domingo, 2 de febrero de 2020

52 Retos de Escritura (V): A Través del Or Darac

Reto #5: Tu relato debe ser space opera y hablar sobre una travesía por diferentes planetas.


A TRAVÉS DEL OR DARAC 


Las lunas gemelas de Nalthar se alzaban ya en el cielo, hacia el norte, cuando Irún alcanzó la aldea. Se le hacía difícil imaginar un lugar más primitivo que este, pero la paz y prosperidad no alcanzaba a todos los confines de la galaxia, sin lugar a dudas. Allí donde los planetas bordeaban los sectores exteriores, lugares inexplorados cuyos tesoros solo podían equipararse a los peligros que aguardaban en ellos, o aquellos cercanos a la Gran Mancha Negra, donde la guerra había dejado su marca décadas atrás, la gente no tenía acceso a las maravillas de la tecnología que se usaban allí donde el poder del Consejo Galáctico llegaba con facilidad. Ni siquiera había pavimento que llegara a aquel lugar: en el momento en el que había abandonado la carretera principal, el camino había sido de tierra de forma casi constante, y agradeció haber hecho caso de las advertencias de su contacto en la capital y haber viajado montada a lomos de un morbat en lugar de intentar el viaje con algún vehículo.

Los aldeanos se estaban recogiendo ya, y los pocos que todavía permanecían en la calle sin iluminación se quedaron mirándola durante unos segundos antes de apresurarse hacia sus casas, donde se encerraron a cal y canto. Dentro de los recibimientos que podría haber tenido, pensó, no era de los mejores, pero tampoco de los peores. En silencio, manejando a la enorme ave de vistoso plumaje que le servía de montura, atravesó el pueblo al paso, encaminándose a una colina que se alzaba a una cierta distancia. En lo alto de la misma, el atisbo de una luz indicaba que estaba habitada. Ese era, sin lugar a dudas, su destino.


La casa en lo alto de la colina era más bien una desvencijada cabaña de madera. Del porche colgaban un montón de abalorios hechos con plumas y escamas de colores, atados con cordones y restos de poliviscosa que habían perdido el color al permanecer durante sabía la Creadora cuantas décadas a la intemperie. Se detuvo y ató al morbat a una piedra cercana, antes de llamar a la puerta. Tras unos segundos, alguien abrió: una mujer humana entrada en años cuya cara le fue difícil distinguir, ensombrecida como estaba al encontrarse a contraluz.

—¿A qué has venido?— preguntó, de forma poco amistosa.

Irún rebuscó durante unos instantes en uno de los bolsillos de su capa antes de sacar una insignia que le mostró a la mujer.

—Vengo en busca de un compañero mío. Se le perdió la pista hace un año. Sus pasos me han llevado hasta aquí.

—¿Y qué si vino? ¿Por qué tendría que decírtelo? Esa insignia no tiene valor alguno aquí.

—Estoy dispuesta a pagar por la información.

—Tu dinero no nos interesa.

Sin replicar, Irún guardó su insignia de nuevo y sacó una bolsita que abrió para que la mujer pudiera probar su contenido. Vio como se le abrían los ojos de par en par, y tuvo que contener una risa sin humor al tiempo que esquivaba el intento de apoderarse de la bolsa.

—Te daré dos de estas si me das la información. Enviaré otras ocho en cuanto compruebe que es fiable. Si me engañas…

No necesitaba decir más. Puede que la insignia no le diera acceso a lo que quería, pero podía recordarle a la mujer sobre sus capacidades para hacerle pagar en caso de engaño.
La mujer dudó durante unos instantes, sopesando lo que podía conseguir y los riesgos que podía correr, y finalmente abrió al puerta del todo para dejarla pasar.

—Te llevaré con la mensajera.

Irún la siguió al interior de la cabaña, que resultó ser un tanto más grande de lo que le había parecido en un principio. La llevó a un cuarto al fondo y, tras hacerla esperar unos momentos para hablar con la persona dentro del mismo, la permitió acceder. Se llevó una sorpresa al comprobar que la persona era una vieja reina gartir. Al menos esa era la sensación que le daba, ya que no había tenido demasiado contacto con la raza de insectoides, pero estaba segura de que eran más pequeños, y su abdomen no era tan abultado. Estaba medio sentada, medio tumbada sobre una especie de diván modificado para poder sostenerla, y de su delicado cuello colgaba una caja de voces. La reina gartir la recibió con una serie de chasquidos y chirridos que fueron traducidos en el acto por la caja de voces.

—Te saludamos, viajera de las estrellas— la voz femenina sonaba metálica y fría; normalmente, habría intentado transmitir también algo de emoción, pero por desgracia no había caja de voces en el universo que pudiera descifrar el sutil lenguaje de las feromonas de los gartiri—. Nuestra guardiana dice que buscas a uno de tu colmena.

—Así es. He venido a buscar a uno de mis compañeros. Tal vez lo recuerde, un humano como yo, algo más alto, con el pelo rubio y ojos azules. Seguro que llevaba ropas similares a las mías. Sé que estuvo aquí hace algo menos de un año.

La caja de voz se encargó de traducir sus palabras a los sonidos del idioma gartir. La reina miró la caja hasta que esta dejó de hablar, y entonces contestó.

—Sí, lo recordamos. Llegó atravesando el mar de las estrellas como tú, y preguntó por el Portón Quebrado. Le advertimos de los peligros, pero nos ignoró y finalmente consiguió que le dijéramos donde estaba. No le hemos vuelto a ver desde entonces.

—¿Portón Quebrado?— Irún frunció el ceño, sin reconocer el nombre hasta que se dio cuenta de que la caja de voces estaba haciendo una traducción literal—. ¿El Or Darac?

La reina gartir hizo un asentimiento con la cabeza.

—¿Sabéis… los gartiri sabéis donde está?

—La colmena sabía, pero la colmena ya no existe. Esta es colmena ahora, y ellos no saben. Nunca deben saber. El camino al Portón Quebrado sólo puede trazarse desde…— la caja de voz lanzó un quejido, incapaz de traducir el nombre que había dado la reina.

—¿Cómo podría llegar hasta allí?

—No debes. Nunca debes. Solo hay muerte allí. Y solo hay muerte tras el Portón Quebrado.
Irún sacudió la cabeza.

—Esa no es una amenaza que me preocupe demasiado. ¿Cómo puedo llegar hasta ese lugar?

—Eres igual que él.

—Al menos en esos aspectos, los dos somos caballeros.

La reina gartir torció su cabeza de abeja en un gesto de incomprensión al escuchar la traducción de las palabras que la humana había pronunciado, y luego hizo un gesto como si suspirara.

—Si tanto deseas morir, estas son las indicaciones que debes seguir.

Irún escuchó la traducción de la caja de voz sobre el camino que la llevaría a su destino, intentando memorizarla y esperando que la traducción fuera lo más correcta posible. Una vez memorizó el camino, le agradeció a la reina gartir su ayuda y salió de la habitación. La mujer de mediana edad estaba esperándola allí, con el rostro lleno de suspicacia. Irún le dio las dos bolsas que había prometido. Con una inclinación de despedida, salió de la cabaña y recuperó su montura, dirigiéndose a la aldea en busca de un lugar donde dormir.



El trayecto le llevó varios días, viajando entre altas montañas y remotas regiones. De vez en cuando, en la lejanía, podía ver los picos de las colmenas de los gartiri. La región era árida, los recursos de la misma considerados demasiado pobres como para plantearse un proceso de planetoadaptación completo. En muchos de los mundos que daban a los sectores exteriores, los fondos no alcanzaban apenas para mantener la vida de sus habitantes, mucho menos el realizar una adaptación que afectara siquiera a una parte del planeta. Aquel lugar era inhóspito, y pocas razas podían habitar en él. Tal vez por eso el lugar al que intentaba llegar era tan desconocido.

Su destino se descubrió ante ella como un valle circular entre picos de altas montañas, alcanzado tras subir por un camino que no era tal. Apenas llegó al límite, su montura se negó a avanzar. No podía echárselo en cara porque ella también sentía el ambiente enrarecido. El aire le recordaba al de un osario recién abierto después de permanecer siglos cerrado, con el olor a putrefacción reducido a un sutil cambio que aún así revolvía el estómago. No había una brizna de viento que aliviara aquella sensación. Toda la piedra de aquel lugar estaba pelada. No había rastro siquiera de hongos o líquenes o cualquier criatura que hiciera de sitios como aquel su hogar. Aquel era un lugar que no podía sostener la vida. Y en el centro de aquel erial se alzaba un edificio de piedra negra que contrastaba con todo lo que le rodeaba. No fue capaz de mirarlo durante demasiado tiempo porque hacerlo le provocaba nauseas, pero supo de inmediato que ese era el lugar al que debía ir. Dejó a su montura atada justo a las afueras del valle, y comenzó a andar hacia aquella extraña construcción.

Era antiguo. No, era más que antiguo; su edificación probablemente fuera anterior a la existencia de vida sentiente autóctona en el planeta. Era algo que debería haber sido destruido con el paso de los eones, pero ni el viento se atrevía a rozar aquellas piedras oscuras. De no haber sido por su misión, Irún ni siquiera se habría planteado acercarse. Algo en ella, su parte de ella que todavía podía considerarse más bien animal, le chillaba para que diera la vuelta y no volviera jamás. Pero no hizo nada de eso. Siguió avanzando hasta que alcanzó la entrada de aquella construcción y, tras sacar una linterna, se adentró en ella.

El silencio en el interior era absoluto. No se escuchaba el silbido del aire corriendo, ni el zumbido constante de la electricidad. Incluso el sonido de los pasos de Irún era absorbido por la calma sobrenatural que gobernaba aquel sitio. La luz de su linterna apenas alcanzaba a atravesar un par de metros de aquella negrura. Se alegró de llevar un trazador, ya que sin algo que marcara el camino de vuelta en medio de la oscuridad bien podría haberse perdido.

No tenía muy claro de cuanto había caminado, y cuantas vueltas había dado, cuando por fin llegó a un lugar distinto, aunque solo fuera porque estaba débilmente iluminado. Era una habitación cuyas paredes desnudas no se diferenciaban demasiado de las que ya había visto hasta el momento, salvo en un extremo, donde alguien había dejado un mensaje escrito con pintura luminoabsorbente: “no toquéis la mesa”. Dicha mesa se encontraba en el centro, y junto a ella había un esqueleto. Se acercó, temiendo por unos instantes haber llegado al final de su misión, pero un examen general le indicó que, fuera quien fuese la desdichada criatura, no era humana: tenía el cráneo algo más delgado y alargado, y unos colmillos prominentes. No era una experta en anatomía, pero al menos podía dar por sentado que aquel cuerpo no pertenecía a la persona que buscaba. Una vez hecha esa comprobación, examinó la mesa sin acercarse demasiado a la misma.

Estaba hecha de la misma piedra que las paredes, y no parecía tanto un mueble como una estructura más del edificio. Era circular, y la parte superior tenía un grosor de varios centímetros. El lateral estaba grabado con una escritura que le resultaba desconocida. El grabado en la superficie, en cambio, era algo familiar: un portal de salto. O al menos eso le pareció hasta que se dio cuenta de que era algo más que un simple portal de salto. Era un Or, un Portón.

El Or Darac.

Tal vez aquellos grabados podían ponerla sobre la pista.

Tras observarlos durante un rato, se dio cuenta de varias cosas. La primera de ellas era que, aunque a la luz de la linterna se veían bien las formas de aquella extraña escritura, la mayor parte del tiempo el grabado era casi indistinguible del resto de la mesa. Solo se podía ver bien una parte del mismo en cada posición. Comenzaba a sospechar que intentar sacar una imagen normal de aquel grabado sería imposible. Tal vez la razón de la existencia del cadáver era porque había intentado hacer una copia con algún método antiguo o se había acercado demasiado mientras intentaba encontrar la forma de copiar el texto. Por fortuna, ella no tendría ese problema.

Sacó su ayudante de bolsillo. Era una pequeña computadora que no ocupaba más que la palma de su mano, pero que tenía distintos programas que solían serle útiles de la forma más absurda. Por ejemplo, pensó con una sonrisa sardónica, el sistema de imagen tridimensional por escaneado. Con aquel sistema no tendría que preocuparse siquiera de la luz. Poco a poco, fue dando la vuelta a la mesa usando el escáner del ayudante para formar el dibujo de los grabados.  Ahora, tendría que buscar a alguien que supiera como…

De pronto, sintió un temblor que parecía venir de lo profundo del edificio. No tardó ni dos segundos en detectar que, fuera lo que fuese, se estaba acercando.  Maldijo para sus adentros mientras activaba el trazador del ayudante de bolsillo y lo usaba para descifrar el camino que había seguido. Fuera lo que fuese lo que vivía ahí, no quería enfrentarse a ello. Comenzó a correr siguiendo el camino que había recorrido antes, notando el temblor del suelo a medida que aquella cosa se aproximaba, más y más cerca cada vez.

Alguien más estúpido que ella habría intentado mirar atrás para ver lo que se acercaba, o habría intentado combatirlo. Pero algo que había vivido en las entrañas de esa construcción durante la Creadora sabía los siglos era desde luego un enemigo demasiado fuerte. Sin mirar atrás, sin confiar nada más que en sus piernas y en el trazador, corrió hasta que la luz grisácea del exterior asomó delante de ella. Se lanzó en un sprint y salió al mismo tiempo que algo la rozaba en el hombro. Aquel sencillo contacto la mandó volando hasta chocar contra el suelo de piedra. Rodó para al menos absorber una parte del impacto, y se volvió a poner de pie de un salto, dispuesta a continuar su huida, una mano dirigiéndose a la espada de fuerza que llevaba en su cinto. Sin embargo, al levantarse quedó de cara al edificio, y vio que lo que fuera que la había atacado no la seguía al exterior. Algo parecido a un brazo acabado en unas garras que se asemejaban más a cuchillas, del grosor de un árbol, retrocedía a toda velocidad, como si el sol de mediodía le quemara.

Irún se quedó mirando aquel edificio con cara de espanto, a medida que su cerebro analizaba el hecho de que había escapado por los pelos de algo que vivía atrapado en aquel horrible lugar. Algo que probablemente se hubiera encargado de hacerla desaparecer para siempre.

—Oh, Shion, ¿en qué demonios te has metido ahora?



Al otro lado del ventanal, las espiras del palacio de Salmandria, capital de Argius, brillaban a la luz de la estrella del sistema del mismo nombre. Toda la ciudad resplandecía, mostrando la prosperidad de uno de los mundos centrales. Irún, sin embargo, no estaba como para apreciar la belleza de la metrópolis. Había tardado más de una semana en volver hasta la civilización, y había requerido de un día más para completar el salto desde Nalthar hasta los límites de Argius. Allí había tenido que esperar tres días más mientras los historiadores de la Gran Academia intentaban descifrar los textos de la mesa. El paso del tiempo se le hacía preocupante. Mientras ella estaba allí…

Sacudió la cabeza, intentando alejar los oscuros pensamientos que la atenazaban. Quería pensar que Shion estaba vivo, y que aquello no se saldaría con ella trayendo un cadáver o, peor aún, convirtiéndose en uno. La simple duda de si de verdad había logrado escapar de la criatura que habitaba dentro de ese edificio era bastante como para deprimirla. Debía ser capaz de encontrarle, y de encontrarle vivo y entero. Aunque solo fuera por su propia paz de espíritu.

Al fin, la historiadora que había estado analizando los textos entró en la sala. Era mucho más alta que ella, y delgada como un palillo, con la cabeza ovalada, rasgos finos, orejas picudas y un puente de la nariz prominente.

—Hemos podido traducir todo el texto— le dijo—. Ahora te enviaremos un archivo con la transcripción del mismo.

—¿Todo el texto? Eso ha sido rápido.

Demasiado, si le preguntaban.

—En realidad ha sido una sorpresa para nosotros, pero hemos descubierto que alguien había trabajado ya en ese texto. La traducción no era perfecta, pero hemos podido compararlo con más muestras y ajustarlo.

—¿Alguien había traducido ya ese texto? ¿Quién?

—La base de datos indica que se realizó en Raderir. Hay una Academia allí, y si no recuerdo mal tienen un raderiano loco a modo de historiador. Está obsesionado con las ruinas de allí— la historiadora sacudió la cabeza—. Pero en este caso parece que su obsesión ha dado resultados, ya que el texto es igual. ¿Pero cómo pudo hacerse con él?

Ah, pero eso era una respuesta fácil. Alguien se lo llevó para que lo tradujera. Raderir era un sistema planetario cercano a los sectores exteriores, y también a Nalthar. Si la persona que había conseguido ese texto sabía de la existencia de esa Academia, lo más probable era que hubiera ido directamente allí, fuera ya por prisas o porque conocía al historiador de antemano. Eso sonaba como algo que haría Shion, sin lugar a dudas. Era también una prueba de que había salido con vida de aquel edificio, lo que le daba un cierto nivel de alivio.

—Bueno, supongo que eso significa que tendré que visitar a ese raderiano loco.



La Estel atravesó el portal de salto y se dirigió a una de las lunas de Ráderir II, un satélite de tamaño menor que había sido planetoadaptado. Era poco habitual que las Academias se edificaran fuera de planetas importantes, toda vez que la intención en ellas era la de llevar la educación a todos aquellos que la necesitaran. En aquel caso, todo el satélite pertenecía a la Academia. Era un mundo aparte, tanto en el sentido literal como en el figurado. Irún no estaba segura de que le gustara.

Cuando aterrizó en el espaciopuerto de la Academia, un enorme grupo de gente se reunió para observar la nave. No era de extrañar. Ya de por sí, las corbetas argiusanas tenían un diseño llamativo dirigido a poder cumplir distintos propósitos en distintos ambientes. Pero la nave de Irún no era un modelo de mercado, sino una de las más recientes creaciones, y personalizada para ella de acuerdo con las especificaciones de los Dragones Dorados y sus propias exigencias. Aun cuando técnicamente todos los sistemas solares de la galaxia eran independientes los unos de los otros, había muy poca gente que no reconociera el poder y la influencia de los caballeros de élite de la emperatriz de Argius. Aunque a Irún eso le parecía un dolor de muelas más que otra cosa. Cuando bajó de la nave, todo el mundo se la quedó mirando con los ojos como platos, sin reaccionar. Y así habrían seguido si ella no hubiera comprendido lo que estaba pasando.

—¿Puede alguien mandar a un encargado de hangar para mover mi nave y que deje de estorbar, por favor?

Aquellas palabras rompieron aquella especie de hechizo que mantenía congelada a la gente a su alrededor, y pronto hubo varios cientos de personas revoloteando a su alrededor, preparando la nave para llevarla a un lugar donde pudiera guardarse. Tuvo que asegurarse de que la dejaban preparada para un posible despegue en breve tiempo, ya que en cuanto entrevistara a quien venía a buscar lo más probable fuera que tuviera que marcharse. Según estaba terminando de dar sus indicaciones, un raderiano se acercó a ella con grandes pasos. Los nativos del sistema Raderir eran algo bajos, con vello cubriéndoles casi todo el cuerpo y facciones achatadas. Este era si acaso más bajo que la media, y parecía un tanto nervioso, pero no entraba en su descripción de “loco”, así que supuso que no era la persona que estaba buscando.

—¡Bienvenida! ¡Bienvenida! ¡Siempre es un honor recibir a una fiel sirviente de la emperatriz! Tendréis que preocuparos por no tener una recepción adecuada, pero…

Irún detuvo aquel monólogo con un gesto de la mano.

—No es necesario ninguna ceremonia. He venido a hacerle unas preguntas a uno de los profesores.

Un historiador llamador Guirros.

El raderiano ante ella mostró una sonrisa nerviosa, como si no entendiera qué estaba pasando allí.

—¿Por qué queréis ver a Guirros? ¿Ha hecho algo?

—Lo dudo. Pero hace un tiempo habló con uno de mis compañeros. Quiero hacerle unas preguntas al respecto.

—¿Un compañero? ¡Oh! ¿Un caballero de pelo rubio?— cuando Irún hizo un gesto de asentimiento, continuó—. Estuvo con nosotros durante una temporada, ¿cosa de un mes o así? Luego se marchó diciendo que tenía que realizar una tarea importante…

—Eso ya era algo que sabía. No es eso lo que tengo que preguntarle.

—Si tal vez nosotros pudiéramos ayudarle, sería mejor…

—No creo que nadie que no sea el historiador pueda responder a las preguntas que tengo.

No estaba segura de cual era la razón por la que aquel tipo estaba intentando evitar que fuera a hablar con Guirros, pero si tenía que usar la fuerza para lograr su objetivo, lo haría. Tal vez porque su cara no estaba ocultando en absoluto sus sentimientos, el hombre con el que estaba hablando dio un paso atrás, poniéndose a la defensiva.

—¡Perdonadme! Es solo que Guirros… Bueno, nunca ha estado bien de la cabeza, y desde que su compañero le visitó está aún peor. Se ha encerrado en su cuarto y no quiere salir— ¿estaba temblando? Cielos, el tipo estaba temblando como una hoja—. Lo hemos intentado todo. Solo murmura algo sobre las ruinas…

Irún comenzó a sospechar qué era lo que había pasado.

—¿Dónde está el cuarto de Guirros?

El hombre que había ido a recibirla, todavía aterrorizado, le dio las indicaciones. Sin una sola palabra más, se marchó, buscando la salida del espaciopuerto.

Ante ella se abría una larga extensión de colinas cubiertas de verdor. Pequeños bosquecillos salpicaban la superficie aquí y allá, y en algunos puntos podían adivinarse los colores de las flores salvajes. Cerca del horizonte unas enormes montañas se alzaban como una barrera. En aquel paisaje idílico, había varios vehículos voladores preparados para ser usados. Los conductores habían estado jugando a las cartas, sin esperar que viniera nadie a requerir sus servicios incluso si debían haber visto la nave aterrizando. Todos se levantaron de un salto al verla acercarse, y pronto uno de ellos se ofreció a llevarla hasta la dirección que le habían indicado.

El trayecto fue rápido. A pesar de que la luna entera estaba ocupada por la Academia, la mayoría de los edificios principales de la misma estaban todos en la misma ciudad, a unos pocos minutos. Había otros centros culturales, por supuesto, pero el resto de la luna estaba destinada, al parecer, al mantenimiento del modo de vida de profesores y estudiantes. Así, apenas tardó media hora en alcanzar su destino. El edificio al que había llegado era un tanto más decrépito que el resto de edificaciones, pero aún así estaba en un cierto buen estado. Se encontraba un tanto apartado, lo que probablemente lo había señalado como un sitio poco adecuado para la vida en la Academia. Pero estaba claro que a un excéntrico como Guirros la soledad que eso le garantizaba era bienvenida.

Tendría que romper esa soledad hoy si quería terminar su misión.

Entró y buscó la puerta. Buscó un timbre, pero se encontró con que en su lugar había un agujero lleno de cables. El panel cerradura al menos parecía entero, pero no estaba segura de cuan funcional era. Dio un par de toques a la puerta con los nudillos.

—¿Profesor Guirros?

Durante una larga pausa, nadie respondió, aunque pudo escuchar una especie de murmullos que venían del otro lado de la puerta. Volvió a repetir la llamada, esta vez un poco más fuerte.

—¿Qué? ¿Quién? ¿Quién anda ahí?

—Mi nombre es Irún Saldera, de los Dragones Dorados de Argius.

—¿Dragones Dorados?— el hombre detrás de la puerta repitió estas palabras unas cuantas veces, como si intentara buscar un significado detrás de ellas—. ¡Ah! ¿Como el chico humano? Sí, sí, el chico humano dijo que era uno de ellos. ¿Has traído más textos? ¡Necesito más textos!

—He venido a preguntar por mi compañero— replicó ella, ignorando la petición de Guirros, teniendo en cuenta que no podía cumplirla en absoluto—. Este es el último lugar en el que se le vio.
Una nueva pausa. La puerta delante de ella se abrió un poco, dejando un pequeño hueco por el que asomó un ojo inyectado en sangre.

—¿Sigue allí?

—¿Allí, dónde?

—En el mundo tras el Or Darac.

Irún frunció el ceño al escuchar las últimas dos palabras.

—¿Fue hacia el Or Darac desde aquí?

—Oh, ¡oh sí, dijo que eso iba a hacer! ¿Vas a ir tú también al Or Darac?

—Si es necesario.

—¡Oh, oh! ¡Un momento, un momento!

La puerta se cerró para volver a abrirse unos segundos después, esta vez por completo. Guirros estaba detrás, invitándola a pasar. Su pelo estaba sucio y lleno de mataduras, signos de que no se preocupaba demasiado en cuidarlo. Sus ropas estaban también sucias, y parecía generar un olor bastante desagradable, que estaba bastante a juego con el que emanaba su morada. Aunque la persona que la había recibido había hablado de un cuarto, habría sido mucho más adecuado referirse a ello como un loft. Era diáfano, salvo por una puerta que parecía dar a un cuarto de baño. Había una pequeña zona que hacía las veces de cocina, y que estaba en un estado deplorable. El resto del espacio estaba ocupado en parte por basura, y en parte por documentos escritos sobre papel. Ni siquiera parecía ser papel inteligente. Cómo se había hecho con ese material que se consideraba no solo de mala calidad, sino también completamente anacrónico, era un misterio.

En una de las paredes, varios de aquellos trozos de papel estaban clavados o pegados formando patrones extraños. Reconoció en algunos de ellos los grabados de la mesa que había escaneado, pero otros, aunque muy similares en cuanto a trazos, eran distintos.

—¿Qué es…?

—Ah, sí sí sí. Esto es una teoría que llevo preparando toooooda mi vida, ¿sí? De una raza a la que he llamado los Progenitores. En Ka’hallal… Ah, no, los humanos lo llamais Ráderir II. En Ráderir II hay muchas ruinas de civilizaciones pasadas, tan antiguas que nadie sabe cuándo vivieron o de dónde vinieron— Guirros se adentró en aquel caos y se acercó a sus papeles en la pared—. Son sitios apartados en muchos casos, y algunos están en zonas impracticables, pero mi gente vivía cerca de una de esas ruinas. Era un lugar fascinante, y antiguo, y estuve explorándolo mucho, mucho tiempo. Para averiguar sus secretos.

Irún se mantuvo a una distancia segura mientras Guirros seguía hablando con un brillo maniaco en los ojos.

—¡Había tantas cosas extrañas! ¡Tecnología que nadie conocía! ¡Escritos que nadie había visto! Copié todo lo que pude, pero no hay vidas suficientes para explorar ese sitio. Es como si el tiempo y el espacio funcionaran de forma distinta a lo normal. He estado estudiando esto toda mi vida— hubo una pausa, como si estuviera reflexionando sobre sus recuerdos, su voz algo más baja—. Cuando llegué aquí descubrí que había más ruinas a lo largo de todos los sistemas de los sectores exteriores. Pero la mayoría de ellas eran sitios prohibidos, tabú. Nunca conseguí los permisos para entrar. ¡Pero entonces llegó él! ¡Había estado en una ruinas, y trajo ese texto! ¡Oh, lo mucho que me ha iluminado ese texto!

Irún se preguntó cuan valioso podría haber sido de verdad el texto. Lo había estado leyendo durante el salto. Era poco más que una serie de coordenadas y un código de acceso, y una referencia a algo que se había considerado en las notas de traducción que se refería al Or Darac.

—¿Entonces mi compañero fue hacia allí?

—Sí, sísísísí. A pesar de que le dije que esperara a que acabara de traducir todos mis textos, pero sí fue allí. Ah, pero mis textos tenían información. Sobre el planeta tras el Or, y lo que hay en él— Guirros vio a Irún fruncir de nuevo el ceño y consideró que aquello era una señal de que debía explicarse más—. Al parecer no había solo una raza de Progenitores, ¡sino dos! Las runas pertenecen a la primera, la que estaba aquí tiempo antes. Luego la segunda vino del vacío.

Sintió un escalofrío al escuchar aquella frase. ¿No era el problema del vacío que nada podía vivir en él?

—Las dos razas pelearon en estos mismos planetas, por la supremacía. Y los Progenitores vencieron… sacrificando planetas, sellando sus portales de salto y usando sus conocimientos para encerrar a las criaturas todo a lo largo del Margen Exterior— Guirros soltó una risita y la miró—. Tú las has visto, ¿verdad? Las cosas escondidas en esos lugares. Vuestro Or Darac es solo uno de los muchos portales cerrados para que nadie venga de más allá del Margen.

—¿Por qué… por qué dejaron instrucciones para llegar a uno de esos portales?

—¿Por qué? Porque tal vez ya llevaran el vacío consigo. Las criaturas del vacío llevan el vacío consigo, y le transmiten el vacío a los demás. Y ahora que alguien ha atravesado un Or Darac, el vacío llegará aquí y nos comerá a todos.

Y comenzó a reírse. Era una risa histérica y maniaca que no parecía parar y sonaba más a un llanto de terror. La risa acompañó a Irún mientras salía de aquel lugar horrible, sin siquiera gastar tiempo en cerrar la puerta tras de sí. Siguió escuchándola en su cabeza cuando varias horas después despegó de aquella luna, dirigiéndose a las coordenadas del texto.



Había visto un Or hacía mucho tiempo, cuando todavía no había sido nombrada Dragón Dorado. Había sido una estructura grandiosa, un gigantesco aro de un material desconocido que se alzaba al final de un sistema solar, con ramificaciones a su alrededor que le recordaban a un aro. Al principio había sido todo negrura, pero cuando detectó la nave se iluminó ligeramente, como si al notar la presencia de seres vivos se despertara para darles la bienvenida y ofrecerles paso libre. Entonces le había parecido como hecho de platino, brillante y puro. Cuando el canal de salto se abrió, toda la estructura brilló tanto que pareció apagar las estrellas. Había sido una visión increíble que no podría olvidar nunca.

Esa visión la asaltó cuando observó el Or Darac.

Cuando la Estel se acercó, comenzó a iluminarse, pero lejos de adquirir una tonalidad metálica, lo único que logró fue hacerse ligeramente más visible, con un tono gris cercano al negro. La estructura del círculo central parecía todavía intacta, pero las ramas parecían quebradas, con restos flotando alrededor de la estructura, atrapados por su gravedad. Más que ramas, le recordaba a una red de araña de la seda. Fuera lo que fuese lo que le hubiera pasado, estaba claro que los daños lo habían afectado. Tal vez por eso se le consideraba “quebrado”.

Shion, se dijo, estaba al otro lado.

Suspiró, y luego conectó el ordenador de la nave al sistema de configuración del Or.

Si la historia que le habían enseñado era cierta, antes de que la humanidad abandonara su sistema estelar y este se perdiera en las nieblas del olvido, habían encontrado un Or. Tras investigarlo durante generaciones, habían logrado la tecnología que les permitía conectarse a ellos y acceder a sus direcciones de salto, viajando a puntos aún más lejanos de la galaxia. Gracias a sus estudios sobre los Or habían desarrollado la tecnología de los portales de salto, que habían llevado a encontrarse con muchísimas otras razas y a cientos de planetas en los que se habían expandido. No era extraño, pues, que las naves espaciales construidas por los humanos tuvieran sistemas para conectarse a los Or.

Le llevó un rato introducir el código. Cuando marcó el último carácter y lo envió por el sistema de comunicación subespacial, vio como el Or Darac luchaba por encenderse, llegando a un blanco mortecino. Por unos segundos, pensó que no llegaría a abrir el canal de salto, pero tras un poco de esfuerzo, la superficie vacía dentro del anillo se llenó de una especie de campo, y la puerta se abrió.

Irún asintió, antes de marcar una serie de instrucciones en el ordenador de su nave. Había dejado un mensaje de sus descubrimientos en una baliza, junto con la petición de que nadie fuera a buscarla en caso de desaparecer. No sabía qué encontraría más allá del Or Darac, pero tenía la sospecha de que sería una trampa, y era preferible que nadie más cayera en ella. Las que tomaba en esos momentos eran las últimas medidas antes de realizar el salto. Una vez acabó de programar las instrucciones, puso su nave en posición y efectuó el salto.

Se le hizo eterno. Incluso si las leyes del tiempo y el espacio funcionaban de forma distinta en los canales de salto, aquel había sido uno de los más largos que había hecho jamás. Finalmente, atravesó la barrera final y surgió del canal al otro extremo.

Afuera, solo había una total ausencia de luz.

Activó todas las cámaras, buscando algo que pudiera servirle de referencia. Lo primero que vio fue la cámara trasera, y pronto comprendió por qué Shion no había podido volver, para empezar. El Or en el otro lado estaba dañado, pero la estructura principal estaba entera. Podía usarse todavía. Pero en este lado, el anillo principal se había partido en varios trozos. Aunque la forma en general parecía mantener la suficiente estabilidad como para permitir la apertura del túnel desde el otro lado, desde aquel era imposible hacerlo.

Pero entonces, ¿dónde estaba la nave de Shion?

Aunque era cierto que su compañero era muy de actuar antes de pensar, no era tan inútil como para simplemente alejarse de la entrada en busca de algún sitio que ni siquiera sabía que existía. Si hubiera usado la cámara de hibernación, en un estado de energía mínima podría haber aguantado siglos allí. Estaba segura de que la nave no estaría demasiado lejos. Que ella supiera, no había más cuerpo gravitatorio que los restos del Or Darac, ¿no era así? Mandó al ordenador hacer un escaneo gravitatorio, al mismo tiempo que intentaba analizar el subespacio en busca de una petición de socorro. El resultado de ambas pruebas fue casi inmediato: había una fuerza gravitatoria cercana, más grande que el Or. Una baliza de socorro parecía llamar desde allí. Había en las cercanías algún planeta, pero era incapaz de verlo. Aún más, el escaneo gravitatorio indicaba que aquella enorme piedra estaba sola en el espacio. No había ninguna estrella alrededor de la que girara, y más parecía que el Or Darac actuara como alguna especie de siniestro satélite.

Tal vez en algún tiempo hubo allí un sistema planetario, pero este ya no existía.

Siguiendo la señal de la baliza, pronto se encontró con que el planeta, si es que era tal, tenía un segundo satélite en la forma de una corbeta argiusana. Era un modelo viejo, a juzgar por las señales que procedían de ella. Estaba en un modo de bajo uso de energía. Y no había ni una señal de vida. ¿Tal vez Shion había usado la cámara de hibernación? Y a lo largo del año la gravedad lo había atraído hacia el planeta.

Aquella era una conclusión sensata, pero algo en su cabeza le decía que las cosas no iban a salir bien. No debería haber venido. Pero ya era tarde para lamentaciones y, a fin de cuentas, ya había tomado todas las medidas posibles. De momento solo podía actuar de acuerdo con el plan. Y eso incluía acercarse a la nave de Shion con la Estele y anclarlas la una a la otra, antes de acceder a la primera. Mientras el ordenador de la nave realizaba estas tareas, Irún se puso el exotraje que la mantendría con vida en un entorno de temperaturas extremadamente frías, y sujeta al suelo de la nave a pesar de la falta de gravedad. Una vez preparada, y las escotillas listas, pasó de su nave a la de su compañero.

Para ser naves unipersonales, las corbetas eran bastante grandes. En realidad, podían llevar hasta un total de diez personas, pero solo requerían de un piloto, por lo que eran las naves de los caballeros. Irún conocía la disposición de las habitaciones, por lo que no tardó demasiado en encontrar su camino. El interior de la nave estaba oscuro: ni siquiera las luces de emergencia estaban encendidas. No había pilotos que parpadearan, ni una sola señal de que hubiera electricidad corriendo por algún lado. Las paredes, el suelo y el techo estaban cubiertos de un hielo  que no tenía sentido a menos que consideraras que eran con toda probabilidad los gases que hubiera dentro de la nave. En aquella situación, ni siquiera sus pasos sonaban. Despacio, se acercó a la habitación donde estaba la cámara de hibernación. La puerta estaba abierta. Entró con cautela, observando primero todos los rincones y, tras asegurarse de que no había peligro alguno a la vista, se acercó a la cámara.

Estaba encendida, a juzgar por el tono azul que se extendía por su interior y a través de la capa de escarcha para crear un halo espectral. Irún se acercó y apartó con la mano libre un poco del hielo, lo suficiente para ver el interior.

Algo golpeó contra el cristal desde el interior.

Irún dio un respingo y se apartó a toda velocidad. Tardó unos cuantos minutos para darse cuenta de que se trataba del hombro de una persona humana. Una mirada rápida le permitió darse cuenta de que se trataba de Shion.

El muy idiota. Había tenido tanta prisa en meterse en la cápsula que ni siquiera se había atado a la misma. Cuando consiguiera sacarle de ahí, iba a tener unas cuantas palabras con él. Pero primero tenía que sacarle de allí.

La cámara, afortunadamente, podía desconectarse del sistema principal y podría mantener su autonomía durante varios meses. Suficiente desde luego para llevarle hasta la Estel. Puede que mover la cápsula dentro de su nave sería más complejo, toda vez que allí estaba todavía conectado el sistema de pseudogravedad, pero solo necesitaba llevarle unos metros más allá de la escotilla y…

Escuchó un ruido.

Supo que eso era imposible. En el vacío no había ruido.

Lejos de preguntarse qué había sido eso, o achacarlo a su imaginación, decidió apresurarse con su plan. Presionó el botón de liberación, pero este no reaccionó. Maldiciendo, repitió la operación una, dos veces sin mejorar su resultado. Finalmente, le pegó una patada. Con un chasquido, los agarres y los cables que sostenían la cámara se soltaron, y el ovoide comenzó a flotar suavemente hacia arriba. Irún cogió uno de los pasadores puestos a tal efecto en las partes metálicas de la cámara y, tirando de ella mientras sacaba su espada de energía, echó a correr todo lo rápido que le permitía aquella situación.

Volvió a escuchar aquel sonido. Le recordaba a los temblores de las ruinas. Desesperada, empujó la cámara fuera de la habitación, sin preocuparse por los golpes que pudiera sufrir, y comenzó a dirigirse hacia la escotilla, intentando no pensar en el camino que le esperaba hasta la seguridad de la Estel. El sonido continuó durante un rato, como si se aproximara, hasta que se detuvo.

Entonces Irún cometió un error: se giró a mirar.

A varios metros, la luz de la linterna parecía ser devorada por una oscuridad intensa. Durante un par de segundos no pasó nada, pero al instante siguiente una figura pareció emerger de aquella oscuridad, no como quien sale a una zona de luz, sino como quien acaba de atravesar un muro de gelatina. La figura era de su misma altura y complexión, y llevaba un exotraje, salvo por el casco. En su lugar había una cabeza.

Su cabeza.

Solo que no era exactamente su cabeza. Estaba decrépita y deformada, y sus ojos habían desaparecido. Las cuencas de los ojos eran grandes, enormes como platos, y de ellas parecía gotear algo negro y viscoso. La boca no tenía labios, y cuando se abrió mostró la misma absoluta oscuridad.

—Ven— escuchó que decía—. Ven con nosotros. ¿No quieres conocer la verdad del universo? Ven con nosotros al vacío.

Irún se dio la vuelta y corrió, empujando con todas sus fuerzas la cámara.

No chilló. Si tenía tiempo para chillar, tenía tiempo para correr. Un largo brazo de oscuridad, casi invisible, se extendió a su lado y ella, de forma instintiva, lo cortó con su espada de energía. Saltaron unas chispas que volaron en todas direcciones, y el apéndice cayó al suelo, retorciéndose como si todavía intentara alcanzarla. Aceleró el paso.

—Ven al vacío, Irún.

Iba a ser que no, pensó, corriendo mientras iba cortando brazos de negrura con garras como cuchillas que la estaban rodeando. Ganó algo de tiempo al hacer un giro brusco en el pasillo, empujando todavía la cámara con Shion dentro, pero supo que no sería bastante. Jadeando, no sabía sino por el cansancio o el miedo, siguió su huida hasta alcanzar casi de forma súbita la escotilla que llevaba a su nave. No lo pensó dos veces: empujó la cámara con todas sus fuerzas hacia arriba, sin preocuparse de los golpes que pudiera sufrir. Sus rodillas cedieron, pero eso la puso en posición para rebotar. Desconectó los agarres del exotraje y saltó justo en el momento en el que una garra cortaba allí donde habían estado sus tobillos.

De una nueva patada, cerró la compuerta de la nave de Shion, ayudándose de esa manera a recorrer la unión entre ambas para llegar a la Estel. La cámara de hibernación había rebotado y ahora esta flotando plácidamente a media altura en la habitación de compresión. No le prestó atención entonces. Cerró la escotilla de su nave y la cerró. El pasillo de unión se desconectó y se replegó, justo antes de que la entrada de la otra nave se abriera con un estallido y cientos de tentáculos negros surgieran de ella.

Oh, porras.

—¡Nave! ¡¡Iniciando programa Retorno a Casa!!— la voz de Irún no estaba carente de miedo al dar la orden.

Los tentáculos negros se alzaron dispuestos a atrapar su presa, pero antes de que siquiera pudieran tocarla, la Estel se desvaneció en el subespacio.



Había conseguido llevar la cámara de hibernación a la habitación adecuada. Sustituyó una de las cámaras vacías por la suya, y la conectó al sistema. A pesar de los golpes en la huida, la superficie había aguantado bien. No estaba segura de cómo se levantaría Shion después de aquel viaje, pero si tenía un par de moratones por no atarse correctamente, no era asunto suyo. Tras asegurarse de que todo estaba correcto, y de que las constantes de su amigo eran estables, suspiró y comenzó a preparar la nave para cuando saliera del subespacio.

El viaje, descubrió, iba a ser largo. Unos dos meses, considerando la estructura de tiempo imperial. Afortunadamente, el viaje dejaría a la nave cerca de un planeta transitado, con lo que la baliza de socorro sería suficiente para que alguien les encontrara y les sacara de allí. Con algo de suerte, algún otro compañero de los Dragones Dorados. Había enviado en el mensaje a la emperatriz dónde surgiría la nave en caso de que fuera necesaria aquella medida extrema, así que era probable que mandara a alguien allí en cuanto le llegara. O eso esperaba.

La energía de la nave era mucha, pero limitada. Por no hablar de que no tenía comida suficiente. Lo mejor que podía hacer era entrar en su propia cámara de hibernación, y hacer que la nave consumiera tan solo lo que necesitaba para completar su viaje y mantener las dos cámaras. Preparó todos los programas necesarios y volvió a la habitación, donde se ató como medida de seguridad al fondo de la cámara. Antes de cerrarla, le lanzó una mirada a la de su compañero.

—Cuando volvamos, me vas a invitar a todo el licor de moras del universo, desgraciado.

Se puso la máscara, cerró la cámara y tecleó los últimos comandos antes de cerrar los ojos para el largo sueño hasta casa.

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