domingo, 28 de junio de 2020

52 Retos de Escritura (XXVI): En la biblioteca negra

Reto #26: Haz una historia en la que el incidente desencadenante sea un guante perdido.


EN LA BIBLIOTECA NEGRA


El Rey Negro observó el objeto en su mano con algo de curiosidad antes de devolvérselo.

—Es un guante— sentenció.

—Sísísísísísísí, es un guante humano— replicó Gama con su vocecilla chillona—. Gama lo ha encontrado. Gama lo trae para Rey Negro.

Para Gama, que no era la más brillante de entre los duendes, aquel objeto era maravilloso porque era de los humanos, así que seguro que era un buen obsequio para el Rey Negro al que tanto le gustaban los humanos. A ella no le gustaban demasiado, por supuesto, porque la mayoría de ellos eran estúpidos y solo sabían hacer daño a los demás. Pero sabía que el Rey Negro les tenía aprecio y que le gustaban la Reina Blanca y sus guardianes, y por eso si encontraba algo de los humanos, se lo traía como obsequio. Seguro que el Rey Negro estaba contento, sí. Desde luego, había dejado de intentar dárselo a ella de nuevo.

—¿Dónde has encontrado esto?

—En la biblioteca. Gama va ahí a dormir.

—En la… Espera, ¿en qué biblioteca dices que duermes?

Gama pestañeó, ¿era eso importante?

—Gama duerme en la biblioteca negra.

El sitio era tranquilo porque solo los seres míticos más listos entraban en ella. En tiempos había sido solo accesible para aquellos que tuvieran el permiso del Rey Negro, pero el actual había decidido que todo el mundo tenía derecho a usarla, siempre que estuviera en la Corte Negra. Recordaba que la primera vez que había ido, había pensado hacerlo para gastarle una broma pesada a todos aquellos estirados que siempre la habían tratados fatal, pero casi de inmediato decidió que era un desperdicio no usarla como lugar para echarse la siesta. A fin de cuentas, mientras no roncara, nadie se iba a molestar, ¿verdad? Era bueno que no roncaba, así no tenía problemas.

El Rey Negro se puso en pie de repente. No parecía contento.

—Sígueme— le ordenó.

Luego, con sus largas zancadas, recorrió el estudio y salió al pasillo, sin siquiera mirar si Gama le seguía o no. La duendecilla se apresuró a seguirle, correteando detrás de él con sus cortas patas. Estaba muy preocupada porque no entendía por qué se había enfadado. ¿Era porque dormía en la biblioteca negra? ¿Era eso malo? Nadie le había dicho nunca nada ni se había metido en problemas. Ni siquiera había tocado los libros. Lo único que había hecho había sido coger el guante que había encontrado en el suelo. ¿Se había equivocado? A lo peor al Rey Negro no le había gustado su obsequio… La cabeza de Gama comenzó a ir en círculos, sus ojos empañándose por las lágrimas mientras seguía corriendo detrás de su líder. Ella no quería que se enfadase, ella quería que se sintiera contento.

Ambos llegaron a las puertas de la biblioteca negra. Al menos Gama la llamaba así, porque los muebles eran todos de ese color. Sin siquiera molestarse en mirar, el Rey Negro abrió las puertas de par en par. En contra de lo que se pudiera haber esperado, no hubo ruido, ni movimiento alguno. La única luz que había provenía de unos tragaluces en el tejado, a los que apenas alcanzaba los haces de las farolas de la calle. Todo parecía en completa calma, como era habitual.

—Gama, ¿dónde encontraste el guante?

La duendecilla, más que contestar, se deslizó la lado de su monarca y se dirigió hacia el fondo de la habitación, caminando entre mesas y estanterías con la familiaridad de alguien que pasaba toda su vida allí. Cuando llegó a un pasillo específico, se detuvo y señaló el suelo.

—Aquí.

El Rey Negro se aproximó también, y observó el punto durante un rato largo. Primero el sitio en el que había estado el guante, y luego a su alrededor, para finalmente mirar hacia arriba. Gama vio cómo el hombre sacudía la cabeza en una especie de negativa, antes de poner la mano en el suelo y cerrar los ojos. El aire a su alrededor crepitó durante unos segundos, y él se puso de pie.

—Buen trabajo, Gama.

—¿Uh?

Tardó unos segundos en procesar las palabras y la sonrisa en el rostro del Rey Negro. ¿No lo había hecho mal? No estaba segura de qué era lo que había hecho que era un buen trabajo, pero si el Rey Negro estaba contento con ella, ¡entonces ella estaba contenta! Una enorme sonrisa curvó sus labios, tan grande que casi le llegaba a las orejas. ¡Oh, era estupendo recibir palabras bonitas!

—¿Puedes venir? Vamos a encontrar al humano al que pertenece este guante.

—¡Sí! ¡Gama ayuda al Rey Negro!

Gama suponía que saldrían de la biblioteca para buscar a la persona a la que pertenecía el guante, pero su líder, en lugar de volver sobre sus pasos, giró y siguió uno de los pasillos creados por las estanterías negras. La duende correteó detrás, intentando no perderle de vista. Por fortuna, no andaba demasiado rápido, así que le resultaba fácil seguirle. ¿Tal vez tenía que vigilar por si el humano estaba en alguna de las estanterías? ¿Dormían los humanos en estanterías? Bueno, recordaba haber visto una especie de cama-estantería una vez, pero solo cabían dos humanos. En su opinión, los humanos tenían que aprender a meterse en espacios más pequeños.

El pasillo era mucho más largo de lo que ella había creído. Por supuesto, la biblioteca negra era grande, enorme, y además tenía hechizos que hacían que el espacio se agrandara. Pero aquello no era normal y la ponía nerviosa. A su alrededor, los libros en las estanterías empezaban a tener colores más oscuros, con símbolos que no había visto nunca, o que al menos no recordaba. Algunos de ellos parecían brillar. Definitivamente, no le gustaba ese sitio. Tal vez era mejor dejar de dormir en la biblioteca negra. Seguro que encontraba otra biblioteca donde meterse.

Al fin, el Rey Negro se detuvo, y Gama frenó en seco, antes de asomarse por detrás de sus piernas. Delante de ellos se abría una especie de habitación cuyas paredes eran estanterías llenas de libros. Sólo que no eran libros, sino otra cosa distinta que su pequeña mente, incluso siendo un ser místico, no podía comprender. Por eso tomaban esa forma. En el centro de aquel lugar extraño había un pedestal, y encima del pedestal un libro. Esta vez estaba convencida de que era un libro, pero era el libro que más mala espina le daba del universo. Junto al pedestal había un bulto que se movió un poco antes de erguirse. Una vez lo hizo, comprobó que se trataba de un niño humano. Era extraño, se dijo, porque llevaba ropa de abrigo a pesar de que afuera hacía calor. Incluso una de sus manos estaba cubierta por un guante.

Un guante igual al que ella había encontrado.

Gama no era una duende brillante. Incluso para los suyos, que eran más astutos que inteligentes, era un poco lenta a la hora de tener ideas. Pero a veces, solo a veces, un chispazo de entendimiento que no sabían muy bien de donde venía cruzaba su mente. En aquel momento entendió… que el niño llevaba ahí demasiado tiempo. Tal vez desde el invierno. Pero aquello no era posible, porque habían pasado meses, y en la biblioteca negra no había comida para duendes, menos aún para un niño humano.

Así que aquello no era un niño humano.

La mente de Gama se cortocircuitó al toparse con aquella contradicción.

—Ah, veo que tenemos un visitante desagradable. ¿Y ese humano? ¿Con qué lo atrajiste?

—Vino a mí— replicó el niño, con una voz que no le pertenecía—. Pasó por una de las puertas hace meses, buscando algo que había perdido. Su mente era tan débil… Así que ahora es mi cuerpo.

—¿Oh?

El niño humano mostró una sonrisa que no debía aparecer en ningún rostro natural.

—¿Acaso piensas que tu magia es lo suficientemente fuerte como para negarme entrar a este mundo?

—¿Quién ha dicho que vaya a usar magia?— la voz del Rey Negro había sonado divertida hasta ese momento, pero de repente cayó una octava—. Gama.

Al escuchar su nombre, la duende se puso firme. Su mente, normalmente dispersa, se enfocó. En aquel momento se olvidó de todo lo que era, salvo de una cosa: cumpliría las órdenes que le diera su líder.

—¿Ves ese libro sobre el pedestal?

Gama ni siquiera asintió, pero no era necesario. Sus ojos estaban fijos en el mismo.

—Destrúyelo.

Con un grito agudo que parecía el chirrido de una máquina mal engrasada, se arrojó sobre el libro. Notó que había algo que se intentaba apoderar de sus pensamientos y convertirla en algo que no era.

Pero en aquel momento, Gama no poseía pensamiento alguno.

Cayó sobre el libro, chillando y chirriando, y mordió un puñado de papel mientras sus manos, súbitamente convertidas en garras, comenzaban a arrancar páginas. Otro grito, este de dolor, se unió a los suyos, pero no era suyo. Comenzó a dolerle la cabeza, como si alguien estuviera presionándola, pero lo ignoró y siguió rasgando y mordiendo y arañando hasta que por fin su vista se oscureció y cayó inconsciente.



El guante había caído en la biblioteca. No, esa no era la forma correcta de decirlo. Alguien lo había llevado a la biblioteca. Quién o qué, era un misterio. Por qué, sin embargo, estaba claro: para procurarle una víctima fácil a todos los peligros que había en aquel lugar. No creía que aquel que lo hubiera hecho se hubiera preocupado por qué criatura específica se hiciera con el niño. A fin de cuentas, el edificio en el que se reunía la Corte Oscura era viejo, lleno de secretos y de cosas olvidadas y peligrosas cuyos sellos, de haberlos, se iban desgastando con el tiempo. No era sorprendente que una cosa como aquel libro estuviera donde estaba. Tampoco que él no supiera nada de su existencia hasta el momento en el que se lo había encontrado. No había suficiente tiempo en una sola vida, ni en decenas de ellas, como para descubrir todos los secretos que sus antecesores habían dejado allí. Y en realidad, si las cosas se dejaban tal y como estaban, no debería haber problemas.

Pero alguien decidió causarlo.

El Rey Negro estaba furioso, por supuesto. No era solo que hubiera pasado eso, sino que hubiera tardado tanto en darse cuenta. Estaba sorprendido ante el hecho de que alguien hubiera podido colarse en sus defensas, y preocupado porque esto pudiera ocurrir de nuevo y causara más problemas. Pero sobre todo, se sentía culpable.

Se sentía culpable por el pobre niño inocente cuya mente seguramente no se recuperaría jamás de lo que había sufrido, incluso si su cuerpo se recuperaba de la experiencia. Y se sentía culpable por Gama.

La duendecilla había pasado varios días inconsciente, antes de volver a ser la criatura espesa y vaga que solía ser. Desgraciadamente para ella, la biblioteca ya no era un lugar tan tranquilo, puesto que ahora estaba lleno de todo tipo de seres que buscaban lugares por los que un humano pudiera colarse para sellarlo. Al menos, se había esforzado por encontrarle un lugar donde pudiera estar cómoda y dormir a sus anchas. Era lo mínimo que podía hacer.

Al menos esta vez, se decía con algo de cinismo hacia su persona, no había sacrificado nada más.

No era la primera vez que Gama hacía esto. Y sospechaba que no sería la última. Era la primera de entre los suyos que había compartido su ideal de unas Cortes pacíficas, y la que más había pagado por ello, con su cuerpo y su mente, en multitud de ocasiones. No podía agradecerle todo lo que había hecho por él, ni siquiera sacrificando toda su vida.

Por eso mismo, encontraría a quien había usado aquel guante, sacrificado a aquel niño, y forzado a que él sacrificara a su seguidora más fiel.

Y podía rezar por ser otro humano, se dijo, porque si era una criatura mítica, el castigo que le impondría sería tan terrible que se recordaría hasta que la ciudad hubiera quedado en ruinas.

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