domingo, 2 de agosto de 2020

52 Retos de Escritura (XXXI): Cinco años

Reto #31: Escribe un relato con una gabardina como arma de Chéjov.


CINCO AÑOS


El despacho era lo que uno esperaría encontrar en una serie policíaca en la que saliera un abogado: el amplio y luminoso, con un amplio ventanal delante del cual se encontraba el escritorio. Tras el mismo había una silla de oficina que parecía estar forrada de cuero, y delante de la mesa había dos sillas normales con aspecto de ser bastante cómodas. Una de las paredes estaba cubierta por una estantería que iba desde el suelo hasta el techo, llena de libros sobre leyes. Solo ver los títulos daba sueño. La otra pared tenía una puerta que daba a la sala de reuniones. Había un par de cuadros colgados, obras originales de algún pintor con algo de renombre, seguramente. Al lado de la puerta había un perchero y un paragüero; el primero estaba vació pero en el segundo descansaba un paraguas de color negro con mango de madera. Aún estaba mojado.

—Hace un tiempo de perros, ¿verdad?— comentó el hombre que había entrado delante de él.

—Ciertamente— respondió David, quitándose la gabardina que llevaba y dejándola en el perchero.

Aquello le resultaba un tanto irreal, la verdad. Tanto el ambiente como la persona delante de él parecían más un producto cinematográfico que algo que estuviera en la realidad. Llegaba hasta el punto de que no se sentía como él mismo, sino como un actor con un papel y un guión, incluso si no existía ni lo uno ni lo otro. Era raro, y le ponía nervioso, y eso era algo que no le gustaba demasiado. Si ni siquiera había ido allí para hablar de trabajo, por todos los demonios. Sólo había ido a hablar con un viejo conocido.

—He oído lo de tu padre. Mis condolencias.

—Gracias. No nos hablábamos desde hacía mucho tiempo, así que no ha sido un golpe tan fuerte.

—Aún así…

—Le haré saber a mi madre tu preocupación.

Había algo definitivo en esa frase. De acuerdo, no quería hablar de ello, así que no lo mencionaría más. De momento.

—¿Has venido solo por eso?— le preguntó el hombre.

—No exactamente. Ha sido más bien un ataque de melancolía. 

—¿Un ataque de melancolía que te trae al despacho de un abogado? Esto podría ser un problema.

—Lo sería si tú te dedicaras a lo penal y no a lo mercantil. ¿O has amplificado tus áreas de actuación?

—No, claro que no. Así que vienes a hablar de los viejos tiempos…

—Sólo quería preguntar cómo iba todo. Llevamos ya cinco años sin vernos.

—Desde que te liaste con esa chica. ¿Cómo se llamaba? ¿Andrea?

—Alejandra. Y no me lié con ella.

—¿Ah, no? Hubiera jurado que erais la parejita de moda.

—Fue una colaboración temporal. Esa mujer vive única y exclusivamente para su deber.

No parecía que su viejo amigo estuviera convencido del todo, pero lo que creyera le importaba poco. La verdad era la que era: hacía cinco años que había conocido a Alejandra y había visto cosas que no debería haber visto. La había ayudado y ella le había ayudado a él, y desde entonces de vez en cuando se encontraban y se decían el uno a la otra y viceversa si estaban pisando terreno que no era el suyo. Le resultaba sorprendente que la gente considerara que aquel tipo de relación hubiera podido ser romántica.

—¿Y cuál es ese deber?

—Ni idea, francamente. Yo la ayudé con una cosa, ella me ayudó con otra, y cada uno de nosotros siguió su camino.

—¿Y no la has vuelto a ver?

—Qué más quisiera yo. Aparece de vez en cuando, me mete un susto del diablo, y desaparece tan rápido como apareció. Casi parece Batman a veces, la muy desgraciada.

—¿No teníais buena relación? Ju, que chasco se va a llevar Bea. Estaba segura de que habías encontrado por fin a tu media naranja.

—Bea tenía siempre la cabeza en las nubes— David sacudió la cabeza en una negativa—. Pero dejemos de hablar sobre mi inexistente vida romántica. ¿Qué hay de ti? ¿Sigues siendo el solterón de oro?

—¿De oro? ¡Ja! En cualquier caso, sí, sigo soltero. No tengo interés en ninguna relación más allá de la amistosa— hubo una pausa, unos segundos de silencio incómodo, antes de que el otro hombre añadiera—. Volviendo al tema de esta conocida tuya, ¿en qué te ayudó?

—Ah, me temo que no te lo puedo comentar. El caso todavía está pendiente de juicio.

—¿Pendiente de juicio después de cinco años? ¿A quién pillaste, a un político?

—A alguien que conocía al abogado de uno, al parecer. Tú sabrás mejor qué triquiñuelas os traéis en este tipo de situaciones.

—Demasiado bien, me temo. Así que está pendiente todavía. ¿Y lo de ella fue mejor?

—Ni idea de cómo estará ahora, pero por aquel entonces cuando yo acabé mi parte, ella todavía se estaba tirando de los pelos.

—Comprendo.

—Me resulta un poco raro que te intereses por ello ahora, la verdad. Creo recordar que cuando todo empezó no podías ni verla.

—Ah, es simple curiosidad. Quiero decir, está claro que nuestras vidas no se han cruzado desde entonces, solo quería saber cómo había terminado todo, ya que no tenéis… bueno, ya me entiendes.

—Veo. Por aquel entonces tu también debías estar metido en líos, ¿no?

—¿Por qué dices eso?

—Bueno, puede que no te gustara, pero eso de desaparecer de golpe y porrazo y dejar de contestar, ya no solo a mis llamadas, sino a las de los demás…

—Ah, sí, supongo que podría definirse así… Por aquella época empecé una empresa bastante arriesgada que necesitaba que me centrara en ella por completo. Ya sabes, inversiones de alto riesgo y esas cosas.

—No sabía yo que estuvieras también en la bolsa.

—Ah, no es eso. Solo estaba haciendo una metáfora.

—Comprendo.

David encontró que, para dos personas que llevaban cinco años sin verse, su conversación era terriblemente aburrida y banal. Aunque no le sorprendía demasiado. Aquel hombre… estaba tan separado de su realidad, de su mundo, que casi era un milagro que se acordara de su nombre. Ramón, se recordó. Se llamaba Ramón. Que por algún motivo era un nombre que no esperarías de un abogado. Era casi como si solo fuera la única mota de realidad en aquel tipo que te hacía sentir como si estuvieras en una película. Hasta la conversación era peliculera. Parecía que no podía parar de darle vueltas a su relación con Alejandra, como si no pudiera acabar de creerse que lo que tenía con aquella chica a la que sacaba cinco años era poco más que una relación laboral. Como si en su mundo de perfección absoluta salida de alguna serie estadounidense fuera imposible que dos personas de distinto género pudieran conocerse sin tener una relación sexual. Estaba dándole asco. Sí, creía que era por eso por lo que no le había importado demasiado estar cinco años sin ver a aquel tipo.

Ah, pero había cosas que tenían que hacerse.

—Por cierto, no he preguntado hasta ahora… ¿qué tal está tu madre?

—Delicada de salud, como siempre. Ahora que es mayor tenemos una asistente viviendo en casa.

—Debe ser duro para esas personas.

—Debe serlo, porque muchas se van y no vuelven.

Así que esa era la explicación que daban. Bueno, era una excusa convincente.

—Es gracioso, creo que la vi una vez, antes de que comenzaras a dedicarte a tus negocios.

—¿En serio? No creí que os la presentara nunca.

—Fue una vez que fui a tu casa para pedirte un libro. No estabas en casa, así que la que me abrió fue tu madre. Parecía sorprendentemente saludable para lo que nos habías contado.

—Bueno, su apariencia no significa que…

—No, por supuesto. No dudo de tu palabra.  Aunque era raro, ¿sabes? Más que enferma…
Hizo una pausa, rememorando aquel momento.

—Más que enferma, lo que parecía era famélica.

Hasta el punto de que parecía que su intención era comérselo, en el sentido literal de la palabra.
Ramón le miró.

—¿Le has contado esto a alguien alguna vez?

David mintió.

—No.

—Interesante. Dime, David, ¿tú crees en las historias de muertos vivientes?

—Creo en lo que veo.

—¿Y qué crees que fue lo que viste en mi casa aquel día?

—La verdad, no lo sé. Pero tengo la certeza de que lo que vi no era humano.

Ramón mostró una sonrisa que parecía estar llena de colmillos. Un segundo después, ocurrieron varias cosas al mismo tiempo. La primera de ellas fue que David se echó hacia atrás en la silla que cayó de espaldas, arreglándoselas para no romperse ni el cráneo ni el cuello de verdadera chiripa. La segunda de ellas fue que Ramón se abalanzó sobre él, saltando por encima de la mesa.

La tercera fue que la gabardina colgada en el perchero estalló de pronto en un fogonazo de luz ardiente que hizo que el supuesto abogado gritara de dolor.

Técnicamente, no había sido la gabardina. La gabardina era normal. Lo que no era normal era lo que habían hecho los amigos de Alejandra con ella. David no tenía ni idea de qué era lo que habían puesto allí, y no quería saberlo. No era asunto suyo. Pero tenía una promesa que cumplir.

Ramón estaba tendido en el suelo, pero su aspecto no era el que había tenido hacía unos segundos. La luz le había quemado el rostro. No, no era exactamente eso: el aspecto que había tenido era una ilusión. Lo que había delante de él era un tipo sin pelo, con unas arrugas terribles y manchas en la piel que hablaban de alguien que era mucho, mucho más viejo de lo que resultaba razonable bajo estándares humanos. Todo a su alrededor, de hecho, dejó de parecer como si hubiera salido de una serie estadounidense y se convirtió en el escenario de una novela gótica. Todo era viejo, y estaba cubierto de polvo, y estaba muy mal conservado. Glamour, lo había llamado Alejandra cuando le había explicado lo que tenía que hacer. Magia, en pocas palabras.

Aquella noche, hacía cinco años, había descubierto este mundo. Y había adquirido una deuda que debía pagar.

Tras la puerta del despacho, pudo escuchar un tumulto. Así que esa parte del plan de Alejandra también estaba teniendo éxito. Eso estaba bien. Agarró a la criatura que había sido Ramón del cuello de la camisa y lo llevó arrastrando por el suelo. Normalmente no lo habría hecho, pero en este caso eran cinco años de frustraciones y preocupaciones, cinco años en los que había estado persiguiendo a aquel tipo y a su supuesta “madre”. Si no hubiera sido por su padre, por lo que le había dicho en su lecho de muerte, nunca habría alcanzado aquella meta.

Abrió la puerta y se encontró de cara con ella y con aquel amigo suyo. Las personas… los seres no humanos que había en el despacho habían sido reducidos todos. No muertos, se dio cuenta. Al menos eso le daba una cierta tranquilidad.

—Con esto, mi deuda queda saldada— le espetó a la mujer de cabellos castaños.

—Eso es cierto— replicó ella con una sonrisa—. Gracias. Creí que nunca solventaría esto.

—¿Quiere decir que no nos volveremos a ver?

Había una nota de esperanza en su voz, pero la expresión compasiva de Alejandra le dijo que eso no era posible.

—Una vez entras en este mundo, ya no tienes salida. Pero ya no hay pactos, ni promesas, ni deudas que cumplir.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir: gracias. Sé que vas a necesitar ayuda de vez en cuando, así que llámame cuando la necesites.

—¿Eso en qué me convierte? ¿En uno de vuestros lacayos?

Escuchó al hombre bufar suavemente.

—¿Lacayo? No. Te convierte en un amigo.

David suspiró, soltó al monstruo aquel y se fue a recoger su gabardina, poniendo en duda su capacidad para tener amistades que fueran dignas de tal nombre. 

2 comentarios:

  1. Jo, de verdad, ¡me encanta cómo escribes! Mira que yo me he leído el relato sabiendo ya cual era el arma de Chéjov, y aún así me has pillado por sorpresa. Pero lo que más me gustan son las descripciones del inicio, en las que dejas caer que algo falla en ese mundo. Genial <3

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    1. Gracias por el comentario. Estaba preocupada porque el reto en sí es un spoiler del carajo y lo bonito de ese tropo es cómo te sorprende. En general, me alegro de que te estén gustando mis relatos :D

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