domingo, 29 de marzo de 2020

52 Retos de Escritura (XIII): No abras la puerta

Reto #13: Un personaje se despierta con una cicatriz enorme y no sabe cómo se la ha hecho. Haz que recupere sus recuerdos durante el relato hasta que al final descubra la verdad.


NO ABRAS LA PUERTA 


Lo primero que pensó al despertarse era que le había atropellado algo, teniendo en cuenta lo mucho que le dolía el cuerpo y, específicamente, la cabeza. Luego miró a su alrededor y pudo comprobar que estaba en una habitación de hospital. Vale, eso concordaba con lo mal que se estaba sintiendo, suponía. Miró a su alrededor, en busca de alguien que le pudiera decir qué era lo que había pasado, pero no había nadie. La segunda cama, a su derecha, estaba desocupada, y no había nadie sentado en los asientos. No se escuchaba un solo sonido de ningún lado que indicara la presencia de persona alguna, fuera ya visitante o enfermera. Volvió a mirar al techo, preguntándose qué sería mejor idea, si gritar a ver si venía alguien, o quedarse esperando hasta que los médicos pasaran. ¿Qué hora sería? No estaba seguro, más allá de que no era de noche. A través de la ventana a su izquierda podía verse una franja de cielo azulado sobre los edificios ligeramente más bajos que rodeaban el hospital.

Intentó recordar, pero el dolor de cabeza no le dejaba pensar en nada demasiado complejo. Solo podía hacerse preguntas. ¿Cómo había acabado aquí? ¿Qué era lo que había estado haciendo? Pero cada vez que intentaba rememorar lo acaecido antes de que acabara en aquel lugar, el pinchazo insistente en su cráneo le disuadía de ello. Era molesto.

Por suerte, un par de minutos después de despertar, una mujer con bata entró por la puerta sin preocuparse siquiera por llamar. Le miró con algo de sorpresa, antes de asentir.

—Me alegro de ver que estás despierto. ¿Cómo te encuentras?

—Me duele la cabeza. Bueno, me duele todo, pero especialmente la cabeza.

—Entiendo— la mujer se acercó y le echó un vistazo a una botella que colgaba de una especie de perchero de metal, antes de apuntar algo en los papeles que llevaba—. Cambiaré la dosis de analgésicos entonces. ¿Podrías contestarme unas preguntas mientras te examino?

—Claro, no es como si tuviera nada que hacer.

—Muy bien. ¿Me puedes decir tu nombre completo?

Mientras hacía esta pregunta, había sacado una linterna de bolsillo que encendió, apuntándola a su ojo derecho primero y luego al izquierdo.

—Oscar, Oscar Rivas Gris.

—Perfecto. ¿Edad?

—34 años.

—¿En qué trabajas?

—¿Es esto de verdad necesario?

—Me temo que sí. ¿Puedes contestarme?

—Uhm. Trabajo en una fábrica de cervezas artesanales.

Lo siguiente fueron preguntas constantes de cosas sobre su vida que eran más bien absurdas, pero que no tenía problema en contestar. La doctora tampoco parecía meterse demasiado en ella, y todo fue bastante bien hasta que dijo que debía quitarse la camisa del pijama. Fue entonces cuando pudo verla.

Desde su punto de vista no era muy clara, pero de tan grande que era, era imposible no ser consciente de ella: una larga cicatriz de color rojo brillante que le recorría desde el hombro izquierdo hasta el costado derecho, cortando todo el pecho.

—¡¿Cómo demonios me he hecho esto?!

La doctora levantó la cabeza de sus papeles y le miró, sorprendida.

—¿No lo recuerdas?

—¡¿Cómo que no lo recuerdo?! ¡¿Qué quiere decir con que no lo recuerdo?!

—Por favor, tranquilizate. Te explicaré lo que sé, pero si te pones nervioso será peor.

Quería decirle que era imposible no ponerse nervioso. ¿Cómo no iba a estarlo? ¡Tenía una herida que le cubría todo el pecho! Una que no recordaba haber sufrido. Pero a pesar que su primer instinto era el de coger a aquella mujer de la solapa y sacudirla, o salir corriendo, consiguió reprimirlo a duras penas. Cuando pareció que ya no estaba hiperventilando, la doctora le obligó a tumbarse y siguió con sus pruebas.

—Ayer te ingresaron en el hospital con un golpe en la cabeza. Después de una serie de pruebas, se consideró que tenías una conmoción leve. ¿Recuerdas haberte estado levantando durante esta pasada noche?

Oscar intentó recordar por encima del constante pinchazo en su cabeza. Las imágenes aparecieron en su cabeza, como envueltas en una neblina de sueño, pero ciertamente recordaba haber tenido que despertarse en varias ocasiones y haber tenido que contestar una serie de preguntas muy similares a las que había estado contestando hasta ese momento. Asintió con la cabeza, porque no estaba seguro de que su voz saliera sin sonar cascada o rota.

—Sospechábamos que podías haber sufrido una conmoción cerebral. La pérdida de memoria es uno de los síntomas, me temo, así que tendremos que hacerte una serie de pruebas. No te esfuerces demasiado en recordar las cosas ahora, por el momento es necesario que descanses.

—¿Y esta cicatriz?

—Ya la tenías cuando te trajeron aquí. Hay algunos detalles en tu historial médico, pero creo que eso deberás consultarlo una vez te recuperes. De momento, lo mejor que puedes hacer es descansar. Mandaremos a una enfermera a despertarte dentro de un par de horas, ¿de acuerdo?

Y con unas pocas palabras más, la médico abandonó la habitación.

Decidió seguir su consejo, aunque solo fuera en la esperanza de que el dolor de cabeza cediera de una maldita vez y pudiera reorganizar sus pensamientos.



—¿Qué recuerdas de la pelea?— le preguntó la mujer.

Se llamaba Miriam y decía formar parte de la policía. No entendía muy bien qué era lo que estaba investigando, pero consideró que lo mejor era contestar. Pero, ¿qué era lo que recordaba de la pelea?

—Era bastante confuso, no estoy seguro de recordarlo muy bien.

—Lo entiendo. Me han comentado que tienes algo de pérdida de memoria por la conmoción cerebral. Si no puedes recordarlo ahora, no es grave. Pero si pudieras decirme algo…

Óscar cerró los ojos para centrarse. Recordaba el sitio, en al calle de la Cava Baja, cerca de uno de los muchos restaurantes de la zona. Estaba allí… de paso. Estaba yendo hacia otro lado, tenía una cita con alguien. ¿Con quién? No lo recordaba claramente, sabía que era por algo que le había ocurrido a él con anterioridad, pero que no lograba recordar. Algo le decía que era importante recordarlo, pero era incapaz, al menos de momento, de conjurar aquella memoria. Tampoco importaba. Sólo sabía que se dirigía hacia la Plaza Mayor. ¿Por qué había ido andando? ¿De dónde había salido? Ah, había hecho una entrega especial en esa misma calle, ¿verdad? Una nueva variedad para que la probara el dueño de una cervecería que había allí. Se había resistido todo lo posible a ir a esa entrega, pero le habían forzado a ello, y luego… luego había decidido ir andando hasta la Plaza Mayor porque era donde había quedado con esa persona.

—¿Quién era esa persona con la que había quedado?— escuchó que preguntaba la policía.

Al parecer, había estado intentando recordar en voz alta.

—Era… ¿Alex?

—¿Un hombre?

—No, una mujer.

Alta, delgada, pelo largo castaño recogido en una cola de caballo, aspecto de hacer veinte deportes, y una cara de póker que daría envidia a más de un profesional. La imagen reapareció en su mente como un fogonazo. Alex. Alejandra. No recordaba los apellidos, aunque algo le decía que debían estar en algún punto de su cabeza. Tenía algo que hablar, algo sobre…

Sobre lo que viste esa noche, tal vez sea mejor que no lo hables con nadie. No creo que nadie te crea, incluso si dijeras la verdad.

—¿Está relacionada con la pelea?

—No, no creo. No tiene sentido.

¿No lo tenía? No, no, ahora que lo pensaba, ¿qué ganaba ella con que eso le pasara? Si lo que quería de él era información, y creía recordar que se trataba de eso, el dejarle tirado en el suelo con una conmoción cerebral no ayudaba en absoluto a lo que quisiera hacer. No, si se planteaba las cosas.

—¿No estaba simplemente en el lugar equivocado en el momento equivocado?

—No lo sabemos. Por eso estamos preguntando.

—¿Tan necesario es? Si sólo es una pelea…

—No fue solo una simple pelea. Hay una persona fallecida.

Óscar se la quedó mirando, intentando computar lo que le acababa de decir. ¿Cómo que había una persona muerta? ¿Qué demonios había ocurrido? Y sobre todo, ¿qué demonios tenía todo aquello que ver con él?

—¿Quién?

La mujer sacó una foto que mostraba un hombre de piel oscura y rasgos que le señalaban como nativo de Sudamérica. Debía admitir que la cara le resultaba algo familiar, pero estaba seguro de que no era nadie que él conociera. ¿Tal vez le había visto en alguna ocasión anterior? O a alguien muy parecido. Pero a la hora de la verdad, no sabía ni quién era ni por qué había acabado mezclado en la trifulca que había acabado con su vida.

—¿Le conoce?

—No.

La mujer, Miriam, asintió. Era muy probable que ya se hubiera imaginado que no tenían relación alguna.

—¿Recuerda cómo empezó la pelea?

Intentó pensar en ello. La verdad es que la situación era de por sí sorprendente porque no era algo que se hubiera esperado de aquella zona, y menos en aquella hora. Puede que la noche hubiera caído, pero seguía siendo temprano, y también era un día de diario. Había gente paseando por la calle, y bastantes personas arremolinadas en las entradas de los restaurantes a la espera de conseguir una mesa, pero más allá de eso no veía que razón había podido existir para que hubiera una pelea. ¿La había habido antes de que pasara siquiera? Lo único que había visto…

—Lo único que vi es que, cuando estaba pasando, alguien le metió un puñetazo a otro tipo— frunció el ceño al recordar mejor la escena—. Es extraño, porque el tipo que dio el puñetazo parecía sorprendido.

¿Cómo podía haberse olvidado de eso? Era demasiado chocante, algo que nadie se esperaría. Si uno veía a otra persona darle un puñetazo de la nada, sorpresa no era el sentimiento que uno esperaría encontrar en las facciones del otro, no al menos hasta que pudiera analizar el resultado de sus acciones. Era como si…

Era como si no fuera dueño de sus acciones, dijo su propia voz en su cabeza, ¿cuándo había dicho eso? ¿Fue esa cosa?

¿Qué cosa?

Mientras tanto, Miriam estaba haciendo anotaciones en su libreta, casi de forma furiosa.

—¿Se acuerda de la cara del tipo que dio el puñetazo?

—Pues ahora que lo dice…— intentó de nuevo acceder a aquellas memorias casi borrosas que parecía estar recuperando—. ¿Creo que era el tipo de la foto?

No estaba del todo seguro, no después de haber sufrido aquel golpe en la cabeza, pero estaba medio seguro de que cabía esa posibilidad. Aunque era triste comprobar que el tipo había muerto a causa de algo que no había sido culpa suya. Vamos, incluso si hubiera dado el puñetazo a conciencia, nadie se merecía morir por eso. O al menos eso pensaba él. Pero el mundo estaba claro que era injusto, porque no creía que él se hubiera merecido un botellazo en la cabeza por estar de paso en aquel momento. Al menos, creía que era un botellazo. No estaba seguro. A fin de cuentas, no había visto desde dónde le había venido el golpe, tan preocupado como estaba por escapar.

Porque había sido un botellazo, ¿verdad?

Había intentado escapar, estaba casi seguro de ello. Se había separado de la pelea y había intentado correr. Pero entonces algo le había golpeado la parte de atrás de la cabeza, con una fuerza tal que solo podía recordar el dolor que le había causado. La única conclusión a la que había podido llegar había sido que alguien le había tirado una botella. Por qué, no lo sabía. Tal vez había sido un accidente. Aunque algo le decía que no, no lo había sido del todo.

—Siento no ser de más ayuda.

—No tiene por qué disculparse. Si acaso, lo que me gustaría es que cuando pudiera, pasara por la comisaría para poner una denuncia por agresión. A ver si así dan más medios para averiguar qué demonios ha sucedido— la mujer se quedó pensativa—. Aunque con la denuncia previa, a lo peor alguien se piensa que los dos casos están relacionados…

—¿Denuncia previa?

—Sí. Por la herida en el pecho.

—¿Qué… qué demonios…?

Era cierto que en un momento dado había llegado a la conclusión lógica de que la cicatriz había sido anterior a la pelea, aunque solo fuera porque estaba cicatrizada y, sobre todo, mostraba que había recibido algún tipo de tratamiento quirúrgico por ella. ¿Pero había hecho una denuncia? Miriam frunció el ceño al ver su desconcierto, antes de sacudir la cabeza, tal vez recordando la información que le habían dado los doctores sobre sus problemas con la memoria.

—Debería tener una copia de la denuncia en su casa— comentó ella—. Cuando le den el alta, tal vez deba leerla.

Sí, pensó, desde luego que debía leerla.



El papel estaba dentro de una carpeta que descansaba encima de un aparador justo al lado de la puerta. Sus recuerdos le devolvieron que lo había sacado el día antes del incidente. Era una hoja de papel de copia en color verdoso, en el que se incluían sus datos y los de un policía. La letra, suponía, era la del hombre que había tramitado su denuncia.

Lo recordó. Había sido durante una visita de la policía en el hospital. Ellos habían rellenado la hoja y le habían pedido que firmara. Tenía los sentidos algo embotados por los analgésicos que le habían dado, pero había conseguido que su rúbrica quedara legible.

Leyó el papel. Era un largo párrafo en el que se venía a decir que él había denunciado que alguien había intentado cometer un homicidio, que él había intentado detenerlo y que por poco no había sido él el que había muerto de forma heroica pero estúpida. No había grandes detalles, salvo una petición de que un médico forense se encargara del examen de sus heridas, a fin de confirmar que lo que decía sobre su herida era cierto. No mencionaba ningún sospechoso, ni que él lo hubiera mencionado. La fecha de la denuncia había sido un mes antes de la pelea. Ahora comprendía lo que aquella mujer le había comentado.

Así que un intento de homicidio… Leer algo así resultaba casi irreal. ¿De verdad había estado en una situación así? ¿Y había sido de verdad capaz de meterse a defender a otra persona hasta el punto de haber estado a punto de morir él? Le resultaba poco convincente. Él no tenía madera de héroe ni de broma. Con ese pensamiento cínico, guardó la segunda hoja de denuncia, en la que se mencionaba el ataque sufrido durante la pelea, en la misma carpeta que la primera, y las cerró.

Se preguntó por qué habría sacado la carpeta, para empezar.

No creo que la policía pueda parar a alguien como él. No si lo que me estás diciendo es cierto.
 

—¿Alex?

El nombre cayó de su boca con una familiaridad extraña. De algún modo, estaba seguro de que lo normal habría sido referirse a ella como Alejandra, ¿verdad? Y sin embargo, no era capaz de recordar de qué la conocía, más allá de esa supuesta cita en la Plaza Mayor.

Ah, pero ella iba a presentarle a alguien, ¿no era así? Alguien que supuestamente iba a ayudar. ¿Con qué?

Se llevó una mano al pecho, justo en el punto en el que estaba la cicatriz, mientras se doblaba sintiendo un dolor que no debería estar ahí. Le parecía que su visión se oscurecía, a medida que su cuerpo recordaba de repente la sensación de ser cortado de cuajo.

Herida cortante desde el hemitorax izquierdo hasta el costal derecho que alcanza hasta el hueso. Puede darle gracias a las costillas, porque los órganos vitales no están dañados casi.
 

Pero el riesgo de infección…
 

Al menos había renovado la vacuna del tétanos hace poco. 

¿Con qué cojones le han hecho esto, con un cuchillo oxidado?
 

No parece que te equivoques demasiado…

Cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes, echando para atrás aquel recuerdo, aquellas voces que desconocía y que hablaban de aquello como si él no estuviera allí. Eso había sido… después. En el hospital. El hospital al que Alex le había llevado en su coche porque no había tiempo para esperar una ambulancia en aquel lugar perdido de la mano de Dios. Alex que nunca perdía la calma, al borde de las lágrimas mientras le decía que hiciera el favor de aguantar. ¿Habría limpiado ya el asiento del coche? Estaba seguro de que se lo había dejado empapado de sangre. No es que su peugeot fuera el no va más de la conducción, pero sabía que le tenía cariño y la factura iba a costar un riñón.

De golpe y porrazo le vino a la cabeza. Alex había sido su compañera de clase en el instituto, hacía a saber la de años. Y se habían reencontrado hacía cosa de medio año en una reunión de antiguos alumnos. Él le había hablado de la fábrica de cervezas, ella de su tienda de libros, y los dos se habían encontrado entablando una nueva amistad. No se llamaban demasiado, pero habían estado en contacto y entonces… entonces…

Entonces él había ido a un almacén en el polígono de Vallecas, algo había pasado, y había acabado en el hospital. Porque ella había estado allí y le había salvado el culo como si de una maldita película de acción se tratara.

Su móvil vibró.

Lo cogió con sorpresa y miró el nombre que aparecía en la pantalla. Alex. Cogió la llamada con algo de miedo.

—¿Diga?

—¿Óscar? Me han dicho que te han dado el alta ya. ¿Cómo te encuentras?

—¿Cómo sabías…?

—Saliste en el telediario. Casi me da un telele cuando lo vi. Pero no han dicho nada más, así que…

—Yo… Tengo fallos en la memoria— decidió que lo mejor era contestar rápido; podía confiar en ella, al menos en cierta medida—. Así que me han tenido en observación y… Bueno, tengo seguimiento del médico cada semana.

Escuchó cómo Alex chasqueaba la lengua.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Debería habérmelo figurado antes.

—¿El qué?

—¿Cuándo vuelves al trabajo?

—Uhm… ¿todavía me quedan un par de semanas de baja médica?

—Vale, escúchame. No salgas de casa. No le abras tu puerta a nadie que no sea yo, ¿me oyes?— la mujer al otro lado de la línea sonaba casi amenazadora—. Estaré allí en cosa de media hora. Vamos a solucionar lo de hace un par de meses.

—¿Solucionar?

—Te lo explicaré luego. Pero por favor no le abras a nadie.

Y colgó.

No sabía cómo tomarse aquella orden. ¿Que no le abriera la puerta a nadie? Bueno, si era por media hora, seguro que podía hacerlo, aunque no entendía muy bien cual era el problema. Si tenía que ver con el incidente en el polígono, ¿no era mejor que eso lo llevara la policía? Aunque ella había dicho que la policía no podría solucionarlo… En aquel entonces, ahora que recordaba la conversación un poco mejor, había pensado que estaba exagerando. ¿Pero lo estaba?

¿Qué era lo que había visto en aquel sitio?

Notó un fuerte pinchazo de dolor, esta vez en la cabeza, y una cara apareció en su mente. Estaba sobre él, como si él estuviera tumbado, y lloraba, no estaba seguro si de miedo o si de arrepentimiento. Ah, esa cara…

¿No era la del tipo de la foto que le había enseñado la mujer de la policía? ¿El que había muerto en la pelea en la que él había recibido un botellazo?

Las manos comenzaron a temblarle. Le recordaba. Recordaba aquella cara. Tenía que decírselo a aquella mujer, que aquel tipo había sido el que…

El timbre de la puerta sonó.

Óscar se volvió lentamente hacia la puerta. Ni siquiera habían tocado al telefonillo. Durante unos segundos le pareció extraño, hasta que recordó que ese edificio tenía portero… bueno, el equivalente a uno. A esas horas, estaría en pleno trabajo, y la puerta del portal estaría abierta. Aún así, era sospechoso. Alex… Alex había dicho que llegaría en media hora. Era demasiado pronto. Lentamente, se acercó a la puerta intentando hacer el menor ruido posible, y miró a través de la mirilla.

La persona al otro lado de la puerta era su jefe.

—¿Óscar?— preguntó el hombre de repente—. ¿Estás ahí? He oído que te han dejado salir del hospital y quería ver cómo te encuentras.

La voz era tranquilizadora, y Óscar comenzó a mover su mano hacia el picaporte.

Pero por favor no le abras a nadie.

Las palabras de Alex se abrieron paso en su mente. Al mismo tiempo, recordó algo.

Era su jefe el que le había enviado al almacén. Y dentro le había estado esperando alguien… no alguien, el hombre que había muerto hace unos días. O al menos se figuraba que era él. Le había pasado un brazo alrededor del cuello y había comenzado a asfixiarle hasta que había perdido la conciencia. Cuando se lo había comentado a su jefe, este se había mostrado preocupado, pero no sorprendido. Y había sido su jefe el que había insistido, a pesar de que él se había intentado negar, en que hiciera aquella entrega especial en la calle de la Cava Baja. Y ahora estaba aquí, a pesar de que no le había dicho a nadie que había salido del hospital todavía. Especialmente, eso era una cosa en la que dejabas al jefe para el momento en el que fuera imprescindible comunicárselo.

Se apartó de la puerta a toda velocidad. Y bien que hizo, porque de pronto algo la aporreó con tanta fuerza que los goznes parecieron temblar.

—Sé que estás ahí. ¿Piensas que no me voy a dar cuenta?— la voz que sonaba ya no era la de su jefe, y causó que un escalofrío le recorriera toda la espalda—. ¿Creías que ibas a escapar de mí? Llevo esperándote tanto tiempo… Un sacrificio adecuado.

La risa que sonó después era baja y maligna, y le puso los pelos de punta. Miró a un lado y a otro, preguntándose por dónde podría huir. Aquello era un tercer piso y saltar era promesa de, como poco, romperse todos los huesos del cuerpo. ¿Tal vez podía dejarse caer al balcón de abajo? Era arriesgado, pero tal vez… Desechó el plan en cuanto recordó que el vecino de abajo había cerrado el balcón. ¿No había nada que pudiera hacer? ¡Todavía quedaba demasiado tiempo para que Alex llegara! En aquellos momentos, solo podía contar con ella.

Un nuevo porrazo a la puerta hizo que los goznes saltaran y la puerta se quedara colgada de la cerradura de seguridad. Lo que había al otro lado era su jefe… y al mismo tiempo no lo era. Su cuerpo se había convertido en una especie de sombra viviente, un núcleo de absorción de luz con forma humana. En su cara ya no había rasgos, salvo una sonrisa de dientes afilados. Aquella cosa levantó la mano y pudo ver en ella un machete cubierto de sangre seca.

—Pongamos fin ya a esto, si no te importa.

Y entonces recordó.



Cuando se había conseguido despertar, se encontraba tumbado sobre un suelo frío. Sobre él, estaba la cara de un hombre que no había visto nunca, pero que por sus rasgos suponía que tenía origen sudamericano. Estaba llorando, y en sus manos tenía un machete. No era muy grande, y era sencillo, poco más que una hoja rectangular que había sido forjada de cualquier manera. Pero lo principal del cuchillo es que estaba asqueroso, recubierto de restos de sangre seca. Había algo detrás del hombre, pero era incapaz de verlo.

—Vamos— dijo una voz que no parecía provenir de ningún lado, y al mismo tiempo hacerlo de todas partes—, ¿A qué estás esperando? ¡Acaba el sacrificio!

Se dio cuenta de que cuando hablaban de sacrificio, se referían a él, y una fuerte inyección de adrenalina despejó su mente y le arrojó a una desesperada lucha por la supervivencia. Su cuerpo se movió como un muelle y golpeó al tipo en la cara con todas sus fuerzas. Pero al mismo tiempo que él lo hacía, el machete cayó sobre él. No le cercenó el cuello como era la idea en un principio, sino que le cortó una larga y profunda línea que iba desde el pecho hasta el costado. Lanzó un aullido de dolor, pero aún así se resistió, haciéndole al hombre a pesar de que era más fuerte que él.

Estuvieron forcejeando durante varios segundos, antes de que la puerta se abriera de golpe detrás de él. La fuerza que luchaba contra él desapareció, y de pronto se encontró de bruces contra el suelo, sintiendo como la sangre le salía a borbotones de la herida.

Y lo siguiente que recordaba después de eso era estar en el coche de Alex mientras esta le ladraba al sistema de manos libres de su coche sobre demonios, sacrificios y hospitales, y sobre cómo le iba a cortar la cabeza a alguien.



—Tú eras el que empujó a ese tipo…

—Ah, sí, es sorprendente. Normalmente los seres humanos no aguantáis la presión de encontraros con algo como yo— la cosa que había sido su jefe soltó una risilla—. Por eso eres necesario como sacrificio, ¿entiendes? Los que podéis entender ese otro mundo dais mucho más poder que los meros mortales.

La sombra había avanzado a lo largo de todo el recibidor y ahora se dirigía hacia el salón hasta el que Óscar había reculado, el cuchillo en alto y la sonrisa como si estuviera pintada en la cara carente de rasgos.

—Ahora…

—¡Ahora!— exclamó una voz femenina.

Lo siguiente que presenció Óscar fue tan estrambótico que solo pudo pensar que estaba soñando. Un perro… No, no era un perro, un LOBO del tamaño de un caballo atravesó la puerta y, de un salto, cayó sobre la criatura, cerrando sus enormes mandíbulas sobre su cuello con un chasquido que se parecía más al de una trampa para osos saltando. El crujido húmedo que lo acompañó solo podía ser definido como desagradable. El lobo sacudió la cabeza hasta que arrancó lo que tenía entre sus fauces del resto del cuerpo. Un líquido del color y consistencia de la brea salpicó el suelo. El lobo decidió entonces escupir la parte que había estado mordiendo.

—¡Qué asco!— exclamó, hablando con un acento extranjero que no era capaz de discernir—. ¡Lo peor de cazar demonios es que son asquerosos! ¡Alex, me debes una cerveza después de esto!

—Todas las que quieras durante la próxima noche— replicó la voz femenina de antes.

Alex atravesó entonces la entrada, mirando a un lado y a otro hasta que sus ojos recayeron sobre Óscar. Su cara cambió entonces a una expresión de alivio.

—Hemos venido todo lo rápido que hemos podido. ¿Te encuentras bien?

Como toda respuesta, Óscar se desmayó.



Para cuando volvió en sí, su piso estaba como si nunca hubiera ocurrido nada allí, y el lobo del tamaño de un caballo pequeño se había convertido en un lituano grande como un armario empotrado. El tipo se había reído alegremente y le había dado dos fuertes palmadas en la espalda que casi le habían enviado de vuelta al suelo, diciendo algo sobre que tenía más aguante que la media. Se marchó en cuanto Alex regresó, cargada con bolsas de la compra, diciéndole que la vería esa tarde en la cervecería de siempre. Cuando la preguntó, respondió que ese solía ser el pago por los favores que le hacía.

—Es un gran cazador, pero elige sus propias presas— había dicho—. Así que tienes que estar dispuesto a pagar para que vaya a por la presa que tú quieres.

En aquellos momentos, pensó Óscar, lo comprendía. Pero sospechaba que necesitaba algo más fuerte que la cerveza para asimilar toda aquella mierda.

Tras dar un par de vueltas, por fin discutieron el tema del jefe de Óscar.

—En realidad, tu jefe está… bueno, todavía tenemos que encontrarle. Sospecho que está muerto, pero la Rei… Eli piensa que todavía estamos a tiempo para salvarle. Algo sobre la necesidad de mantener una fuente de energía. Yo que tú me iría haciendo a la idea, de todas formas.

—Así que esa cosa… ¿lo sustituyó?

—Probablemente.

—Pero, ¿por qué a mí?

—Bueno… Todas esas criaturas… Demonios, mazikeen y similares… buscan algo que les de el mayor poder posible. Y existe la idea de que aquellos que tienen la capacidad de ver criaturas míticas tienen más poder— Alex soltó una risa que parecía un bufido—. Uno pensaría que son lo bastante listos como para seguir ese tipo de rumores estúpidos.

—Yo… ¿puedo ver cosas raras?

—Bueno, dime, ¿qué te ha salvado el culo hoy?

—¿Un lobo gigante que se ha convertido en un peso pesado lituano?

—Hale, ahí lo tienes. Si tu mente no se ha inventado una explicación plausible a eso para que olvides lo demás, es que tenías ese potencial. Simplemente no habías necesitado usarlo hasta ahora.

—Y por eso un demonio quería matarme.

—Me temo que sí.

Óscar tomó aire.

—Alex…

—¿Sí?

—¿Puedo acompañaros esta noche?

—¿Eh? ¿Por qué?

— Porque voy a pagarle una ronda a tu colega… Y porque voy a emborracharme hasta que me olvide de los últimos tres meses.

Lo único que pudo hacer la pobre chica fue darle unas pocas palmadas compasivas en la espalda.

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