domingo, 24 de mayo de 2020

52 Retos de Escritura (XXI): Pasado

Reto #21: Escribe un relato sobre un personaje que ha cambiado de identidad y que añora su antigua vida.


PASADO


Tal vez, lo que más echaba de menos era su nombre.

No es que le hubiera gustado especialmente, no antes, al menos. No cuando lo tenía y daba por sentado que lo tendría siempre. Tampoco lo odiaba, la verdad, simplemente estaba ahí y era suyo. Pero ahora que era un secreto, ahora que no era suyo, lo echaba de menos. Era cierto aquello que decían sobre que no se sabía lo que alguien tenía hasta que lo perdía.

Pero era lo único que podía hacer. Dejar atrás su nombre y su anterior vida era una necesidad. Lo era si quería sobrevivir.

No es que su nueva vida estuviera mal. Aunque al principio le había costado mucho hacerse a su nuevo hogar, había conseguido encontrar un trabajo y hacer algo con su vida que no requiriera morirse del asco en las calles. A partir de ese punto, el ser una persona normal, un vecino más, no era complejo. En general, cuando estaba centrado en esa vida, en su trabajo y en su casa y en todas las pequeñas cosas del día a día, se olvidaba de que era falsa. De que la persona que sus amigos conocían no era real, sino inventada, algo construido para protegerse de… bueno, suponía que lo más correcto sería decir “del pasado”.

Era mejor esto a nada, desde luego, pero en el fondo lamentaba no tener lo que había tenido antes.

En aquel lugar, en aquella vida que no era auténtica, no tenía apenas amigos. Por supuesto, tenía conocidos, compañeros de trabajo, gente con la que tener una charla cuando fuera necesario. Pero a la hora de la verdad, ¿de verdad podía considerarles amigos? ¿Podría confiar en ellos lo suficiente como para pedir ayuda o para sacrificar lo que fuera para ayudar? No, esa era una confianza que se construía después de años de convivencia, al menos en circunstancias normales. Y no se daba el caso. No podían compararse con el tiempo de media vida que había tenido para fortalecer sus lazos con su familia y sus amigos de entonces. Ya el solo hecho de no poder confiarles su secreto, su vida pasada y perdida, creaba un enorme abismo imposible de cruzar. La confianza se basa en la sinceridad, y él no podía ser sincero.

Aquella soledad se hacía complicada de llevar. Por eso procuraba no pensar en ello demasiado. Si lo hacía, acababa en una espiral de recuerdos que no le servían para nada más que para deprimirse.

Pero en aquel momento, había caído en dicha espiral.

Recuerdos de su familia a la que nunca más vería, recuerdos de un trabajo en el que jamás volvería a trabajar, de los amigos que no volvería a ver, de la ciudad en la que había nacido y a la que nunca retornaría. Todo se arremolinaba en su mente, haciéndole sentirse miserable. Lo deseaba. Lo deseaba más que nada en el mundo. Deseaba recuperar todo aquello que había tenido. Pero a medida que pasaba el tiempo, menos probable era volver a esa vida. Si es que era posible hacerlo. Cada vez le era más complicado creer que podría volver.

Tenía que hacer algo, se dijo. Cuando estaba ocupado, se olvidaba de aquellas cosas. Seguro que encontraba algo…

En ese momento, sonó el telefonillo.



Había caminado entre mundos. Podía ver la verdad oculta en medio de la ciudad. Había sido un guardián, y sus padres habían estado orgullosos de lo que hacía. Había sido elegido por los dioses, decían, para llevar a cabo una labor muy importante. Había amado aquel trabajo. Aunque costara, aunque fuera complicado, porque era algo que sus padres consideraban bueno.

Y pronto él tuvo su propia familia. Una pareja y descendencia. ¿No se suponía que eso era la mayor felicidad posible? Para él desde luego lo era. Así lo había considerado entonces.

Pero todo lo bueno tiene que acabar. En su caso, acabó de forma catastrófica.

La persona no había muerto por su culpa. En realidad, no había sabido que estaba muerta hasta que la encontró. No sabía de su existencia, de aquello en lo que trabajaba, de la vida que había llevado, o de por qué se había cruzado con uno de “ellos”. Por todo lo que sabía, había sido un caso de encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado. Igual que él, ciertamente. Porque aquellos para los que aquel hombre trabajaba eran una mafia, y no entendían de otra cosa que no fuera sus propias normas. Para ellos, intentar explicarles que lo que fuera lo que mató a su amigo no era humano, o que ni siquiera podía ser cazado, era algo que no se creerían nunca. Creían que él lo había hecho.

Intentaron matarle en un par de ocasiones. Podía pasar por ello, a fin de cuentas su trabajo era peligroso y lo sabía. Pero entonces atacaron a sus padres. Solo fue algo menor, y los dos ancianos salieron con vida del escarceo, pero le quedó clara una cosa: que no pararían hasta acabar con él, y si antes de eso tenían que llevarse por delante todo lo que él amaba, lo harían sin dudarlo un minuto. No había presunción de inocencia en aquel mundo. Y tampoco había retractaciones ni disculpas. Sólo vidas arruinadas.

Era mejor que la única fuera la suya, pensó.

Así que hizo una demostración obvia, alta y clara de que cortaba sus lazos. Se divorció, renunció a su paternidad, forzó una discusión terrible con sus padres, dejó de cumplir los deberes de su trabajo y, finalmente, desapareció.



—Sé quién eres.

Se puso en guardia de inmediato al escuchar aquellas palabras.

—No tienes ni idea de quién soy.

El joven replicó con su nombre, el que había dejado abandonado cuando había salido de su hogar hacía ya tantos años. Le dijo su lugar de nacimiento, y nombró a su familia.

—Sé de quién estás huyendo.

—¿Qué es lo que quieres?

—Necesitamos de tus habilidades.

—Dejé de hacer eso cuando abandoné mi nombre.

—¿Estás contento con eso?

¿Lo estaba? No, claro que no, pero no le iba a decir eso. Sería como admitir que todo lo que había estado haciendo durante todo aquel tiempo era una farsa absurda.

—Eso no es lo que importa. No quiero meterme más en ese mundo.

—¿Es por miedo a lo que esa gente hará si te encuentran?

No pudo responder a eso, porque la respuesta le dolía. El joven frente a él relajó los hombros y suspiró, y de pronto dejó de parecer tan serio como hasta hacía tan solo unos instantes. Cuando volvió a mirarle, encontró con que parecía más sincero, más preocupado y más amable. ¿Era esa su verdadera cara, o seguiría siendo todo aquello una especie de charada para que bajara la guardia?

—¿Y si te digo que si nos ayudas, te ayudaremos nosotros a que vuelvas con tu familia?

—Eso es imposible.

—Claro que es posible. Pero requiere… bueno, requiere mucho trabajo y contactos. Pero puede hacerse, siempre que tu quieras.

—¿Y si no lo quiero?

—Entonces nos olvidaremos de lo que hemos hablado, y tendré que buscarme a otra persona que pueda echarme una mano. Si es lo que quieres, claro.

¿Lo que quería?

¿Qué era lo que quería?

—¿Cómo piensas pararles tú? ¿Una sola persona piensa que puede parar a una mafia?

—Ah, ¿quién ha dicho que esté solo?

—¿Eres tú de la mafia acaso?

—Ah, no, yo soy alguien como tú— replicó el joven, antes de añadir tras una ligera pausa—. Bueno, no exactamente. Yo estoy dentro de la Corte.

¿La “Corte”? ¿Era eso una mafia con otro nombre? ¿Algún grupo que se hacía pasar por trigo limpio cuando eran una panda de asesinos? Tal vez era demasiado obvio en sus expresiones, porque el joven reaccionó con algo de sorpresa antes de volver a hablar.

—¿No sabes lo que es una Corte Blanca?

Lo que siguió a aquello fue la historia más rocambolesca que jamás había pensado que escucharía. Sobre criaturas de fantasía que vivían en el mundo de los humanos, que convivían con los humanos en un equilibrio extraño y que se dividían entre aquellos que querían mantener aquella paz y aquellos que querían usar a los humanos, o deshacerse de ellos, o volver a tiempos pretéritos donde reinaban con el terror. De como ese equilibrio se mantenía en cada ciudad gracias a dos grupos distintos que unían a los bandos y mantenían aquella especie de status quo sobrenatural. Habría creído que aquel hombre se drogaba si no fuera por sus propias experiencias. Incluso si no había escuchado jamás hablar de aquello, su propia historia y sus propias capacidades lo hacían creíble. Y se encontró con que le veía todo el sentido del mundo. De verdad tenía que estar loco, se dijo.

—¿Y qué tengo que ver yo en todo esto?

—¿No está claro? Queremos que te unas a la Corte Blanca de la ciudad. Por supuesto, no será gratuito. Te garantizaremos la protección dentro de la propia ciudad y en aquellas Cortes con las que tengamos contacto. Lo cual incluirá en breve tu ciudad natal— su interlocutor le mostró una sonrisa segura—. Eso no quiere decir que puedas volver, me temo, pero garantizará que nadie, mundano o místico, intente matarte.

—Eso no es una oferta demasiado atractiva. Estoy a salvo haciendo lo que he estado haciendo hasta ahora.

—También es verdad. Pero no he acabado de hablar. No tengo todos los detalles de… esa situación, más allá de que no fue causada por un humano.

Eso era algo que había sabido desde el principio.

—Por mucho que eso sea cierto, no te creerán.

—No sin pruebas, desde luego. Pero lo bueno de una Corte son los contactos. Lo mejor es encontrar al auténtico culpable… y ponerle en manos de aquellos que quieren venganza.

—¿Y que maten a ese individuo?

—Ah, no estoy seguro de que puedan hacerlo. Pero seguramente le hagan la vida imposible a él.

Se quedó mirándole, dudando. No odiaba esta vida. Estaba cómodo en aquella seguridad, más allá de los momentos en los que su mente volvía al pasado. Era segura, y no había razón para cambiar teniendo en cuenta que todavía no se había estropeado. ¿Qué problema había con seguir así? Y sin embargo…

Sin embargo, el quería su vida anterior. Quería tener a su familia consigo. Eso era lo que aquel tipo le estaba prometiendo. ¿Estaba dispuesto a correr ese riesgo, después de tanto tiempo?

Se dio cuenta de que la respuesta a aquella pregunta era sí cuando le tendió la mano a aquel hombre.

—De momento y hasta que me des los detalles de lo que planeas hacer, ayudaré. ¿Tu nombre?

El joven sonrió y le apretó la mano con una firmeza que no había esperado de alguien como él.

—César. Soy el Guardián de la Reina Blanca.

1 comentario:

  1. Buen principio para una novela, ¿no? Bien hilado el reto. Nos leemos.

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