domingo, 5 de enero de 2020

52 Retos de Escritura (I): Baile de Máscaras

Reto #1: Haz una historia sobre un baile multitudinario.


BAILE DE MÁSCARAS

Eloisa lamentó de inmediato haber aceptado la invitación.

Bien era cierto que no podía rechazarla, por un buen número de motivos. Pero en cuando vio el gigantesco salón de baile, lleno de gente hasta el punto de que no comprendía cómo eran siquiera capaces de moverse, no digamos ya bailar, se le cayó el alma al suelo. ¿Cuántos miles de personas había en aquel lugar? Reprimió a duras penas un ataque de ansiedad social, recordándose que tenía que cumplir un cierto número de deberes. Era la Reina Blanca de Magerit, por absurdo que fuera, y tenía que hacer la parte que le correspondía, incluso si esa parte consistía en acudir a una corte feérica.

Tomó aire y se ajustó la máscara que le cubría la parte superior de la cara antes de dar un paso para comenzar a moverse entre los invitados.


Le sorprendió gratamente comprobar que su vestido salido de una obra de teatro del siglo XVI, de color del nácar, y la máscara blanca recamada en perlas y con una decoración de flores de tela, hacían que su aspecto resultara poco llamativo. No podía competir con los trajes de pura fantasía que la rodeaban, pero no había esperado otra cosa. Competir en vestuario contra los aos sí era absurdo, una batalla perdida. La idea de su traje no era resaltar. Si hubiera querido hacer eso, le habría salido más rentable ir con sus ropas habituales. Pero eso habría sido un insulto a su anfitrión, lo cual no era nunca buena idea, y de todas formas le convenía más moverse sin que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Además, así la humillación pública sería menor.

Ser la Reina Blanca era una tarea pesada que ella nunca había deseado. Al menos en Madrid, que era su territorio, sólo tenía que bregar con los problemas que correspondía a mantener la comunidad de seres míticos protegida en medio de un ambiente que no creía siquiera en ellos. Sus “súbditos” estaban acostumbrados a ello, porque antes que ella la Reina Blanca había sido su abuela, así que lo veían como un simple cambio generacional. Pero fuera de las fronteras de la ciudad, los seres míticos, y especialmente los aos sí, veían con malos ojos que una “mundana” tuviera ese tipo de poder sobre ellos. No les importaba el tipo de sacrificios que tenía que hacer para mantener la paz que reinaba en su ciudad, todos los sacrificios que su abuela había hecho. La invitación a ese baile era sin duda un intento de burlarse de ella.

Poco le importaba. Ya sabía qué tipo de gente eran. Tragaría con su infantilismo, y haría lo que tenía que hacer.

Atravesó las primeras lineas de personas, casi todos ellos charlando en corrillos y manteniéndose apartados de la zona central del salón de baile donde distintas figuras, no todas ellas humanoides, se movían al compás de una música que parecía surgir de la nada. Entre los ociosos y aquellos que bailaban había una pequeña franja de salón que estaba desocupada. Si alguien quería moverse rápido, incluso si se era un , lo mejor era usar ese espacio. Su intención era acercarse al fondo del salón, donde sobre una tarima descansaba un trono vacío. Sin embargo, circular por aquella especie de tierra de nadie tenía sus riesgos.

Un cuerpo se interpuso entre ella y su meta, uno vestido con un traje que parecía salido de una película sobre Drácula, y de una decente, además. Levantó la vista para encontrarse con el rostro de alguien a quien era capaz de reconocer, incluso con una máscara negra de tipo veneciano cubriéndolo. Una sonrisa que mostraba unos caninos sobresalientes asomó a unos labios rojizos.

—¿Me concederíais este baile, Majestad?

—¡Sorin!— siseó ella—. ¡No tengo tiempo para esto!

—Lo sé— replicó él, antes de coger su mano y arrastrarla a la pista de baile a pesar de sus quejas.
Cinco segundos después, estaban girando sobre sí mismos siguiendo el ritmo en una especie de vals que sonaba casi irreal.

—¿Qué estás haciendo?

—Ayudarte.

—¿Haciéndome quedar en ridículo?

—¿Qué ridículo? Estás bailando muy bien. ¿Fue por todo lo que practicaste para la boda de tu amiga?— la sonrisa en los labios de Sorin era más amplia y burlona si cabía—. Aunque supongo que preferirías a tu amado “príncipe” antes que a mí como pareja, ¿no?

Ugh. Odiaba a este tipo.

—¿Por qué habría de preferir a nadie antes que al Rey Negro de Magerit?— pronunció la pregunta con una carga de sarcasmo tal, que era extraño que el suelo debajo de sus pies no se hubiera comenzado a derretir.

—Eso mismo me pregunto yo.

Intentó pegarle un pisotón, pero su compañero de danza esquivó el ataque con gracilidad y llevó a ambos a dar un giro rápido y elegante que hizo parecer como si todo estuviera planeado. Por supuesto, el Rey Negro era un experto bailarín y mucho más hábil que ella en esas lides. Por no hablar de que era guapo hasta el punto de que hasta los aos sí le lanzaban miradas interesadas. Ahora, si su manía de meterse en aquello que no le concernía no fuera uno de sus principales rasgos, se habría enamorado de él como una idiota. Por fortuna, no había tardado en comprender su verdadera naturaleza, y la tontería se le había quitado antes incluso de salir a la luz. Seguía teniendo que tratar con él, por supuesto, porque los reyes blancos tenían que hablar con sus homónimos negros sobre el bien de las criaturas míticas de las distintas ciudades, pero se suponía que eso lo habían hecho hacía dos meses y que no le volvía a tocar hasta el siguiente año. Y sin embargo aquí estaba, secuestrándola para bailar con él cuando ella tenía cosas que hacer.

¿Y cómo demonios se había enterado de lo de la boda? No, no, eso no era lo importante ahora.

—¡Tengo que irme!

—Tendrás que esperar a que acabe el baile. Si te sueltas ahora en medio de la pista, llamarás muchísimo la atención.

—¡No estaría en esta tesitura si no me hubieras cogido para bailar!

—¿Acaso no la llamabas paseando cerca de la zona de baile? Con este vestido, ¿piensas que no habría algún que no quisiera gastarte una broma? ¿De dónde demonios lo has sacado?

—De una tienda que alquila vestuario de teatro. ¡Eso es lo de menos! ¡Tengo cosas que hacer!

—¿Como por ejemplo?

Ella le miró mal. Muy mal. La respuesta de él fue ensanchar su sonrisa hasta el punto que casi parecía que se le fuera a caer media cabeza. Al verle, Eloisa comprendió qué era lo que estaba pasando. El muy desgraciado lo sabía. Sabía qué era lo que estaba haciendo, la razón por la que había venido hasta allí. Lo había sabido desde el primer momento. Le dieron unas ganas tremendas de darle un puñetazo en la cara.

—¡Sabes que tú también tendrás problemas!— le acusó.

—Por eso te estoy ayudando— replicó él, perdiendo de pronto aquella sonrisa—. Hay gente aquí que está esperando a que alguien como tú se mueva.

Eloisa suspiró. Por eso odiaba este tipo de fiestas. Las criaturas mitológicas eran ya bastante complicadas de tratar de por sí sin que alguien decidiera meterse en intrigas palaciegas, pero los aos sí disfrutaban demasiado de esas cosas. Si solo no metieran a los demás en ellas… No, no, tenía que centrarse en su tarea.

—¿Qué es lo que pretendes?

—De momento, hacer parecer como que somos tan infuriantes para ellos como es habitual.

—Tú eres infuriante por naturaleza.

—¡Ja ja! ¡Lo sé! Pero aunque me gusta sacarte de quicio, es más divertido cuando saco de quicio a los elfos. Romper sus caras inexpresivas, ¿no crees que es divertido?

—Lo que creo es que son problemas.

—Ah, siempre tan seria… Rut se habría reído.

Eloisa frunció el ceño.

—Siento no ser mi abuela— el comentario volvía a ir cargado de sarcasmo.

Las comparativas eran sin duda odiosas. Ella había querido a su abuela, y todavía recordaba los días que había pasado con ella con cariño. Pero al mismo tiempo le había dejado una carga para la que no estaba de verdad preparada, y era inevitable que aquellos que habían conocido aquella faceta de su abuela la miraran con disgusto. No necesitaba que se lo recordaran, ya lo hacía ella solita. Todos los días. ¿No era esa la razón por la que estaba allí? Su abuela no había dudado en hacer cosas como esta, así que ella no podía ser menos. Incluso si no podía ser ella. Al menos en cuestión de responsabilidades, quería ser capaz de cumplirlas, incluso si le resultaban indeseables.

Una expresión extraña cruzó el rostro de Sorin, como si aquella sonrisa en su rostro hubiera temblado durante unos instantes.

—¿Por qué deberías ser como ella? Ser como eres está bien. Me gustan las personas honestas.

—¿Eh?

¿De dónde demonios había salido eso?

No ayudó a ese estado de confusión que la música con la que habían estado bailando se cortara de pronto. Ni que Sorin apartara sus manos, la cogiera de los hombros y la girara hacia un lado concreto. Tuvo que parpadear un par de veces para asociar la vista que tenía frente a ella, el trono vacío encima de la tarima al fondo del salón de baile, con lo que había estado haciendo hasta el momento.

—¿Por qué no vas y cumples tu misión? Yo te cubro— dijo él, y la dio un pequeño empujoncito en la dirección indicada.

No analizó siquiera las palabras de su pareja de baile. Con la meta delante de ella y libre para moverse, se cogió la falda como mejor pudo y salió a la carrera. Detrás de ella hubo un rugido, gritos, y las risas malignas del Rey Negro de Magerit. No miró atrás. Sabía que si miraba atrás, no podría completar su trabajo. Aunque solo fuera porque la escena, estaba segura, sería horrible y dantesca.

Corrió. Alguien se interpuso en su camino, no estaba segura de qué o quién, pero poco importaba. Le metió un empellón con el hombro como si fuera una jugadora de rugby y lo mandó volando hacia un lado. Subió a la tarima de un salto y soltó la falda para deshacer el nudo que sostenía la máscara sobre su cara. Dio dos pasos, se pisó el dobladillo y tropezó, pero según caía se las arregló para plantar la máscara en el trono.

Hubo un estallido y, allí donde había estado la máscara había ahora un joven de rasgos delicados, el cabello y las ropas de un tono blanco nacarado.

La sala se quedó en completo silencio. El joven miró alrededor, sin una sola emoción que se reflejara en su cara, hasta fijarse en Eloisa, de rodillas y jadeando a un lado del trono. Cuando sus ojos se cruzaron, el joven hizo un gesto de asentimiento.

—Buen trabajo.

Eloisa soltó un suspiro de alivio.

—¡Saludamos a nuestro anfitrión, el Rey Blanco de Carduel!— anunció una voz que no estaba segura de dónde venía.

Escuchó vítores y aplausos, y no pudo más que sonreír cínicamente mientras se ponía en pie, hacía una reverencia adecuada, y se alejaba de la tarima, y del salón de baile, todo lo rápido que podía.



—No ha estado mal, para una fiesta de elfos.

La sonrisa de Sorin era aún más amplia de lo habitual.

—¿Espero que no mataras a nadie?— Eloisa no sabía qué o quién había decidido atacar. Ni siquiera había mirado a la escena que había tenido lugar, aunque sospechaba que la magia de los aos sí había cubierto toda huella de enfrentamiento.

Se tomaban muy a pecho las normas, así que cualquier ruptura de ellas era debidamente borrada.

—No, aunque puede que ese hombre lobo vaya a estar una larga temporada curándose las heridas.

—¿Hombre lobo? ¿Cómo…? No, olvídalo. No quiero saberlo.

Él se rió entre dientes. El sonido le provocó un escalofrío.

—Ha sido divertido. Si hubiera sido Rut, no habría ocurrido nada de esto.

—No. Supongo que ella lo habría hecho mucho mejor.

No pudo evitar la amargura de su voz. Como Reina Blanca, siempre parecía estar a la sombra de su abuela. Por mucho que se esforzara, por mucho que trabajara, no había forma de deshacerse de las comparaciones. A veces se preguntaba por qué lo estaba haciendo, y si de verdad merecía la pena. Tal vez debería darle el puesto a uno de esos aos sí que tan interesados parecían, y olvidarse de este mundo en el que se había visto forzada a vivir.

—¿Rut? Ella no habría hecho nada.

—¿Eh?

Se giró para mirar a Sorin, que en aquellos momentos estaba inusitadamente serio. Casi daba miedo verle con esa expresión.

—Rut creía que lo que le ocurriera al resto de cortes no tenía nada que ver con nosotros. Sólo se ocupaba de lo suyo, que ya era bastante. Supongo que era buena suerte que me llevara bien con ella, porque yo era el único que tenía contacto con los demás— lanzó un suspiro y sacudió la cabeza en una negativa—. Podría haberle causado un montón de problemas si hubiera querido. El tiempo en que las cortes eran islas ha pasado. Pasó hace mucho tiempo.

—¿Problemas? ¿Qué tipo de problemas?

—De todo tipo, pero el primordial habría sido que podría haber logrado que alguien externo le arrebatara la corte. Habría sido un conflicto sangriento. Y no creas que tu abuela se habría dejado apartar de su puesto tan fácilmente. Era una vieja raposa, astuta y desconfiada, y dada a morder al más mínimo signo de cercanía.

La sonrisa volvió a los labios de Sorin, pero esta vez era amable, como la de un adulto mirando a un familiar mucho más joven que él.

—Tú no eres menos astuta, pero eres honesta. Y sobre todo, piensas que tienes un deber no solo para los tuyos, sino para el resto del mundo. Si intentara derrocarte, y créeme que no tengo intención alguna de ello, lo pasaría bastante mal. Por ejemplo, lo que has hecho hoy.

—El Rey Blanco vino a pedirme ayuda. No iba a negársela.

—Y haciendo eso, toda su corte, y las cortes que son sus aliadas, saben que eres de fiar. Los aos sí no tienen el mismo tipo de valores que los humanos, pero pagaran los favores recibidos. Ahora mismo a todos ellos les interesa que estés en tu puesto. Solo eso te da una fuerza como nunca la tuvo Rut.

Ella no contestó, porque todavía estaba intentando digerir las palabras del Rey Negro. Cuando había comenzado a tener que tratar con los seres míticos, sabía que no podía fiarse de prácticamente nadie, pero también que tenía deberes, y eso implicaba también tratar con las otras cortes, aunque fuera de forma tangencial. Había ayudado al Rey Blanco de Carduel a retornar a su trono en parte por buena voluntad, desde luego, pero también por el interés de su gente. Para protegerles. Pensaba que su abuela había sido de la misma opinión, así que se había sorprendido al saber que estaba equivocada. Pero si el Rey Blanco no hubiera vuelto… Bueno, no quería pensar en eso.

—Bueno, ya que la parte divertida ha pasado, es mejor que vuelva a casa— dijo Sorin, revolviéndole el pelo como si fuera una niña pequeña—. Dale saludos a tu príncipe de mi parte. Le hago de villano secuestrador de princesas cuando quiera.

—¿Quieres dejar a mi novio en paz?

El hombre soltó una carcajada antes de alejarse, desapareciendo entre las sombras. Eloisa sacudió la cabeza, pero sonrió.

Puede que, a fin de cuentas, no le cayera tan mal.

2 comentarios:

  1. Hola, no estoy muy puesta en esto de la lectura fantática y no sé muy bien quienes son los "eos Sí", pero bueno el relato me ha gustado y ya me iré enterando poco a poco de estas cosas.
    ¡Feliz año!

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    1. Feliz año, y gracias por leer el relato :D

      Los aos sí son una raza sobrenatural de la mitología celta (irlandesa + escocesa, porque no estoy segura de que los bretones los tuvieran) que son como los elfos, pero en cabrón. También se puede escribir como aes sídhe. Puedo tirarme la vida hablando sobre ellos, pero la wikipedia inglesa lo hace mejor que yo: https://en.wikipedia.org/wiki/Aos_S%C3%AD

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