Buscando información para la historia del NaNoWriMo de este
año, en los libros de historias y leyendas de la Comunidad de Madrid veía
referencias constantes a un singular individuo que vivió en el siglo XIX y cuya
historia no es demasiado conocida por los jóvenes de Madrid. Por desgracia, mi
futuro escrito no requiere un bandido decimonónico, pero parecía un tema
interesante, o al menos divertido, por lo que el artículo de hoy le ha tocado
al legendario ladrón madrileño Luis Candelas.
Lo que voy a contar, muy resumido y con rimas. |
¿Y quién es este tipo y de dónde sale? Su nombre completo
era Luis Candelas Cajigal, y nació en el madrileño barrio de Lavapiés en 1804.
Era el tercer hijo de una familia que, en contra de lo habitual en la época,
tenían bastante para mantenerse con holgura. Tanto que pudieron permitirse
enviarle al colegio de San Isidro. Sin embargo, el niño ya prometía dar
problemas: fue expulsado del colegio cuando respondió a una bofetada de un cura
dándole dos. Antes de que pongáis a parir al clérigo, que nos conocemos, diré
que dicha bofetada llegó porque el crío se dedicaba a meterse en peleas día sí,
día también. Lo gracioso del asunto es que Luis era inteligente, y leía como si
no hubiera un mañana, y aprendió lo necesario de forma autodidacta, de lo cual
se deduce que el chaval tenía un muy serio problema de actitud desde un
principio.
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Luis Candelas. |
Su primer robo fue a los 15 años, y esa edad tenía cuando le
detuvieron por primera vez por andar fuera de casa a altas horas de la
madrugada. Algo que ahora es risible, pero que por aquel entonces cantaba a
criminal que te rilas. No sería este ni el primer ni el último quebradero de
cabeza para su familia. A los 19 años, tuvo un intento de redención tras la
muerte de su padre. Decidió dedicarse a vender libros, pero la aventura no duró
mucho, porque fue condenado a seis años y seis meses por robar dos caballos y
una mula.
Nuestro amigo pasó unos cuantos años viviendo a costa de
mujeres a las que seducía. No se le daba mal, porque era bastante guapo y tenía
unos modales impecables. En 1827 se casó con Manuela Sánchez, una viuda de 26
años, algo mayor que él, y que también había pasado una temporadita entre
rejas. Sin embargo, ya en la luna de miel la cosa fue mal y en Navidad dejó a
su mujer compuesta y sin esposo. No sería la única mujer en su vida, pero con
toda seguridad fue la que más enfadada estuvo con él.
A partir de 1830 se decidió a temas más serios, comenzando
su carrera como bandido. Tuvo dos duelos de los que salió entero y, en uno de
ellos, como colega de su adversario. Paco “El Sastre” sería colaborador suyo
cuando decidió formar una banda, allá por 1835. El grupo solía reunirse en tabernas
de calles tan conocidas como pueden ser Mesón de Paredes, Preciados o Lavapiés.
Allí tenían cobijo y un escondite para preparar sus golpes. En breve, Luis
Candelas se ganarías renombre por sus asaltos perfectamente planificados, por
sus atrevidos engaños, y por sus hasta seis huidas de prisión. Un ejemplo del
tipo de personaje que era lo da el hecho de que se cuenta que entraba en las
grandes fiestas de la alta sociedad escudado tras la identidad falsa del
hacendado peruano Luis Álvarez de Cobos, y que incluso llegó a robarle la
amante a Fernando VII. Esta mujer, conocida como Lola “La Naranjera”, habría
ayudado a Luis Candelas en sus huidas, gracias a sus contactos. Sin embargo, en
la mayoría de las ocasiones nuestro amigo el bandolero se valía de sobornos o
de su propia astucia para salir a salvo de sus escapadas.
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Fernando VII. El gran hijo de puta. |
Cuenta una historia, por ejemplo, que huyendo tras haber
escapado de la cárcel, se metió en una venta donde se reunían los que iban a
tomar el coche a Madrid. Allí, se hizo amigo de uno de los viajeros, un tipo
rico y un tanto inocentón, y los dos juntos viajaron en la misma carroza, lo
que se conocía como una galera. En ella, coincidieron con un alto mando de la
policía. El nuevo amigo de Luis Candelas se quedó dormido durante el trayecto,
y el policía y el bandolero comenzaron a charlar sobre la falta de seguridad en
los caminos. Como en broma, Luis Candelas le quitó el monedero a su “amigo”,
diciéndole al policía que él era su sobrino y que quería gastarle una broma a
su tío por quedarse dormido. Aquello fue convincente hasta que Candelas se bajó
en el siguiente apeadero y salió a escape con todo el dinero del “amigo”. Para
cuando el policía le despertó y el engaño salió a la luz, Luis Candelas hacía
mucho que estaba de camino a Madrid.
Si había algo de lo que se preciaba Luis Candelas, era de no
haber cometido un solo delito de sangre. En esto era muy distinto a los
bandidos habituales, gente como Pablo Santos, de que se decía que cuando estaba
de buenas era encantador, pero cuando estaba de malas era un demonio, capaz de
tirotear a un rebaño de cabras entero porque el cabrero no quería venderle dos.
De hecho, se decía que Luis Candelas y Pablo Santos habían llegado a un acuerdo
por el cual Candelas se quedaba con la capital y el llano, y Santos con la
sierra. Me imagino que nuestro bandido no querría tener mucho que ver con su
“compadre”, teniendo en cuenta que procuraba mantener su fama de bandido
educado y pacífico que solo robaba a los ricos.
De haberse tratado de un personaje literario, nuestro
amable, educado y astuto asaltador habría firmado el fin de su carrera
desapareciendo del mapa envuelto en una nube de misterio. Por desgracia, esta
es la vida real, y su final fue mucho más dramático y penoso. En 1837 ya
acumulaba una cantidad de robos suficientes como para tener a la justicia tras
su cuello, pero dos de ellos le volvieron en enemigo de la Corona. El primero
fue el asalto a la modista de la reina María Cristina, a la sazón Reina
Regente, que como es obvio no se tomó aquel asunto a bien. El segundo fue su
asalto a la galera en la que viajaba el embajador de Francia. Cuentan las malas
lenguas que lo que encontraron los bandidos no fueron oro y joyas, sino unos
importantes documentos que Luis Candelas devolvió en su identidad de Luis Álvarez
a cambio de una suculenta cantidad de dinero. La veracidad de esta historia es
dudosa cuando menos, pero fuera real o no, no cabe duda de que el asalto a la
galera ocurrió, lo que a buen seguro llevó a un incidente diplomático, y a que
la Corona quisiera su cuello aún más de lo que ya lo quería.
Luis Candelas no era idiota, como ya hemos visto, y sabía
con toda certeza que le estaban buscando. Incluso intentó una rápida huida a
Inglaterra. Pero el amor fue en este caso su condena. Había intentado escapar
junto con su nueva amante, una joven de nombre Clara de la que estaba enamorado
hasta las trancas, y su escape les llevó hasta Gijón. Pero ya en la ciudad,
Clara decidió que aquello de emigrar no era lo suyo y se negó a hacer el viaje.
Luis no solo abandonó la idea de huir, sino que volvió a Madrid con ella. En la
ciudad, fue reconocido por una de sus víctimas, que le vio con la capa que le
había arrebatado. Tras cerciorarse de la identidad de su atracador, acudió a
las autoridades, que prendieron al bandido.
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María Cristina de Borbón-Dos Sicilias |
Durante esta última estancia en la cárcel, cuentan, ayudó a
escapar a un hombre de nombre Salustiano. Este hombre era en realidad
Salustiano de Olózaga, que sería ministro con la reina Isabel II. Esta
historia, sin embargo, hace aguas por todos lados, ya que fue nombrado
preceptor de Isabel II ya en 1834, tres años antes de la muerte de Luís
Candelas. La única fecha en la que habrían podido coincidir habría sido durante
las conspiraciones liberales de 1831, pero entonces Olózaga no llegó a estar en
la cárcel, sino que se exilió en Francia, volviendo en 1833 en virtud de la
amnistía de 1832. Así que es un tanto difícil que ambos hombres llegara a
coincidir jamás.
A pesar de que no había matado a nadie, Luis Candelas fue
condenado a morir por garrote vil, un método que hace que la guillotina parezca
humanitaria. Estaba claro que la justicia no iba a pasar por alto todos los
problemas que había causado. Viendo lo que se le acercaba, envió una carta a la
reina María Cristina rogándole que le perdonara la vida, cosa por la que la
Reina Regente no pasó. Luis Candelas fue ejecutado el 6 de noviembre de 1837 en
la Puerta de Toledo. Se dice que sus últimas palabras fueron “¡Adiós, patria
mía, sé feliz!”.
En cuanto a su banda, no creáis que le sobrevivieron mucho. Al
igual que él, siguieron dando golpes sin derramar una gota de sangre. En abril
de 1839 secuestraron a los hijos del intendente del palacio real, en un golpe
de astucia y artes del engaño dignos de novela. Sin embargo, no habían
aprendido la lección de “no te metas con los empleados de la Casa Real”: el
padre reunió un ejército de guardias y guías a los que prometió una suculenta
recompensa por rescatar a los críos, por lo que la banda se vio obligada a
dejarlos atrás mientras salían por patas. Dos semanas después, los cabecillas,
Paco el Sastre y Mariano Balseiro, serían capturados en Madrid, y ejecutados el
20 de julio de 1939, menos de dos años después de la muerte de Luis Candelas.
El recuerdo de este galante bandido ha permanecido vivo a
través de coplas y poemas populares, y sigue estando vivo a día de hoy en “Las
Cuevas de Luis Candelas”, un establecimiento de casi 70 años de antigüedad que
ha sido frecuentado por deportistas, actores, directores de cine y políticos,
no solo españoles sino también extranjeros. Un lugar al que se aconseja ir a cualquiera salvo a los policías municipales novatos. A menos, claro, que quieran ser el hazmerreir de todo Madrid.
Es una verdadera pena que un personaje así, con una leyenda
tan fascinante y entretenida desde el punto de vista literario, no haya tenido
tanto calado como personajes de ficción de otras nacionalidades. Y aunque yo
misma me declaro fan del Lupin de Maurice Leblanc, considerando que es un
personaje ficticio, creo que es conveniente mantener la memoria de un hombre
que, en otros lugares, tendría dedicados libros y más libros a su persona. En
serio, gente, no tenemos que irnos al extranjero para tener ladrones de guante
blanco. Tenemos uno propio y lo más curioso, divertido y preocupante del caso
es que el nuestro fue real.
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