domingo, 6 de diciembre de 2020

52 Retos de Escritura (XLIX): Bolas de cristal pintado

Reto #49: Haz una historia en la que haya un árbol de Navidad al que cada día le desaparece un adorno y los dueños tratan de atrapar al culpable.

 

BOLAS DE CRISTAL PINTADO

 

La primera bola que desapareció podría haber pasado desapercibida si no hubiera sido ESA bola. Era parte de un delicado set de seis bolas pintadas a mano que alguien le había traído a su abuela de Alemania. Eran caras, y preciosas, y cinco de ellas se habían roto a lo largo de los años por distintas causas. Esa bola era la última. Cuando desapareció, Eloisa estuvo a punto de tener un ataque. Le exigió a César que le dijera si la había roto o no, y no se convenció de que él no tenía nada que ver hasta que le juró por su espada que él no había tocado la bola ni esta se había roto por su culpa. Pero esto no la calmó en absoluto. Se tiró toda aquella tarde buscando el adorno y, cuando no lo encontró, se fue a la cama llorando amargamente. Sabía que era estúpido tener esa clase de fijación con una simple bola de navidad, pero era un recuerdo de alguien a quien había querido mucho y perderlo la hacía sentirse como si le hubieran arrancado un pedacito de alma.

Cuando el segundo día desapareció una decoración con forma de copo de nieve, César estaba furioso. No por el robo en sí, aunque aquello ya era motivo de enfado, sino porque era el segundo adorno favorito de Eloisa, y aquello la había dado un segundo disgusto. Pensaba encontrar al culpable, y forzarle a pedir perdón, de rodillas si era necesario. También pensaba averiguar cómo se había colado en la casa para asegurarse de cerrar esa brecha de seguridad.

Lo que estaba claro es que tenía que ser algo de las Cortes, porque un ladrón normal no se llevaba nada sin dejar ni rastro, ni tampoco volvía a la escena del crimen, al menos no tan pronto, y no para llevarse un adorno que no valía más que unos pocos euros. Tenían cosas bastante más valiosas en la casa que hubiera sido mucho más lógico llevarse. Así que tenían que dar por sentado que la razón no era la de un ladrón convencional. Pensaron en Vasily, pero lo eliminaron casi de inmediato de la lista. No hacía ni una semana que Sorin le había mandado a Australia, de todos los lugares del mundo, y lo más probable era que todavía se estuviera recuperando de los efectos negativos de su último enfrentamiento. Además, cualquiera que fuera su intención, no habría necesitado de la segunda decoración. Lo cual dejaba un abanico de posibilidades, a cada cual más peregrina.

En cualquiera de los casos, estaba claro que alguien estaba entrando en la casa a placer, y eso era peligroso, así que tenían que ponerle remedio a aquello.

César decidió quedarse toda la noche despierto, vigilando el árbol. Tenía un físico lo bastante bueno como para pasar una noche en vela sin demasiado problema, y era perfectamente capaz de mantenerse vigilante. No era la primera vez que hacía algo como esto y con toda seguridad no sería la última, aunque seguro que era la más rara de todas. Sin embargo, la noche pasó sin pena ni gloria, no apareció nadie, y los adornos seguían todos ahí. Eloisa mostró un cierto alivio al ver que todo había ido bien, y se puso a preparar el desayuno mientras él iba al baño a asearse. Pero según estaba poniendo el pan en la tostadora, Eloisa tuvo un mal presentimiento, y cuando corrió hacia el árbol, la bola forrada de tela que era el adorno favorito de su novio había desaparecido.

Ni qué decir tiene que César se enfadó. No por la ausencia de su adorno favorito, las bolas para el árbol de Navidad eran lo de menos, sino por lo mal que lo estaba pasando Eloisa. Eso, y que parecía que los estaban espiando, porque habían aprovechado un momento en el que no estaban mirando para llevarse las cosas. Pensaba ponerle remedio como fuera. Así que hizo un par de llamadas y a las dos horas estaba junto con Alejandra montando lo que parecía un sistema de cámaras que, esperaba, sirvieran para mantener al ladrón alejado o, en caso de no alejarlo, al menos capturar su imagen y saber quién era el que estaba haciendo todo aquello.

Aquella noche se fueron a dormir con el sistema instalado y funcionando. A la mañana siguiente, había desaparecido una cinta de espumillón con estrellas que colgaban de ella, un regalo que les había hecho la hermana de César.

En la cinta había una duende.

—¿Esa no es Gama?— preguntó César.

Eloisa conocía a Gama. Era la ayudante favorita de Sorin. No era demasiado lista, ni demasiado fuerte, pero era leal hasta el extremo y, dentro de lo que cabía, agradable al trato. Había más, sabía que había más, pero de la misma manera que ella prefería que Sorin no se metiera en sus asuntos, ella no se metía en los de él. Claro que ahora quería tener una explicación de por qué una duende a sueldo del Rey Negro se estaba colando en su casa para robarle los adornos del árbol de Navidad.

—Creo que se impone una visita a la Corte Negra. Y espero que Sorin tenga una buena explicación.

Más le valía que la tuviera, o le iba a morder la cabeza.




El palacio de la Corte Negra estaba aparentemente vacío. Era cierto que lo más probable es que hubiera todavía un montón de seres místicos rondando por sus pasillos, pero la mayoría eran personajes que, llegada la noche, saldrían a las calles a vivir la vida que se suponía que vivían los seres míticos. Algunos, por supuesto, se quedaban allí para servir a su rey, pero no demasiados. A fin de cuentas, podían decirse muchas cosas de Sorin, pero no que fuera un tirano o que necesitara tener un montón de gente sirviéndole. Frente a Cortes más tradicionales, eso era un símbolo de flaqueza, pero para aquella ciudad, y para otras con acercamientos distintos a lo habitual, no era sino un símbolo del carácter de su gobernante. Eloisa podía tener sus más y sus menos con Sorin, pero sabía que era una persona razonable, y que no haría locuras estúpidas. Así que quería saber qué demonios se le pasaba por la cabeza con lo de enviar a Gama a su casa.

El Rey Negro estaba en su despacho. Era una habitación amplia, cómoda y bien iluminada, amueblada con un gusto exquisito. Cuando les vio, mostró una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Vaya, la Reina Blanca y su príncipe! ¡Dichosos los ojos! Pensaba visitaros en cuanto tuviera un momento libre, pero habéis venido justo a tiempo. ¿Qué os trae por aquí?

Eloisa y César intercambiaron una mirada antes de que el guardián hablara.

—Nos gustaría que nos explicaras por qué una de tus ayudantes ha entrado a robar a nuestra casa.

—¿Perdón?

César dejó sobre la mesa un par de papeles con capturas del vídeo de Gama. No eran de la mejor calidad, pero mostraban a la duendecilla perfectamente, en el acto de quitar el espumillón del árbol. Sorin las observó, soltó un suspiro y se llevó una mano a la cabeza, como si esta hubiera comenzado a dolerle.

—De todas las cosas a hacer… Le dije que fuera a vuestra casa a hablar con vosotros para pediros los adornos.

—Espera, ¿qué?

—Le pedí que fuera y hablara con vosotros. De mis viejos sirvientes, es la más simple, pero también la que es más leal y la que menos problemas tiene con la Corte Blanca, así que pensé que estaría bien— el Rey Negro volvió a suspirar—. Pero está claro que la simple instrucción de “ve y pídeles este adorno navideño” no ha acabado de funcionar. Tendré más cuidado la próxima vez.

—Así que… ¿sólo es que Gama malinterpretó una orden?— preguntó Eloisa.

—Sí. Lo siento de veras, debe haber sido un mal trago. Me aseguraré de regañarla para que esto no vuelva a pasar.

Eloisa aceptó las disculpas de Sorin, porque conocía a Gama y sabía que su mente no funcionaba como debía, y también porque estaba convencida de la veracidad de sus palabras cuando decía que se aseguraría de que aquello no se repetiría. Tenía una cierta fe en las palabras de su homólogo.

—¿Y para qué necesitabas nuestros adornos navideños, si se puede saber?

—Ah… bueno, es… En realidad quería que fuera una sorpresa, algo para animaros después de lo ocurrido hace una semana, con todo el asunto de Vasily. Esperad un momento, por favor.

Sorin se acercó a uno de los muebles, que estaba cerrado bajo llave. Lo abrió y sacó de allí una caja de cartón pequeña. La tenía cogida como si en su interior guardara algún tesoro. Cuando la dejó sobre la mesa, los dos pudieron ver que ahí estaban los adornos desaparecidos.

—He acabado de tratarlos esta misma mañana. El espumillón necesita todavía un día para estar en posición de ser usado, pero para mañana por la mañana podéis devolverlos al árbol. Pensaba llevarlos yo mismo, pero ya que estáis aquí…

—Un momento, ¿qué quieres decir con que has “acabado de tratarlos”?

—Hace unos días descubrí una fórmula que, aplicada a ciertos objetos, los hacía irrompibles. La he probado y es verdaderamente útil, así que pensé… Bueno, sé que Ruth tenía una bola pintada a mano, y que era la última de un set de seis. Pensé que podía preservarla para vosotros.

—¿Sólo la bola pintada a mano?

—Al principio sí, pero se me fue la mano con las cantidades, así que pensé en los adornos que más os gustaban y… Quería que os duraran lo más posible.

Los dos se quedaron mirándole de hito en hito, para luego volver su vista a los adornos, que estaban en perfectas condiciones. Así que al final había sido algo tan absurdo como eso. Todos aquellos disgustos porque Sorin había querido hacer algo por ellos, y Gama le había entendido mal. Por una parte, resultaba bastante molesto el que algo tan estúpido hubiera podido pasar cuando había formas de evitarlo, pero por otra, estaban contentos de que fuera eso y no otra cosa como algún loco intentando lanzarles una maldición o cualquier tontería del estilo.

—¿Por qué?— preguntó de pronto Eloisa.

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué has hecho esto por nosotros?

La sonrisa de Sorin volvió a su rostro. Era una sonrisa melancólica y amable que no solía aparecer mucho, y que les dejó a ambos anonadados.

—¿Por qué no debería intentar hacer felices a las dos personas que más amo en el mundo?

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