domingo, 23 de agosto de 2020

52 Retos de Escritura (XXXIV): Leyes

Reto #34: Haz una historia con un narrador poco fiable en primera persona, al que acusan de robar bebés.

 

LEYES

 

No pensaba que esto pudiera pasar. Esto era algo que solo les pasaba a los demás, que ocurría en las películas, no en la vida real. Pero ahí estaba yo, con los brazos hacia atrás y las manos esposadas. El policía que me había esposado me tapó la cabeza con una de mis chaquetas y me pegó un empujón para que comenzara a caminar y saliera de mi casa. Abajo, más allá de las escaleras y el portal, me esperaba una nube de periodistas dispuestos a sacar si quiera una foto de cualquier cosa que me identificara para llenar sus estúpidos diarios y noticieros.

Detención ilegal y tráfico de personas, eran los delitos que decían que se me imputaban. Eso era lo que había hecho, según ellos. Retener a menores para luego trasladarlos a ni se sabe dónde, con fines que ni ellos mismos conocían pero que esperaban sacar de mí. Como si yo supiera a dónde habían ido aquellos niños. Había estado siguiendo esas noticias sobre la desaparición de bebés, por supuesto, pero, ¿de dónde sacaban que un tipo como yo podía hacer eso? Si escuchabas las historias, era como si aquel que se los estuviera llevando no fuera ni siquiera humano.

Pero a pesar de todo, ahí estaba yo, de camino a la comisaría, asombrado y asustado a partes iguales. 

¿Qué tenían en contra mía? ¿Por qué me acusaban de esto? No tenía sentido para mí.

Me gustaban los niños, ciertamente. De acuerdo, esa frase puede sonar muy mal si la digo en voz alta, así que lo acotaré mejor. Me gusta trabajar con niños, y me gusta jugar con ellos. No soy alguien que disfrute atormentándolos, ni de lejos, y tampoco quiero hacer cosas… indecentes con ellos. No soy ese tipo de persona. Y porque me gustan los niños, siempre he buscado trabajos en los que pudiera estar con ellos. Me hubiera gustado estudiar una carrera que me hubiera permitido acceso a un trabajo más directo, como magisterio, o psicología, o medicina… pero no daba para tanto. Hice una FP que esperaba que me diera algo de trabajo, pero al final no me abría ninguna puerta, y menos en este país donde el trabajo era lamentable y no se pensaba en los niños. Aunque conseguí encontrar algo, como limpiador en una guardería.

Ser personal de la limpieza está lejos de ser un trabajo fácil, y la paga, aunque no era lo peor, seguía siendo escasa. Además, mis horas apenas coincidían con las de los niños, con lo que apenas podía verlos. Era una verdadera lástima. Aunque supongo que era lo mejor, porque habría querido estar con ellos para enseñarles a andar, a hablar, a leer… esas cosas no las podía hacer un limpiador como yo. Eso era el trabajo de los profesores y monitores, gente que había tenido esas maravillosas carreras a las que yo no había podido acceder. Ciertamente, no era una persona inteligente como ellos, ni había recibido la formación adecuada, así que no podía ocupar esos puestos, por mucho que hubiera querido. Ya bastante tenía con intentar tener una vida normal solo con mi sueldo.

Con una historia así, ¿cómo podía ser yo el criminal que estaban buscando? Pero al parecer estaban convencidos de que había sido yo.

La comisaría era un lugar pequeño n el que todo parecía estar apelotonado. Me llevaron a una habitación en la que me sentaron en una mesa, y un tipo de uniforme comenzó a hacerme preguntas. No era amable ni de lejos, y tenía la sospecha de que ya había decidido condenarme antes de que hubiera juicio. Me hizo una serie de preguntas a las que yo no contesté porque no tenía por qué contestar, y pedí que viniera un abogado. Supongo que después de tantas películas, uno se sabe todo lo que tiene que hacer. Parecía que eso lo enfurecería más y que me partiría la cara allí mismo, como todas esas historias de terror que escuchas en internet, pero lo cierto y verdad es que lo único que hizo fue apuntar una serie de cosas en el ordenador, y darme un papel a firmar en el que ponía que yo no hacía declaración. Luego me preguntaron si conocía a un abogado al que pudiera llamar, pero ese no era el caso, así que me dijeron que me asignarían uno de oficio. Casi comencé a temer que eso significara que me quedaría allí en el calabozo durante una semana o algo así.

La verdad fue que solo pasé una noche allí. A la mañana siguiente apareció un hombre de aspecto impecable con un traje hecho a medida que me miró y suspiró.

—Soy su abogado asignado de oficio. Mi nombre es Ricardo de Rivas. ¿Sabe por qué está aquí?

—Es por los bebés desaparecidos, ¿verdad?

Mi nuevo abogado asintió.

—Bien, ahora, si me pudiera contar su versión…

Le conté todo lo que sabía. Que había bebés desaparecidos, todos mayores de seis meses, que habían desaparecido de guarderías durante las horas de la siesta y que nadie sabía quién podía habérselos llevado. Que era cierto que trabajaba en algunas de esas guarderías, pero que no estaba en esos lugares a esas horas. Le hablé también de mi condición que era lo que me había impedido realizar aquellos estudios que siempre había querido, y las razones por las que estaba en este trabajo en lugar de aquel que me habría correspondido. Tras mi relato, mi abogado me miró seriamente.

—Así que no tiene ni idea de dónde están los niños.

—Por supuesto que no lo sé. ¿Cómo voy a saberlo?

—Entiendo. Esta tarde tendrá que enfrentarse al juez, el decidirá si ingresa en prisión o no.

—¿Esta tarde?

Me parecía tremendamente rápido. ¿La gente no se quedaba durante días aquí sufriendo horribles interrogatorios para que la gente aceptara ser acusado? Eso era lo que decían las películas.

—Este caso ha sido problemático en lo que a los periódicos se refiere, estoy seguro de que quieren quitárselo de en medio en cuanto puedan— la forma en la que lo estaba diciendo era monótona, como si no tuviera importancia en absoluto—. El juez no debe estar de buen humor, esto será complicado. Esta tarde le diré la estrategia para que al menos le dejen en libertad bajo fianza.

—¿Fianza? ¿Por qué?

Noté en su mirada algo terrible. No, él creía mi historia, sin ninguna duda, pero tenía la sensación de que él la veía de una forma distinta a la mía. No entendía por qué pensaría de esa manera, como no entendía por qué estaba allí. Pero nunca contestó a mi pregunta, como si la respuesta fuera obvia.
¿Cómo iba a salir de esa si la persona que tenía que defenderme no creía realmente en mí? Pero, por otro lado, ¿qué podía hacer yo? No tenía el dinero suficiente ni los conocimientos como para conseguir un mejor abogado, ni creía que pudiera convencer a nadie de que era inocente. Sabía que ahí afuera estaban esperándome. No solo los periodistas que estaban dispuestos a convertirme en un monstruo. También gente que no tenía nada que ver con aquel asunto, pero que estaban dispuestos no ya solo en convertirse en jueces, sino también en verdugos. Ellos no sabían nada, ¡nada! Y el miedo que estaba sintiendo, si bien no se estaba aplacando, no hacía más que crecer.

¡Esos malditos desagradecidos no sabían nada de lo que yo había hecho y aún así se atrevían a condenarme!

Pero luego vinieron las largas horas de espera hasta que fuera el momento de ir al juzgado, y la soledad calmó mi enfado. Tenía que confiar en mi abogado, me dije. Había dicho que podría salir libre con fianza. Esperaba que no fuera muy grande, porque de verdad, mi empleo no daba para mucho. Aunque tendría problemas en el barrio, y aún más para volver al trabajo. Si lo pensaba lentamente, esto iba a arruinar mi vida. Todo por esta maldita condición mía. Me habría gustado tanto ser una persona normal…

Él apareció cuando estaban a punto de llevarme al juzgado.

Le conocía de vista. Oh, todos habíamos oído hablar de él en algún momento dado, pero yo le había visto una vez, hacía un montón de años. Era alguien con quien no te querías meter, tenía contactos por todas partes, y conocía a gente peligrosa. Si tuviera que definirlo, definitivamente le consideraría un mafioso. No quería tener nada que ver con él. Yo había venido a esta ciudad a trabajar y a llevar una vida razonable, cuidando de niños y haciendo lo que fuera por ellos. Ese era mi sueño y aquel tipo no tenía cabida en él. De todas formas, ¿qué demonios hacía en la comisaría? ¿Y a estas horas, justo cuando me iban a llevar a otro lado? Pero él me miró y sonrió.

—Creía haberte dicho que te comportaras, ¿verdad?

—¿De qué está hablando? ¿Qué hace aquí? ¿Cómo le han dejado pasar?

—¿De veras me estás preguntando eso? Sabes perfectamente quién soy y lo que soy, ¿no es así? ¿O acaso te has olvidado?

¿Me podría olvidar realmente de una conversación con alguien como él? Por supuesto, eso era una pregunta retórica. Era difícil olvidar a alguien como él.

—Te dije que debías amoldarte a mis reglas si querías vivir en esta ciudad. Te acuerdas de las reglas, ¿verdad? Está bien tratar con los seres humanos, pero nunca debes causarles daños.

—Yo no le he hecho daño a nadie.

—¿Dónde están los niños?

—No lo sé.

—¿No lo sabes? ¿O es que no quieres saberlo?

No quería hablar más con aquel tipo, así que no dije nada más. Pero él tenía otras ideas.

—Bien, entonces cambiaré mi pregunta. ¿Por qué portal arrojabas a los bebés?

Seguí sin decir nada.

—Oh, vamos, ¿crees que no lo sé? ¿De verdad piensas que no entiendo lo que estabas haciendo? La gente como tú piensa que puede hacer lo que quiera con los niños de los seres humanos, pero…

—¡No es eso! ¡Yo no les he hecho nada!

—¿No?

—¡Los estaba protegiendo!

Esa era la verdad. Era lo que había estado haciendo todo el rato, protegerlos. Protegerlos de todas aquellas criaturas que rondaban en la oscuridad de esta ciudad, y que se los llevarían en cuanto le dieran la más mínima oportunidad. Debía ocultarlos, y debía evitar que aquellas cosas supieran donde estaban. Era gente como este tipo la que ponía en peligro a aquellos pobres bebés. Aquellos que no eran humanos. Ellos eran el verdadero peligro.

—¿Protegiéndolos de qué? Desde luego no de ti mismo— la voz de aquel hombre sonaba cruel—. ¿Por qué no me dices donde están? Puede que salves tu cuello todavía, si están vivos.

¿De qué estaba hablando? ¡Por supuesto que estaban vivos! Aunque no supiera donde estaban, sabía que estaban sanos y salvos.

De pronto aquel hombre pareció crecerse, hacerse enorme. Las sombras comenzaron a arremolinarse a su alrededor, y por un instante, por unos largos segundos que parecieron la eternidad, dejó de parecer humano. Incluso si su figura era la de uno. Noté cómo me costaba respirar, como si su presencia me estuviera asfixiando mejor que lo harían dos manos cerradas sobre mi cuello. Me recordaba a lo que me estaba enfrentando.

—No hay amenaza, ¿verdad? Es lo que te has dicho a ti mismo para consolarte a sabiendas de que estás haciendo algo prohibido. Los aos sí sois gente de costumbres, a fin de cuentas.

—¡No los he cambiado!

—No, si lo hubieras hecho habría sido aún más escandaloso y habría hecho daño a aún más gente, eso te lo admitiré. Pero has usado las puertas, ¿verdad?

—No hay puertas en esta ciudad.

Estaba haciendo todo lo posible por no amilanarme ante ese hombre. No me daba miedo, me dije. Me lo repetí como un mantra. A pesar de su presencia pavorosa, a pesar de que sabía lo que podía hacerme, no me dejaría amedrentar. Él, tal vez comprendiendo que no iba a sacar nada de mí que no fuera lo que había dicho ya, suspiró.

—Mírame a los ojos— ordenó.

Sabía que no debía hacerlo, pero no pude evitarlo. Le miré a los ojos, y por unos instantes, solo pude ver aquellos orbes que hasta ese momento habían sido marrones, pero que se habían tornado de un profundo color rojizo. Y hablé. Hablé de la puerta que está abierta en una vieja colina donde antaño los aos sí bailaban y atraían a los humanos, y de la puerta al Annwn, lejos, tan lejos del hogar. Y de cómo no sabía a dónde llevaba aquella puerta, salvo que aquel lugar eterno sería más seguro para todos aquellos bebés, antes de que la humanidad los devorara y los convirtiera en criaturas terribles, en los adultos que serían como aquel policía o aquel abogado, demasiado atentos a sus leyes y a sus falsas justicias como para preocuparse por esos pequeños. Todas aquellas palabras que había guardado en mi corazón, toda aquella verdad, ahora la había liberado. Cuando uno dice palabras como aquellas, nunca más las puede volver a pronunciar.

Y cuando acabé de hablar, él volvió a darme una orden.

—Duerme.

Ahora lo sé, a medida que cierro los ojos, que nunca volveré a abrirlos. No en este mundo con esos preciosos niños. Este es mi precio a pagar, a pesar de que solo lo hacía por su bien.

Esto es lo que ocurre a todos aquellos que van en contra de las leyes del Rey Negro.

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