domingo, 27 de diciembre de 2020

52 Retos de escritura (y LII): Fin de fiesta

Reto #52: Última semana del año. Haz un relato en el que se intercale una cuenta atrás desde diez.

 

FIN DE FIESTA

 

10

 
Para Orsino, el fin de año se reducía a ver las campanadas en la televisión después de cenar. Era un día normal, salvo por el hecho de que no trabajaba. Al menos, había sido así durante los últimos años, y no había esperado que cambiara nada. Pero ahí estaba en el aeropuerto. Esperando, nervioso como un colegial, a que las pantallas anunciaran su vuelo. El que le llevaría de vuelta a su ciudad natal después de tanto tiempo.

No podía negar que tenía miedo. Incluso con las aseveraciones de la Reina Blanca, y sabía que Eli no iba a mentir con respecto a la seguridad de sus “súbditos”, todavía recordaba lo peligroso que era el viajar allí. La persona que había causado todo, aquel… ente mítico que le había dejado cargar con las culpas de algo que no había cometido, seguía todavía desaparecido. Si no lograban encontrarle, lo más seguro era que volvería a estar en el punto de mira de la mafia. Pero por un momento, aquel día, quería vivir del sueño que le estaban regalando. En unas pocas horas estaría de vuelta en Trieste, en su hogar, y después de tantos años podría volver a comer con sus padres, pedirles perdón y contarles todo lo que había ocurrido hasta entonces. No tenía esperanzas de que aquello pasara con el resto de la que había sido su familia, por supuesto… Pero era suficiente para él. Era algo que pensaba que no volvería a tener jamás.

Por un momento, se sintió culpable. ¿Estaba bien marcharse durante unos cuantos días? Era cierto que no había problemas en el trabajo, sus vacaciones habían sido aceptadas a fin de cuentas, y al jefe era mejor no darle ni los buenos días si era posible evitarlo. Pero la Corte Blanca era otra cosa. César le había asegurado que no habría problemas, y le había dicho que se las habían arreglado sin él durante años antes de que llegara, un par de días que estuviera fueran no se iban a convertir en una batalla campal. Sabía que era cierto, y también que las posibilidades de que ocurriera algo no eran tan grandes. Pero una parte de él se sentía culpable de abandonar a aquella gente que había hecho tanto por él, solo porque necesitaban “una persona más” para algunos asuntos.

No sabía siquiera como empezar a pagar la posibilidad que le estaban dando.

Pero estaba bien. Encontraría la forma. Tenía todo un año por delante para empezar a buscarla, y muchos más para saldar esa deuda.

Delante de él, el monitor cambió, anunciando la hora de salida de su vuelo y la puerta de embarque. Con una sonrisa en los labios que hacía tan solo unos meses no habría creído que pudiera trazar, se dirigió hacia el punto que indicaba el monitor.

Y esa noche, después de todo lo que había pasado, estaría de nuevo con su familia celebrando un nuevo año.




9

 
Aquella no sería una noche alegre. No podía ser una noche alegre. Nochebuena tampoco lo había sido, y Olga estaba segura de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera haber sonrisas en su familia.
Tal vez sería mejor no ir. Decían que compartir las penas las reducía, pero aquel festival de lamentaciones y autoflagelamiento no iba con ella. Qué hemos hecho mal, aquella pregunta terrible, solo tenía una respuesta, pero era una que ninguno de ellos podía aceptar. Ni siquiera ella.

Nada. No habían hecho nada mal.

¿Cuántas advertencias le habían hecho? ¿Cuánto habían hablado con ella? Habían hecho todo lo posible por comunicarse, por ayudarla, porque siguiera un buen camino. Pero su niña, la niña de todos, se había encontrado con algo que no podían haber previsto, algo que solo podía ser mortal. Se lo había ocultado, porque era lo que los adolescentes hacían, a fin de cuentas. Eran temerarios y pensaban que no les podía pasar nada malo, y en la mayoría de los casos así era, pero el mundo estaba lleno de peligros y tarde o temprano uno de ellos se encontraba con algo con lo que no debería haberse encontrado. Eso fue lo que le pasó a su niña. Se encontró con algo que no debería haber estado allí. ¿Y a quién podía condenar, más que a ese, de lo que había ocurrido?

Ese pensamiento lógico no aliviaba en forma alguna la culpabilidad.

Es fácil juzgar a toro pasado tocas aquellas acciones que deberían haber tomado, todas las señales que indicaban el problema. Pero solo un genio de la observación habría podido detener aquello a tiempo. Y sin embargo, su mente no puede dejar de darle vueltas. Y sabe que todos ellos se sienten culpables y desean que ella vuelva, pero del mismo modo que es imposible detener esa sensación de culpa, tampoco es posible que su niña vuelva de entre los muertos.

El único consuelo que le queda a ella es que ahora su alma es libre, que la razón por la que está muerta ha sido destruida, y que su niña puso en marcha su propia venganza. Sí, es su único consuelo y la verdad es que es más bien pequeño.

Definitivamente no quiere ir a casa de nadie a celebrar un comienzo nuevo cuando ninguno de ellos es capaz de hacer eso: comenzar de nuevo.

¿Cuánto puede durar un duelo? ¿Cuántos meses, años…? No, era mejor no pensar en ello. Por todo lo que sabía, ese dolor seguiría allí durante el resto de sus vidas. Lo único que podían hacer era intentar evitar que se comiera el resto de sus vidas. Pero en aquel momento, con la herida todavía fresca, todavía cerrándose, no habría más que dolor, y ella tenía suficiente con el suyo como para cargar con el de los demás.

Solo necesitaba hacer una llamada, se dijo. Pulsar el número de teléfono, dar una excusa y no presentarse a la cena de funeral que habría aquella noche. ¿Qué más daría? Podía simplemente cenar lo habitual y tomarse las uvas, o lo que le apeteciera, viendo la televisión y luego irse a la cama pronto. Sería lo mejor.

El teléfono sonó, sobresaltándola. Era la mujer de su sobrino, la madre de su niña. Ni siquiera mencionó su nombre, pero por su voz solo podía ser ella.

—Como no vengas a la cena, juro que iré a tu casa y te sacaré a rastras, ¿me oyes?

Una sonrisa triste asomó a los labios de Olga. Ah, así que de ahí venía la magia de su niña.

—Iré, no te preocupes.




8

 
La casa estaba, como siempre, impoluta.

—Gran trabajo.

El trasgu hinchó su pecho.

—No ha sido nada.

—Por supuesto que ha sido algo. Está reluciente. Un buen trabajo debe ser felicitado.

Su bebé, que ya no era ni de lejos un bebé, pero seguiría siéndolo para él por siempre, sonrió de oreja a oreja. Era cierto que para un trasgu, aquello no era nada. Él vivía en aquella casa con su bebé y el padre de su bebé, y lo mínimo que podía hacer era ayudar. Esto era lo que hacían todos los trasgus con la gente que se llevaba bien con ellos. Pero el hecho de ser felicitado y apreciado era muy, muy agradable. Por eso era feliz viviendo con aquella familia.

Y hablando de familia…

—¿Cuándo van a venir?

—Supongo que estarán aquí alrededor de las ocho y media.

—¿Y no tendríamos que empezar a cocinar ya?

—Ah, todavía es pronto. Comenzaremos dentro de un par de horas. Afortunadamente, no es que preparemos nada excesivo, ¿verdad?

Bueno, no sabía si las “colas de langostas” no eran excesivas, pero en general era lo que tenía aspecto de tardar más. Los demás platos eran relativamente sencillos y rápidos de preparar, así que suponía que sí, tenían algo de tiempo de asueto antes de que los tres se pusieran a prepararlo todo.

—Va a ser bonito verlos de nuevo. A los demás niños.

—¿A mis hermanos? ¿Pero no los viste a todos y a sus hijos en Navidad? Hablas como si hiciera siglos que no los ves.

—Han sido muchos años, bebé. ¿No puedo alegrarme de verlos?

—Claro que puedes alegrarte.

Los dos se quedaron mirando la pantalla del ordenador, donde varias figuras animadas llevaban a cabo una pelea. Después de tantos años malviviendo en las calles, el trasgu estaba fascinado por lo mucho que había cambiado la tecnología humana. Pero al mismo tiempo estaba encantado por ello. Le recordaba que estaba en un lugar donde podía presenciar estas cosas maravillosas.

Un sitio al que llamar hogar.




7

 
Siete horas para la media noche.

Estaba tendido sobre un círculo mágico. Había olvidado cuanto tiempo llevaba allí. Estaba agotado física y mentalmente como nunca lo había estado antes, ni siquiera antes de comenzar a buscar formas para alargar su vida. Una parte de él sabía que debía esperar. Había logrado escapar en la última ocasión por muy poco, y si le volvían a encontrar no podría detenerles. No en su estado actual. Lo que fuera que había hecho el mago que había encontrado César era demasiado bueno. No era simplemente que el amuleto hubiera perdido todo su poder, incluso él había sufrido el efecto de aquella anulación. Lo que había estado haciendo hoy no era sino un apaño. Un parche hasta que pudiera repetir el ritual. Ese no era desde luego un día propicio para hacer nada.

Una parte de él se preguntaba por qué estaba haciendo todo esto. Sí, era cierto que quería ser inmortal, y para eso necesitaba poder, pero en aquellos momentos tenía que pensar en todo el trabajo que había hecho, y los resultados actuales. Que visto lo visto, no eran los mejores. Era extraño tener este tipo de pensamientos. Nunca antes se había planteado algo semejante. Tal vez era el cansancio, se dijo. Sí, debía ser eso. Nunca antes había dudado de sus pasos, de lo que debía hacer. ¿Por qué lo iba a hacer ahora?

Miró el techo sobre su cabeza. Tal vez debería marcharse de la ciudad. Estaba claro que sus oportunidades de conseguir recuperar su talismán se habían reducido a prácticamente la nada. El odio que sentían hacia él los Reyes de ambas Cortes era peligroso, y aunque le hubiera gustado vengarse de todo lo que se le había hecho hasta entonces, no podía hacer nada contra ellos. No así. Tenía que conseguir más poder. Todo el poder que pudiera.

Pero ahora sentía como si esa búsqueda de poder fuera vacía.

Le costaba recordar por qué había comenzado a buscar el poder y la inmortalidad. Algo dentro de él sabía que había un motivo para todo ello, pero en algún punto del camino, aquella excusa simplemente había desaparecido, y solo le había quedado el simple deseo del poder por el poder. La inmortalidad no era sino una especie de objetivo secundario, de forma para alcanzar su meta de tener todo el poder. Y seguía deseando ese poder, sin lugar a dudas, pero una pequeña parte de él, una que creía desaparecida, ahora le preguntaba si lo que estaba haciendo de verdad valía todos los sacrificios.

Vasily solo pudo sentir furia hacia sí mismo por pensar en algo tan absurdo como eso. Así que decidió dirigirla a algo más positivo, al menos para él: todos los que habían causado su caída.

La Reina Blanca y el Rey Negro de Magerit. Y también a ese paladín capullo que era la pareja de la Reina Blanca. Podía añadir a la lista a aquella duendecilla descerebrada, al duende conspiranoico y a la guardiana blanca. Debía encontrar la forma de vengarse de ellos, decidió. Sí, era una gran meta, decidió.

Claro que eso tendría que esperar a que pasara aquella noche.

Con dificultad, se puso de pie y lanzó una mirada al dibujo en el suelo. Pasaría las siguientes horas revisando el círculo y preparando el ritual.

No era un buen día para hacer magia, no tenía ningún significado especial ni tenía una fase lunar o una conjunción astral importante. Pero no necesitaba demasiado para llevarlo a cabo. Y, ¿quién sabía? Tal vez aquella noche era buena para un nuevo comienzo.

Siempre que el círculo no tuviera ni un solo error.




6


—Odio estos días.

—Alégrate de que no somos municipales.

—¿Debo alegrarme de que, cuando salga a la calle, sea porque algún gilipollas ha matado a alguien y no para poner orden en ese caos de la Puerta del Sol?

—Qué quieres que te diga, después de todos estos años aprecio el silencio de los muertos.

La tarde estaba siendo tranquila, pero eso era la calma antes de la tempestad. Todos sabían que, en tan solo un par de horas, habría zafarrancho en todos los cuerpos de policía. Nochevieja era de las peores noches del año, si no la peor. Con toda la gente yendo de un lado para otro para ir a cenar, los que estarían en la Puerta del Sol, y los que saldrían de fiesta, con los consiguientes accidentes de tráfico porque algún merluzo había bebido de más y había decidido que era buena idea coger el coche, el trabajo iba a ser de todo menos escaso. Incluso para la sección de homicidios y desaparecidos.

No es que este fuera el primer doble turno de David. Qué demonios, toda su vida en el cuerpo había consistido en dobles turnos. Pero había algo especial en esas noches. La gente de por sí ya era temeraria y desconocedora de las consecuencias de sus actos, pero aquellas noches parecían estar pensadas para que incluso los más sensatos se olvidaran de la seguridad. Y los que tenían que encargarse de ello eran los policías. Bueno, dependiendo del asunto, por supuesto. Casi temía el momento en el que sonara el teléfono. ¿Sería antes o después de las campanadas?

Se estaba volviendo demasiado viejo para esto.  ¿Tal vez era un buen momento para pedir un traslado? Tal vez debería salir de Madrid e irse a… No, no debía pensar en eso ahora. Tenía que estar preparado para cuando ocurriera algo. Porque iba a ocurrir.

Miriam, a diferencia de él, parecía calmada. Ella llevaba bastante menos que él en el cuerpo, así que todavía quedaba antes de que decidiera ella también que quería largarse de allí. Ocurriría. Ninguno de ellos se quedaba demasiado tiempo en el puesto. Era la vida del policía. No, sería más sensato decir que era la vida del funcionario público. Por un momento se preguntó si ella sería la que tuviera que… ocuparse de esos asuntos. Los que le mezclaban con gente rara y le hacían ver cosas que nadie en su sano juicio se creería. Cosas que los demás olvidaban tan pronto como las veían.

Sospechaba que sí. Tal vez debería hablarle de… ellos. De Alex y su gente.

Sacudió la cabeza. No hoy. Eso no eran cosas que se debieran discutir en un día como aquel. Debía dejar de pensar en esas cosas mientras estaba en el trabajo, o se despistaría y habría problemas.

Esas cosas era mejor dejarlas como un propósito de año nuevo.




5


Óscar comenzó a prepararse para ir a casa de sus padres para la cena familiar. En las anteriores ocasiones no había coincidido con sus hermanos, pero hoy estarían todos allí, y tocaría, una vez más, hablarles a todos de lo que le había pasado ese año, porque preguntarían.

No todo había sido terrible, aunque podía decir que le habían pasado cosas que no se las desearía ni a su peor enemigo. Si pudiera, ni siquiera hablaría de ellas. Aunque no todo había sido horrendo, claro. Había conseguido, tras pedir un préstamo al banco y sacrificar todos sus ahorros, convertirse en el dueño de la fábrica de cerveza en la que trabajaba. Había sido un proceso largo y delicado, y era probable que todavía tuviera ramificaciones, porque su jefe no podía contar como “muerto”. Pero al menos había podido rehacer su vida e incluso tener algo más de éxito del que había pensado que tendría. Ser jefe desde luego no era lo mismo que encargarse de la cerveza, pero aquel era un negocio pequeño, a fin de cuentas, y se encontró con que los clientes, lejos de marcharse, estaban contentos con el cambio.

Así que lo comido por lo servido, suponía.

No sabía qué esperar del año que venía, salvo por una cosa: iba a ser mucho más loco que el anterior. Uno no podía trabar amistad con un hombre lobo lituano y esperar que su vida fuera a ser normal nunca más. Pero estaba bien, podía con ello. Mientras no volvieran a intentar usarle de sacrificio para conseguir poder de algún dios oscuro, podía aguantar lo que le echaran.

Con un último suspiro, cogió sus cosas y la enorme caja de botellas de cerveza artesanal, y salió de su casa. Para la cena con su familia y la posterior celebración con el lituano loco al que ahora llamaba amigo.

Cuando decían que desearle a alguien tiempos interesantes era una maldición…




4


La cocina era un núcleo de actividad frenética, mientras Raquel y su madre acababan de preparar la cena. Su padre, mientras tanto, estaba poniendo la mesa.

Las cena de Nochevieja no era tan grande como la de Nochebuena, que ya de por sí tampoco era lo que se dice una fiesta salvaje. No para ellos, al menos. Su madre suponía que habría más comensales cuando “esos dos” se decidieran de una maldita vez a dar el paso, irse a vivir juntos y tener niños. Su madre hablaba de casarse, por supuesto, pero eso solo era una forma de hablar. No eran necesarias ceremonias para considerar que aquellos dos estaban casados. Lo de los niños llegaría con el tiempo, suponía. Y entonces no serían cinco, sino seis o siete, y aquello sería un caos.

Raquel no entendía la necesidad de ser muchos. ¿No era especial, incluso si eran solo ellos tres? A fin de cuentas, tanto ella como su hermano hacía tiempo ya que se habían independizado y que vivían su vida por su cuenta. Visitaban de vez en cuando, por supuesto, sobre todo en los fines de semana, pero no eran todos, y desde luego no se quedaban a cenar. Quería disfrutar de estas cenas cuando solo eran unos pocos y no había que volverse loco intentando que todo el mundo cupiera en un sitio que no estaba pensado para tanta gente.

Pero mejor era no pensar en eso o se le quemarían los champiñones. ¿Quién iba a decir que incluso siendo tres personas, la cena iba a ser tan complicada? Menos mal que todo el mundo ponía su granito de arena, y que todo estaría listo en breve, y podrían tener una larga cena en paz, y el rato antes de las uvas viendo la televisión.

¿Tradiciones? ¿Quién necesitaba tradiciones cuando se estaba con la gente a la que querías? Importaban tanto como los números: más bien poco.




3


Hubo una pausa al servir el primer plato, como si todo el mundo estuviera esperando a que alguien dijera algo que mereciera que le tiraran la sopa encima. Pero aquella tensión se desvaneció de inmediato, dejando al único comensal que no había estado “esperando” en un ligero estado de confusión.

No es que Alex se lo pudiera echar en cara. El nuevo novio de Nati no sabía lo que había pasado hacía una semana. Y tampoco era necesario contárselo, la verdad. Al menos no de momento. Ahora que eran libres de aquel grupo de sanguijuelas, podían tomarse las cosas con calma y disfrutar de una reunión apacible. Las cosas estaban cambiando en su familia a una velocidad inesperada, y la verdad es que estaba contenta con los cambios. Era cierto que había tenido que empujar a su padre para ayudar en la cocina, pero había estado receptivo. Así que estaba contenta.

—¿Qué pasa con tu amigo, Ale? ¿Va a venir hoy?

—Ah, no, tenía cosas que hacer con su gente.

—¿Sorin tiene gente?— preguntó su hermano.

—Por supuesto que tiene gente. Lo que pasa es que no siguen nuestras tradiciones habituales. Pero es año nuevo también para ellos, ¿sabes?

Rodri pareció contento con la explicación.

—¿Sorin es tu novio?— preguntó el novio de Nati.

—No, es un amigo.

Ah, siempre el mismo tema con respecto a lo de los novios. ¿Por qué siempre con la dichosa pregunta? El hombre abrió la boca una vez más, seguramente para preguntarle algo de la misma índole, pero Nati le metió una patada en el tobillo no demasiado sutil, y su novio se calló. Estaba más preocupado doliéndose del golpe que de la ausente vida amorosa de Alejandra.

—Mi hermana no tiene interés por esas cosas.

Y el tema se quedó ahí, para sorpresa de Alex. Pero eso estaba bien, por supuesto, porque la verdad es que no le apetecía nada en absoluto discutir esas cosas. Y su padre, viendo el tema, decidió dirigir la conversación en otra dirección. Que por supuesto fue el fútbol, pero que era algo que al parecer podía compartir con los otros dos hombres presentes en la mesa. Ale, Nati y su madre les prestaron atención durante los primeros treinta segundos antes de iniciar su propia temática.

La gente le daba mucha importancia al cambio de año, como si la sola fecha fuera algo mágico. Tal vez porque era un día señalado en el calendario, podía pensarse así en ello. Pero para Ale estaba claro que no había que esperar a ninguna fecha concreta para tener un nuevo comienzo en algo.




2


Gama era simple en muchos sentidos. Su mente no operaba con la misma diligencia que hubiera hecho en tiempos pasados, pero eso era normal. Había horrores sellados dentro de la misma que se habían llevado muchas cosas, demasiadas cosas. Y a Gama no le importaba demasiado. No debían ser cosas valiosas si las había sacrificado. También era simple en sus costumbres: no le gustaba trabajar, y para lo único para lo que no era perezosa era para contentar a su Rey. Y sin embargo, entendía ciertas cosas que los demás no parecían entender. Sobre todo con respecto a su Rey. Porque ella le conocía muy bien, tal vez demasiado bien.

El Rey Negro era alguien a quien no le gustaba las grandilocuencias. Era cierto que la Corte Negra se reunía en un palacio que estaba más allá del alcance de los humanos. Era como había sido siempre. Pero el Rey Negro no vivía allí. Nunca lo había hecho. Solía decir que era mejor no vivir donde uno trabajaba. Hacía tiempo había vivido en una casa propia, una casa de humanos, pero aquello había acabado… mal. Bueno, eso había sido culpa del Mago Estúpido (tenía un nombre que empezaba por v, pero era complicado y además Gama le odiaba), pero el caso es que ya no tenía aquella casa. Ahora vivía en otra casa distinta, y tenía un compañero de piso, que era otro humano. Le gustaba vivir allí. Y le gustaba el humano. No tanto como le gustaban la Reina Blanca y su caballero, pero le gustaba y eso estaba bien.

Pero el humano era de otra ciudad, y cuando llegaban aquellas fechas se iba con su familia a esa otra ciudad, y el Rey se quedaba solo. El Rey odiaba la soledad. Pero como todos los años todo el mundo tenía cosas que hacer, rara vez tenía compañía. Incluso allí, en el palacio de la Corte, no quedaba nadie… salvo Gama.

Normalmente, para los seres místicos aquella noche no tenía demasiada importancia. Todos estaban fuera porque todos tenían deberes con los humanos, y para los humanos sí que era un día importante. Y para Gama… para Gama era el mejor.

—¡He traído la tele!

El Rey apareció a través de la puerta con algo plano y de color negro que parecía pesar bastante, pero que él colocó tranquilamente sobre uno de los muebles. No había electricidad en el palacio, solo magia, pero era suficiente para suplir la fuente de energía que el aparato habría necesitado. Al poco tiempo, el recuadro negro se convirtió en una explosión de colores y sonidos.

—Guaaaaaaaa.

El Rey consideró que aquella expresión de fascinación era una respuesta positiva, y se sentó al lado de Gama frente a una mesa donde ya solo quedaban los postres. Había turrón, polvorones, mazapán y frutas. Todas las que Gama pudiera desear. Había también uvas, porque al Rey le gustaba la tradición humana de comerse unas uvas con las campanadas. Era divertido, decía. A ella no le importaba porque, sinceramente, cualquier cosa que alegrara a su Rey estaba bien, y tenía puntos extra si ella tenía que comer.

Y mientras Gama miraba uno de aquellos programas de humor que precedían a las campanadas, Sorin se acomodó a su lado, sonriendo mientras de vez en cuando se llevaba un dulce a la boca. La gente ahí afuera pasaba el tiempo con su familia, y él ahora mismo estaba haciendo lo mismo. Puede que su familia fuera más bien adoptada… pero no había nada en el mundo que fuera igual a Gama, y aquella era la noche en la que podía olvidarse de que era el Rey… al menos para todo el mundo salvo para la duendecilla.

Estaba bien. La familia era lo que uno decidía que fuese y la suya estaba desperdigada por toda aquella ciudad… así que pasaría esa noche con la única parte de la misma que siempre sabía dónde podría encontrar.




1


La fiesta no era gran cosa, tan solo un montón de viejos amigos y antiguos compañeros de facultad que se habían puesto de acuerdo en alquilar un local. Eloisa y César acababan de llegar, y aunque no habían sido los últimos, no faltaban muchos más invitados. En una pared, una televisión mostraba imágenes de vídeos musicales mientras unos altavoces escupían la correspondiente música a un volumen poco razonable. Con cuidado, fueron pasando a través de la gente, encontrándose con viejos conocidos y saludándolos, hasta que alcanzaron la barra.

—Y eso que todavía no han sido las campanadas— se burló César mientras cogía un vaso con su bebida.

—No sé qué esperabas que fuera esto— replicó Eloisa con una sonrisa sarcástica.

—Bueno, daba por sentado que esto no iba a ser una noche romántica. Pero espero que no tengamos problemas con el aforo.

Era una preocupación razonable, pensó Eloisa, pero estaba segura de que sus amigos lo habrían tenido todo en cuenta. No es como si aquello fuera un botellón del viernes en la universidad. Y el organizador de aquella fiesta era un amigo directo de ambos y un tipo que se adhería a las reglas como una lapa al casco de un barco, así que había el suficiente control como para que aquella noche fuera divertida y segura. Suponía que cuanto mayor se hacía uno, más apreciaba ese tipo de cosas.

Durante los siguientes minutos, ambos estuvieron charlando entre sí y con conocidos con los que se iban encontrando, contándose sus vidas y sus penas. En un momento dado, alguien pasó repartiendo pequeñas tarrinas preparadas con las doce uvas de rigor. Cuando la televisión mostró la Puerta del Sol, y a los presentadores de las campanadas, se hizo un silencio expectante en la sala, con apenas algunos murmullos y risitas comentando sobre el atuendo de las personas en pantalla. Eloisa y César se miraron, buscaron un rincón donde no molestar, y se prepararon ellos también.

Y cuando sonó la primera campanada tuvieron que contener la risa al tiempo que se tomaban la primera uva, viendo ya a varios de los presentes atragantándose con las pequeñas frutas.




0

 
Y cuando sonó la última de las doce campanadas, hubo un estallido y el aire se llenó de la luz de los fuegos artificiales y de los ruidos de las felicitaciones y las fiestas.

Para los humanos, había terminado un año, y había empezado otro, en el ciclo del tiempo que existiría hasta que la estrella devorara el planeta.

El final de una fiesta que señalaba el inicio de otra.

 

Nota de la autora: Yyyyyyy... se acabó. Tenía los cuentos preparados desde finales de octubre, y preparados para publicar los últimos tres hace semanas porque editar esta mierda en el nuevo Blogger es un coñazo de la leche, pero aquí me tenéis. En cualquiera de los casos, espero que hayáis disfrutado de mis cincuenta y dos relatos, se agradecen los comentarios, y espero que os paséis por aquí de vez en cuando para leer mis delirios locos a.k.a. mis artículos de mitología. Mientras tanto, yo me retiro a ver si consigo volver a la vida (Eilistraee bendita, vaya añito...)

2 comentarios:

  1. (perdona, creo que me está dando fallos blogger y no sé si te estoy llenando esto de comentarios fantasma, pero llevo tres intentos ya...) Que enhorabuena por cumplir el reto, feliz año nuevo y que me alegro mucho de haber encontrado tu blog, te seguiré leyendo :3

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    1. Nah, solo ha entrado este, así que... ¿sin problemas? XD

      Gracias y feliz año nuevo a ti también :D

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