domingo, 26 de julio de 2020

52 Retos de Escritura (XXX): Cortando el humo

Reto #30: Utiliza las palabras “bombona”, “afilador” y “revuelta” en tu relato.


CORTANDO EL HUMO


Recordaba el sonido de cuando era pequeña. El sonido de alguien soplando una armónica, de un lado a otro y de vuelta, sin siquiera molestarse en entonar una melodía. El sonido que anunciaba la presencia del afilador. Se le hacía extraño escucharlo ahora, después de tantos años.

—De vez en cuando pasa— mencionó su padre—. Pero creo que lo tienen grabado y lo ponen por un altavoz.

En cierta medida, le daba algo de pena. Pero suponía que era más cómodo llevar lo necesario en una furgoneta que cargándolo en una bicicleta a punto de caerse en pedazos. Los tiempos cambian, las costumbres también. Llegaría el día incluso en que ese oficio, como tantos otros, desaparecería de la faz de la Tierra, y solo se acordarían de él en algún telediario local y un día flojo de noticias sensacionalistas. Suponía que estaba bien, aquel no debía ser un trabajo nada agradecido. La vida cambia. Todo cambia.

A veces, demasiado rápido.

Oh, bueno, poco importaba, se dijo mientras cogía las viejas tijeras de costura de su madre. Podía aprovechar la coyuntura y afilarlas. A sí al menos serían útiles para algo más que para hacer bonito en el bote donde estaban. No es que las necesitara: tenía otras, mucho más recientes, que había comprado para hacer sus propios proyectos. Pero aquellas tenían un valor sentimental. Eran las que su madre usaba. Se merecían al menos el derecho a seguir siendo usadas unos cuantos años más.

El hombre de la furgoneta era de piel oscura y cabello negro y ensortijado, que hablaba poco y llevaba su negocio como un general lleva a sus tropas. No le importaba demasiado, mientras hiciera lo que tenía que hacer. Tras confirmar que estaba de acuerdo con el precio, el hombre se apeó y entró en la parte trasera. La mayor parte del espacio trasero de la furgoneta estaba ocupada por una mesa en la que había una rueda de amolar que se movía gracias a un pequeño motor. Al fondo, sobre el panel que separaba la zona del conductor de lo que era obviamente el área de trabajo, había sujetos varias herramientas que debían ser para su trabajo. Mientras el hombre se afanaba en afilar de nuevo las tijeras, ella se fijó en el resto de cosas que había dentro de la furgoneta. Le preocupó un poco la presencia de un hornillo de gas, completo con su pequeña bombona azul. Eso no explotaría, ¿verdad?

—Está vacía— explicó el hombre, como si le hubiera leído la mente—. La tengo ahí porque tengo que ir a llenarla, y no está la cosa como para dejar de trabajar unas horas para algo como eso.

—Supongo que eso está bien— comentó ella mientras daba un par de pasos hacia atrás por prudencia.

El hombre sacudió la cabeza como si considerara que su temor era una exageración, y siguió con su trabajo.

Los siguientes minutos estuvieron llenos del sonido del pequeño motor y de la rueda de amolar girando, junto con el chirrido del acero siendo reducido para recuperar el filo que había poseído.  Había una cierta paz en aquella escena, como si no existiera nada más en aquel mundo. Era casi relajante. Hubo una cierta parte de ella que lamentó que aquello acabara tan pronto cuando, con una última pasada, el afilador observó el filo y lo dio como bueno después de cortar un trapo viejo que obviamente solo existía para esa labor. Una vez ella le pagó, le devolvió las tijeras.

—Son buenas tijeras. Fieles. Está bien cuidarlas.

—Eran de mi madre.

El hombre asintió con la cabeza, como si aquello le pareciera bien.

—Las cosas viejas suelen guardar rastros de aquellos que las usaron. Yo que tú las guardaría bien, puede que sean útiles en breve.

Ella arqueó una ceja, pero decidió ignorar aquella especie de frase que parecía salida de un manga de fantasmas, y se alejó. Detrás de ella, una señora mayor ya había ocupado su lugar, cargando con un cuchillo jamonero que probablemente la metería en problemas si la pillaban fuera de casa con él.

Cuando volvió, se encontró con que la puerta estaba cerrada con doble vuelta de llave. Su padre debía haber salido en el corto espacio de tiempo en el que ella había estado fuera. Sin molestarse demasiado, abrió la puerta y entró.

No había dado ni un paso dentro de la casa cuando se detuvo. El ambiente era raro, rancio y parecía estar cargado de algún tipo de energía que no era del todo ordinaria. Todo lo demás parecía normal, nada que no estuviera en su lugar, ni una sola señal de que hubiera entrado alguien, ni una habitación revuelta, no al menos a simple vista. Pero había algo raro. Algo que no era del todo mundano. Tomó aire y, cerrando la puerta tras de sí, cogió las tijeras de forma que pudiera usarlas como un arma improvisada. A medida que avanzaba por el pasillo de la casa, el aire parecía más viciado, y la luz más tenue. Lo que fuera que hubiese entrado, se había apalancado en lo más profundo de la casa.

Costaba respirar. Era como si el ambiente enrarecido estuviera lleno de humo. Se preguntó si es que se estaba quemando algo, y decidió olfatear un poco. Casi de inmediato sintió ganas de retroceder. No era como el típico olor de cable quemado, o de plástico derritiéndose, que sería lo más probable. Ni siquiera tenía el olor a tela quemada. Ni siquiera era el olor a gasolina, aunque se le acercaba bastante. Era el olor de alguien que había mezclado compuestos químicos que no debían ser mezclados y prendido la mezcla. Aquello no era algo que debería ocurrir de manera normal, no al menos en esa casa. Se preguntó si las tijeras serían bastante para detener a lo que quisiera que se hubiera colado en su casa, y suponía que tenía que dar gracias a cualquier ente superior por haber hecho que su padre no estuviera justo en aquel momento.

Aunque el hecho de que aquella cosa hubiera necesitado cinco minutos escasos para colarse en su casa… Iba a tener que empezar a pensar en conseguir algún tipo de defensa especial. Fuera lo que fuese eso.

Cuando llegó a las habitaciones, en lugar de seguir hasta la más lejana, entró por la puerta que más a mano tenía y abrió la ventana. Nunca estaba de más tener una salida extra y, aunque estaba algo alto, esa ventana en concreto no caía directamente hacia la calle, sino a la terraza de la vecina de abajo. Si tenía que huir, se rompería la pierna, pero no moriría. No morir era siempre un plus en los planes. Con una ruta de escape preparada, y las tijeras todavía en la mano preparadas para apuñalar a lo primero que se pasara por delante, se intentó acercar a las habitaciones más alejadas. A pesar de tener una ventana abierta, el aire estaba lejos de haber mejorado, y el fuerte olor a fuego químico parecía crecer por momentos. Pero apenas dio dos pasos cuando la criatura, hecha de humo y fuego se abalanzó sobre ella.

Lo primero que pensó fue en gritar, pero el aire pareció escapar de sus pulmones. Su siguiente pensamiento fue correr, pero aquella cosa la tenía envuelta de tal modo que no le permitía siquiera moverse. Y lo tercero que pasó por su mente fue apuñalar a lo que la estaba atacando. No estaba siendo racional en absoluto, pero muchas veces, con las criaturas míticas, lo irracional era lo que mejor funcionaba.

Especialmente si se tenía una tijera vieja que aún guardaba retazos del espíritu de su usuaria, manejada por la hija de esta.

Las tijeras brillaron, y al caer sobre la criatura no encontraron resistencia alguna. Pero allí donde la punta pasaba, dejaba un desgarrón en el aire que no era aire sino una criatura de humo. Escuchó algo que se asemejaba a un grito, si fuera creado por el aire, y de pronto pudo volver a respirar. La criatura huyó, y pronto se encontró con que la ruta de escape que había preparado para sí misma estaba siendo usada por su atacante. Corrió detrás de la criatura, pero para cuando llegó a la ventana, estaba ya demasiado lejos para que ella la alcanzara.

No, sin embargo, para el extraño afilador de piel oscura y cabellos ensortijados que en aquellos momentos estaba alzando una bombona azul de camping gas al cielo, de tal manera que absorbiera a la criatura de humo. Le vio acabar aquella tarea, volver a poner el seguro de la bombona y dejarla en el suelo como si ahora pesara un par de decenas de kilos. Miró hacia arriba, la vio, y le hizo un gesto con la mano cerrada con el pulgar hacia arriba, antes de cargarse la bombona al hombro, meterse en su furgoneta, y desaparecer, acompañado por el sonido grabado de una armónica que ni siquiera estaba siendo tocada.

Todavía intentando hacerse a la idea de lo que había pasado, simplemente se quedó mirando las tijeras de su madre. El filo había recuperado su aspecto habitual. Si hubiera tenido mente y personalidad, estaría intentando parecer lo más inocente posible. Nadie le garantizaba que no lo estuviera haciendo de por sí.

—Ugh… en qué hora empecé a ver criaturas raras.

Y cerró la ventana y volvió a sus cosas como si no hubiera pasado nada.

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