer y se sentó en el suelo de piernas cruzadas. Apoyó las manos en el suelo, la cabeza gacha. Eran completamente absurdo, lo sabía.

—Mira que ir a enamorarte de esa mujer… No podía odiar más a la gente como nosotras— la enana sacudió la cabeza—. ¿Has hablado con el jefe de esto?

—No…

—¿Y por qué no?

—¿Qué le iba a decir? No puedo decirle que quiero irme de la compañía si no estoy segura de que pueda… de que vaya a…

—¿De que puedas seducir a Eirin?

—¡No lo digas de esa manera!

“Seducir” era una palabra que sonaba casi maligna. A Rania le hacía pensar en engañar a la otra persona para conseguir que hiciera lo que quería, y ella no quería eso. No para Eirin. Eirin era maravillosa. No había conocido a una mujer como ella en la vida. Era bellísima, de anchas caderas y hombros amplios, robusta y alta, con la cara redonda y llena de pecas. Tenía los ojos y el pelo oscuro, y la piel morena. Cuando sonreía, toda la cara se le iluminaba. Además, tenía carácter y no dejaba que nadie la pisoteara. Era estricta cuando debía serlo, y amable con todos aquellos que lo merecían. No era capaz de encontrarle falta alguna. El único problema era que Eirin odiaba a todos los guerreros. Daba igual que pertenecieran a una banda mercenaria o al ejército del país, sólo tenía palabras de desprecio para esa persona. Para ella, que había sido desde muy pequeña inculcada con la idea de que los guerreros eran superiores a todos los demás, aquello suponía un obstáculo enorme. Pero estaba dispuesta a cruzarlo, ¡todo por Eirin!

—Lo único que quiero es estar con ella. Por eso necesito cambiar de vida. Y supuse que tejer sería un buen comienzo.

Girka la miró largo y tendido antes de suspirar.

—Así se me lleven los Najem…— la escuchó musitar, antes de añadir en alto—. Creo que, antes de tejer, debería enseñarte cómo es la vida en un pueblo como este. Si de verdad estás dispuesta a sacrificar todo lo que conoces, hazlo al menos de forma que no se vuelva en tu contra, ¿de acuerdo?

—¡¿Me ayudarás?!

No pudo evitar mostrarle una sonrisa a Girka, notando cómo una luz de esperanza llenaba todo su cuerpo. Si tenía la ayuda de los demás mercenarios, estaba segura de que podría llevar una vida normal en nada de tiempo. La enana suspiró de nuevo, sacudiendo la cabeza. Luego cuadró los hombros, como si hubiera tomado una decisión, y la miró a la cara.

—Sí, te ayudaré. Pero quiero que tengas en cuenta que eso no quiere decir que vaya a salir bien, ¿de acuerdo? Tenlo en cuenta antes de hacer algo que vayas a lamentar.

Rania sonrió de oreja a oreja, encantada ante la idea de que no estaba sola en aquel trance.

—¡Lo tendré en cuenta! ¡Pero seguro que con tu ayuda todo sale bien!

Se daría cuenta más tarde, cuando toda la niebla rosada de felicidad se apartara de su mente, que Girka nunca había estado tan segura de los resultados como ella.



—Lo primero que necesitas es un empleo. ¿Qué es lo que sabes hacer, a parte de combatir?

—Sé cazar.

—Este pueblo depende de la agricultura y la ganadería, la caza no es tan necesaria. ¿Qué más?

—¿Curtir pieles?

Girka se quedó pensativa.

—¿Sólo curtirlas? ¿No sabes hacer nada con ellas?

—Cortarlas y convertirlas en ropa.

—¿Llegas a coser?

—Es la única forma de unir las pieles.

—Al menos tenemos eso. ¿Sabes hacer calzado?

—Los cambiantes no usamos calzado.

—¿No? ¿Por qué…? Ah, cierto, si te transformaras te lo cargarías. Pero bueno, por algo se empieza— Girka suspiró—. Sería mejor que entraras a zapatera antes que a curtidora, pero eres un tanto mayor como para entrar de aprendiz. Aún así, creo que deberíamos empezar por encontrarte una plaza.

Y dicho esto, la enana la agarró del brazo y tiró de ella hacia el mercado del pueblo. Su intención parecía ser la de intentar que se quedara aprendiendo de un zapatero.

Rania entendía que era necesario un oficio para mantener a una familia. Pero para su familia, ser un guerrero era su oficio. Ellos se dedicaban a defender al resto de tótem del clan, y por ello recibían la mejor parte de la comida. Como mucho, se dedicaban a la caza y al curtido como males menores para cubrir sus necesidades en caso de no estar en compañía de tótem que sus padres habían considerado inferiores. Una parte de ella, la parte que todavía vivía según las convicciones de su familia, gritaba horrorizada ante la idea de pasar toda su vida dedicándose en exclusiva a ese “mal menor”. Pero la acalló. Si quería vivir junto con su amada, debería aprender a vivir una nueva vida.

Tardaron un buen rato en encontrar un zapatero. El hombre era anciano, un tanto gruñón, y no parecía que estuviera teniendo muchas ventas a pesar de que las motas que mostraba en su tienda eran, a todas luces, de una gran calidad. Girka se acercó al hombre, todo sonrisas.

—Buenos días, maese Gainan.

El tal maese Gainan escupió.

—Tú otra vez. ¿Vas a quejarte de las botas que me compraste hace una semana? Si las has roto ya, no es asunto mío.

—¡No, no! Las botas están perfectas, como era de esperarse. Sólo había venido por algo que había comentado su esposa…

—¿Mi esposa? ¿Qué demonios se le ha perdido a esa arpía en mi negocio?

—Oh, sólo me había comentado que estaba necesitado de alguien que estuviera interesado en aprender el oficio, dado que su hijo ha decidido…

—¡No necesito un aprendiz! Esa arpía puede meterse sus ideas por…

—Pero, maese Gainan, creí que podríamos llegar a un trato. Verá, tengo a alguien que necesita aprender un nuevo oficio.

—¿Quién, esta?— el anciano le lanzó una mirada a Rania desde la cabeza hasta los pies, quedándose clavados en estos últimos—. ¿Y cómo esperas que me ayude a hacer calzado una tipa que no lleva zapatos, si se puede saber?

—Oh, oh, eso es porque se trata de una cambiante.

—¿Una qué?

—¿Cambiante? ¿Los pueblos nómadas de Saladria?

—¿Los que se transforman en bichos? ¿Y eso qué tiene que ver?

Rania tragó aire y lo contuvo, contando mentalmente. Antes de esto no habría admitido tal insulto. Pero ahora tenía que tragar, si quería aprender un oficio con el que mantener a Eirin.

—¿Pues precisamente porque se transforma? Es demasiado gasto en preciosas botas que no merecen sufrir ese tratamiento— Girka siguió hablando, con una sonrisa que más bien parecía un rictus congelado—. Pero eso no quiere decir que no sea buena trabajando. ¡Ya tiene conocimiento sobre cómo tratar pieles, así que ya tiene una parte del aprendizaje cubierto!

El anciano volvió a mirarla de la cabeza a los pies, con una expresión menos agria y algo más pensativa.

—Un silfo de plata al día. Te presentarás en el taller antes del amanecer y empezaremos por ver lo que puedes hacer. ¡Y si no aguantas una semana no verás una sola moneda! ¿Entendido?

—Entendido— replicó ella.

—Bien, ¡ahora largaos! ¡Me espantáis a la clientela!

Las dos mujeres se alejaron del puesto sin hacer mención al hecho de que no había clientela alguna a la que espantar. No tardaron en encontrar un lugar en el que hablar tranquilamente sin interrupciones.

—Bueno, ahí lo tienes— dijo Girka al fin—. Ya tienes un trabajo. Procura no perderlo, ¿de acuerdo? Un silfo de plata al día no es un mal sueldo.

Rania asintió. De todas formas, tenía bastantes ahorros de los últimos trabajos con la compañía de mercenarios, con lo que creía que podría aguantar durante una larga temporada, incluso si se veía abocada al desastre con aquel primer empleo.

—¿Qué es lo siguiente?

—Una casa.

—¿Perdón?

—Actualmente estás viviendo con nosotros en nuestro cuartel, pero si dejas la compañía, tendrás que tener tu propia vivienda. Así que vamos a buscarte una en la que puedas estar. Claro que será temporal, porque si quieres vivir con Eirin necesitarás construir tu propia casa. ¿O prefieres comprar una ya teniendo en cuenta esa posibilidad?

—Yo… yo no… Espera, ¿de verdad puedo tener mi propia casa? ¿No es eso extremadamente caro?

—Bueno, lo es siempre que no tengas nada ahorrado. Pero si tienes problemas de dinero, la compañía puede hacerte un préstamo a un interés bajo.

—¿Cuanto sería?

—Uhm… una buena casa serían unos cincuenta dracos de oro.

Hubo una pausa.

—¿No es eso lo que recibimos normalmente cuando estamos en campaña? ¿A la semana?

—Eh… Sí, claro, porque es raro que estemos en campaña así que tenemos que mantenernos durante el resto del año. Por supuesto, eso es el precio de una casa base, si piensas en una con una pareja a la vista entonces…

—Vamos a comprar esa maldita casa.

No quería empezar a hablar sobre el hecho de que tenía ahorrados varios miles de monedas de oro. O sobre su incapacidad para gastarse toda la maldita paga en alcohol como parecían hacer sus compañeros.



Rania tenía que admitir que las siguientes semanas habían sido… complicadas. Había conseguido encontrar una casa en venta, pensada más bien para una sola persona, porque incluso si estaba dispuesta a hacer sacrificios para conseguir el amor de Eirin, tampoco era tan ilusa como para gastarse todas sus monedas de una sentada. Además, había tenido que tener en cuenta otros gastos, como los muebles y la comida que iba a necesitar. Aquella primera noche en la casa descubrió también que le costaba conciliar el sueño. La única vez en su vida que había estado realmente sola había sido cuando la habían capturado para venderla como esclava. Eso había resultado en un terror con el que tendría que lidiar si quería que Eirin la aceptara

En cuanto a su aprendizaje… era complicado. Para empezar, era más fuerte que hábil, por lo que a veces encontrar el punto justo para hacer ciertas cosas sin romperlas le resultaba complejo. No ayudaba tampoco que su maestro fuera el viejo gruñón y la considerara poco menos que una inútil. Parecía que estaba dispuesto a que se fuera y acabara trabajando de curtidora. Pero aquí su cabezonería resultó ser una ventaja más que un defecto, en el aspecto de que no se dejó amilanar por aquel viejo. A pesar de que el hombre quisiera negarlo fervientemente, sus botas comenzaron a parecer eso, botas. Incluso había unos pocos pares que habían sido vendibles. Estaba segura de que el hombre acabaría claudicando, aunque solo fuera porque su cráneo fuera más duro que el de él, en el sentido figurativo de la expresión.

Tal vez uno de los mayores problemas para ella había sido cocinar. No había tenido problema mientras había estado con los mercenarios porque contrataban a gente que se encargaba de esas tareas. Incluso si ahora no tenía acceso a ese recurso, tenía unos mínimos conocimientos de cómo hacer algo comestible. Pero como tenía un oficio que aprender, lo de salir a cazar o pescar su comida era algo que no podía permitirse. Así que tenía que comprar la comida en el mercado. Afortunadamente para ella, sus vecinos, que sabían de dónde había salido y se habían enterado de lo que estaba intentando hacer, se apiadaron de ella y la enseñaron en qué lugares debía comprar, qué era lo que debía buscar, y cómo hacer frente a las cosas que eran obvias estafas. Había sido más duro que su oficio si cabía, pero lo encontró sorprendentemente satisfactorio. Se dio cuenta de que era otro tipo de batalla.

Si acaso, la amabilidad de la gente que vivía a su alrededor la llenó de confusión, pero también de una cierta felicidad. Con una de las mujeres aprendió a remendar la ropa de tela, y otra le enseñó a tejer. Un tercer vecino le enseñó cómo hacer conservas, y un cuarto le indicó la manera apropiada de limpiar su casa. Todas aquellas tareas que había considerado inferiores durante tanto tiempo, comenzó a comprender su necesidad. ¿Por qué su familia había pensado que eran inferiores cuando estaba claro que eran necesarias? ¿Cuántas generaciones de su tótem habían llevado a los suyos a llegar a esa conclusión? Decidió que esa era una pregunta para la que no quería la respuesta. De todas formas, poco importaba porque, aunque pudiera volver con los suyos, seguramente nunca la volverían a aceptar. Y, de todas formas, había decidido que su vida estaba ahí, en aquel pueblo.

Y al fin, después de tanto aprender y entrenar, de cambiar su vida por completo y sentirse más o menos cómoda con ella, decidió que era el momento.

Era un día de fiesta, y sabía que Eirin, como todos los demás, estarían en la plaza del pueblo bailando ante la música que algunos de los vecinos tocaba. Todo el lugar parecía estar engalanado para la ocasión, con cintas y banderolas y flores, y estaba sin duda lleno de gente. Pero aún así, no tuvo problema en encontrar a Eirin, que en aquellos momentos se encontraba en uno de los lados de la plaza, hablando con sus vecinas. De vez en cuando podía verla reír ante algún chiste o comentario de alguna de sus compañeras.

Se encontró teniendo que hacer uso de toda la fuerza de voluntad y de todo el valor de los que había hecho gala como mercenaria. ¿Cómo podía estar tan nerviosa por una simple petición? Se había enfrentado a criaturas corruptas desde que tenía uso de razón, sin dudar ni un solo instante. ¿Por qué ahora estaba aterrada ante la idea de simplemente hablar? No, tenía que hacer esto.

Aprovechando que varias de sus compañeras se alejaban para buscar gente con la que bailar, se acerco.

—Eirin…

—¿Eh? Oh, eres tú…— Rania tuvo que morderse la lengua al escuchar el tono de Eirin; no era despectivo, pero sí monótono—. He oído que has dejado la compañía de mercenarios.

—Estoy aprendiendo un oficio.

No era realmente cierto que hubiera dejado la compañía, porque el líder había decidido que no aceptaría su renuncia hasta que confirmara que de verdad se había amoldado a la vida que decía querer. Pero eso no quería decir que no fuera a ser cierto en un futuro. Así que era mejor ceñirse a la verdad sin comentar lo que era falso. Especialmente, se dijo, si sería cierto en breve.

—Bien por ti. ¿Y a qué has venido hoy?

—Pensé… ¿Te gustaría bailar?

—Perdona, ¿qué?

Rania abrió la boca para repetir su pregunta, cuando los gritos aterrados de la multitud detuvieron aquella conversación.

—¡Dadnos todo lo de valor que tengáis!— escuchó que gritaba alguien.

Frunció el ceño. ¿Bandidos? ¿Qué demonios estaban haciendo los mercenarios? ¿No deberían estar de guardia? Normalmente, cuando los pueblerinos estaban celebrando este tipo de ocasiones, ella y otros compañeros estaban a las afueras del pueblo asegurándose de que no aparecieran sorpresas desagradables. Tomó de los hombros a Eirin, que estaba mirando hacia el grupo de bandidos, ahora visible, con los ojos abiertos como platos de la sorpresa y el terror.

—Tenemos que salir de aquí— le dijo, con una voz calmada.

No eran nada del otro mundo. Si quisiera hacerles picadillo, lo haría con toda la facilidad del mundo. Pero estaba delante de su amada que odiaba a los guerreros, así que tenía que hacer lo que correspondía, que era alejarla de allí antes de que ambas se vieran envueltas en el problema. El problema era que Eirin, a diferencia de Rania, estaba tan aterrada que se había quedado paralizada en el sitio. A pesar del tirón insistente, no había forma de que se moviera. Lo cual llevó al momento inevitable en la persona que parecía el líder de los bandidos se dio cuenta de su presencia y comenzó a acercarse a ellas.

—Bueno, señoritas, me vais a dar todas vuestras pertenencias o…

El hombre había comenzado a levantar de forma amenazadora una espada, pero antes de que pudiera acabar su amenaza, acabó en el suelo con un grito de terror en su garganta cuando un enorme tigre de un tono blanco nacarado saltó sobre él, poniendo sus enormes patas sobre el pecho. Podía darse por afortunado de que el tigre no hubiera sacado las garras o le hubiera mordido con sus colmillos afilados como dagas. El enorme tigre levantó la cabeza y la fijó en el resto de los bandidos.

—¡Oh, mierda, es esa loca!— chilló uno.

—¿Qué? ¿Qué loca?

—¡La maldita cambiante! ¡¡Corred o nos morderá a todos y nos convertirá en uno de ellos!!

El tigre lanzó un rugido amenazador en el mismo momento en el que esa palabras acababan, y aquello hizo que la mayoría de aquellos matones de feria decidieran largarse a toda velocidad.

Rania se acomodó tranquilamente encima del líder de los bandidos. Con su mente todavía eufórica por el súbito gasto de adrenalina que había supuesto su transformación, simplemente le miró.

—Teníais que atacar ahora y fastidiarla, ¿verdad? ¿Cómo lo habéis logrado?

—¿E-el qué?

—Lo de colaros.

—E-el novato. Pe-pegamos al no-novato.

Oh, mierda, pensó. El jefe no iba a estar contento. El “novato” era un chaval elfo seelee que no llegaba siquiera al siglo de vida y que estaba allí durante solo unos pocos años porque su madre era una de sus compañeros y los seelee tenían tendencia a mandar a sus hijos con las familias de su progenitores, estuvieran estos donde estuviesen. El pobre chico acababa de empezar hacía unos meses, ¿qué demonios estaba haciendo en tareas de vigilancia tan pronto? Iba a tener que tener unas cuantas palabras con el líder.

Luego recordó que no estaba en demasiada posición de quejarse porque iba a dejar de ser miembro de la compañía en breve. Un segundo “oh, mierda” cruzó su mente mientras su cabeza se volvía hacia la mujer a la que quería pedir salir.

Eirin estaba temblando, su cara oscurecida en una tonalidad que no parecía saludable. Su rostro era una mezcla de sentimientos que no era capaz de traducir, pero estaba segura de que uno de ellos era sin duda la rabia. Y no le quedó la menor duda cuando la mujer gritó.

—¡Eres una salvaje! ¡No te quiero volver a ver en la vida! ¡Te odio!

Y se fue corriendo.

Rania sintió cómo el corazón se le partía en pedazos. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué reaccionaba así a pesar de que la había salvado? ¿Les había salvado?

Miró al jefe de los bandidos. Este estaba blanco y boqueaba, su mente comenzando a darse cuenta de que probablemente su adversaria no había estado cabreada… hasta ese momento.

—Bien, veremos qué tan compasivos son los dioses de tu gente.



Girka encontró a Rania sentada a la barra de la taberna habitual de la compañía. O más bien derribada sobre. Se acercó al tabernero, que no parecía inmutado ante la presencia de la cambiante sobre su mostrador.

—¿Cuánto ha bebido?

—Un silfo de plata de mi cerveza casera.

—¿Sólo un silfo?

—Siguen siendo ocho pintas.

La enana sacudió la cabeza. Por supuesto se olvidaba de que Rania no estaba acostumbrada a beber alcohol barato. No tanto ni tan de seguido. En cualquiera de los casos, era hora de llevársela de vuelta a casa.

—No la irás a enviar a ese cuchitril en el que vive ahora, ¿verdad?— el tabernero la miró mal.

—Eh, eh, ¿estás diciendo que tus vecinos viven en cuchitriles? Menuda forma de expresarse. Además, si piensas que voy a cargarla hasta cualquier lado, es que te has pasado con esa birria que llamas “cerveza casera”.

El hombre lanzó un bufido indignado y se alejó.

Girka sacudió a su compañera de forma insistente, hasta que los ojos nublados por la borrachera se abrieron. Tardó un poco de tiempo en fijarlos lo suficiente como para darse cuenta de quién estaba a su lado. Pero no pronunció palabra. Más bien, volvió a esconder su cara entre sus brazos, doblados para formar una especie de almohada.

—Bueno, yo también me alegro de verte— replicó la enana, que estaba intentando ser paciente—. No puedes quedarte aquí, ¿sabes? Mañana tienes que trabajar.

—No quiero trabajar. No quiero hacer nada— la voz que surgía del hueco de los brazos de la cambiante estaba empastada por culpa del alcohol—. Solo quiero morirme.

—Sí, sí, lo entiendo muy bien. No eres la primera a la que le dan de calabazas, ¿sabes? Pero este buen amigo que te ha servido querrá irse a su casa temprano, así que tienes que irte a casa.

—No quiero. Es horrible dormir sola.

Hubo una larga pausa, mientras la enana pensaba en qué forma podría convencer a su amiga de que hiciera el favor de levantarse del asiento e irse a dormir a un sitio sensato donde luego pudiera pasar la posible resaca. Pero antes de que pudiera siquiera idear una estrategia, Rania volvió a hablar.

—La he fastidiado. Lo estaba haciendo bien, ¿verdad? Pero entonces tuve que asustar a esos estúpidos bandidos. Y ahora me odia.

—Sinceramente, no veo de malo que hayas espantado a esos bandidos. Si acaso, lamento que no les hubieras mordido el culo. Así no tendríamos a Aralis cazándolos por todo el bosque en venganza por lo de su hijo. No sé cómo le vamos a explicar eso al barón.

Una nueva pausa.

—Pero ella me odia.

—Tengo la sensación de que te habría odiado hicieras lo que hicieses.

No es que fuera una experta, pero si te cabreabas con la persona que te había salvado el trasero, incluso si salía de su camino para no hacerle daño a nadie, es que adolecías de estupidez supina, por no hablar de ser desagradecida a más no poder. Pero Rania, que en ese momento se había puesto a sollozar, no estaba en aquel momento como para tener una conversación racional. Así que era ese tipo de borracha… Bueno, qué se le iba a hacer.

—¿Quieres seguir viviendo en esa casa?

Rania sacudió la cabeza.

—¿Quieres seguir haciendo zapatos?

Un momento de duda. Un momento de duda largo, antes de volver a negar con la cabeza.

—¿Quieres seguir haciendo las cosas que has aprendido durante estos meses?

Esta vez hubo un asentimiento.

—Bien, entonces vamos a hacer una cosa. Nos vamos a ir al cuartel, y te vas a ir a dormir a tu antiguo catre. Mañana hablaré con el jefe para que te readmita— como si necesitara convencerle, pensó mientras decía estas palabras, pero no lo iba a mencionar en voz alta—, y te enseñaré a hacer cosas aún más divertidas. Como tocar un instrumento. Seguro que te gusta. Tienes pinta de que se te da bien la percusión.

Un ojo enrojecido asomó por encima de los brazos de piel blanca.

—¿Me vas a enseñar a tejer?

—¿No sabías ya? Pero si es lo que quieres, seguro.

Durante unos instantes, pareció que Rania no se iba a mover, pero luego se irguió y, tras unos segundos para averiguar dónde se encontraba la puerta, se tambaleó hacia la misma. Girka salió corriendo tras ella, despidiéndose del tabernero. Mientras se aseguraba que su compañera no se perdía y seguía su camino en dirección al cuartel, pensó que al menos había sacado algo bueno de aquello, si Rania comenzaba a considerar otros oficios y trabajos como algo digno, incluso si no eran guerreros. Había tenido el potencia de entender aquello, así que solo había que darle un empujoncito. ¿Tal vez debería agradecérselo a Eirin?

Tal vez debería enviarle ese par de botas que había hecho Rania, las que Aralis había comprado hacía una semana porque quería apoyar a su amiga, y que seguramente estarían ahora salpicadas de barro y sangre de los bandidos. Seguro que era un excelente recordatorio del sueño que acababa de arruinar. Total, puede que Rania no quisiera hacer zapatos ahora, pero habría que ver lo que aguantaba a la pareja de madre e hijo seelee mirándola con ojitos de gatito abandonado. Soltó una queda risa mientras sostenía a su compañera borracha.

—Ah, más tonta ella por tener el gusto en el culo.

Las dos, enana y cambiante, se adentraron en la oscuridad de la noche y volvieron al que era su hogar.

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