domingo, 5 de julio de 2020

52 Retos de Escritura (XXVII): Rutina diaria

Reto #27: Escribe un relato que tenga lugar en una oficina muy muy aburrida.


RUTINA DIARIA


Odiaba aquel trabajo, pero era el único que podía tener, así que no podía quejarse.

Todos los días era lo mismo. Llegaba a su hora, se ponía a pasar a limpio los informes de los técnicos (Julián como siempre escribía con letra de médico), se paraba a tomar un café con sus compañeras que no podía pasar de media hora porque si no su jefa comenzaba a rondarlas y a mirarlas mal, seguía pasando a limpio informes, y salía dos horas más tarde de lo que señalaba su contrato porque su jefa había prometido tal o cual cosa que no había hecho. Todos los días, de lunes a viernes, la misma rutina. A veces se preguntaba si debía dejar tirada a su jefa por largarle todas aquellas cosas, pero luego recordaba que eso significaría que la despedirían si hacía eso. Y no estaba el horno para bollos. Así que seguía haciendo aquello día tras día.

Aquel no era muy diferente a los demás. Llegó a su hora y encendió el ordenador, antes de hacer frente a la pila de expedientes que tendría que pasar a limpio. Le sorprendió encontrar que era algo inferior a lo normal, y se preguntó si alguno de los peritos se había puesto enfermo. Aquellas dudas desaparecieron de su mente en cuestión de segundos. No era como si importara. A fin de cuentas, ya se encargaría su jefa de prometer algo que no podía cumplir que la obligaría a estar allí esas dos horas extra de todos los días. Dos horas extra que nunca cobraba, pero que siempre hacía porque si no, acabaría por no tener trabajo. Era mejor no pensar en ello. Así que se puso a hacer su trabajo a la misma velocidad que era habitual.

El trabajo aquel día era complejo, como siempre. Ya estaba acostumbrada a ello, así que lo hizo como siempre y, para cuando llegó la hora del descanso, había cubierto más de la mitad de la pila. Se dio cuenta que faltaban de forma consistente los informes del mismo perito, así que su deducción no debía haber estado demasiado equivocada. Bueno, no tardaría en comprobarlo. En cuanto se juntara con sus compañeras, se enteraría de todo.

—Garrido se ha muerto— fue lo que le comentó Ana, la recepcionista.

El resto de compañeras se la quedaron mirando mientras intentaban digerir la noticia.

—¿Cómo que se ha muerto? ¿Le ha pasado algo?

—¡Pero si ayer estaba como un toro!

—¿Ha sufrido un accidente mientras volvía a casa?— Eduardo, que era de recursos humanos, lanzó un gruñido—. Sería lo que nos faltaba, un accidente in itinere.

—No, no, no ha sido un accidente.

—¿Entonces?

—¿Un asesinato?

—No estoy del todo segura. Solo he oído unas cuantas cosas sueltas, pero… ¿habéis visto las noticias esta mañana?

Todas se quedaron mirando a Ana porque, como era obvio, ninguna había tenido tiempo para encender la televisión, y mucho menos prestarle atención a las noticias. Ella era la única que vivía lo bastante cerca como para permitirse eso. Ana suspiró antes de seguir con su historia.

—Al parecer ayer por la noche hubo un ataque de un animal. No sé los detalles, pero al parecer era una criatura grande.

—¿Grande? ¿Cómo de grande?

Ana se encogió de hombros.

—¿Seguro que la persona que fue atacada era Garrido?— preguntó ella—. ¿Seguro que no es solo una coincidencia?

—Pues no lo sé, pero teniendo en cuenta que se lo están callando como muertos en lugar de decírnoslo a la cara, doy por sentado que fue él.

—¿No han mencionado nada? ¿Cómo te has enterado entonces?

—Se lo he oído a los jefes cuando estaban entrando.

Por supuesto, aquello significó que todas las personas en la sala de descanso comenzaran a murmurar sobre el tema. La mayoría de los susurros eran en general condolencias o preocupación, incluso pena por haber perdido a un compañero, incluso si sus informes eran tan insufribles como él. Pero había un segundo nivel, uno que se parecía más a comentarios emocionados ante la posibilidad de que algo nuevo, algo diferente, se hubiera metido en sus vidas aunque sólo fueran cinco minutos. Varios móviles habían hecho acto de aparición mientras sus dueñas buscaban con ahínco cualquier información que pudieran obtener, mientras otros se preguntaban qué tipo de animal habría sido. Todo aquel mar de fondo se apagó cuando la jefa de administrativos asomó, como era habitual, su cara para mirarles mal.

Ella miró el reloj y gruñó. Aún quedaban diez minutos. Cada vez aparecía más pronto.

—Susana— la oyó llamarla.

—¿Sí?— preguntó con desgana, sin moverse de su sitio.

—Tengo una tarea urgente para ti.

—¿No puede ser después del descanso?

—No sé qué parte de urgente no entiendes.

Gruñó, se bebió el café de una sentada y dejó la taza de papel en el contenedor azul. Por supuesto que no iban a respetar su descanso, ¿por qué iban a hacerlo? Total, no es como si el horario fuera algo que debiera respetarse, ¿verdad? Intentando contener el ácido verbal que amenazaba con brotar de su garganta, siguió a su jefa al despacho.

Apenas entró, ni siquiera la dejó sentarse y le largó lo que parecía una resma entera de folios, todos escritos a mano en una letra que reconocía demasiado bien.

—Te vas a encargar de tomar las notas de Juan Garrido y escribir los informes correspondientes.

—No puedo hacer eso. No soy perito— replicó ella de inmediato.

—Ya sabemos que no eres perito, pero no pasa nada. Eres la que hacía todos sus informes, así que sabes mejor que nadie cómo los escribía.

—Pero yo no tengo sus conocimientos, no puedo hacer un informe correcto. Además, ¿qué pasa con el resto de informes que tengo que hacer?

—Dáselos a las demás. Esto es prioritario. Lo tienes que hacer, y lo tienes que hacer hoy.

—¿Todo?

—Todo.

Miró la resma de folios con horror. ¿Pero a quién se le había pasado por la cabeza que eso era buena idea?

—Van a salir mal.

—¿Es que piensas hacerlos mal?

—No, es que es imposible que salgan bien si los hago yo. Yo solo tengo una FP en administración, ¿desde cuándo puedo hacer yo el trabajo de un perito?

—Me da igual. Tienes que hacerlo y ya está. Les diré a las demás que cojan tus informes. Te quiero ver haciéndolo, y te quiero ver ya.

Y prácticamente empujó los papeles contra su pecho para que los agarrara.

Aquella tarde no salió dos, sino tres horas tarde. Se preguntó si podría contactar con algún sindicato en caso de que aquella gente la hiciera pagar por cualquier error en aquellos informes. Luego recordó que su jefe solía jugar al golf con los jefes de los principales sindicatos y decidió que era un maravilloso momento para buscar un nuevo trabajo, por complicado que fuera.



Llegó a la hora de siempre, encendió el ordenador como siempre, y miró la pila de informes que le habían dejado en la mesa con los ojos entrecerrados. Volvía a tener la misma cantidad que siempre. Ojeó varios de ellos al azar, pero no parecían raros. Se encogió de hombros y, como todos los días, se puso a pasar a limpio los informes. Iba un poco lenta porque había estado despierta más tiempo del necesario enviando su currículum a diferentes ofertas de trabajo. No creía que fuera a conseguir nada, pero debía intentarlo al menos. A pesar de ello, había logrado reducir la pila en una cantidad razonable para cuando llegó el descanso. En la sala para tomar café se encontró con Eduardo.

—Oye, ¿de quién cojones fue la idea de largarme a mí el muerto de escribir los informes de Garrido?— preguntó a bocajarro.

—Perdona, ¿qué?

—El tema urgente. Ayer me tuve que quedar tres horas porque a alguien se le ocurrió que yo podía escribir los informes.

—Espera, ¿me lo estás contando en serio? Tía, te puedes meter en un buen lío si pasa algo con esos errores.

—¿Crees que no lo sé? Pero no es como si me hubieran dejado otra opción. Solo quiero saber a quién tengo que hacerle vudú.

—Deberías denunciarlo.

—¿A quién?

Hubo una pausa. Ambos sabían que era complicado, teniendo en cuenta los contactos de los jefes. La conversación quedó cortada cuando el resto de sus compañeras aparecieron.

—¿Qué pasa con esos informes mecanografiados? Se parecen a los de Garrido pero ni de coña son suyos.

—¿Verdad? ¿Le han largado a alguien el muerto?

—A saber. Por cierto, ¿la jefa no está? No la he visto asomar la cabeza en toda la mañana…

—La vi metiéndose a toda pastilla en su despacho y no la he vuelto a ver desde entonces.

—Seguro que la vemos antes de que acabe el descanso.

La siguiente media hora fue pura tortura, aunque solo fuera porque la gente a su alrededor no hacía más que recordarle el hecho de que había tenido que escribir ella los informes. Al menos parecía que no había errores. ¿Los habría corregido alguien? Esperaba que sí, no quería tener que cargar con aquel muerto. Por fin, tras un largo cuarto de hora, la conversación viró de pronto a lo que había ocurrido con Garrido.

—Siguen sin encontrar al animal.

—¿Qué piensas que pudo ser? Supongo que ha sido un perro, pero…

—¿No crees que lo habrían sabido si lo fuera? Decían que era muy grande.

—Hay perros que son muy grandes.

—Sí, pero es muy raro que esos ataquen, ¿no? Vamos, sería la primera vez que escucho que a un golden retriever se le ha ido la pinza.

—Incluso así..

—Nah, tiene que ser otra cosa, o ya habrían pillado al perro y al dueño.

—¿Vosotras que creéis?

Ella, la verdad, no creía nada. Si acaso, sentía algo de resquemor hacia Garrido por haber muerto y que ella hubiera tenido que cargar con su marrón. Por supuesto que no había querido que se muriera, no de esa manera, pero la verdad era que para ella no se trataba más que un nombre en la pila de informes que tenía que pasar. Así que su muerte, más que triste, había resultado ser una molesta. Decidió ignorar la conversación… hasta que Ana soltó una de sus famosas bombas, no muy distinta a la que había soltado el día anterior.

—¿Sabíais que Garrido estaba con la ogra cuando salieron anteayer de aquí?

La “ogra” era como Ana solía referirse a su jefa. Había tenido mucho valor soltando ese epíteto ahí, sobre todo teniendo en cuenta que la mujer estaría al caer, pero no estaba muy segura de que Ana tuviera capacidad para detectar cuándo algo era peligroso para ella. Afortunadamente para ella, nadie apareció a mirar por la puerta, y la conversación siguió sin inconvenientes.

—¿Quieres decir, cuando el ataque?

—Bueno, no sé si cuando le atacaron estaba con ella, pero ciertamente estaba con él antes.

—¿Cómo puedes estar segura? ¿De dónde has sacado eso?

—Esta mañana estaba hablando con el jefe de recursos humanos sobre que la policía había ido a interrogarla ayer por la noche, por ese tema.

—¿En serio?

Ana asintió. La verdad es que era un tanto indiscreto comentar ese tipo de cosas delante de los demás, y más aún delante de la tipa que se enteraba de absolutamente todo y luego lo soltaba en los descansos. Susana se preguntó si no lo estarían haciendo a posta o algo del estilo. Aunque si lo que decía era cierto, ¿era por eso por lo que no había asomado la cabeza fuera del despacho hasta entonces?

Antes de que pudiera seguir haciéndose preguntas, miró su reloj y se topó con que se habían pasado cinco minutos del descanso.

—Uh… chicas, son y treinta y cinco.

Un silencio sepulcral se apoderó de la salita del café durante unos segundos, antes de que comenzaran a escucharse maldiciones de todo tipo y todas las personas se levantaran corriendo. Todos se apresuraron a volver a sus sitios, pero pudo ver en sus caras, según se iban marchando, que todos se hacían la misma pregunta.

¿Dónde demonios estaba la jefa que siempre aparecía para acosarles antes de que acabara el descanso?

Bueno, eso no era asunto suyo, se dijo, y volvió al trabajo. No volvió a pensar en ello hasta que acabó con los informes del día y se encontró con que la mujer no había aparecido todavía para mandarle alguna de aquellas tareas que había prometido que haría y que luego le largaba a ella. ¿Sería verdad lo que había dicho Ana, y eso le había afectado? Pero cuando se dio cuenta de que eso significaba que, por primera vez en muchísimo tiempo, saldría de allí a su hora, decidió que todo aquello le importaba más bien poco. Cuando faltaban cinco minutos, lo apagó todo, recogió sus cosas y con paso de marcha, temiendo que su jefa la asaltara justo en ese último momento en el que veía un rayo de esperanza, se encaminó a la salida.

Pero no hubo jefa asaltándola en el último minuto. Y a su hora, estaba con los pies en la acera, enfrentándose a algo que no había pensado.

¿Qué demonios hacía ahora con todo ese tiempo que tenía de repente?



Un nuevo día de su rutina habitual. Hasta que dejó de ser su rutina habitual: la pila de informes no estaba encima de su mesa.

No era la única en esa tesitura, el resto de sus compañeras no tenían nada que no hubiera estado allí previamente. Se miraron las unas a las otras, extrañadas, sin decir una sola palabra y sin hacer ningún acto hasta que Susana decidió tomar la iniciativa y marcó la extensión de la centralita en su teléfono.

—Dime, Susi— soltó la pizpireta voz de Ana.

—Oye, ¿ha entrado ya la jefa?

—Uhm… no la he visto entrar, la verdad. ¿No es un poco pronto para ella?

—Tal vez, pero tenía que hablar con ella. No tenemos los informes de hoy.

—Pues ni idea. Desde luego yo no la he visto.

—Vale, gracias. Si viene, dame un toque.

Tras colgar, miró al resto de gente que estaba con ella en la habitación.

—¿No está?

—¿Y ahora qué hacemos?

—Que alguna de nosotras vaya a peritaje y que pregunten si alguien recogió los informes de hoy. Si los tienen, los repartimos y como si no hubiera pasado nada.

—¿Y si no los tienen?

—Tendremos que buscar la llave del despacho, si es que hay una copia.

No es que fuera una fan del trabajo, precisamente, pero si no pasaban los informes, habría un retraso en las entregas, y todo aquello acabaría mal. A fuer de ser sincera, le resultaba preocupante que la ausencia de una sola persona pudiera suponer un problema tan grave. Por otro lado, no era su deber el señalar estas cosas a sus jefes. Eran ellos los que deberían haberlo previsto. Su prioridad en aquel momento era que no se le acumulara nada urgente.

Una de sus compañeras se marchó y volvió al cabo del rato con los informes. Se miraron entre ellas, pero no dijeron nada: simplemente se repartieron el trabajo, que sin duda era mucho menos que el del día anterior, y comenzaron a hacer lo que se suponía que tenían que hacer.

Pero a Susana le resultaba extraño porque la pila era sin duda mucho menor que en los días anteriores. La pila estaba casi completada para cuando llegó el descanso… y la jefa todavía no había hecho acto de aparición. El que sí apareció fue Eduardo, blanco como la cal.

—¿Te encuentras bien?— preguntó Ana.

—¿Alguna se acuerda de ver salir a la jefa de administración?— preguntó—. ¿Susi? Tú sueles salir al mismo tiempo que ella, ¿no? ¿La viste salir ayer?

—Ayer no salí con ella. De hecho, salí a mi hora, para variar.

Eduardo comenzó a echar miradas nerviosas en la dirección de la zona de administración.

—¿Cuándo la visteis por última vez?

—¿Cuando entró en su despacho?

—Yo ni siquiera la vi.

—Ana dijo que había entrado con otro jefe, ¿no?

—Es cierto, la había visto hablando con tu jefe.

—¿Esa fue la última vez? ¿Seguro?

—¿Edu? ¿Pasa algo?

El aludido miró a su alrededor, como si no supiera qué hacer y estuviera a punto de salir corriendo. Finalmente, decidió hablar en una voz tan baja que todas tuvieron que inclinarse hacia delante para escucharle.

—Creemos que vuestra jefa lleva encerrada en su despacho de ayer.

Se hizo un silencio absoluto que duró unos pocos segundos mientras todas las personas presentes asimilaba lo que acababan de escuchar.

—¿Quieres decir que no es que no haya venido, es que nunca se marchó?

—No lo sé… no lo sabemos. Hemos llamado a la compañía de seguridad para preguntarles por los vídeos de ayer, pero les llevará algo de tiempo…

Un nuevo silencio. Susana se puso en pie.

—¿A dónde vas?— preguntó alguien.

—A abrir la puerta del despacho.

Era fácil. Si la jefa estaba todavía allí, su puerta estaría abierta. Así de simple. A la hora de la verdad ninguna de ellas había dado ese paso básico. A fin de cuentas, todas ellas habían dado por sentado que su jefa, a pesar de la rareza del día anterior, se habría marchado a su hora habitual, o puede que antes. Y uniendo ese pensamiento a las palabras de Ana de que no la había visto, todas habían llegado a la conclusión de que no estaba. Igualmente, como los informes habían estado con los peritos, no habían sentido la necesidad de acceder a la oficina, para empezar. En ningún segundo se les había ocurrido llamar a la puerta o intentar abrirla, porque nadie pensaba que ella estuviera allí.

Se plantó delante de la puerta. Durante unos segundos se preguntó si debería llamar y luego pensó que era una estupidez. A esas alturas de la feria, la cortesía carecía de importancia. Cogió el picaporte y lo giró.

La puerta se abrió de forma repentina, con tanta fuerza que la arrojó hacia atrás y la tiró al suelo. Algo surgió de la habitación, pero con lo rápido que se movía, fue incapaz de verlo siquiera, solo sintió el empujón de un cuerpo gigantesco que la tiró al suelo. Escuchó gritos de sorpresa a su alrededor, que fueron inmediatamente seguido por otros de terror. Cuando por fin pudo erguirse y mirar al interior del cuarto, ni siquiera puedo hacer más que mirar.

El despacho estaba cubierto de algo que parecían dibujos hechos en una tinta tan negra que parecía absorber la luz de forma activa. No sabía qué eran o qué significaban, pero mirarlos le daba miedo y asco a partes iguales. En el centro del despacho sobre la mesa, con el cuerpo cubierto de esos mismos símbolos, estaba el cuerpo de su jefa. En los pocos segundos en los que siquiera se atrevió a mirar, comprendió que alguien le había abierto el pecho como quien abre la puerta de un armario, dejando a la vista las costillas. Lo que se grabó en su mente no fue eso, sino la mueca de pavor en la cara de la mujer, con los ojos muy abiertos mirando al techo.

Apartó la mirada, horrorizada, mientras la gente a su alrededor seguía chillando, o comenzaba a vomitar. Al hacerlo, comprobó una cosa: las marcas dibujadas en el despacho también lo estaban en el suelo de la oficina. Formaban líneas que se abrían en abanico y se repartían por toda la oficina. Cada una de ellas se detenía en uno de los distintos escritorios, y formaban un círculo que parecía pulsar. Y miró más atrás, al fondo, donde estaba la puerta, y la vio.

Vio a Ana, de pie bajo el quicio de la puerta. Detrás de ella no se veía nada, como si estuviera rodeada de la misma cosa con la que se había pintado el suelo. Zarcillos oscuros acariciaban su cuerpo. Sus ojos estaban centrados en la puerta del despacho, y en la reacción de todos. Pero lo que había en su rostro no era sorpresa, o preocupación.

Lo que había era una ancha sonrisa que recordaba de alguna manera a una trampa para osos.



Volvía a estar en la oficina, a la hora de siempre. En su mesa estaba la misma pila de informes con el mismo tamaño que era habitual. Las líneas negras que rodeaban los escritorios palpitaban de nuevo con su luz oscura. Salvo el suyo. Por alguna razón el suyo había fallado.

La jefa volvía a estar allí. Se había puesto enferma y había tenido que quedarse de baja un día, pero no había de qué preocuparse. Solo que no era su jefa. Era otra jefa, una que se parecía extrañamente a Ana. Ahora que lo pensaba, los primeros días de trabajo, hacía ya tantos años, ¿no le había parecido que Ana y la jefa debían de ser familia? Pero la jefa había comenzado a arrugarse y a envejecer, y habían dejado de parecerle iguales. Similares, tal vez, pero no iguales. Pero ahora… ahora solo podía pensar en lo iguales que eran.

Garrido también había vuelto. Salvo por el hecho de que no era Garrido, no el que ella conocía, sino otro personaje que seguía escribiendo resmas de papel enteras de informes inanes. La noticia de su muerte había desaparecido, como si nunca hubiera existido. Y las cosas que comentaba Ana volvían a ser las de siempre.

Hasta ese día.

—Me dicen que te vas hoy— comentó Ana.

Hubo un revuelo enorme entre todas sus compañeras. ¿De verdad? ¡Con lo bien que nos llevábamos! ¿Es por la jefa? ¡No dejes que te amilane! Pero ella sacudió la cabeza y dijo con toda la sinceridad que pudo reunir:

—He encontrado otro trabajo mejor.

Era una mentira, pero en aquellos momentos le daba igual. En aquel momento las peticiones de que se quedara cambiaron a felicitaciones. Ana sonreía. Volvía a tener aquella sonrisa que la llenaba de pavor.

—¿Nos volveremos a ver?— preguntó.

—Tal vez, nunca se sabe— replicó Susana.

La jefa decidió en ese momento asomar su cabeza para mirarles porque su media hora de descanso comenzaba a acercarse al final.

El círculo seguía apagado cuando volvió a su escritorio. Esa tarde, a pesar de que era la última, tuvo que quedarse dos horas más, como era costumbre. Cuando salió de allí, su mente parecía confusa, como si hubiera olvidado algo importante. Su jefa y Ana se despidieron de ella mientras preparaban sus cosas para salir. Susana suspiró, pensando en que al día siguiente le esperaba, una vez más, la misma rutina de siempre.

Su mente se despejó cuando la bomba incendiaria se llevó por delante la oficina. Echó a correr sin ni siquiera mirar atrás. No necesitaba mirar atrás para saber lo que vería.

En medio de las llamas, la figura de aquello a lo que llamaba Ana, con su sonrisa como si fuera una trampa para osos.

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