domingo, 30 de agosto de 2020

52 Retos de Escritura (XXXV): Fases lunares

Reto #35: Escribe un relato que ocurra en luna nueva y que este hecho tenga consecuencias para la trama.

 

FASES LUNARES

 

Todo estaba preparado. Había hecho cuidadosamente los cálculos necesarios, y estaba convencida de que todo iba a salir bien. Estaba un tanto nerviosa, pero eso era lo normal, ¿verdad? Nunca había intentado un conjuro tan grande.

Una voz en su cabeza que se asemejaba demasiado a la de su tía Olga, su maestra en las artes mágicas, le decía que algo no estaba del todo bien. Normalmente hacía caso omiso de esa voz, especialmente en lo que se refería a temas de su novio, pero en esta situación era mejor ser precavida. Este hechizo no era un juego.

El lugar era el mejor que había podido encontrar; había pocos lugares de poder en esa ciudad que fueran accesibles a una persona como ella, y aún menos que fueran lo suficientemente discretos, así que las opciones eran limitadas, pero de entre ellas esta era la mejor. El círculo estaba correcto, sin una línea de más, exactamente igual que el del manuscrito que había encontrado.  El día era también adecuado, ya que era un número primo, y había elegido un momento con una buena posición de los astros. Cuando el reloj diera la una, sería el momento de realizar el hechizo. No, todo estaba correcto.

Intentando tranquilizarse, decidió asomarse a la ventana del edificio en el que estaba, observando el cielo nocturno. Era completamente negro, sin un solo rastro de estrellas, pero eso era lo normal en aquella ciudad. La contaminación lumínica ocultaba incluso la más brillante de las estrellas. Era un milagro que siquiera pudieran verse los puntos luminosos que eran Venus o Marte. La luna tampoco estaba visible, pero eso era lo normal, porque esa noche era luna nueva. Sus labios se curvaron en una sonrisa irónica, recordando por qué sabía a la perfección la fase de la luna en la que estaban. Su tía siempre había insistido en que las fases de la luna eran primordiales. Saber cuándo eran y su significado podía ser la diferencia entre un buen conjuro y un fallo garrafal.

Su tía siempre le había dicho que las bases de la magia no eran los simples conjuros que uno realizaba de forma inmediata para tener resultados pequeños, o siquiera los pequeños rituales para conseguir conjuros duraderos. La base, le había dicho, eral el conocimiento. De qué había detrás de un conjuro, de sus palabras, de las energías arcanas que permitían sus efectos. De las variables que afectaban esas corrientes de energía, y de cómo usarlas a su favor. Recordaba los años que había pasado memorizando todos aquellos detalles, aprendiendo a calcularlos, a comprenderlos, a unirlos con las consecuencias en un hechizo. Años en los que su impaciencia crecía mientras esperaba, por fin, realizar su primer hechizo. ¡Qué sensación de triunfo había sentido por tan poca cosa! Entonces había sido tan solo una niña. Una simple bola de luz, una simple llama, eran suficiente para contentarla. Y con cada pequeña migaja que le daba su tía, se lanzaba de nuevo a estudiar para aprender más conjuros. Todo bajo el estricto control de su tía.

Pero a medida que crecía, aquella impaciencia acumulada se hizo insoportable. ¿Acaso no había aprendido todo lo que le había dicho que debía aprender? ¿Acaso no había hecho todo lo que le había mandado a la perfección? ¿No la había ayudado a preparar decenas de rituales? Sentía que era hora de empezar a hacer sus propias cosas, comenzar su propia andadura como maga. Pero su tía siempre se negaba.

—Todavía tienes que aprender cosas— le decía siempre.

¿Pero qué más le quedaba por aprender? Conocía todo lo que podía afectar a la magia, y podía hacer los pequeños rituales con los ojos cerrados. Había estudiado cientos de círculos mágicos básicos y estaba lista, creía ella, para hacer algo grande. Lo único que necesitaba era acceso a los libros que su tía guardaba bajo llave y que ella nunca había podido siquiera mirar. Sabía que allí tendría todo el conocimiento que pudiera necesitar. Sin embargo, su tía nunca había estado dispuesta a darle acceso a esos libros. Eran peligrosos, y tratarlos sin el debido cuidado causaba más mal que bien. Cuando estuviera lista, le permitiría acceder a ellos. Pero todavía no lo estaba.

Se había sentido tan frustrada y furiosa que había estado a punto de dejarlo. De tirarlo todo y abandonarlo, y dedicarse a ser una chica normal. Aquel fin de semana, hacía ya varios meses, había salido con sus amigas a un bar de copas por primera vez. Quería divertirse y olvidarse de todo. Y sin embargo, encontró su camino a seguir en la magia: su novio.

Se había fijado en el nada más entrar en el bar. No es que fuera simplemente atractivo. Recordaba todas esas absurdas descripciones que había de los protagonistas masculinos en las novelas que leía y que en general siempre le parecían ridículas, pero sin duda alguna él era alguien que sólo podría ser descrito así. Tenía el pelo rubio platino, casi blanco, y ojos que parecían zafiros, la piel ligeramente tostada y unos músculos que parecían tallados en mármol. Y por supuesto, tenía una voz que iba acorde a semejante cuerpo. No fijarse en él era imposible. Lo que era un milagro era que él se fijara en ella, pero lo hizo. Se acercó y comenzó a hablar con ella. Era divertido e inteligente, y la hablaba como si fuera una princesa de cuento. Recordaba que sus padres y sus amigas le habían dicho que tuviera cuidado con quien se juntaba, por si algún tío intentaba llevársela a algún lado para tener sexo con ella, pero él no hizo ni el menor amago de ello, y al final de la noche lo único que hicieron fue darse el número de móvil para seguir hablando.

Pronto, aquellas tardes que habían estado llenas de estudios sobre la magia comenzaron a estar llenas de aquel que sería su amado novio. Al principio todo era normal, de una normalidad que casi daba miedo, tan normal que asustaba. Pero poco a poco fueron descubriendo cosas el uno del otro, contándose pequeños secretos, hasta que al fin él le dio uno: era mago.

¿Cómo se había sentido aquella vez? No estaba segura de poder describirlo. Una parte de ella era recelosa de aquello, porque se suponía que los magos debían ocultar lo que eran. Pero otra parte estaba encantada de encontrar a alguien que de verdad pudiera entenderla porque, como ella, sabía usar la magia. Le confesó lo que ella era, y al poco tiempo estaban hablando de energías arcanas, y círculos inscritos, y de sus frustraciones con su tía porque no le enseñaba los conjuros más complejos. De pronto, la magia volvía a ser algo brillante para ella, solo porque él formaba parte de ella.

Poco después comenzaron a quedar y un par de semanas después ya se consideraban novios.

Ah, aquella relación era maravillosa. ¡Todo lo que había aprendido de él! Eran cosas que por supuesto no le podía contar a su tía, porque ella estaría en contra, desde luego, pero todo era nuevo y fascinante y ella era feliz.

No podía decir que todo hubiera sido un camino de rosas, claro, pero nada era perfecto. Sus amigas se habían puesto celosas de ella, aunque todavía no entendía demasiado bien por qué. Habían insistido en que no debía salir con él, y que no era bueno para ella. Pero eso era absurdo, porque él la trataba estupendamente. Tal vez, si acaso, ella no estaba a la altura de él. ¿Y por qué iba a dejarle si los dos eran felices? Lo había hablado con él, por supuesto, y él le había dicho que tal vez debería dejarlas estar un tiempo. Que era posible que estuvieran enfadadas con ella por no haberles dicho nada sobre nuestras conversaciones. A fin de cuentas eran cosas que no podía hablar con cualquiera. Lo mejor era dejar que las cosas se enfriaran, y estar separadas un tiempo sería lo mejor. Había tenido que darlas largas durante un par de semanas, pero al poco tiempo no la llamaron más. Suponía que ellas también entendían la necesidad de darse un tiempo. O quizás seguían celosas y estaban enfadadas con ella. Poco importaba. Estaba segura de que en unos pocos meses podría calmar sus ánimos. Puede incluso que pudiera usar un hechizo para mejorar la situación.

Por un momento, eso le hizo recordar a su tía. Siempre le decía que usar hechizos para afectar a la gente sin que estos lo supieran no era bueno. Pero ella no era de esa opinión. Bueno, antes lo había sido, porque lo único que conocía de magia era lo que había aprendido con su tía, pero su novio le había convencido de que aquella posición podía no ser la correcta. ¿Por qué no ayudar a las personas que conocía, sólo porque no podía decirles que lo había hecho mediante magia? No era necesario pedir permiso para aliviar a los demás. Por eso, debía aprender más magia, y debía aprender a usarla de la manera adecuada. Así que él había comenzado a enseñarle cosas que su tía no había estado dispuesta a mostrarle todavía.

Estaba segura de que su tía no estaría contenta si averiguaba lo que estaba haciendo, así que no le había dicho nada.

Pero esto era importante. Esto era para ella. Este sería su pequeño secreto, lo que nunca le contaría pero siempre vería como su gran logro. Era algo que le había enseñado su novio, incluso le había dado el mismo las instrucciones. Le ha advertido de que tuviera extremo cuidado al hacerlo, y ella había seguido las instrucciones todo lo posible. A fin de cuentas, no estaba interesada en que el ritual fallara. Conocía perfectamente lo que pasaría si fallaba. Era una de las primeras cosas que había aprendido de su tía. La magia tenía consecuencias, y estas podían ser fatales. Si se hubiera tratado de una maldición, ni se le habría pasado por la cabeza intentarlo. Pero aquello no era una maldición.

Se apartó de la ventana y se acercó al centro del círculo, teniendo mucho cuidado de no pisar sobre ninguno de los dibujos cuidadosamente trazados. En el centro descansaba un amuleto. Su diseño era similar a un nazar, una pequeña placa de cristal, pero su forma era ovoide, y no mostraba el ojo pintado, sino que en su interior parecía guardar esquirlas de algún tipo de metal. Era un viejo amuleto de origen turco que su novio había conseguido. Le había dicho que era similar al de Khan Konchak, un hombre que había llegado a ser considerado inmortal, y que debía usarlo porque tenía un significado especial, lo cual ayudaría a que el hechizo surtiera efecto.

Una vez todo estuvo en posición, esperó al momento justo antes de comenzar a recitar las palabras del ritual.

Fue haciendo todo paso a paso, las palabras, los gestos, los materiales que iba usando… todo siguiendo el hechizo tal y como lo había memorizado. Todo parecía fluir perfectamente, y al poco tiempo era como si ella no tuviera que pensar, puesto que su cuerpo y boca actuaban por sí solas a medida que la magia comenzaba a acumularse.

No se dio cuenta de que algo iba mal hasta que la magia comenzó a ser absorbida por el amuleto. La corriente que la había estado rodeando, flotando dentro del círculo, desapareció tan rápido que parecía que nunca había estado ahí. Pero el tirón no cesó allí, y sintió su cuerpo debilitarse, como si algo estuviera drenando su energía. Su mente confusa se preguntó por qué estaba pasando eso, porque todo había estado a la perfección, planeado tal y como estaba escrito, teniendo en cuenta todos los factores…
No, todos no, pensó con una claridad antinatural. Se había olvidado de la fase lunar. Hoy era luna nueva.

La luna nueva era el inicio de ciclo. Era un periodo para la introspección, para comenzar nuevos proyectos, para inicios, pero no para resultados. En aquel momento, la energía era más baja. Para un ritual como ese, debería haber necesitado al menos estar en la parte más avanzada del cuarto creciente, puede incluso que la luna llena. Pero había estado tan centrada en todos los otros factores tan complejos que se había olvidado de lo más básico. De todo aquello que su tía le había repetido una y otra vez.
No, no era simplemente eso, ¿verdad? Las instrucciones habían estado claras, pero en ningún punto de ellas estaba mencionada la fase lunar. Estaban todos los otros detalles básicos importantes, pero ese no. Y tanto había insistido él en que debía tener cuidado y en que debía seguir bien lo que estaba escrito, que se había olvidado por completo de lo que no estaba allí. Mientras su cuerpo caía al suelo sin apenas energía, sólo pudo pensar en lo estúpida que había sido.

Todavía estaba consciente cuando escuchó la puerta abrirse. Su debilitado corazón dio un salto, recordando que no estaba sola. ¡Seguro que él la salvaba! Sintió un tremendo alivio y esperó con sus labios curvándose en una suave sonrisa a medida que su novio se acercaba.

Él entró en el círculo sin tener la más mínima consideración por los dibujos trazados en el suelo. Pero en lugar de detenerse a su lado, se acercó al centro y se arrodilló para coger lo que estaba en el suelo: el amuleto con forma de huevo y con esquirlas de metal en el centro. Se levantó, y le vio sonreír como nunca lo había hecho antes. Era una expresión de triunfo que casi parecía demoníaca.

—Va… Vasily…— llamó.

Se volvió hacia ella, y su sonrisa se amplió, pero no había nada de preocupación o cariño en ella.

—Gracias. Pensé que no podría volver a usarlo. Resulta difícil competir en vida con un dhampir que ha obtenido la inmortalidad, ¿sabes? Sin ti no lo había logrado.

—Ayuda… me…

—¿Ayudarte? Sí, supongo que debería… Pero verás, si lo hiciera, tendría que devolverte la vida que te ha quitado este amuleto, y eso no puede pasar. Sería un verdadero problema para mí, después de todo lo que me ha costado conseguirlo.

Su mente se quedó en blanco. ¿Qué le estaba diciendo?

—Ya de por sí, fue verdaderamente costoso encontrar a alguien que no supiera de mí en esta ciudad. Engañar a alguien relacionado con cualquiera de las Cortes es pedir que aparezca ese idiota, y puede que antes fuera fácil de controlar, pero ahora es una maldita pesadilla— Vasily chasqueó la lengua—. No me gusta la idea de irme de la ciudad, ¿sabes? Entrar se vuelve cada vez más difícil y precisa de más recursos de los que estoy dispuesto a gastar. Pero supongo que los magos sois más… Bueno, supongo que ahora puedo llamarte maga, ¿no?

Escuchó cómo se reía despectivamente, y notó cómo el amor que había sentido se iba convirtiendo en absoluto odio. La había engañado. La había usado para sus fines y ahora que había terminado, la desechaba como si no valiera nada. Tal vez porque aquel sentimiento se mostraba en su cara, la sonrisa de aquel monstruo se volvió más burlona si cabe.

—¿Vas a maldecirme? ¡Adelante! Ya he perdido la cuenta de cuantas maldiciones me han echado. Pero aquí me tienes, sigo vivo, y lo seguiré estando después de que tú mueras esta noche.

—¿Eso es… lo único… que tiene valor?

—Claro que no. El poder es lo mejor. Quiero poder, todo el poder del mundo. Quiero controlarlo todo y hacer lo que me plazca allá donde vaya. Y para eso seguiré vivo, pase lo que pase.

—Comprendo…

Entonces, pensó, te maldeciré con algo que no esperas.

No le quedaba demasiado tiempo, ni energía, pero la luna nueva era adecuada para esto. Reuniendo todo su ser, lo poco que quedaba de ella, en su interior, pronunció las palabras con una claridad sorprendente. Este sería su último acto.

—Planto una semilla en ti. El amor que has sentido por mí será como el amor que sientes por el poder y tu propia vida. Cuando ambos sean iguales para la eternidad, te liberarás de este hechizo.

Vasily se rió.

—Vaya, esto es original. ¿Piensas que te amaré y que eso me dolerá?

Pero ella ya no contestó. Y mientras se sumergía en las tinieblas y se enfrentaba a su muerte, solo pudo alegrarse al comprender que no entendería su maldición hasta que, al igual que le había pasado a ella, fuera demasiado tarde.

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