domingo, 12 de julio de 2020

52 Retos de Escritura (XXVIII): Caza

Reto #28: Tus protagonistas son de dos regiones alejadas entre sí. Refleja su acento creando la voz de tus personajes de manera verosímil.


CAZA


Odiaba aquel sitio con toda su alma. Odiaba el calor horrendo, el sol de justicia cuyos rayos cocían la calle completamente vacía de gente, y odiaba aquel pueblo canijo en una carretera secundaria que quedaba a unos treinta kilómetros de su destino. De paso, también odiaba el coche que le habían dejado por estropearse en mitad de su viaje. Y, en general, odiaba el trabajo que le habían dado.

¿Qué hacía aquí, de todas formas? No era un buen negociador, ni tampoco un buen erudito. Qué demonios, ni siquiera era un buen comercial, y se suponía que ese era su trabajo de cara a la gente normal.

—No te preocupes por la factura, ya me encargaré yo— dijo el hombre al otro lado de la línea—. ¿Piensas que se arreglará pronto?

Le echó un vistazo al tipo del taller que estaba arreglando su vehículo y sintió ganas de suspirar.

—Mira, sserá mejor que venga alguien a recoger coche— contestó—. Ya miraré forma de llegar a Cádiç.

—Como prefieras. Llamaré al seguro para que se encargue de todo. Si ves que tienes más problemas, avísame, ¿de acuerdo?

—Ssí, entendido.

Cortó la llamada y esta vez sí se permitió un suspiro. Había hablado de que se las apañaría para llegar a Cádiz, pero no estaba seguro de cómo iba a hacerlo, para empezar. Lo primero que se le pasó por la cabeza es que debería haber un autobús que pasara por allí, pero luego se preguntó si esto sería así. Y lamentó enteramente el no haber decidido ir en tren. En principio le había parecido una elección sensata, porque lo último que quería era tener que tratar con otra gente, y más en su situación, pero ahora resultaba la mejor de las que había. El hecho de que la avería era un imprevisto y por tanto algo que dependía en cierta medida del azar no le consolaba en esos momentos.

—Oiga— llamó al mecánico—. ¿Hay autobúss que lleve a Cádiç?

—Pueh… Hay uno a las seih de la tarde. Lo tiene que cogéh delante el bar.

Miró su reloj y soltó un suspiro. Quedaban cuatro horas para que llegara. Suponía que podía ir directamente al bar y comer allí, además de hacer tiempo hasta que el autobús llegara.

El sitio cuando entró estaba todavía a medio llenarse. Agradeció de inmediato la temperatura interna, puesto que la sombra en conjunto con los ventiladores reducía la temperatura en unos cuantos grados. Apenas había unas pocas mesas, y todas estaban vacías; los clientes, trabajadores del campo, estaban sentados a la barra del bar tomándose cafés o algo que parecía una bebida alcohólica con la que no estaba familiarizado. Le miraron durante unos segundos, antes de volver a sus propios asuntos, y él se sentó en una mesa. Estuvo un tiempo esperando hasta que el tipo que estaba en la barra, y que debía ser el dueño, se acercó a él.

—¿Qué va a seh?

Había un menú así que pidió del mismo: una ensalada y un plato de carne, con agua para beber. Ignoró la mirada del tipo antes de que este se fuera a ladrarle órdenes a quien fuera que se encargara de la cocina, y se giró hacia la ventana, mirando la calle completamente vacía de personas. Solo un loco saldría allí afuera con la que estaba cayendo.

La comida estaba tardando en llegar, así que sacó un libro electrónico de su bolsa de viaje y se puso a leer una de las novelas que le habían recomendado. No es que estuviera demasiado interesado en la tecnología, si le preguntaban, pero tenía que admitir que tener una pequeña biblioteca del tamaño y peso de un libro pequeño era algo que admiraba y agradecía.

Todo estaba tan tranquilo que tuvo que suspirar cuando a los cinco minutos, mientras todavía esperaba la comida, alguien entró en el bar. Normalmente no le habría prestado atención, pero en aquel caso cerró el libro electrónico y lo dejó caer en la bolsa de viaje. Luego, se echó hacia atrás en la silla y se dejó caer, esquivando por los pelos un tajo lateral destinado a cortarle la cabeza.

Odiaba los viajes de negocios.

Cuando recuperó una postura erguida, se encontró frente a frente con un tipo alto y fornido, con la piel tostada por el sol y cara de pocos amigos que llevaba lo que podía ser definido como una espada gigante asida con una sola mano. Detrás de él, los parroquianos estaban mirando todo aquello con cara de pavor, mientras el dueño del local estaba desesperado intentando sacar algo de su delantal, probablemente un móvil con el que llamar a la policía. Suspiró. ¿Por qué eran los cazadores de monstruos tan poco discretos?

—¿Esstá loco? ¿Sse puede ssaber en qué essta penssando? ¡Cassi me mata!— se quejó.

—Esa era la idea, shusho del demonio. Ahora ‘tate quietesito— le replicó el tipo de la espada—. No voy a dejáh que un shusho se pasee por el pueblo así como así.

—¿De que passeo esstá hablando? ¡Yo ssólo quiero coger autobúss!

—¡Y me voy a creéh yo eso!

El tipo le lanzó un nuevo tajo, esta vez en una diagonal porque a fin de cuentas la espada, al ser tan grande, no daba para más. Él se echó hacia el lado contrario a la ventana, evitando el ataque a duras penas, y se coló en la guardia del tipo, agarrando su bolsa de viaje con las dos manos. Con un gruñido gutural, levantó el bulto y le dio un golpe en la cabeza con todas sus fuerzas a su adversario. El tipo acabó tirado encima de las sillas del bar, que por algún extraño milagro no se rompieron. Como no se levantó de inmediato, decidió que era un momento ideal para salir a escape.

—¡Vuelve aquí, malnasío!— escuchó que el cazador gruñía tras él.

Sí, bueno, tal vez otro día. Por el momento no pensaba quedarse ahí esperando a que le cortaran por la mitad con un cuchillo sobredimensionado y herrumbroso. Corrió todo lo que pudo mientras buscaba un lugar en el que ocultarse de ese tipo, aunque tenía pocas esperanzas de hacerlo. Para empezar, ni siquiera sabía cómo había sabido que existía siquiera, menos aún cómo le había encontrado. Probablemente tenía algún tipo de capacidad especial que era lo que le había llevado a convertirse en un cazador de monstruos. Uno que no había sido educado como tal, sino que habría aprendido por su cuenta y riesgo. Esos eran los más problemáticos. De todas las cosas a encontrarse…

Estaba ya fuera del pueblo, corriendo por un campo de vides con los frutos a medio madurar. No había sitio allí donde esconderse: los arbustos estaban controlados para que hubiera espacio entre ellos y que las uvas recibieran la mayor cantidad de sol posible, lo que hacía que no fueran frondosas. La extensión de aquella parcela era enorme, y lo más seguro era que no encontrara un lugar donde esconderse, lo cual era un problema. ¿Le habría sacado bastante distancia a ese tipo? ¿Qué demonios podía hacer? De verdad que lo único que quería era llegar a su destino en calma y tranquilidad.

A pesar de todo, siguió corriendo con toda la fuerza que sus piernas le permitían. Sabía que no se cansaría pronto. Puede que la ciudad hubiera rebajado sus capacidades, pero no tanto como para no poder correr días enteros sin sentir fatiga, incluso cuando la luna llena todavía tardaría en llegar. Al cabo del rato, sus ojos vislumbraron una construcción pequeña de paredes encaladas y tejado prácticamente plano. Parecía ser un lugar construido para el descanso de los trabajadores. Se dirigió hacia ella sin mirar atrás, esperando que aquel loco no le hubiera seguido hasta allí. O al menos, tardara un tiempo en llegar. La puerta estaba abierta, pero no había nadie dentro. Tampoco es que hubiera nada de valor que robar, por lo que pudo ver, así que tenía que pensar que no se preocupaban en cerrar. El interior era agradablemente fresco, algo que agradeció.

Sacó el móvil, y soltó un gruñido de desagrado al comprobar que no tenía cobertura. Por supuesto que en una caseta en medio del campo no habría forma de llamar a Madrid. Ya de por sí era negativo tener que llamar a casa a más de seiscientos kilómetros, pero ni siquiera tenía esa posibilidad. ¿Qué podía hacer? Tenía que volver para coger el autobús. Desde luego no pensaba quedarse allí para que le matara el loco de la espada. Si hubiera una forma de contactar con alguien…

Ah, había una forma, ¿verdad? Pero sería arriesgada. Bueno, se las apañaría con ello. Abrió una de las apps del móvil y tecleó algo en la misma, y luego le dio al botón de enviar. Después lo guardó en la bolsa de viaje y se puso en pie. Era hora de intentar salir de allí.



El sol seguía cayendo a plomo y la calle seguía estando vacía. Las sombras eran pequeñas, pero ofrecían algo de protección, y él se deslizó por ellas con cuidado. Giró en una de las calles y se dirigió hacia el bar de nuevo.

Alcanzó el bar. Frente al mismo había un coche de la Guardia Civil, que parecían estar interrogando al dueño del local. ¿Tal vez se había rendido? Miró el reloj y se dio cuenta de que le quedaba todavía algo menos tres horas antes de que llegara el autobús. Si hablaba con aquellos tipos, ¿tal vez podía mandar a la mierda todo aquel plan absurdo e irse a Cádiz sin necesidad de montarla tan gorda? Pero en el momento en el que empezaba a dar un paso para salir a la luz, le embargó una sensación de peligro. De forma instintiva se echó cuerpo a tierra y rodó hacia un lado. La espada pasó por el lugar donde había estado su cuello y se clavó en la pared, dejando una línea hundida en los ladrillos encalados.

¿De verdad le había estado esperando allí? ¡Qué tío más pesado!

—Resa lo que sepah, shusho— gruñó el tipo.

—¿Sse puede ssaber por qué me perssigue?— le preguntó, en guardia por si acaso se lanzaba como un poseso contra él.

—Porque eres uno de esos que se transforma en shusho— le replicó el otro—. Y todos vosotros estáis mejóh muertos

—Ssoy de Lituania.

—¿Y qué carajo me importa si eres de Lituania? ¡Como si eres el rey de la India!

Se llevó una mano a la cara y gruñó. Por supuesto, no entendía por qué el hecho de ser lituano variaba las cosas en lo que respectaba a lo que era. Pero bueno, ¿qué podía esperar de un tipo así? Así que simplemente levanto la cara y, viendo que el otro todavía no se había lanzado a atacarle, abrió la boca y…

—¡¡FUEGO!!— chilló con toda la fuerza de sus pulmones.

—¡Pero qué gritas, pedaso loco!

Pero, lejos de callarse, siguió gritando mientras esquivaba un nuevo ataque. Pero fue suficiente. A los dos segundos, las ventanas que daban a la calle se abrían de par en par y la gente asomaba la cabeza, entre sorprendida y preocupada.

—¡Fuego! ¿Dónde?

—No parese que haya fuego.

—Quillo, ¿qué hase ese loco con una espada?

—¡Pisha, que está atacando a alguien! ¡Corre, llama a la poli!

No es que fuera necesario porque, a los gritos de “fuego”, la pareja de la Guardia Civil que había estado delante del bar hizo acto de aparición casi de inmediato. Eran dos tipos, uno de mediana edad y otro joven, bastante amplios de hombros, que vieron el percal y tardaron menos de dos segundos en decidir cuál era el problema: el loco con una espada.

—¡Guardia Sivil!— chilló el mayor de los dos—. ¡Tire ese arma!

El cazador miró a los dos guardias, que estaban sacando ya las armas en previsión de que no les hiciera caso y tuvieran que dispararle, y luego se volvió hacia él. Desarmado como estaba, no había que ser un adivino para saber quién estaba en desventaja. Puede que de haber venido de otro continente le hubiera ayudado más a defenderse, pero en este caso, con un tío blanco y rubio vestido con ropa con pinta de cara (aunque estuviera cubierta de polvo y tierra), llevaba las de perder.

—Hijoputa— le escupió, antes de tirar la espada.

La siguiente hora fue extremadamente larga, pero al menos le permitieron entrar en el bar para que no le diera el sol. Tuvo que explicar lo acaecido, confirmar si quería poner una denuncia, y en general hacer una declaración. Le pidieron su información de contacto y le preguntaron cuanto tiempo pensaba quedarse en la zona. Cuando ya parecía que todo se iba a terminar, un coche de aspecto bastante nuevo se paró delante de la puerta del bar y de él salió… una tipa vestida con impoluto traje de chaqueta de color crema, que observó aquello con rostro impasible hasta que los guardias se giraron hacia ella.

—He venío a buscar al señor Lesssynski— la buena mujer hizo lo que pudo para pronunciar bien el apellido, pero tenía que asumir que con ese acento era simplemente imposible—. Tenía una reunión con nuestra empresa.

—¿Pero no iba ustéh a coger el autobús?— le preguntó uno de los guardias a él.

Leszczynski se encogió de hombros.

—El señor Lesssynski nos pidió ayuda para solventáh el problema con ese tipo. Desidimos que era mejóh enviáh a alguien a recogehle.

—Grassias al çielo.

—Más bien a su jefe. Podría enviahle luego una llamá. 

—Haré esso.

Tras un poco más de discusión, todo se saldó con una denuncia y con los guardias civiles llevándose al tipo esposado y soltando espumarajos por la boca sobre “dejáh libre al shusho”. Los dos, tanto él como la mujer, se quedaron mirando cómo se iban antes de aproximarse al brillante coche blanco.

—El Rey Blanco de Cadiç ess poco ssutil. ¿Va a haçer algo con el caçador?

—Seguramente lo recoja después de que lo saquen del cuartel y le cante las cuarenta un rato. 

—¿Le conoçen?

—No. Pero las cosas que se hasen mal se tienen que castigar. Luego ya le educaremos.

El hombre lobo lituano tragó saliva. Aquel “educaremos” no sonaba demasiado bien. Y solo podía alegrarse de que no fuera él el sometido a esa educación.

—Quiero volver a cassa— musitó para su coleto.


Nota de la autora: pido perdón a cualquier gaditano o lituano que lea esto si ambos acentos no me han salido bien. Tenía dos videos abiertos para intentar ser lo más fiel posible, pero es difícil trasladar la musicalidad de una voz al texto escrito @_@

1 comentario:

  1. Gaditana no soy pero viví en Cádiz unos años, y a mí me parece que el acento está bien representado xDDD Pero la verdad es que este reto era complicadísimo y, dentro de lo que cabe, leer se lee con acento andaluz. Eso sí, del lituano no te puedo decir mucho (?)

    ResponderEliminar