domingo, 26 de enero de 2020

52 Retos de Escritura (IV): Hóng sè

Reto #4: Haz un relato que ocurra durante el Año Nuevo Chino.


HÓNG SÈ


Laozu observó desde la ventana cerrada los fuegos artificiales que estallaban sobre el parque de Pradolongo. El cielo se llenaba de brillantes flores de colores dorado, azul, verde y, sobre todo, rojo. El estallido de los cohetes podía escucharse como un sonido apagado. El espectáculo acabaría pronto, a las ocho y media de la noche. Luego, las familias que estaban participando en el evento volverían a sus casas a disfrutar de la cena, ya fuera una celebración en familia, o simplemente tomar la última comida del día. A la mañana siguiente, las celebraciones seguirían con un desfile que era una pálida imitación de las celebraciones en otros lugares del mundo, pero que traían una pieza de su tierra madre a su patria de adopción. Una que compartían con todos aquellos que venían de otras tierras alrededor del mundo, y con aquellos que habían nacido aquí, fueran de la etnia que fueran.


Era algo triste comprender que el proceso de compartir aquella cultura, las viejas historias y tradiciones se olvidaban y desaparecían. Pero así era el mundo. Y aunque el resto de la gente las acabara olvidando, él sí lo recordaría todo.

El timbre de la puerta sonó. Se levantó de su asiento y se acercó a la entrada de la casa, abriéndola. Al otro lado se encontró con un hombre joven, con el pelo de un castaño claro que casi parecía rayar en el rubio y unos ojos que parecían verdes si no se tenía en cuenta las partes del iris que estaban teñidas de marrón. El buen hombre hizo un intento de saludo y reverencia que quedó bastante desaliñado, pero que demostraban que había hecho un esfuerzo por aprender y presentarse de la forma debida. Siendo como era occidental, se le podían perdonar los fallos. Más cuando la intención había sido buena.

—Mi nombre es César. Me envía…

—Sé quién te envía. Gracias por venir.

—No, somos nosotros los que estamos agradecidos.

—¿Has cenado ya?

El hombre llamado César parpadeó, sorprendido por la propuesta, antes de negar con la cabeza.

—No, pero no es problema.

—Yo iba a cenar ahora, si quieres participar.

Tras dudarlo un momento, su visitante decidió aceptar. Pasaron al comedor, donde sirvió una cena que era digna de año nuevo. Tal vez era excesiva para dos hombres, pero desde el principio había preparado mucha más comida de la que podrían tomar los dos. A fin de cuentas, no era para ellos solos.

César aceptó la comida y no hizo ningún comentario sobre lo distinta que pudiera parecer a la de los restaurantes chinos de la zona, o sobre el hecho de que no hubiera una sola pizca de carne en ella. No es que estuviera callado durante la cena. Al parecer, consideraba de buena educación, o al menos más agradable, charlar con el resto de comensales. Pero sobre todo mencionaba las festividades que el ayuntamiento de la ciudad había preparado para celebrar el año nuevo chino. Era una conversación educada, y encontró que no le desagradaba, a pesar de estar acostumbrado al silencio.

—Es sorprendente ver a alguien tan respetuoso con una cultura distinta— comentó Laozu en un momento dado.

—Es lo mínimo que puedo ser. Aunque en este caso hay algo más que mi propio interés. No quiero dejar en mal lugar a mi novia.

—Ah, ¿todavía no sois prometidos?

—Me temo que eso no se estila en este país, no hasta que no has puesto una fecha a la boda.

—¿Y no la estáis planeando ya?

—Es una mujer muy ocupada.

Laozu asintió, comprensivo. Tenía que recordarse que las cosas eran distintas en este país. Puede que en China el simple hecho de considerar que la mujer podía estar por encima de su pareja fuera algo que no gustara, pero eso no tenía por qué ser así en el resto del mundo. Por su parte, tenía que combatir contra los prejuicios que había asimilado a lo largo de su vida. Las cosas cambiaban. Todo cambiaba en el mundo de los mortales.

Tras la cena, sirvió té y nian gao. Esta vez sí, César preguntó por el pastel de arroz, aunque solo para saber qué era y el significado que tenía. Al parecer, había estado esperando otra cosa. Pero era un hombre abierto, tanto que resultaba incluso sorprendente. Cuando lo comentó, el joven se rió.

—He aprendido a que el mundo es más de lo que vemos con nuestros ojos, y que hay que estar abierto a todas las posibilidades.

Con esa conversación agradable, el tiempo fue pasando, hasta que se acercó la media noche. En breve, el año cambiaría.

—Debemos marcharnos— anunció Laozu.

Su invitado asintió, y ambos se prepararon rápidamente para la salida, cargando con la comida que había preparado de sobra y dos cajas de las que asomaban pequeños envoltorios de papel de color rojo atados por un pequeño cordón.



Madrid no dormía nunca. Pero hacia las tres o cuatro de la madrugada, tendía a amodorrarse. Más a finales de enero y principios de febrero, cuando las temperaturas caían por debajo de los cero grados y la gente tenía pocas ganas de estar fuera de casa cuando había mantas cerca. Resultaba aún más silencioso cuando se trataba de un lugar de oficinas en el que nadie entraría hasta dentro de unas cuantas horas. Era el momento ideal para empezar la caza.

Claro que las armas no eran las convencionales.

—¿Seguro que esto va a funcionar?— preguntó César. En aquellos momentos estaba sosteniendo una bandeja de bambú con media docena de baozi que, a pesar de la temperatura, seguían humeantes como si hubieran acabado de hacerlos al vapor hacía apenas unos segundos.

—Funciona casi siempre— replicó Laozu con una sonrisa divertida en los labios.

—Preferiría tener un arma.

—Trae mala suerte llevar nada con filo durante el año nuevo.

—¿Un palo no vale?

—Creéme, esta es la forma más efectiva de cazar a nuestro enemigo.

Intentó no reírse del nerviosismo de su compañero de correrías de esta noche. Era, a fin de cuentas, un guerrero. Incluso si estaba hecho a luchar contra lo sobrenatural, estaba sin duda más tranquilo si lo que tenía en la mano era un arma en el sentido más estricto de la palabra. Todavía le quedaba mucho por aprender.

Aunque esa noche no tendría que esperar mucho más. La criatura, lo sintió, había llegado.

No hizo ruido, por supuesto. Estaba cazando a su presa, y por tanto debía ser silencioso. Pero a pesar de todos los siglos que habían pasado, lo único que la bestia no había podido eliminar era su presencia asesina. Aquellos que no recibían entrenamiento lo notarían como un cambio en el ambiente, algo ominoso, antes de que cayera sobre ellos y los devorara. Para alguien entrenado, aquel aura aterradora podía ser detectada de la forma adecuada, y saber que había una amenaza en las cercanías. Laozu se congratuló al ver que ese era el caso con su compañero cuando ambos se apartaron de un salto, esquivando el ataque de la criatura. La bandeja de baozi voló por los aires hasta que un hocico chato se cerró sobre ella, devorándola en un segundo.

—¡Joder, qué feo es!

Suponía que, a ojos de cualquier extraño, sin duda lo era. Su cabeza era de león, pero con el morro más chato, la nariz mostrando sus enormes fosas nasales. Tenía una melena que caía lacia hacia los dados, con un aspecto muy poco saludable. Su cuerpo no era el de un felino, sino el de un perro, del color de la piedra, rematado por una cola corta y peluda que en aquellos momentos apuntaba hacia arriba, completamente tiesa. Abrió la boca, mostrando unos horribles colmillos que goteaban una baba de aspecto repugnante.

—¿Qué es esto, un aperitivo?— preguntó la criatura—. Pensaba comerme a esta ratita, pero resulta que la ratita es más bien escurridiza.

—No tengo muy claro si me está intentando insultar o no— comentó César.

—Te está insultando— replicó Laozu.

—Veo.

—Os veo con pocas carnes, pero tendréis que valer, hasta que encuentre comida mejor— comentó la criatura, relamiéndose—. Hace mucho tiempo que no puedo disfrutar de buena comida.

Ah, bueno, había esperado que dijera algo por el estilo.

Laozu sonrió, torciendo la cabeza ligeramente para dar un aire más inocente a sus gestos. Era algo perfectamente calculado, pero si quería que la cosa funcionara, ser natural no es que fuera a servir mucho. Además, sería mejor que la criatura pensara que parecía tan nervioso como realmente estaba. El plan no podía salir mal, o iban a tener problemas.

—¿Pero por qué comernos a nosotros cuando hay un festín esperando?— preguntó—. Hay suficiente comida como para contentar a cualquiera.

La criatura le miró, entrecerrando sus enormes ojos.

—¿Un festín, dices? No sé si fiarme… De acuerdo, iré a verlo. Pero tú vendrás conmigo. Si no es de mi agrado, o no llena mi estómago, entonces tú formarás parte del menú.

Parpadeó al escuchar aquello. Bueno, había tenido en cuenta que la criatura sospecharía de ellos, por supuesto. Tenía muchos defectos, desde luego, pero tonta no era precisamente. Pero que lo escogiera precisamente a él de compañero… ¿acaso sospechaba específicamente de él? ¿O simplemente le parecía que el occidental era menos peligroso? Eso se salía un poco de los planes, pero poco podían hacer ahora con respecto a eso.


—Acepto— dijo, intentando no mostrar las dudas momentáneas que surgían en su cabeza.

Era una tontería preocuparse por aquello. Incluso en el peor caso de que el plan fallara del todo, lo habían preparado con esa posibilidad en mente. Con una calma casi parsimoniosa que no estaba seguro de sentir, guió a la criatura hacia el lugar donde estaba la comida. A pesar de todas las horas que habían pasado, gracias a su cauta preparación, la comida parecía como si estuviera recién hecha, y emitía un agradable olor que invitaba a sentarse y comer todo lo que hubiera. La criatura olfateó y se relamió a su pesar.

—Le falta algo de carne— comentó, pero comenzó a comer como si no hubiera un mañana.

Durante el escaso tiempo que la criatura precisó para devorar todo lo que había preparado, no se movió ni un ápice. No miró a otro lado y esperó. No fue mucho tiempo, la verdad fuera dicha. Lo que una familia entera habría necesitado horas para comer, la criatura lo consumió en apenas unos minutos. Una vez hubo acabado de lamer el último de los platos se giró hacia él, sin siquiera sospechar del hecho de que el rostro de Laozu era una máscara de absoluta calma.

—No ha estado mal, pero sigo teniendo hambre— la criatura dejó escapar una risita maligna—. Yo siempre tengo hambre.

—¿Incluso cuando tienes miedo?— preguntó Laozu, sin siquiera variar de expresión.

—¿Qué?

En aquel momento, el estruendo de los petardos estallando de forma rápida y repetida llenó la calle. La criatura lanzó un rugido de sorpresa y se giró para observar cómo una línea de fuego se dirigía a ellos. Llevado por lo que obviamente era el terror, aquel híbrido de león y perro saltó por encima de la mesa para huir de la línea de petardos. Laozu aprovechó ese momento para salir a la carrera por una calle perpendicular, mientras el último de los petardos estallaba.

—¡Maldito desgraciado! ¡No voy a dejar ni los huesos!— rugió la criatura, que se lanzó en su persecución.

Por supuesto, corriendo no tenía la más mínima posibilidad de adelantarle, pero se había aprendido de el mapa de aquellas calles, así que giró en una calleja cercana, cruzándose con su compañero que corría en dirección contraria. Este se había quitado el abrigo durante el trayecto, y su pecho ahora solo estaba cubierto por una sudadera roja con un dibujo bastante malo de un león. Segundos después pudo escuchar el gañido asustado de la criatura, y la exclamación divertida de César cuando descubrió que, efectivamente, a su adversario le daba miedo el rojo.

La distracción no duraría mucho, se dio cuenta, y aún tenía que dirigir a la criatura en la dirección apropiada. El edificio era de una seis plantas, pero había trepado lugares mucho más altos. Concentrándose en su fuerza interior, saltó hacia una pared y rebotó hacia arriba y hacia el lado, para volver a rebotar, esta vez en la pared de en frente. De varios saltos, había alcanzado el terrado del edificio, el cual atravesó a la carrera. Bajó del edificio de una manera similar y salió a la misma calle por la que había huido. Se encontró con que la criatura había reculado hasta la bocacalle que necesitaban que tomara, y que no había retrocedido más porque César se había detenido. La criatura estaba lanzando improperios en un dialecto chino que su compañero por su puesto no parecía entender, pero el joven occidental no se movió ni un centímetro de donde estaba.

Perfecto.

En ese momento, sacó un puñado de petardos envueltos en papel de color rojo, encendió la corta mecha y los arrojó hacia la espalda de la criatura.

Al primer estallido, la criatura lanzó un nuevo gañido de terror y se arrojó por la única salida que le quedaba, entrando en la bocacalle en una huida ciega. Justo para caer en la red de cuerdas que habían preparado para ella.

La bestia luchó contra las cuerdas, rugió y maldijo de nuevo, escupiendo aquella baba asquerosa, pero nada de lo que hizo sirvió para librarse de la trampa. César se acercó a ella, poniéndose de nuevo su abrigo, pero mostrando aún el rojo de la sudadera. La criatura hizo un amago de apartarse de él cuando lo vio acercarse, todavía mostrando el ofensivo color.

—¿Y ahora qué hacemos?— le preguntó a Laozu—. Porque si la gente se levanta y ve a este bicho, lo mejor que va a pasar es que me van a echar una bronca del quince.

—Ah, no debes preocuparte por eso.

Acercándose a la criatura con paso calmado para ponerse delante de ella, se deshizo de la imagen de juventud que había llevado hasta el momento, volviendo a su cuerpo original. La criatura le reconoció en cuanto le vio, y aunque seguía intentando esquivar la sudadera roja, se permitió echarle una mirada de odio.

—¡Tú! ¡Otra vez!

—Por supuesto— replicó Laozu, ahora con la voz de un anciano—. Eres mi responsabilidad, a fin de cuentas.

Le puso una mano en el morro a la criatura, y recitó un oración. Las palabras parecieron dibujarse en el vaho y rodearla, haciendo que empequeñeciera por momentos hasta quedarse en el tamaño de un caballo, con algo que parecía una silla y unos arneses. La criatura sacudió la cabeza un par de veces antes de dirigirles una mirada de odio a ambos. Pero a Laozu no le importó.

—Gracias por ayudarme a recuperar mi montura— dijo, inclinándose ante César—. Recordaré lo que tu señora y tú habéis hecho por mí. Ahora, es hora de marcharme. A fin de cuentas, no es bueno que el Nian esté todavía visible cuando la gente salga de sus casas, ¿no es así?

Y con una risa baja y cascada, se montó en la criatura que tiempo atrás hubiera espantado para salvar a una aldea de ser devorada por ella, y salió volando en ella para realizar el largo viaje hasta las montañas de China donde estaba su hogar.

Abajo, el joven los vio alejarse con cara de no acabar de entender qué demonios era lo que había pasado, antes de girarse a mirar los restos de su aventura que habían quedado dispersados por la zona.

—Cómo me alegro de no ser de los del servicio de limpieza del ayuntamiento— comentó para su coleto, alejándose del lugar.

Tal vez hubiera diferencias entre ambas fiestas de año nuevo, la china y la europea, pero para él solo consistían en correr detrás de algún bicho y dejar un maldito desastre detrás.

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