domingo, 3 de mayo de 2020

52 Retos de Escritura (XVIII): Un lirio nacarado

Reto #18: Escribe un relato en el que la tierra sea un elemento muy relevante de la historia.


UN LIRIO NACARADO


Miró la maceta y suspiró. ¿qué tipo de regalo era este? La planta estaba mustia. No, mustia no comenzaba a describir su estado. Le faltaba poco para que pudiera definirla como una especie de planta no-muerta. Las hojas estaban amarillentas, algunas de ellas estaban manchadas de un moho negro de aspecto malsano y, encima, estaba infectada por pulgones. Si esa planta tenía salvación, se dijo Eloisa, sólo la conseguiría mediante un milagro, y no iba sobrada de esos precisamente.

La única razón por la que no la tiraba a la basura era porque la persona que se la había regalado era… alguien con quien no quería discutir.

Sospechaba que era una prueba. Eso, si acaso, la enfurecía. No tenía por qué probarle nada a nadie. Lo que tenía que hacer era asegurarse de que no estallaba una guerra entre los seres humanos y los míticos de su ciudad. Pero siempre había este tipo de personajes que se erigían en jueces de aquello que ni les iba ni les venía. Era, como poco, irritante.

Además, no le aclaraba demasiado bien qué demonios se suponía que debía hacer con aquello. ¿Intentar salvar a la planta? No estaba ella como para gastar su tiempo en un combate perdido.

Aun así, suponía que debía hacer lo que pudiera. No porque le importara demasiado aquella estúpida prueba, sino porque debía al menos parecer agradecida, incluso cuando el regalo era una patata, y no en el sentido literal de la palabra. Era lo que más odiaba del tema del politiqueo entre las Cortes. Ni siquiera podías tirar el regalo a la basura.

—Supongo que lo primero es un fungicida— se dijo—, y buscar una forma de deshacerme de los pulgones. Uhm… ¿se podrán comprar mariquitas?

Por no saber, no sabía ni qué tipo de planta era aquella. Bueno, lo mejor era suponer que se trataba de una planta normal y hacer lo que pareciera más sensato, fuera de tirarla y olvidarse. Y que fuera lo que tuviera que ser.



La chica de la floristería fue extremadamente amable, hasta el punto de ser empalagosa. Le ofreció un fungicida potente, dándole varias recomendaciones importantes, y luego se aseguró de venderle clavos, una solución potásica para ocuparse de los pulgones (sólo el exceso de los mismos, le había dicho) y otra distinta para limpiar la planta. Todo orgánico, le había jurado, y suponía que podía fiarse de lo que le decía, aunque le entraran dudas.

En cualquiera de los casos, hizo sus compras, leyó las instrucciones de cada uno de los productos y las siguió todo lo mejor que pudo. Era algo que iba a llevar tiempo, o eso había pensado, así que se llevó una sorpresa cuando los primeros signos de mejoría aparecieron en una sola semana. El moho que manchaba las hojas desapareció por completo, y los pulgones se redujeron de forma importante, hasta el punto de que tenía que buscarlos activamente para poder encontrar uno. Era como si la planta poseyera voluntad de vivir y recibir el más mínimo de los cuidados hubiera bastado para que ella misma intentara salir adelante.

Pero del mismo modo que comenzó a mejorar, dicha mejoría se frenó en seco. Aunque no parecía exactamente mustia, tampoco estaba lo que se decía vibrante. Era como si hubiera encontrado un escollo, pero, ¿cuál? Pensó que sería la maceta, pero era lo bastante grande, al menos de momento. No parecía que fuera el agua, porque la regaba lo justo según las indicaciones de la florista. Si al menos supiera el tipo de planta que era, podría encontrar pistas sobre lo que hacer.

Y en eso estaba enredada su mente cuando César apareció en casa cargando con un Sorin de aspecto maltrecho.

—¿Pero qué demonios?

—Lo siento, Eli, pero está como una cuba y me daba cosa dejarlo solo en su apartamento.

—Pero, ¿no tiene un compañero de piso?

—Está de viaje de negocios.

—Hooooolaaaaaa, Elii…—soltó de pronto Sorin, arrastrando las palabras con una voz pastosa—. He ssecueestradoo a tuuuu prinnncipe.

Le escucharon soltar una risita queda.

—Vale, ¿quién coño le ha dado calabazas esta vez?

—¿Un pescadero? No me he enterado muy bien, ya estaba medio mamao cuando llegué.

Eloisa suspiró, porque no estaba preparada para esta mierda.

—Se supone que sólo tengo que verle una vez al año, ¿por qué no hace más que aparecer en mi maldita vida? Vamos a llevarle al salón, venga.

Por mucho que se quejara, no podía dejar tirado a su contrapartida en las Cortes. Ayudó a César a llevarlo hasta un sillón y lo dejaron sentado allí. Sorin, bastante despierto para alguien que, según su novio, había bebido suficiente alcohol como para estar al borde de un coma etílico, miró a su alrededor y soltó una nueva risita.

—¡Has rete… rele… redecorado!

Eloisa parpadeó. ¿Cómo que redecorado? Lo único nuevo desde la última vez que había estado allí era…

—Eees un nirio… lirio de Ávvalon, ¿no? Juju, estááá vivvvo y todo.

—Perdona, ¿qué?

Pero, como era habitual en su infuriante personalidad, ese fue el momento en que Sorin decidió caer inconsciente. Claro que en realidad no necesitaba oír de nuevo lo que le había dicho, pero tenía un montón de preguntas que hacer, sobre todo con respecto al hecho de que le sorprendiera que la planta estuviera viva.

—César, cari, ¿puedes atenderle tú? Creo que tengo un problema serio entre manos.

—Claro, sin problema, pero… ¿pasa algo con la planta?

—Sí, pasa que me están utilizando, y no me mola una mierda.



—Saludo a la Reina Blanca de Magerit.

Eloisa miró al aos sí y tuvo que contener un suspiro. Por supuesto, tenía que ser uno de estos. Aquello iba a ser un dolor de muelas.

—Me envía mi maestra para preguntar por el estado de la planta.

—¿Te refieres a esta?

Con un gesto, Eloisa señaló la flor que descansaba en una mesilla cerca de la ventana. Estaba instalada en una maceta nueva, algo más grande, llena de tierra oscura que permanecía ligeramente húmeda gracias a un sistema improvisado de riego por goteo. La flor en sí era un lirio con varias inflorescencias, similar a una azucena común y corriente salgo por el hecho de que los pétalos nacarados presentaban una iridiscencia que los hacía parecer más gemas que partes de una planta.

—¡Excelente! Mi maestra estará encantada de ver el enorme progreso que ha realizado. Si me permitís tomarla…

—No.

El aos sí se detuvo ante la brusca negativa de Eloisa y la miró, extrañado. Tardó unos segundos en recomponerse.

—Pero la prueba…

—¿Qué prueba? ¿La que tu “maestra” tenía que cumplir pero que le largó a otra persona porque no quería molestarse en hacer su trabajo? Muy pagada de sí misma está cuando trata a una Reina de la Corte Blanca como su criada particular.

El aos sí comenzó a temblar ante la furia de Eloisa. Puede que aquella fuera una “simple humana” a los ojos de aquellos de entre su gente que eran poderosos y solo se comunicaban con su círculo íntimo, pero seguía siendo una Reina, e incurrir en su ira era peligroso. A fin de cuentas, antaño, los humanos había desarrollado formas de acabar con ellos. ¿Quién le decía que ella no pudiera hacer lo mismo?

Ah, pero él no era la víctima de Eloisa, no directamente.

—La flor es mía ahora. La guardiana de la Isla de las Manzanas me ha dado su bendición, y ya enviará a uno de sus heraldos a hablar con tu maestra. Puede incluso que estén hablando ahora mismo— la Reina Blanca mostró una sonrisa sardónica—. Sería mejor que esperaras. Y no creo que debas llevarle la flor, sólo la enfurecerá más.

Vio como el aos sí frente a ella abría y cerraba la boca varias veces, antes de preguntar:

—¿Cómo?

—Se tardan dos horas de vuelo en llegar a Inglaterra desde aquí, ¿sabes? Se puede llegar y solventar las cosas en un día.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Tiene bemoles la cosa, ¿no queríais que la planta viviera? Si es algo de la Isla de las Manzanas, ¡necesita estar en la tierra de la Isla de las Manzanas para vivir!

Tuvo que contener una carcajada al ver cómo todas las implicaciones de aquella frase alcanzaban a su interlocutor. Su maestra sólo había recibido el bulbo. Si se hubiera molestado en hacer su trabajo, en lugar de pasárselo a otros como si fueran sus criados, habría descubierto el problema y habría acudido ella a Ávalon a pedir la tierra necesaria para la planta. En lugar de eso, la Reina Blanca de Magerit se había tirado medio día a la caza y captura de uno de los sirvientes de la guardiana de la isla para poder hacer la solicitud desde el mundo de los humanos. Y estaba claro que no estaba contenta. Para nada.

Pero como nadie estaba contento con el resultado, eso quería decir que todo había ido bien.

—Pagaré una habitación en un hotel para que puedas pasar un par de días aquí. Cuando vuelvas a tu señora, dile de mi parte que la próxima vez haga las cosas ella por su cuenta si no quiere quedar en ridículo.

El mensajero, con el aspecto de un cadáver andante y deshaciéndose en reverencias, salió del despacho. Unos minutos después, apareció César.

—Nos hemos encargado de él.

—Gracias. ¿Has hecho ya el pago?

—Lo ha hecho Alex.

—Este es uno de esos momentos en los que me planteo tener secretarios o algo. Si tuviera yo para pagar sueldos…

César sonrió, sacudiendo la cabeza. Bueno, todos sabían que lo que hacían no les daba para comer.

—¿Qué vas a hacer con la planta?

—Quedármela, obviamente. Después de lo que he tenido que hacer, no la voy a tirar, ¿no te fastidia? Además, creo que será un bonito recordatorio a la gente que me visite.

—¿Recordatorio de qué?

—De que si la Fata Morgana les dice que tienen que hacer algo, se vayan ellos mismos a buscar la dichosa tierra de los cojones.


Nota de la autora: Y acabo de meter en este universo dos relatos que escribí hace un par de años porque patata. All according to keikaku :P

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