domingo, 16 de febrero de 2020

52 Retos de Escritura (VII): Esencia

Reto #7: ¡La fantasía es la protagonista! Esta semana escribe un relato de este género.

ESENCIA

El humano chilló de terror. La figura esbelta frente a él, de piel oscura y cabellos blanquecinos, se alzaba delante de un rastro de cadáveres, todos ellos de distintas razas, todos ellos sus compañeros. Había seres humanos, y enanos, y algún que otro feral. Todos ellos yacían en charcos de sangre que poco a poco se convertían en un río. La figura le sonrió, una sonrisa tan blanca como su cabello. Los ojos azules sin embargo no sonreían: estaban llenos de odio y deseos de matar.

—Seguro que tú me puedes ayudar— escuchó que decía—. Estoy buscando las llaves de las jaulas que tenéis en el sótano. Me las darás, ¿verdad?


La voz era encantadora, dulce y amable. Más de una persona, de no estar viendo la escena dantesca detrás de ella, habría estado encantado de colaborar, hechizado por aquella voz. Pero el hombre no podía dejar de mirar a sus compañeros muertos. La figura volvió a hablar.

—Vamos, eres el último, y me gustaría tener a alguien vivo para que expliques qué es lo que estabais haciendo. Mis jefes se enfadan cuando no dejo a nadie que hable.

—¿Je… jefes?

—Oh, normalmente haría esto por mi cuenta. Pero tus amiguitos se han llevado a quien no debían, y mis jefes se han enterado. Por eso me mandan a mí— la sonrisa blanca se ensanchó—. Porque saben que si alguien que puede y quiere aniquilaros, esa soy yo.

La cara del hombre reflejó cómo su mente alcanzaba el punto en el que era capaz de reconocer a la figura. Había tardado. Estos esclavistas estaban siendo especialmente lentos.

La figura era la de una elfa unseelee, su piel de color negro, sus cabellos blancos y los ojos claros siendo las señas de su etnia, las orejas puntiagudas y su rostro de rasgos finos las de su raza. Vestía un conjunto de cuero, camisa y chaleco de buena calidad, con unas botas de cuero negras que le llegaban a media pantorrilla. Completaba el atuendo un sombrero de ala ancha con una inmensa pluma blanca y una capa enganchada a los hombros con dos broches de bronce bruñido. Solo había alguien que correspondiera a semejante descripción y que además mostrara tanto odio hacia los esclavistas: Siara L’agres, conocida como la Flor del Colegio de Exploradores de Brungburg, y una de las aventureras más temidas del pequeño país. Una mujer que no conocía la piedad cuando su adversario se dedicaba al comercio de esclavos.

Si cooperaba, nadie le decía a aquel tipo que no le fuera a matar, pero de lo que estaba seguro era de que si no lo hacía, acabaría muerto sin duda.

—E.. están en el sótano, en la mesa, dentro del cajón… ¡Por favor, no me mates!

—Oh, gracias. No te preocupes, he prometido que no lo haría si me ayudabas, ¿verdad?

Y acto seguido, la elfa golpeó la sien del esclavista con el pomo de su espada, dejándolo inconsciente. Lo ató, porque solo le faltaría que se escapara después de todo el follón que había montado, y bajó en dirección al sótano.

El lugar estaba completamente a oscuras, y olía a heces, orina y cosas aún más repugnantes. Intentando respirar por la boca y evitar así lo peor de los asquerosos efluvios, buscó una de las lámparas que había por la pared y la encendió. Aunque era capaz de ver en la oscuridad como todos los elfos, era probable que algunos de los que estaban allí encerrados no tuvieran tanta suerte. Bajo la luz del candil de aceite encontró la mesa que le había indicado el esclavista listo y, dentro del cajón, un manojo de llaves. Con ello, se adentró en el laberinto que formaban aquellas jaulas.

No había casi prisioneros. Lo más seguro es que el último envío de esclavos hubiera sido reciente. Siara se maldijo por no haberse enterado antes. Si lo hubiera sabido, habría venido a tiempo para salvar a todas aquellas personas. La inmensa mayoría habrían sido enviadas a Drevan a trabajar en las minas de gemas. Puede que algunas fueran vendidas en las subastas de esclavos en la capital del imperio, pero era dudoso. No al menos en el anterior envío. En este, teniendo en cuenta la razón por la que la habían mandado a aquel sitio, estos idiotas habían pensado que podían cambiar de rama de negocio. Suponía que tenía que darles las gracias por ponérselo fácil.

Aquellas jaulas que tenían algún prisionero, gente de la calle a la que nadie habría echado de menos, las abría para que aquellos que estuvieran dentro salieran. La mayoría sólo la miraban con ojos que a la luz de la linterna parecían carentes de toda esperanza o deseo de vivir. En cualquiera de los casos, eran libres de marcharse. Ella no se interpondría en sus decisiones. A fin de cuentas, solo eran un plus a lo que había venido a hacer.

Al fondo de aquella estructura de jaulas encontró una algo más espaciosa, en la que dos prisioneros se las intentaban apañar para acomodarse en ella a pesar de que apenas cabían. Siara frunció el ceño y se acercó más para distinguir quienes eran los prisioneros. Dos caras se volvieron hacia ella, pestañeando ante la luz suave que les iluminaba. Una era la cara de un niño de piel pálida y orejas puntiagudas, con los cabellos de color castaño y brillantes ojos verdes; un par de alas surgían de su espalda y ocupaban casi el doble de espacio que el resto de su cuerpo. La otra era la de un hombre joven de cuya frente salían un par de cuernos, y cuyo cuello y brazos estaban cubiertos de escamas de un color que parecía similar al del cobre bruñido, y que parecían conjuntar con su piel tostada.

—¿Uh? ¿Un shura?

—Sí, lo sé, soy un bicho raro— replicó el tipo con una expresión de fastidio—. Esos idiotas parecían pensar lo mismo teniendo en cuenta que querían venderme como “extra”.

Siara miró al niño. Ese era el emim al que le habían mandado a buscar. El crío se estaba aferrando al brazo del shura, asustado, y resultaba comprensible. Les intentó mostrar una sonrisa amable, mientras rebuscaba entre las llaves la que abriera el candado de pasador que mantenía cerrada la jaula.

—¿Viajabais juntos?— preguntó.

—Nah, me metieron hace un par de días, y el pobre chaval ya estaba aquí. No ha podido decir una sola palabra desde que le conozco. Supongo que está traumatizado.

—Muy fresco te veo yo a ti, teniendo en cuenta la situación en la que estás, ¿no estás traumatizado?

—No es la primera vez que estoy en una de estas.

La mano de Siara se quedó congelada durante unos segundos antes de encontrar la llave y abrir el candado.

—Iridan— dijo, dirigiéndose al niño emim.

El pequeño dio un respingo y la miró con los ojos como platos. Ella volvió a sonreír.

—Me han enviado a buscarte. Ven, salgamos de aquí, y así podrás volver a casa, ¿de acuerdo?

Iridan se volvió a mirar un momento al shura y luego le señaló mientras tiraba del brazo ligeramente. Al parecer, no tenía intención de marcharse sin su compañero de jaula. Al parecer, sólo había necesitado dos días para forjar algún tipo de lazo con él. Bueno, no es que a ella le hubieran especificado la forma en la que debía cumplir el trabajo, así que…

—Sí, puede venir con nosotros, si es lo que quiere.

—Bueno, esperaba que al menos no cerraras la jaula cuando te fueras— se burló él—. Mi nombre es Dhrasni, por cierto. Dhrasni hijo de Rani.

—No pensaba hacerlo, desde luego, Dhrasni hijo de Rani. Soy Siara L’arges, del Colegio de Exploradores.

Una vez las presentaciones estuvieron hechas, los dos salieron de su prisión, y comenzaron el camino de vuelta. Iridan parecía no fiarse del todo de ella, algo lógico por otro lado, y seguía aferrado a Dhrasni. Sus alas, ahora que podía verlas en toda su longitud, parecían estar algo dañadas, aunque no rotas. Aún así, sería necesario que pasara por la casa de curas. El shura tampoco estaba en un mejor estado, aunque no estaba segura de cuantas de sus heridas o sus escamas dobladas o quebradas eran cosa de su captura, o de lo que le hubiera podido pasar antes. Pero ninguno de los dos pareció quejarse.

Tal vez porque le resultaba molesto, el shura decidió romper el silencio.

—¿Quien te ha enviado a rescatarnos? Bueno, a rescatar a Iridan, pero me meto porque también me has salvado a mí.

—Ah, mis jefes recibieron una visita. Creo que es un familiar, pero no he llegado a ver quién era.

Ante la mención de un familiar, la cabeza del niño se alzó, y una sonrisa asomó a sus labios. Tal vez, se dijo Siara, ese niño había estado esperando a que ese familiar lo rescatara. Y puede que se hubiera sentido nervioso porque no era ese familiar. Pero en cierta medida, ¿no le había rescatado ese familiar, buscando ayuda de gente que era capaz de llevar a cabo esto? A fin de cuentas, ella era la Flor del Colegio de Exploradores. No se había ganado ese puesto solo por su cara bonita. Había requerido… no, seguía requiriendo entrenamiento y esfuerzo, y eso tenía que verse de alguna forma. En su caso era, al parecer, aniquilando bandas de esclavistas. No podía quejarse. Y el familiar de aquel niño emim seguro que tampoco lo haría cuando lo volviera a tener en brazos.

—Tendré que darle las gracias también a esa persona, entonces— dijo Dhrasni con una sonrisa de oreja a oreja—. Tenía planeado escapar, pero no sabía cuándo iba a tener la oportunidad de hacerlo, y esto me ahorra muchos problemas, la verdad.

—¿He de suponer que esta no es la primera vez que escapas de esclavistas?

—Supones bien. Creo que esta es la tercera vez que me secuestran.

—¡¿Qué?!

Bueno, con razón parecía tan fresco, esto le debía parecer normal, pensó Siara. Estaba segura de que había cosas ocultas, no era posible que este hombre hubiera pasado por este trance tres veces sin que le hubieran quedado secuelas, pero estaba claro que, al menos en el aspecto de ser capturado y encerrado, debía haber llegado a un punto en el que casi era lo de menos.

—Ah, sí, pero no tienes por qué preocuparte, porque me he escapado todas las veces. Verás, cuando eres panchama como yo, estas cosas tienden a ocurrir.

—¿Panchama?

—Son los que no tienen casta. Cometí un tabú, y se me castigo arrebatándome la casta que tenía.

—Suena horrible.

—Lo es. Pierdes tu trabajo, tus privilegios… Tu familia te rechaza y te expulsa de ella para no ser considerados también panchama. Si hubiera tenido pareja, hubiera sufrido las mismas consecuencias. Si hubiera tenido hijos, todos ellos serían también panchama— mostró una medio sonrisa sarcástica—. Supongo que es buena cosa que rompiera el tabú antes de que llegara a ese punto, ¿no?

Siara tomó nota del hecho de que no había mencionado la posibilidad de no romperlo. Iridan le puso una mano en el brazo, con una expresión contrita en su cara. Estaba claro por sus gestos que sentía compasión por Dhrasni, tal vez porque a diferencia de él, el shura no había tenido nadie que le rescatara. No había tenido un familiar que se preocupara por él y le salvara cuando más lo necesitaba. Ah, pero Siara podía comprender ese dolor. Y si acaso, tenía que decir que sentía una cierta admiración hacia aquel hombre por ser capaz de sacarse las castañas del fuego y aceptar lo que había hecho, y las consecuencias de lo mismo, a pesar de todo el sufrimiento que le había causado. Le hacía preguntarse cuál era el tabú que había roto. Aunque suponía que se tendría que quedar con la duda, porque estaba segura de que no lo comprendería ni en mil años.

Ya habían alcanzado las escaleras que salían del sótano. Cuando habían pasado por delante de las jaulas, la gente que había estado dentro antes ya había salido, así que podía alegrarse de que todas aquellas personas hubieran tomado la decisión sensata de no quedarse allí. Seguro que no se habían detenido ni siquiera cuando habían visto…

Oh. Vaya.

—Ah… Creo que sería mejor que cerraras los ojos, Iridan— mencionó ella—. Puedo llevarte, si quieres. O puede hacerlo Dhrasni, como prefieras.

Tanto el niño como Dhrasni torcieron la cabeza en un gesto de interrogación.

—Digamos que… eh… Puede que me haya encontrado resistencia. Y puede que me haya pasado un poquito.

No parecieron muy convencidos de sus palabras, pero decidieron hacer lo que ella decía. El shura cogió en brazos a Iridan para que este no se tropezara, y el emim cerró los ojos. Una vez hicieron esto, subieron las escaleras detrás de Siara. Cuando llegaron arriba, la puerta estaba abierta. Frente a ella, uno de los cuerpos de los esclavistas se deslizó por la pared sobre la que había estado reclinando y cayó sobre un charco de sangre medio seca. Seguramente la suya.

Dhrasni miró el cadáver, luego miró al resto del pasillo.

—¿Un poquito?

Siara se encogió de hombros.



El edificio en el que se encontraba el Colegio de Exploradores era un antiguo palacete que había pertenecido a un noble del imperio, antes de que Drevan perdiera una buena parte de su poder debido a las disputas internas y los territorios al otro lado de las montañas, Brunburg incluido, se separaran y formaran sus propios países. Aunque había sido reformado, mantenía la estructura interna original, por lo que el recibidor era enorme. Lo único que habían hecho era poner un mostrador entre las dos escalinatas que subían al primer piso. A las horas a las que Siara y sus acompañantes habían llegado, era habitual que la sala estuviera vacía, porque todos los exploradores asociados que estuvieran libres ya habrían recibido encargos, y poca gente se acercaba a dejar nuevas solicitudes, y más cuando tenían cosas que hacer. A pesar de ello, el hecho de encontrar a alguien en el mostrador discutiendo con los recepcionistas no fe lo que sorprendió a la elfa. No, lo que la sorprendió fue la propia persona, una mujer de piel y cabellos oscuros, de más de dos metros de alto y unas enormes alas del más puro de los blanco.

Una elhim.

Los emim eran raros de ver, pero seguían siendo una raza híbrida que vivía en el plano material junto con el resto de razas. Pero los elhim eran aún más esquivos, habiéndose refugiado en su propio reino separado del plano material y se habían separado por completo del mundo. No es que no hubiera el elhim que hubiera decidido, o se hubiera visto obligado a, vivir con el resto de las razas, pero este era un caso raro. ¿Qué hacía una elhim allí? ¿Sería la familiar que había pedido que encontraran a Iridan? Pero entonces, ¿por qué estaba discutiendo con la gente del mostrador?

La elhim se volvió en ese momento, tal vez porque había escuchado sus pisadas, y abrió los ojos al ver al grupo. Sin siquiera una sola palabra de agradecimiento o disculpa hacia la gente del mostrador, se dirigió a ellos con grandes pasos y abriendo mucho los brazos.

—¡Vosotros debéis ser las personas que han enviado a recuperar a mi niño! ¡Por favor, dejadme que lo abrace!

Siara frunció el ceño ante tanta teatralidad. No, se dijo, alguien que de verdad había perdido a su hijo ante unos esclavistas y llevara días sin verle reaccionaría de esa manera. No a menos que le faltaran un par de hervores. Lanzó una mirada discreta a Iridan. El niño se estaba aferrando con todas sus fuerzas al cuello de Dhrasni, una expresión de absoluto terror asomando a sus delicadas facciones. No necesitó más pistas. Dio un paso, se interpuso entre la elhim y y sus dos rescatados, y desenvainó su estoque, apuntándolo a la mujer.

—¡¿Qué estás haciendo?!

—No sé quién demonios es usted, señora, pero no pienso darle al niño.

—¿Cómo te atreves a…?

—¿Iridan?— preguntó una voz que provenía desde lo alto de las escaleras.

Arriba había tres personas. Una era una humana de largo pelo negro y rizado, piel oscura y cara de que se acababa de tragar un insecto, y otro era un elfo seelee de cabello también negro, solo que corto. La presidente y el vicepresidente del Colegio de Exploradores. En pocas palabras, los jefes de Siara. La otra persona era… otro elhim. Era su altura lo que le marcaba como tal, alcanzando medidas que ningún humano podía llegar a tener. Sus alas, desde aquella distancia, parecían más grises que pálidas. Y en aquellos momentos tenía una expresión de horror tan parecida a la de Iridan, que solo podía pensar que sí, aquel era su padre.

Tardó en reaccionar dos segundos, lanzándose con el hombro por delante. Su rápida respuesta fue providencial, porque la elhim se había lanzado hacia el niño, los brazos por delante, intentando arrancarle de los brazos de Dhrasni. El cuerpo de Siara se estrelló justo contra el estómago de su adversaria, dejándola sin aire y lanzándola hacia atrás. La elhim retrocedió dos pasos, doliéndose, pero no cayó, y Siara tuvo que admitirle que pocas personas eran capaces de no caer ante un golpe como ese. Interpuso entre su adversaria y ella su arma, mirándola con la misma expresión que había llenado de terror los ojos de los esclavistas.

—Yo que tú, me daría por vencida y me volvería por donde había venido. Puede que los elhim seáis inmortales, pero me gustará ver que vida llevas con un ala de menos.

—¡No eres quién para decirme nada!— chilló la tipa.

El aire alrededor de ellas se alabeó. Siara chasqueó la lengua y lanzó una estocada de inmediato, rezando por llegar a tiempo. Pero sus rezos no fueron escuchados, y una enorme corriente de aire la golpeó y la arrojó al suelo, dejándola paralizada y sin aire.

Magia. Por supuesto esa maldita bastarda tenía que saber magia.

Intentó luchar contra el hechizo. Aunque no era su especialidad, tenía un mínimo de talento y era capaz de hacer uso de la esencia. Pero contra una mujer con talento que además seguramente había vivido cien veces más años que ella, no podía resistir. Lanzó una mirada desesperada hacia Dhrasni, que estaba en una posición demasiado relajada para la situación en la que estaba.

—¡Maldita sea, corre!— le chilló.

—¡Dame al maldito niño!— aulló la elhim, al tiempo que lanzaba un nuevo ariete de aire.

Dhrasni sólo sonrió.

Y cuando pareció que el ariete de aire le iba a golpear, el aire se alabeó a su alrededor al igual que había hecho cuando la elhim había manipulado la esencia, y el ariete de aire se partió en dos y se deshizo en remolinos que golpearon las paredes sin causar más daños que varios cuadros y plantas cayendo al suelo.

Siara le miró con los ojos como platos. ¿Un mago? ¿Era un maldito mago? ¡¿Y cómo demonios le habían hecho prisionero a este desgraciado, si se podía saber?!

—¿Quieres que te enseñe algo divertido, chaval?— escuchó que le decía al niño.

Pudo ver cómo se le ponían los ojos ligeramente vidriosos, y como el aire se ondulaba, como si estuviera muy, muy caliente. Y luego la magia comenzó a actuar.

Lo primero fue una corriente de aire cortante que creó una enorme grieta en el suelo de la sala, levantando un montón de piedras y arena, justo entre Siara y la elhim. La corriente que había estado aprisionando a Siara desapareció, pero esta solo pudo asistir al espectáculo que ocurría delante de sus ojos. Las piedras y arena comenzaron a entrechocar entre sí, creando chispas. Y de pronto las chispas fueron un fuego que se encendió durante un instante antes de estallar delante de la cara de la elhim. Se produjo una enorme nube de humo que tardó unos segundos en despejarse.

La elhim estaba de rodillas, con el cuerpo cubierto de heridas causadas por la piedras que habían salido proyectadas por la explosión. A pesar de ello, estaba muy viva, y muy enfadada.

—Si piensas que algo tan simple como eso puede…

La frase se detuvo a la mitad cuando la punta de un estoque se apoyó justo en un punto entre su ala izquierda y su columna vertebral. Siara había aprovechado el pequeño caos y los segundos escasos que había tenido para moverse y situarse en un punto en el que pudiera atacar a la elhim sin que esta se diera cuenta. Dhrasni había sido sin duda una distracción excelente.

—Si veo el más mínimo signo de que estás haciendo magia, te ensartaré el pulmón y el corazón.

No había ningún signo de broma o duda en las palabras que salían de los labios de la elfa. Si aquella mujer intentaba moverse de la forma incorrecta, o siquiera hacer el más mínimo intento de manipular la esencia, la mataría.

La elhim entendió esto y se quedó quieta. Eso estaba bien, porque Siara ya había tenido bastante trabajo en aquel día.

El padre de Iridan apareció en ese momento por su lado, corriendo hacia su hijo. Dhrasni pareció dudar unos segundos en si debía defenderse o no, pero cuando Iridan prácticamente saltó de sus brazos para aferrarse a su progenitor, simplemente lo dejó estar. Ambos padre e hijo se abrazaron, reunidos de nuevo. La escena iba acompañada de lágrimas, risas aliviadas y todo lo que se podía esperar de ese tipo de situación. La elfa decidió que aquello no era asunto suyo, así que se giró hacia la presidente del Colegio de Exploradores, que se había puesto a su altura.

—Vale, ¿me puedes dar una explicación?

—Seguro, si tú a cambio me cuentas de dónde has sacado a ese monstruo— le replicó la humana, señalando a Dhrasni.

Esa iba a ser una larga tarde de explicaciones, se dijo Siara.



—A ver que me entere. ¿Me estás diciendo que esa loca era la abuela del niño?

—Tía abuela política, de hecho.

—Guau, y creía que las relaciones familiares en Parvasi eran una mierda.

Tras una muy larga conversación y puesta al día, la elhim había sido llevada a la guardia junto con una explicación de los hechos que habían sucedido en la guarida de los esclavistas y en el Colegio. Siara había dado por concluida su jornada y ahora estaba tomando una copa con Dhrasni en una posada. El shura le había explicado que había sido traicionado por el dueño de la posada, que había dejado que los esclavistas se lo llevaran mientras dormía, y que lo más seguro era que lo hubiese hecho para quedarse con sus cosas. Siara tomó nota de ello pensando que tal vez podía dejárselo a la guardia si la cosa se ponía fea. Pero como el hombre les había ayudado, y su jefa estaba interesada en la posibilidad de contratar a ese loco para trabajar con el Colegio, lo mínimo era ayudarle, y también concertar una cierta amistad. El tipo al menos era simpático.

—Había escuchado hablar de cosas como esa, la verdad. Se supone que todos los elhim tienen alas blancas, pero a veces nace uno que tiene algo de negro en ellas.

—¿Y qué tiene de importante lo del negro?

—Se supone que Lumiel tenía alas negras. Así que consideran que alguien que lleva ese color está marcado por Lumiel.

—Oh, ¡venga ya! ¿Quién se tragaría semejante estupidez?

—La gente que se toma demasiado en serio la religión, me temo. Y los elhim son… bueno, viven en su propio mundo, después de todo. Así que suelen encerrar a los niños que consideran marcados.

—Pero ese tipo no estaba encerrado…

—Algunos logran escapar. No solo del sitio en el que están encerrados, sino del propio plano en el que viven los elhim. Acaban aquí con los demás, y la mayoría se busca una vida normal. Muchos acaban en las partes más profundas de Galadel, y se unen a los elfos seelee. Y entonces nacen niños como Iridan, que no pueden recibir la herencia inmortal de sus padres, pero sí su esencia y por tanto no pueden ser elfos. Son emim.

—Huh, supongo que me quedan muchas cosas por aprender de este mundo— Dhrasni se rió quedamente—. Definitivamente, si volviera al pasado rompería ese tabú de nuevo.

—Ya estás mencionando esos tabús de nuevo. ¿Qué hiciste? ¿Reventar un templo de Vashmi o algo?

—Ah, no, no, nada tan espectacular. Simplemente lo rompí haciendo lo que he hecho hoy.

—¿Pegarle una paliza a una elhim?

—Hacerlo con magia. Era… En Parvasi, todos los niños que tienen talento con la magia son educados para ser brahmin. Pero tienen prohibido luchar, luchar es para los guerreros— Dhrasni suspiró—. Mi aldea… A pesar de todas mis capacidades, a pesar de lo bien que podía alterar la esencia, todo tipo de esencia… No podía defenderla. No me estaba permitido.

—Pero la defendiste.

—Sí.

—Y te quitaron todos tus privilegios, te echaron de tu casa y te vendieron a esclavistas.

—Estúpido, ¿verdad? Tal vez debería haber dejado que los masacraran.

Siara se echó atrás en su silla, pensativa. No es que conociera a este tipo desde hacía tiempo y pudiera juzgarle correctamente, pero tenía la corazonada de que, por mucho que se quejara, volvería a defender esa aldea. Era de ese tipo de gente que no podía aceptar las injusticias. Era una pena que su tierra no le viera de esa manera.

—¿Sabes qué? Peor para ellos. Más idiotas por cerrarse a lo que es obviamente algo bueno— dijo al fin—. ¿Qué tal si haces caso a mis jefes y trabajas para el Colegio?

—¿En serio aceptaríais a un esclavo fugado?

—¿Estás de broma? ¿Uno que se ha escapado tres veces ya? Me extraña que no te hayan golpeado con el contrato en la cara ya

Dhrasni se rió.

—Sólo dos, esta no cuenta. ¿Y no tienes miedo de que te quite el título?

—Si quieres ser una flor, es cosa tuya. No pienso discutirle nada a nadie que puede sacar esencia de energía de una puta chispa.

Le vio cómo digería poco a poco la oferta que estaba recibiendo, la idea de trabajar para gente y tener algo o alguien que se preocupara de él, y del que él tuviera que preocuparse. Tras llegar a un consenso consigo mismo, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y sonrió.

—Creo que estará bien tener un sitio en el que caerse muerto, supongo.

Siara replicó a su sonrisa con una propia.

—Bienvenido.

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