domingo, 9 de febrero de 2020

52 Retos de Escritura (VI): No es una vida normal

Reto #6: Haz una historia sin un solo gerundio.

NO ES UNA VIDA NORMAL

El mensaje rezaba lo siguiente: “El Rey Negro ha salido a cazar”.

Cinco minutos después la Corte Blanca había declarado el zafarrancho de combate. Se habían enviado mensajes a los líderes de las distintas facciones y se habían preparado anuncios para todos los seres míticos, que generalmente no usaban móviles a menos que tuvieran un trato extenso con la sociedad humana. No había peligro de que ningún miembro de la Corte Blanca fuera la presa, porque nadie era tan idiota como para pisarle los callos al Rey Negro, ni este era una persona rencorosa, pero eso no quitaba para que pudiera haber daños colaterales. Y nadie quería ser un daño colateral de esa caza.

Cuando Eloisa se aseguró de que todo el mundo estaba a salvo, fue cuando se atrevió a preguntar a la persona que había enviado el mensaje.

“¿Quién es la presa?”

La respuesta tardó apenas medio minuto en aparecer.

“El gilipollas de Vasily.”

—Ah, mierda, van a destrozar la ciudad— se lamentó.

Pero eso no era tan simple, ¿verdad? Que aquellos dos destrozaran la ciudad era malo sin lugar a dudas, pero si eso acabara ahí, ella no tendría pegas siempre y cuando no hubiera más víctimas. La otra vez que Sorin había salido de caza había sido a la muerte de su abuela, cuando Eloisa heredó el puesto de Reina Blanca. Un vampiro idiota se había creído que el cambio en el poder era una buena oportunidad para hacerse con la Corte Negra. Pero todo se había saldado con el idiota estacado, decapitado y hecho a la brasa relleno de ajos. Y Sorin había recibido una multa por tirar basura al Manzanares. Si la cosa se redujera a eso, sólo habrían tenido que asegurarse de que nadie se metía en su camino. Pero Vasily no era un vampiro idiota.

Había conocido a Vasily, antes incluso de conocer a Sorin. El tipo le caía como una piedra. El Rey Negro era insufrible la mitad de las veces, con su manía de meterse en donde no le llamaban y su forma de apuñalar a la gente de forma verbal, pero por dentro era buena gente y se le acababa por tener aprecio. En cambio, el lituano era gentuza. Era inteligente y educado, y sonreía mucho, y eso hacía pensar a la gente que era amable. Pero sólo era necesario rascar un poco para encontrar la verdadera personalidad: egoísta, narcisista, controladora y abusiva. Estaba tentada a pensar que también era un psicópata, aunque eso era algo que ella no podía juzgar. Por supuesto, eso era algo que no había averiguado con la primera impresión que había tenido de él. No, si tuviera que describirlo, diría que lo que había pensado de él en aquel entonces era que algo no cuadraba. Que su sonrisa era más falsa que una moneda de tres euros. No tardó en comprender que aquella sensación había sido acertada.

Recordaba que la había rondado durante una larga temporada, de forma insistente. Era todo amabilidad y sonrisas y perfección hasta el punto de que sus amigas le preguntaban que por qué no salía con él, y la miraban raro cuando les hablaba de su verdadera personalidad. Alguna la había amenazado con “robárselo”. Se alegraba de que ninguna hubiera cumplido con aquella amenaza, porque si no ahora estarían en una situación horrenda. Pero entonces conoció a César y Vasily se tuvo que buscar prados más verdes. Por desgracia, los encontró en la forma de Sorin.

No estaba muy segura de qué demonios era lo que había pasado por la cabeza de aquel hombre. Bueno, el amor es ciego, dicen. Aunque para ella la definición más adecuada era “el amor hace que te quedes tan ciego que te estampas contra las farolas”. Y Sorin, por lo que había oído, se había estampado contra todas las farolas metafóricas de la dichosa ciudad. Era tan chocante pensar en él como alguien enamoradizo que era incapaz de imaginarlo.

No sabía mucho de la Corte Negra de aquella época, más allá de que su abuela había intentado que la cosa no se fuera a la mierda durante todo aquel tiempo. Tenía la sensación de que, a pesar de que Sorin ya era el Rey Negro, el que había tenido el poder había sido Vasily, y lo había usado para su propio beneficio, como era de esperarse de la gentuza como él.

Pero entonces pasó algo, y Sorin casi mata a Vasily, y el lituano tuvo que huir por su vida.

No es que Eloisa conociera al Rey Negro tanto como para afirmar sin dudas qué era lo que había ocurrido ese día, pero tenía la sospecha de que había varias vidas perdidas de por medio. Vasily buscaba poder, siempre lo había hecho. Su intención cuando se había acercado a ella era para conseguir tener control sobre la Corte Blanca. La única razón por la que había perdido su poder sobre la Corte Oscura era porque había dado un paso que no debía dar, y Sorin había despertado de su estupor de enamorado. Eso había tenido que doler.

Sacudió la cabeza, intentado evitar que su paseo por sus recuerdos se apoderara de ella. Tenía cosas que hacer. Sobre todo, tenía que calcular cuales serían los movimientos de ambos e intentar reducir los daños colaterales en la medida de lo posible. Los seres míticos eran cuidadosos a la hora de ocultar sus actos, por temor a lo que los seres humanos pudieran hacer, pero Vasily había sido… “humano”, al menos en origen. Ese tipo de cosas no le preocupaban demasiado, y si podía tomar rehenes, lo haría. Porque si lo que le habían contado era cierto, ya lo había hecho con anterioridad. No le importaría meter a la gente normal en sus trifulcas, y Eloisa temía que Sorin estuviera demasiado cegado como para preocuparse por ese tema. Si no lo planeaba correctamente, alguien sufriría por culpa de aquellos dos… No, por culpa de aquel desgraciado.

Tenía que detener a Vasily antes de que Sorin lo encontrara. El Rey Negro sería cauto, al menos hasta que encontrara a su presa. Pero el desgraciado no, y querría tener algo con lo que sacar de sus casillas a Sorin. Un rehén. ¿Pero quién sería la víctima? No lo conocía tan bien como para saber quién estaba en su lista de personas queridas. ¿El compañero de piso? Era nuevo, pero era alguien con quien compartía vivienda, y algo de aprecio podría haberle cogido, suponía. ¿Tenía consejeros, o gente entre los seres míticos que…? No, se dio cuenta. Vasily no escogería a un ser mítico. Era un cobarde. Cogería a alguien que considerara que sería fácil.

Entonces, la lista se reducía. Si hubiera una forma de reducirla más…

Aquel desgraciado era cobarde y demasiado pagado de si mismo, y también rencoroso. Querría hacer todo el daño posible. Buscaba alguien a quien pensara que podría derrotar, y también que tuviera el mayor impacto en su vida. El mayor impacto…

Ah, espera, lo tenía.

Cogió su móvil y eligió un número en su lista de contactos para llamar. Esperó durante unos cuantos segundos hasta que alguien contestó al otro lado.

—¿César?— la voz cambió de tono de inmediato, aunque todavía sonaba estresada al máximo; ella contestó a su pregunta—. Tengo una idea de qué es lo que piensa hacer ese desgraciado. ¿Tienes papel a mano? Te voy a dar una serie de instrucciones y quiero que las hagas al pie de la letra.



—¿Alguna novedad?

—Ninguna. Bueno, hay un martinico que ha querido gastarle una broma a un merluzo, pero creo que eso no cuenta, de momento.

—No, salvo porque debería estar en su casa— replicó Eloisa con un suspiro—. Gracias por todo, Ale. Avisa si ver a cualquiera de esos dos.

—Sin problemas.

Habían pasado horas, pero todo seguía igual, con una clama chicha que solo podía preceder a una tormenta. Ella había vuelto a casa después de su jornada de trabajo, se había vestido con ropa cómoda y ahora esperaba a que todo llegara al clímax de la historia. Lo único que había podido hacer para calmar los nervios había sido barrer su casa de cabo a rabo. Casi podía escuchar las risitas de César al respecto. Incluso entonces, mientras hablaba con una de las personas relacionadas con la Corte Blanca, estaba apoyada en el palo de la escoba. Era un palo viejo de madera que había usado su abuela, y que seguía en la casa en virtud de que no se había roto ni astillado, aunque comenzaba a ser difícil encontrar recambios para el cepillo que fueran tan anchos. Y por supuesto, tenía otras utilidades.

Como la que iba a usar en este momento.

Con el pie, presionó el cepillo y lo separó del palo. Lo cogió con las manos separadas y equidistantes del centro y se giró. El golpe alcanzó al atacante en pleno pecho. El tipo retrocedió, pero más por la sorpresa que porque hubiera llegado a hacerle verdadero daño. Eloisa se puso en guardia mientras observaba a su asaltante.

Había cambiado, pero era sin duda alguna Vasily. Ahora tenía el pelo largo hasta casi la cintura, y de color blanco, peinado hacia atrás sin flequillo y, sorprendentemente, sin entradas. Estaba más delgado y sus facciones, que ya de por sí eran afiladas, parecían más marcadas todavía. Los ojos azules poseían un brillo de locura que creía reconocer del pasado, y su sonrisa era la de un depredador. Se vestía de ropas negras, con pantalones y gabardina larga de cuero, y por un momento Eloisa sintió la tentación de decirle que esa moda noventera le sentaba como una patada en el trasero. Estaba casi segura de que el comentario le iba a sentar aún peor.

—Vaya, no esperaba que tuvieras la guardia alta— dijo él, con una ausencia de acento que resultaba molesta—. ¿Mi princesita es un tanto paranoica?

—No seas imbécil, sabía que ibas a venir. No tienes los cojones suficientes como para enfrentarte a Sorin cara a cara sin tener un seguro de por medio. Y solo hay algo que pueda evitar que te convierta en picadillo.

La estabilidad de las dos Cortes en la ciudad. Sabía que durante los primeros meses de su “reinado” podrían haber sido mil veces peores si Sorin hubiera intentado meter mano. Pero no lo había hecho porque aquella estabilidad era cómoda y agradable para todos. No era fácil de mantener, y podía irse al traste con muy poco, pero por eso todos se esforzaban para que esa paz no desapareciera. Pero eso a Vasily, que ansiaba el poder por el poder, no le importaba un comino. Lo único que le importaba era que se trataba de una forma de hacer daño a los demás.

Por unos instantes, la cara del tipo se ensombreció. Bueno, acababa de llamarle estúpido, cobarde y débil así de una sentada, así que no era de extrañar. Luego, la sonrisa depredadora volvió.

—Ah, parece que la princesita se ha convertido en una reina. Cuanto lamento que no tengas a tu lado a alguien que pueda…
 
—¿Se te ha cocido el cerebro? He sido inmune a tus hechizos de encantamiento toda la puta vida. Vuelve a hacer eso y el mayor de tus problemas no será el Rey Negro, precisamente.

La sonrisa de Vasily desapareció.

Casi de inmediato, saltó hacia ella, la manos como garras por delante en un intento risible de atacarla. Mientras hacía girar el palo y le golpeaba con fuerza en los brazos para seguir con otro ataque al estómago que lo envió al suelo, se preguntó por qué le había tenido tanto miedo antes. Podía ser porque antes no se entrenaba para este tipo de situaciones. Vasily volvió a levantarse, y volvió a intentar atacarla, y el resultado fue el mismo. Esta vez, una vez lo tuvo tumbado en el suelo con cara de imbécil, colocó el extremo del palo sobre su pecho y presionó. A ver si tenía las narices de levantarse.

—¿Desde cuando haces eso?— le preguntó él, indignado.

—Desde hace cuatro años.

Le vio cerrar las manos sobre el palo y comenzar a tirar del mismo para quitárselo del pecho. Ella puso todo su peso encima.

—Yo que tú no haría eso.

Él la miró con un rencor, para luego mostrarle una sonrisa segura.

—No me vas a matar. No eres capaz. Alguien como tú no se mancharía las manos de sangre.

—No, en eso tienes razón— replicó ella—. Pero conozco a otros que no tienen esas limitaciones.

Y según dijo eso, una espada como hecha de luz surgió de las tinieblas. Su portador puso la punta contra el cuello de Vasily, que le miró con ojos desorbitados.

—¿Desde cuándo estás aquí?

—¿Desde que hemos llegado después del trabajo?— el tono de César era un tanto burlón—. He venido por si Eli necesitaba ayuda, pero veo que sigues tan flojo como siempre.

—Oh, vaya. ¿Llego tarde?— preguntó una cuarta voz.

Todos se volvieron para mirar a la persona. Sorin estaba en la puerta, con su típica sonrisa burlona de siempre.

—Te ha costado llegar, ¿eh?

—Ah, sí, he tenido que discutir con la guardiana de la zona norte mientras venía hacia aquí. Algo sobre controlar a un martinico desbocado.

—¿En serio? Agh, tendré que hablar con Ale.

Notó cómo Vasily se revolvía, así que presionó un poco más. La espada de César se acercó un poquito más a su cuello. Después de eso, se quedó quieto.

—Y bueno, Majestad, ¿qué hacemos con vuestra basura?— preguntó Eloisa con algo de retintín.

—¿Puedo matarlo?— fue la contestación de Sorin. Había una nota de oscura esperanza en su voz.

—Ni de coña, y menos en mi casa. ¿Quieres darle explicaciones tú a la policía? Porque conmigo no cuentes.

El Rey Negro suspiró.

—Oh, bueno, me esperaba esa respuesta.

Tras decir estas palabras, se inclinó sobre Vasily y le dijo algo en un idioma que Eloisa no entendía, pero que estaba dispuesta a apostar que era ruso. El tipo de pelo blanco le miró con odio reconcentrado, y luego con pavor al tiempo que el hechizo que recitaba Sorin comenzaba a hacer efecto. Vio como su adversario ponía los ojos en blanco y se quedaba inconsciente. Sorin recitó un par de conjuros más, y entonces les hizo una señal para liberarlo. Ambos chicos se apartaron, y vieron cómo, a pesar de estar inconsciente, se ponía en pie y comenzaba a andar.

—Me lo llevo al aeropuerto. Con algo de suerte no se despertará hasta Siberia— Sorin se rió entre dientes—. No os preocupéis, va con todos los visados en regla.

—Perfecto. Lo que sea con tal de que salga fuera de la ciudad.

Sorin se despidió y salió por la puerta, seguido del cuerpo de Vasily, como si fueran personas normales. Algo que desde luego no habían hecho al entrar. Esperaba que las vecinas cotillas de siempre no estuvieran a la caza del chismorreo de turno, porque no estaba para juergas. Miró a César, que había guardado su espada, y preguntó.

—¿Un café?

—Por favor. Necesito recordar que esto no es mi vida normal.

Ella simplemente sonrió y se fue a la cocina a preparar las bebidas. Sí, a veces tenían que recordarse que la vida normal no tenía a alquimistas locos inmortales que se colaban por las ventanas para intentar asesinarlos.

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