domingo, 17 de mayo de 2020

52 Retos de Escritura (XX): Un mundo mundano

Reto #20: Haz una historia que contenga una lucha con unos bō.


UN MUNDO MUNDANO


—Tengo un problema.

Eloisa movió el bo hacia su costado izquierdo para detener el golpe que se dirigía a sus costillas. El sonido de la madera chocando contra madera llenó la habitación. No había nadie más en el gimnasio en ese momento, su profesor le había pedido un combate de entrenamiento antes de que se marchara a casa. Aunque lo más seguro era, se dijo mientras intentaba lanzar un contraataque hacia la rodilla que fue esquivado hábilmente, que lo que quería en realidad era hablar sobre lo que fuera que le preocupara.

—¿Qué tipo de problema?

El hombre dudó durante unos segundos, lo suficiente como para que Eloisa intentara un nuevo ataque, esta vez una finta para hacerle creer que estaba atacando sus costillas cuando en realidad quería darle a la rodilla. Pero como era de esperarse, incluso distraido su profesor era demasiado para ella. Y una vez de vuelta en el juego de su combate, siguió con la conversación al mismo tiempo que intentaba un golpe frontal.

—¿Qué me dirías si te asegurara que tengo un alumno que quiere matarme?

—Que has visto demasiadas películas chinas y que deberías ir al psicólogo si empiezas a creer que son realidad— replicó Eloisa apartándose del ataque.

—¡Je! Sí, me figuraba que esa sería tu respuesta.

El hombre siguió con la sucesión de ataques, golpes de frente y desde los laterales que eran detenidos uno detrás de otro por el bo de Eloisa.

—Vamos, es un cliché tan manido que ya da hasta pena.

—Mi vida es un cliché manido, entonces.

Un nuevo intento de un golpe desde arriba a la cabeza se solucionó con una esquiva a la que siguió un golpe al bo que trabó ambas armas, manteniendo las puntas cruzadas sobre el suelo. Aprovechó esa ligera pausa en el flujo del combate para seguir con aquella conversación tan extraña.

—¿En serio me estás diciendo que hay un tío ahí afuera que fue alumno tuyo y que quiere matarte? Y ahora me irás a decir que es porque quiere tu poder o cualquier chorrada de esas…

—La verdad, no tengo ni la más remota idea de lo que se le pasa por la cabeza a ese tipo— contestó el profesor, antes de deslizar el bo por debajo del de su adversaria.

Eloisa se apartó de un salto, guardando las distancias, pero el hombre ya había bajado la guardia, dando por terminado el combate. Mejor, se dijo ella, porque estar discutiendo cualquier cosa con un cierto nivel de seriedad mientras intentaba esquivar y detener golpes era algo complicado, y con altas posibilidades de acabar recibiendo. Se acercó a uno de los bancos que había en el extremo del gimnasio, donde estaba su toalla y la funda en la que llevaba el bo. El hombre siguió el mismo camino, con la misma meta en mente.

—Vale, vamos a empezar por el principio— dijo ella después de secarse el sudor un poco—, ¿cómo sabes que quiere matarte?

—Porque ya lo ha intentando una vez.

—¿Y no has llamado a la policía? Quiero decir, un intento de homicidio se considera un crimen.

—Les he llamado, y para lo que ha servido, me hubiera ahorrado la llamada. Las cosas que hace… bueno, creo que entran más en tu campo.

—¿Mi campo?

—Bueno… Tú eres la meiga, ¿no?

Se le quedó mirando.

—¿De dónde demonios has sacado esa idea?

—Bueno, tú eres la que siempre está con tónicos de hierbas y cosas espirituales y magia y demás zarandajas, así que supongo que o bien eres una meiga, o eres uno de esos que le da por seguir religiones antiguas.

Eloisa tuvo que hacer un esfuerzo por no reírse ante esas palabras. ¿Tónicos? ¿Magia? Bueno, técnicamente lo segundo era cierto, pero parecía describirlo como algo de otro mundo y ajeno. Para ella era el pan de cada día y algo tan mundano como podía serlo un reloj. Aún así, se preguntaba qué problema podría tener su profesor si consideraba que necesitaba a una “meiga”.

—Dejando de lado mi opinión sobre eso, ¿qué tiene que ver?

—Creo que… está intentando usar un ritual mágico para matarme.

—Me estás tomando el pelo.

—No, no… Mira, no sé. No creía en este tipo de cosas, lo sabes. Pero me ha tirado cosas encima… No sé, hierbas. Y le han visto por mi edificio haciendo cosas raras. Una vez lo roció todo de sangre de pollo.

—¿Hierbas? ¿Sangre? ¿Qué cojones se cree que es, un santero?

—No sé, pero me lo he encontrado dos veces y en las dos me ha dicho que me matará. Pero como no tengo testigos ni prueba de nada, la policía no va a hacer nada.

—Magia no sé, lo que parece es que el tipo está grillado. Del todo.

—Dime algo que no sepa. ¿Pero no puedes hacer nada de nada? Aunque solo sea para ver lo que ha estado haciendo y decirme que no es nada, eso al menos me dará algo de paz. Con los cuchillos y las pistolas puedo.

Suspiró. Suponía que no podía decirle que no, a pesar de que seguramente no sería nada en lo que ella pudiera ayudar. Cuando se trataba de humanos, la mayoría cada vez que recurría a la “magia”, lo hacía a chorradas supersticiosas alimentadas por alguna malinterpretación de una religión de la que desconocían casi todo. Pero si eso tranquilizaba a su profesor, serviría para que al menos el pobre hombre no acabara sufriendo una embolia.

—Déjame darme una ducha y avisar a mi pareja, e iré a echarte una mano ahora que podemos.

Al menos, podía llevarse como premio ver cómo el alivio iluminaba la cara del tipo más serio y estricto que había conocido en su vida.



Eloisa miró los restos de cera repartidos por la zona cercana a la puerta. No, definitivamente el tipo estaba grillado del todo. ¿Qué tipo de ritual se creía que estaba haciendo siquiera? Empezaba a pensar que había cogido cosas de libros al azar y luego las había mezclado creyéndose que valdrían para algo. Casi podía escuchar a cierto dhampiro rumano descojonándose en su cabeza. ¿En serio la gente se creía estas patrañas? Le resultaba imposible pensar que algo como aquello pudiera tener efecto, incluso teniendo en cuenta el factor de la magia. Desde luego, creer en lo que estabas haciendo era lo principal para obtener resultados, pero había un límite para todo. Y este lo había alcanzado antes siquiera de empezar.

—A ver cómo te lo digo… Si esto es magia, yo soy la Reina de Saba.

Detrás de ella, el hombre soltó un suspiro aliviado. Se volvió para sonreírle.

—No te hacía yo tan supersticioso, de todas formas.

—El ser humano es supersticioso por naturaleza. Lo que pasa es que la mayoría lo niega. Yo he pasado ya la fase de engañarme a mí mismo.

—Bueno, en este caso no tienes por qué preocuparte. Creo que se ha leído todos los libros de la biblioteca sobre magia y se le ha podrido el cerebro. Pero yo que tú haría unas fotos de cómo está esto y hablaría con la comunidad de vecinos.

A fin de cuentas, alguien estaba dejando entrar a ese tipo en la casa. Y no era un sitio en el que tuvieran contratado un portero, si acaso un servicio de limpieza y reparaciones. Si el portal permanecía cerrado a todas horas, estaba claro que el acceso a la finca no era tan fácil como simplemente empujar el portón. Por otro lado, siempre cabía que estuviera usando la excusa del cartero comercial, pero si lo hablaban con los vecinos, sería relativamente fácil acabar con esa amenaza. Y también encontrar pruebas de que aquel tipo le estaba acosando. No es que una orden de alejamiento fuera a ser demasiado efectiva, teniendo en cuenta el mundo en el que vivían, pero al menos le daría una cierta capacidad de defensa. Por otro lado, su maestro era perfectamente capaz de defenderse de cualquier amenaza que no fuera mágica o estuviera a más de dos metros de distancia.

—Gracias por venir, de verdad. Siento haberte metido en esto.

—No te preocupes por ello. Hala, venga, entra en casa. César va a pasar a recogerme en un rato así que no tienes que preocuparte de lo que me pueda pasar.

—Me preocuparía más de lo que le pueda pasar al idiota que se meta contigo— se rió su profesor—. De nuevo, gracias por todo. Que pasas una buena noche, nos vemos dentro de dos días.

—Hasta la vista.

Una vez se hubo asegurado de que su profesor hacía fotografías de los restos de cera y entraba en su casa, Eloisa bajó las escaleras y llegó hasta el portal.

Ya había anochecido. Las farolas de luces led eran brillantes, sin lugar a dudas, pero tal y como estaban colocadas solo iluminaban la parte directamente debajo de ellas, sumiendo el resto de la calle en tinieblas. Eso incluía, al parecer, el portal en el que se encontraba. No sabía quién había diseñado esas lámparas, pero era un error de diseño abismal, desde su punto de vista. Permitía, pensó mientras sacaba el bo que usaba en las clases de artes marciales de su funda, que gentuza pudiera esconderse sin que nadie la detectara.

Como el merluzo que se estaba dirigiendo hacia ella a la carrera, cuchillo en mano.

Bueno, cuchillo. Llamar a aquello cuchillo era ser extremadamente positivo. Era más bien una forma primitiva de machete, poco más que una plancha de metal dada forma y afilada, con un mango que no era sino una cuerda envuelta en el extremo más estrecho de la hoja. Tenía la sospecha de que ni siquiera estaba forjado como mandaban los cánones, y que alguien había cogido una lámina de acero, la había cortado y afilado, y había decidido usarla así. Eloisa tenía muchas cosas que decir al respecto, pero eso tendría que esperar.

El tipo alzó el machete sobre su cabeza para asestar un tajo descendente. Era un ataque tan telegrafiado que se preguntó si de verdad este era la persona a la que se había estado refiriendo su maestro. Con la parsimonia de una persona que había estado ya en situaciones similares o incluso peores, Eloisa dio un paso hacia un lado, dejando que el cuchillo cortara el aire allí dónde ella había estado antes, antes de lanzar un golpe con el bo. El largo bastón de madera alcanzó a su atacante en una de las manos, haciendo que soltara su arma con un grito de dolor. Ella se apartó, esperando a ver su respuesta inmediata, pero el tipo se quedó allí quejándose sin hacer mucho más.

—¿Eres el tipo que ha estado amenazando a José?— le preguntó; cuando no contestó, volvió a preguntar—. ¿Se puede saber qué se te ha pasado por la cabeza? ¿Te crees que vas a conseguir nada con esos estúpidos rituales?

—¡Tú no entiendes nada!— rugió el atacante, que recuperó el arma y se lanzó de nuevo sobre ella.

Se dio cuenta de que solo lo había cogido con una mano, aquella que no había golpeado. ¿Tal vez habría roto algo? Esperaba que no porque no quería tener que dar explicaciones sobre sus actos, menos aún cuando ella era la víctima del asalto. Aún así, tampoco tenía ganas de que la enviara al hospital, así que volvió a esquivar el golpe. Esta vez ni siquiera se molestó en contraatacar, porque el control que tenía sobre el machete era menor ahora que no usaba las dos manos, y la hoja salió despedida, resbalando del agarre de su portador. El sonido del metal al chocar contra la acera restalló por toda la calle. El tipo se lanzó a por el machete pero, antes de que pudiera dar siquiera un paso, Eloisa barrió su pierna con el bo, haciéndole caer al suelo. El tipo intentó levantarse, pero un nuevo barrido, esta vez a los brazos, volvió a hacer que se diera de bruces contra el hormigón.

—Bien, ahora, ¿te vas a estar tranquilito? ¿O tengo que darte una paliza hasta que venga la poli? Preferiría que no, la verdad.

—¡Te arrancaré el corazón!— chilló el tipo—. ¡Y luego le arrancaré el corazón a José, y me los comeré los dos!

Volvió a intentar levantarse y, una vez más, Eloisa lo derribó antes de que pudiera ser una amenaza, al tiempo que sacaba el móvil. ¿Dónde demonios había un agente de policía cuando se le necesitaba?

—¡Me comeré vuestros corazones y me quedaré con vuestros poderes!

—¿Qué poderes ni qué niño muerto? ¿De qué demonios estás hablando?

—¡No me engañáis! ¡Sois artistas marciales y todos los artistas marciales tienen poderes mágicos!

Suspiró. Definitivamente este tipo estaba grillado por completo.

—¿Y de verdad piensas que eso va a funcionar?

—¡Por supuesto que sí! ¡Él me lo dijo!

—¿Quién?

—¡El ángel!

Eloisa frunció el ceño al escuchar aquello. La primera idea que se le pasó por la cabeza fue que alguien estaba intentando trastornar la cabeza de aquel tipo con algún tipo de hechizo. Pero pronto se echó a si misma la bronca por saltar de entrada a esa idea. Sí, sin lugar a dudas eso era una posibilidad en su vida, donde los seres míticos podían hacer esas cosas, pero esa no era su vida. Era la vida de su profesor de artes marciales. Lo que pasaba era, seguramente, que aquel tipo sufría esquizofrenia o algún otro tipo de enfermedad mental. Seguramente no diagnosticada y aún menos tratada. Si hubiera de verdad alguien detrás de los intentos de… conseguir el corazón del profesor de artes marciales, habrían sido efectivos.

Al poco tiempo, un coche de policía de paisano se detuvo al lado de ellos. Supuso que alguien debía haberlos llamado por la pelea, o porque el tipo aquel les resultaba sospechoso. Eloisa se preparó para dar unas explicaciones que no estaba segura de querer dar.



—¿No parece a veces que te olvidas de que existen las cosas mundanas?— le preguntó a César de camino a casa, una vez los policías le hubieron tomado declaración y él pudo sacarla de aquel embrollo.

—Uhm… no sabría decírtelo. Esta vida es lo que es “mundano” para mí.

Eloisa hizo un sonido que no estaba muy claro si era de conformidad o de incomprensión.

—¿Los seres míticos son mundanos entonces?

—Lo son para aquel que ha vivido en esa sociedad desde el principio, ¿no crees? Supongo que es distinto para ti.

—¿Lo es?

El metro paró en la siguiente estación. Aún quedaban un par para la suya. El vagón estaba casi vacío, lo cual señalaba que se acercaban al final de la línea. Así podían permitirse hablar de ese tipo de cosas sin temor a ser escuchados. O, sobre todo, comprendidos..

—Para mí, lo que es extraño es comprender que ese tipo tenía una enfermedad en su cerebro que le empujaba a hacer esas cosas. Lo mágico es pensar en las sustancias en nuestro cuerpo que nos compelen a actuar de tal manera u otra, y como nos controlan. Y sin embargo, eso es algo que entra en el mundo de lo normal para ti, ¿no es así?

Tal vez tenía razón. Ella no había vivido sumergida en la realidad de los seres míticos tanto tiempo como para dejar de considerar normales las cosas de los humanos.

—Supongo que eso lo hace todo mundano y mágico al mismo tiempo.

—¿Mundano de Schrödinger?

—Pero luego que si la química cerebral es mágica.

—Mira, no. No hay nada más arcano para mí que la física cuántica. ¿A quién demonios se le ocurrió esa mierda?

—A un tío que quería ver electrones, al parecer.

—Si eso no es magia, yo no puedo sacar una espada sagrada de mi cuerpo.

Eloisa no pudo evitar soltar una risilla al escuchar aquellas palabras. César parecía muy ufano a pesar de aquella confesión, tal vez porque parecía que la había sacado del lugar oscuro en el que parecía que estaba lo bastante como para que se riera.

Pero no tardó mucho en volver a aquellos pensamientos lúgubres. Sobre cómo cada vez más parecía encontrar más cercano el mundo de los seres míticos que el de los seres humanos. Y sobre cómo parecía estar perdiendo a la persona que había sido poco a poco. ¿Llegaría el día en que ella también consideraría todo aquello como algo mágico, supernatural? En el fondo, le daba un poco de miedo.

—Eli.

Se giró para mirarle. César mantuvo una expresión seria, solo durante dos segundos antes de soltar aire y pasarle un brazo alrededor de los hombros.

—Sé que esto no era lo que querías. Sé que hubieras preferido no saber sobre este mundo, y aún menos estar en la posición en la que estás. Y desearía poder librarte de este peso. Pero lo único puedo hacer es estar aquí y ayudarte. Este mundo no se va a ir, y una vez lo has visto no puedes olvidarlo.

—Lo sé. Sé que debo aceptarlo. Es sólo…

—¿Sólo…?

—Es sólo que me gustaría que los ataques me vinieran solo de uno de los dichosos mundos. Que se decidan de una maldita vez.

César se echó a reír.

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