domingo, 8 de marzo de 2020

52 Retos de Escritura (X): Misión de Infiltración

Relato #10: Esta semana los disfraces son los protagonistas. Tus personajes deben ir disfrazados durante todo el relato.

MISIÓN DE INFILTRACIÓN

Había conseguido infiltrarse en la guarida de la Corte Blanca. Una de las guaridas. Porque la Corte Blanca tenía por supuesto muchas guaridas en las que planear terribles actos de traición contra la Corte Negra. Por supuesto, el Rey Negro había asegurado que esto no era así, pero estaba seguro de que era en realidad un intento de tranquilizar a la población. En realidad, seguro que sabía que estaban ocurriendo cosas horribles y horrendas, pero no era capaz de actuar por las presiones políticas.

Su familia había servido a la Corte Negra durante generaciones. Los anteriores Reyes Negros habían sido personas de inmenso poder y astucia sin igual que habían defendido a todos los seres míticos con valor y audacia. Cierto era que desde hacía unos cuantos siglos las peleas habían sido menores, a medida que los seres humanos dejaban de creer en ellos y comenzaban a fijarse solo en aquello que su ciencia podía demostrar. Pero eso no quitaba para que hubiera humanos que todavía creyeran en ellos, y que pudieran causarles daño. Y el Rey Negro era el encargado de defenderlos a todos. Sin embargo, el actual Rey Negro había demostrado ser… terriblemente laxo. Bueno, no podía negar que aquellas habían sido unas cuantas décadas de paz muy bienvenida, pero ese tipo de paz no duraba para siempre. Seguro que la Reina Blanca planeaba algo horrible que hacerles.

Por eso, esa noche pensaba espiar a la Corte Blanca y descubrir lo que estaban planeando hacer.

Su disfraz era perfecto. Le había llevado mucho tiempo prepararlo, pero estaba seguro de que podría despistar a los guardias que hubiera puesto la Reina Blanca. Realmente parecía un humano. Había tenido que preparar unas alzas especiales para alcanzar la altura deseada, y había tenido que preparar un par de brazos falsos, y por supuesto una máscara adecuada para ocultar lo que era. Pero a pesar de todo, el aspecto general era el adecuado. Había estado preocupado por las ropas, pero el Rey Negro, en su benevolencia, le había entregado algunas que podrían servirle. Eran un tanto elegantes y llamativas, pero a fin de cuentas el lugar donde entraría sería una recepción de la Reina Blanca, así que no debería destacar demasiado.

(Aunque debía admitir que le extrañaba la sonrisa de oreja a oreja del Rey Negro, suficientemente grande como para mostrar sus afilados colmillos. Solía lucirla cuando planeaba algo que en general iba a salir mal pero que encontraba divertido en extremo. ¿Debía tomarla como una advertencia?)

El lugar en el que iba a ocurrir la reunión era un local, una especie de taberna, o al menos eso era lo que había dilucidado de la información que había reunido. No era una taberna al uso, le habían dicho. Había bebidas, por supuesto, pero al parecer el evento importante era algo que se jugaba. No tenía muy claro de qué tipo de juego se trataba, pero suponía que era una buena tapadera para lo que quiera que hiciera la Corte Blanca ahí. El lugar no estaba demasiado lejos del lugar donde residía la Corte Negra, y aunque normalmente se habría preocupado por ello, con razón, ahora agradecía no tener que hacer un largo viaje con su disfraz. No es que los humanos normales pudieran verle… Pero los niños sí que podían hacerlo, y luego estaban las rarezas que por alguna razón no perdían esa capacidad. Casi todos ellos solían tener una relación bastante profunda con la Corte Blanca. Por eso no debía permitir que le vieran sin haberse puesto primero el disfraz, y cuanta más larga fuera la distancia, más peligro corría. Así que tenerlo cerca era un plus.

Ya vestido, se presentó en el sitio. La primera decepción que se llevó fue que no había seguridad alguna a la que engañar con su disfraz. Solo un cartel que anunciaba una “jornada” de algo llamado “rol” colgado en la puerta abierta del local. Desde fuera podía verse luz, y un montón de figuras moviéndose dentro, reuniéndose alrededor de diferentes mesas y charlando. Algunos vestían con ropas como las suyas, y otros con prendas completamente ridículas que parecían salidas de una novela de caballerías del siglo XVI. En cualquier caso, no parecía que estuvieran preocupados por sufrir la visita de un espía, y él tampoco parecía desentonar demasiado. Mejor para sus planes, pensó con regocijo, antes de entrar al local.

El ruido lo golpeó de forma física. No era solo el volumen de las conversaciones, que era bastante alto. Alguien estaba tocando música en algún lugar, lo suficiente fuerte como para que se escuchara incluso en el punto en el que estaba, incluso si era incapaz de ver dónde estaban los músicos. Había oído que los humanos tenían una especie de magia que les permitía escuchar música sin necesidad de instrumentos, ¿tal vez era eso lo que estaban usando aquí? Para colmo de desgracias, no había nadie bailando como hubiera sido lo normal. Ni siquiera había un sitio donde bailar: todo estaba ocupado por mesas cubiertas de papeles, libros, y pequeños objetos de colores. Y bebidas de esas que no venían en botellas sino en recipientes de metal. Era demasiada información nueva para que pudiera procesarla fácilmente, así que optó por ignorarla y seguir con su misión.

Le costó encontrar a la Reina Blanca, aunque solo fuera porque estaba vestida con una ropa que no era la habitual. Su traje era colorido, y parecía no estar preparado para proteger del frío o del calor. Estaba, por supuesto, rodeada por su séquito: su amante y su mejor amiga. Ambos iban vestidos con ropas similares, aunque algo más cercanas a la realidad. Había otra persona con ellos, baja y ancha, vestida con una especie de túnica con capucha que la señalaba como una hechicera. Aquello era peligroso, ¿se había hecho con el servicio de magos? No, seguro que eso era parte de su plan malvado para destruirlos. El grupo parecía charla amigablemente, distraido. Estaban cerca de una mesa donde había varias pertenencias que sabía que debían ser de ellos, aunque solo fuera por las veces que se habían cruzado sus caminos. Ese, decidió, sería su objetivo.

Se dio palmadas en la espalda mentalmente mientras se acercaba a la mesa con todo el sigilo del mundo. No se habían dado cuenta de su presencia todavía. Se acercó cuidadosamente a la mesa y observó lo que había: hojas de papel manuscritas con datos de personas… seres míticos, supuso, viendo como en la que tenía en frente en ese momento se podía leer la palabra “elfo”. ¿Serían gente a la que querían asesinar? Pensó en llevárselas, pero entonces vio algo que le interesó más.

Un cuaderno. Era un cuaderno negro que estaba cerrado por una goma. Había pequeñas tiras de colores saliendo de distintos puntos del mismo. Debían ser una especie de marcapáginas, aunque no entendía muy bien para qué necesitaba tantos. Pero estaba seguro de ello: este era el manuscrito en el que estarían todos los detalles de su horrendo plan.

Sin pensárselo dos veces, agarró el cuaderno, esperando sentir el ataque de la magia de protección que seguro que habían usado. Pero el ataque no llegó. ¡Tan complacientes estaban en aquella paz que ni siquiera se habían preocupado en proteger sus pertenencias! ¡Ilusos!

—¡Jajaja! ¡Tengo vuestros planes!— chilló llevado por la euforia del momento, dando saltos con sus zancos—. ¡Ahora las Cortes sabrán de vuestra hipocresía!



—¿De qué cojones vas disfrazada?— preguntó César—. ¿De cultista?

La mirada de la mujer regordeta y con gafas no tenía nada que envidiarle a una espada.

—Llevo una túnica como la de Matt Mercer en el opening de Critical Role— repuso con un tono que indicaba lo insultada que se sentía—. El de animación de la segunda campaña.

—No te molestes, le va a entrar por un oído y le va a salir por el otro— comentó Eloisa.

—¡Pero al menos defiéndeme!— se quejó su novio.

—No, esta te la has buscado tú solito. Yo me lavo las manos.

La pareja comenzó una pelea que era más cómica que preocupante. La mujer de gafas se volvió hacia el cuarto miembro de su grupo, que no había intercedido en aquella escena hasta el momento.

—¿Pasa algo, Ale?

—Uhm… ¿qué demonios hace ese duende aquí?

Todos se volvieron en la dirección hacia la que miraba Alejandra. Ninguno de ellos pudo ocultar su desconcierto. Efectivamente, allí había un duende… uno con el disfraz más ridículo que hubieran visto jamás.

—Este tío no va a ganar un concurso de cosplay en la vida.

—¿Uh? ¿Ese no es uno de los trajes de Sorin? ¿Creo que se lo he visto en las reuniones de las Cortes alguna vez?

—Hay que admitir que ha sido creativo, al menos tiene la forma aproximada de un ser humano.

—¿Se habrá perdido?

—No. No parece lo bastante despistado. No sé a lo que ha venido, pero tiene un objetivo.

Hubo una larga pausa en la que observaron sin decir nada cómo el duende comenzaba a moverse hacia un lado de la sala. El artefacto que llevaba para hacerle parecer humano era de obvia manufactura mecánica, y era tan rígido que resultaba robótico. La única razón por la que nadie había dicho nada era porque la inmensa mayoría de los presentes en el local eran personas normales que no tenían nada que ver con ellos, y por tanto su cerebro simplemente se negaba a prestar atención a ese espectáculo. Tras unos instantes, los cuatro se miraron los unos a los otros.

—¿Y qué hace aquí si no está perdido?— preguntó la mujer de las gafas—. Porque, quiero decir, el rol es divertido y tal, pero todavía no habéis logrado sacar a ese amigo rumano vuestro de…

—Nooooo mencionemos a Sorin y tus entretenimientos juntos, ¿de acuerdo?— pidió César.

—¿Tan aterrador resulta?

—No me imagino a la Corte Negra jugando al rol, la verdad— comentó Eloisa—. Es un espectáculo que no estoy segura que quiera ver.

Aquello dio pie a una pequeña conversación sobre si era razonable o no ponerse a según que cosas con un grupo de seres místicos, que duró unos escasos tres minutos antes de que algo diera un salto al lado de su mesa.

—¡Jajaja! ¡Tengo vuestros planes! ¡Ahora las Cortes sabrán de vuestra hipocresía!

El duende de antes hizo una especie de pequeño bailoteo extraño, mientras unas manos más pequeñas que las de un ser humano salían del pecho de la creación esperpéntica, mostrando un cuaderno negro. Los cuatro se quedaron mirándolo completamente anonadados, preguntándose de qué demonios estaba hablando, y si se le había fundido el cerebro o algo. Eso duró hasta que la mujer de las gafas entrecerró los ojos, ajustándose las lentes. Luego soltó una exclamación agraviada.

—¡Son las notas de la partida!

En ese mismo momento, el duende se lanzó en línea recta hacia la salida, empujando a pobre gente que ni siquiera sabía qué era lo que pasaba. La mujer de las gafas salió disparada detrás de él, rugiendo más que gritando.

—¡Vuelve aquí, desgracia’o de mierda! ¡Me voy a hacer una bufanda con tus entrañas! ¡Devuélveme el cuaderno, cabrón!

Las voces se perdieron una vez ambos salieron a la calle en una persecución ridícula.

Los otros tres se quedaron mirando la situación con cara de no entender ni jota de lo que había pasado. Tras un par de minutos de completa incapacidad de procesar aquel evento, la mente de Eloisa decidió reconectarse lo suficiente como para coger su móvil, buscar un número en la agenda, y llamar. La respuesta tardo, para sorpresa de nadie, o al menos suya, en apenas un toque de tono de llamada.

—Sorin, sé que esto ha sido cosa tuya, así que mueve tu maldito culo y dale el cuaderno que tu duende ha robado a nuestra master, o destruirá la Corte Negra ella sola. Advertido quedas.

Decidió, por su propio bien, ignorar las carcajadas que resonaban en su aparato.

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