domingo, 6 de septiembre de 2020

52 Retos de Escritura (XXXVI): ¿Invitados?

Reto #36: Haz una historia que integre una descripción de la mejor comida que has probado nunca.

 

¿INVITADOS?

 

—Explícame de nuevo por favor por qué tengo al Rey Negro de Caerleon sentado en mi salón con cara de pocos amigos.

—Al parecer, ha escuchado que la cocina de este país es superior a la del suyo y quiere comprobar que es verdad.

—¿Y no puedes llevarle a un restaurante?

—Ya sabes como son los aos sí.

Eloisa suspiró, porque habían tenido esa misma conversación cuatro veces en la última media hora. Daba igual lo lógico que sonara el argumento, ¿por qué demonios tenía ella que cargar con un aos sí que se comportaba como un crío pequeño y al que de repente le había dado por el orgullo patrio en temas de cocina?

—¿Y por qué no le haces tú la comida? Llevas aquí el suficiente tiempo como para hacerlo sin problema.

—Dice que yo no cuento porque no soy del país.

—Mira, hay gente que se dice española que ha estado menos tiempo en este país que tú. De hecho, creo que llevas más en este país que yo, y nací aquí.

—Exageras. En cualquiera de los casos, quiere que alguien que sea de este país le haga un plato que se haga aquí.

Sí, eso también se lo había dicho. Y que tampoco era necesario hacer un plato que fuera “típico”. Porque solo le habría faltado tener que montarse una paella allí, como si fuera fácil. No, de hacer una “paella”, probablemente tendría a algún valenciano loco pidiendo su cuello y llamando al plato “arroz con cosas”. Claro que podría haber intentado el “plato típico” de Madrid, pero un cocido requería empezar a trabajar en él desde la noche anterior, y esta gente se había presentado en su casa con sus estúpidas exigencias de elfo pijo hacía una hora. Daba igual si sabía magia o no, o si tenía algún tipo de poder, no podía hacer milagros. Además, no es que ella fuera una cocinera estelar: hacía la comida que necesitaba, y le bastaba con que supiera bien. Incluso cuando tenía gente en casa, tenía la filosofía de no trabajar en exceso en la cocina. Había gente a la que hacer la comida les encantaba y hacían verdaderas maravillas, pero ella no era de ese tipo de personas. Así que desde su punto de vista, era absurdo pedirle que se encargara de una prueba como aquella.

Tenía la sospecha de que las exigencias del Rey Negro de Caerleon eran porque quería fortalecer su idea de que la cocina de su tierra era mejor antes de aceptar lo que había oído. Ese comportamiento era sin duda infantil desde su punto de vista. Le fastidiaba que la hubieran pillado a ella entre medias. Y lo peor es que tenía que hacerlo porque tenía que tener en cuenta la posición diplomática con el resto de Cortes. Incluso si eran la Corte contraria.

A veces odiaba su vida.

—¿Qué piensas hacer?— le preguntó Sorin, cortando sus pensamientos.

—Voy a hacer lo que ya tenía planeado, pero como sois una panda de cabrones que os vais a aprovechar de MI comida, vas a bajar a la carnicería y me vas a comprar lo que yo te diga. Y da gracias a que tengo suficiente mostaza, o ibas a tener que irte hasta el Makro de Barajas a comprarla.

—¿Hasta Barajas? ¿Pero qué clase de mostaza compras?

—La mejor de las mejores. Ahora, me vas a traer un lomo de cerdo de medio kilo, al natural y la pieza entera. Cuando la traigas me la dejas en la nevera, que a saber cuándo podré prepararla con vosotros aquí.

Una vez consiguió que Sorin saliera de la cocina en busca de la carne de la cena, comenzó a preparar la comida. El plato principal llevaría su tiempo, así que empezaría por él. Salpimentó el lomo de cerdo, para acto seguido cubrirlo con el contenido de una pequeña botella de mostaza al estragón. Era difícil de conseguir incluso en grandes superficies de Madrid, y solía comprarla en bulto porque era más barato y fácil, así que tenía suficiente tanto para su cena planeada como para la comida sorpresa que le habían largado. El horno estaba precalentado, así que sólo tuvo que poner el recipiente dentro y marcar el tiempo que estaría encendido a la temperatura adecuada. Como le quedaba tiempo, comenzó a preparar la ensalada que haría de primer plato. Según estaba cortando los trozos de tomate, escuchó que la puerta se abría, y que aparecía su invitado sorpresa.

Tenía el aspecto de un crío. Seguramente, en términos de los aos sí, era uno. Pero era un Rey Negro, lo cual quería decir que tenía el suficiente poder y respecto como para que las criaturas míticas le escucharan. Lo más seguro es que tuviera varios cientos de años. Se miraron durante unos segundos, hasta que Eloisa volvió a lo que estaba haciendo.

—Dicen que la comida de aquí es la mejor— dijo el Rey Negro de Caerleon.

—Seguramente exageran.

—Eso pienso yo. Pero Sorin dice que debo probar antes de juzgar porque desde luego es mejor que la de Caerleon.

—Bueno, no conozco el lugar, pero desde luego la cocina inglesa es… limitada.

Hubo una nueva pausa, bastante larga. Eloisa acabó de cortar las hortalizas, así que la aliñó con sal, aceite de oliva y vinagre. Seguro que había cosas mucho más refinadas que serían más del gusto de su gente, pero esperaba que no se quejara porque, si además de haberse presentado en su casa sin previo aviso no le daba las gracias, a lo peor cometía regicidio. Especialmente teniendo en cuenta de que se estaba comiendo su comida. Sí, comprendía que los aos sí se regían por las reglas de la hospitalidad, entendida desde un punto de vista medieval, según las cuales el anfitrión tenía que tragar con que el huésped se presentara cuando le diera la gana. Pero recordaba que el huésped también tenía que cumplir sus propias obligaciones, y tocarle las narices a su anfitrión no era una de ellas, precisamente.

—¿Vas a hacer el plato típico de este país?

—No.

—¿Por qué?

—Para empezar, no hay un plato típico de este país. Hay un plato típico de esta región, pero como alguien que yo me sé se ha plantado aquí sin avisar, no se puede hacer.

—¿No se puede hacer?

—No, porque requiere poner los garbanzos en agua durante toda la noche. Si su majestad— dijo la palabra con recochineo— se hubiera dignado en avisarme con un día de antelación, me habría molestado en hacer todos esos pasos. Pero como no ha sido así, tendréis que tragar con el plato favorito de mi amiga.

Tan favorito era que estaba segura de que podría largarle todas las sobras, tanto de la comida como de la cena, y no preguntaría en absoluto. Simplemente celebraría tener su plato favorito durante días.

En ese momento sonó el timbre, así que Eloisa se apartó de la cocina para ir a abrir. Se encontró con que Sorin no solo había comprado lo que le había pedido, sino que además se había hecho con una caja de helado de chocolate de un litro. Entrecerró los ojos.

—¿Me estás comprando?

—¿Puede?

—Lo aceptaré porque es de chocolate, pero no creas que te has librado todavía de mi furia.

—¿Podemos dejar la negociación de mi castigo para después de comer? ¿Por favor?

—Bueno, de acuerdo. Pero que sepas que no me pienso olvidar.

Ambos se dirigieron a la cocina, y mientras Sorin se encargaba de dejar las cosas en sus respectivos sitios, Eloisa atendió a la carne que estaba preparando. Una vez estuvo segura de que estaba bien hecha, la sacó del horno y la retiró. Los restos de aceite y mostaza al estragón los mezcló con lo que quedaba de la botellita original y con nata para hacer la salsa que iría con la carne. Una vez estuvo hecho, salió de la cocina y dijo a los presentes.

—Id poniendo la mesa.

—¿Yo?— se quejó el Rey Negro de Caerleon—. ¿De verdad tengo yo que poner la mesa? ¡Soy un invitado!

—Y en este país— replicó Sorin con una sonrisa—, un buen invitado se ofrece para ayudar al anfitrión, especialmente si el anfitrión está cocinando para ellos. Como es el caso.

—¡Pero soy el Rey Negro! Ese tipo de cosas…

—Cadin, nuestra anfitriona es la Reina Blanca. Y ella ha cocinado para ti. ¿Acaso vas a ponerte como superior a una Corte de la ciudad?

La sonrisa de Sorin se había vuelto peligrosa. Eloisa sintió una gota de sudor frío recorrer su frente. Era obvio que… ¿Cadin, era? Que Cadin se veía como superior solo por ser un Rey Negro. Era cierto que de cara a la comunidad de seres míticos y, sobre todo, de cara a las Cortes en las distintas ciudades, Caerleon tenía un cierto peso por su pasado mítico. Pero incluso alguien con tanta influencia podía tener problemas si insultaba a alguien y las dos Cortes de otra ciudad se quejaban. Una Corte era eterna, pero su Rey no.

Refunfuñando cosas sobre la hospitalidad del lugar, Cadin acompañó a Sorin y los dos fueron poniendo la mesa poco a poco. Para cuando acabaron, todo estaba preparado y fue servido con eficiencia.

Cadin observó los filetes de carne a la mostaza con cara de pocos amigos, aunque no estaba segura de si era porque pensaba que iban a estar asquerosos, o porque pensaba que no lo iban a estar y que todos los prejuicios que se había creado iban a darle un bofetón en la cara, por listo. Le daba igual, la verdad. A esas alturas de la feria, lo único que esperaba es que se fuera a su casa de una maldita vez y la dejara en paz. Le iba a amargar la comida.

Una pena, porque esta vez le había salido estupenda. Era cierto que la carne quedaba un tanto seca usando ese sistema, pero esa sequedad quedaba compensada por la salsa, cuyo sabor con ligeros toques de acidez resaltaban el sabor de los ingredientes usados. Tuvo que sonreírse ante este pensamiento: se parecía a los personajes de esas historias que leía su amiga, que tenían que comentar los maravillosos sabores de un plato que en aquel lugar era lo más normal del mundo. A veces tenía que preguntarse por sus gustos. La ensalada, por cierto, tampoco le había quedado mal, pero había que ser muy negado para que te quedara mal una ensalada.

Cuando ya iba por su tercer filete, y pensando si sería pasarse si comía otro, el aos sí decidió por fin que la comida no le mataría y se metió un pedazo de carne en la boca.

Eloisa habría deseado tener una cámara de vídeo para grabar cómo le cambiaba la cara según los sabores de la carne y la salsa se mezclaban sobre su lengua. Fue del temor a la sorpresa y de ahí a la felicidad, pasando por todo un abanico de muecas de aspecto infantil. No dijo nada, pero no fue necesario al ver cómo se ponía a engullir la comida de su plato como si no hubiera probado bocado en días.

Sorin, que había estado atacando la ensalada sin compasión hasta hacía unos instantes, la sonrió.

—Juego, set y partido.

Durante unos instantes, se sintió orgullosa, aunque no estaba segura de qué era lo que debía hacerla sentirse así.

Acabaron la comida en paz, e incluso compartieron el helado de chocolate que había traído Sorin. Cadin estuvo pensativo durante todo el postre, y se despidió deprisa y corriendo, no sin antes llevarse la receta del plato que le había gustado tanto. Cuando dejaba de ser un elfo pijo, hasta era simpático y todo. 




Días después de la comida, Sorin apareció con lo que era, probablemente, la mayor cantidad de helado de chocolate que Eli había visto en su vida. Su respuesta a eso fue inmediata:

—¿Qué has hecho?

—¿Yo? Nada. Has sido tú. Esto es en agradecimiento por lo que has hecho por mí.

Eso no la tranquilizaba en absoluto.

—Empieza a cantar ahora mismo o me haré una bufanda con tus intestinos.

A pesar de la amenaza, Sorin era todo sonrisas mientras explicaba las consecuencias de la comida que habían compartido con el Rey Negro de Caerleon. En concreto, el hecho de que Cadin había dejado de ser tan pijo. No es que hubiera cambiado de forma radical de la noche a la mañana, pero tener que aceptar algo que había desafiado su visión del mundo le había dejado bastante pensativo. Aquello había pacificado bastante sus relaciones con la Corte Blanca de Caerleon, lo que había tenido a su vez consecuencias encadenadas a lo largo de toda Gales. O, en palabras de Sorin, “creando una ola de paz y amor por todo el territorio”.

Eloisa le miró mal cuando dijo eso.

—Ahora en serio, probablemente acabes de ganarles cincuenta años de buenas relaciones. Como mínimo. Deberían ponerte una estatua.

—Todo eso es muy bonito, pero, ¿sabes lo que quiero?

—¿Qué?

—Que dejes de cargarme tus marrones.

—¿Entonces no quieres el helado?

—No. Lo que quiero decir es que no hay suficiente helado en el planeta como para pagarme esto, y que como te vuelva a ver antes de Samhain, puede que no solo te quedes sin intestinos.

Y le cerró la puerta en las narices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario