No suelo hablar demasiado sobre religión, más allá de los
mitos, y en general no suelo meterme con los mitos cristianos, aunque creo que
mi artículo de San Valentín demuestra que soy perfectamente capaz de
destriparlos tan bien como a los demás. Hoy, sin embargo, mi artículo no habla
de mitos, pero si de religiones, y de historia. Y entraré en un juego de
“odiosas” comparativas al hablar de dos procesos contra la brujería, de sus
similitudes y diferencias, y de cómo dos versiones distintas de una religión
reaccionaron ante lo que ahora a nosotros nos parece, pero en aquel entonces no
tanto, un crimen contra la humanidad.
Hoy voy a hablar de las brujas de Salem, y de las brujas de
Zugarramurdi. Y creedme, no estoy hablando de películas en ningún caso.
Lo mejor sería empezar analizando cada uno de los casos por
separado. Y casi lo más sencillo es comenzar por el juicio más conocido de
todos, el de Salem. No sé lo que habréis escuchado sobre este tema, pero lo que
se suele decir, o al menos lo que yo en su momento escuché al respecto, es que
todo el desbarajuste fue causado por un pequeño parásito del centeno, el
cornezuelo, que contaminaba los granos con ácido lisérgico, uno de los
principales componentes del LSD. Sin embargo, nadie parece preocuparse de
explicar que el cornezuelo, de haberlo, solo fue uno de los muchos clavos en
aquel ataúd, y que para empezar a hablar de las causas que llevaron a aquella
gran caza de brujas, hay que hacerlo describiendo la situación de la zona.
Nuestra aventura nos lleva a EE.UU., a Massachusetts, y en
concreto a varios pueblos de la zona de la Bahía de Massachusetts: Aldea de
Salem (hoy en día Danvers), Pueblo de Salem, Ipswich y Andover. Corre el año
1692, y todas las supersticiones europeas sobre el Demonio, las brujas y demás
horrores se habían extendido por Norteamérica como un incendio. No era la
primera vez que se producían juicios contra brujas, y ya se habían condenado a
varias personas por esta acusación. Casi todas mujeres, aunque los hombres tampoco
se libraban de la quema. Los rumores de brujería en Massachusetts Bay venían
alimentados por los sermones de un ministro puritano de nombre Cotton Mather,
que había extendido la historia de una pobre desgraciada acusada de brujería, y
de cómo había hechizado a unos niños, los hijos de su contratista, causándoles
una enfermedad que mostraba como síntomas dolores en cuello y espalda, lenguas
“extraídas de sus gargantas”, alaridos súbitos y lo que solo puede ser descrito
como espasmos. Estos síntomas acabaron siendo asociados a la brujería, lo que a
su vez demostraría ser demoledor en el caso del que estamos hablando.
Y ya que hablamos de nuestro pastor puritano, hablemos de
religión. Los puritanos habían sido expulsados de Inglaterra por
enfrentamientos con los anglicanos con respecto a ciertas tradiciones que los
puritanos llamaban “papismos”. Como os podéis imaginar, esto al rey de
Inglaterra no le moló una mierda, y ya tenemos persecución al canto. Los
puritanos huyeron, primero a los Países Bajos para unirse a sus hermanos
calvinistas, y luego hacia América. En la zona de Nueva Inglaterra se
establecieron varias colonias, de las cuales Massachusetts Bay era de las más
importantes. Las colonias se gobernaban a sí mismas creando unas sociedades
sujetas a sus creencias religiosas. De ese modo, sus líderes eran hombres
libres que habían pasado un examen formal sobre sus creencias, y formaban parte
de la congregación. Eso les llevaba a consultar a menudo con los pastores con
respecto a las decisiones que se debían tomar. La música, los bailes, la
Navidad y la Pascua estaban prohibidos, la única música permitida era la de los
himnos religiosos. También estaban prohibidos los juguetes, y los niños eran
sometidos a una estricta educación religiosa que haría que San José de Calasanz
se llevara las manos a la cabeza. La vida de la comunidad giraba en torno a las
reuniones que se celebraban los miércoles y los domingos, con sermones que
duraban alrededor de unas tres horas, y a las escasas fiestas que podían
celebrar.
Y nos quejábamos de las misas de hora y media… Los curas
católicos nos tienen mimados, os lo digo yo.
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William Phips, gobernador de Massachusetts Bay |
Aún así, el factor de una sociedad sumergida en una religión
bastante asfixiante no es el único a tener en cuenta. Durante la época previa a
nuestro relato, Gran Bretaña había estado inmersa en constantes guerras civiles
que afectaban de manera directa a las colonias. El resultado había llevado a
que durante un tiempo los gobernadores no tuvieran autoridad para gobernar.
Esto, unido a la tensión con los colonos de Maine y con los indios Wabanaki,
que eran apoyados por los franceses, provocó el estallido de la conocida como
Guerra del Rey William. En dicha guerra se destacó William Phips, nombre que
nos interesa bastante porque en 1692 sería nombrado gobernador de Massachusetts
Bay, y cuya primera labor era la de poner orden en el caos que era el sistema
de justicia de la provincia después de años sin un gobierno decente.
Y si la cosa era mala a nivel nacional, a nivel local era un
caos absoluto. En la Aldea de Salem (a la que a partir de ahora llamaré Danvers
para no liaros más) las disputas entre vecinos, y con los vecinos de Pueblo de
Salem (a partir de ahora, Salem), estaban a la orden del día. Había trifulcas
constantes por los terrenos, las cosechas y los privilegios eclesiásticos. En
Danvers decidieron contratar a su propio pastor, pero aquellos a los que
contrataban apenas duraban unos cuantos años antes de largarse de la zona.
Hasta la llegada de Samuel Parris.
El reverendo Parris es el tipo de cura que nunca querrías
ver en tu iglesia. Retrasó su llegada al pueblo y, lejos de intentar poner paz,
castigó a miembros respetados de la congregaciópn por faltas menores, que él
llamaba “comportamientos malvados”, lo que aumentó la tensión aún más. De
hecho, se sospecha que muchas de estas tensiones, especialmente las existentes
entre las familias Putnam y Porter, acabarían siendo una parte importante de lo
que iba a ocurrir.
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"Tituba y los Niños", por Alfred Fredericks |
En febrero de 1962, la hija y la sobrina del reverendo
Parris, Betty Parris y Abigail Williams, sufrieron un ataque de convulsiones
que “estaban más allá de la potencia de un ataque epiléptico”. El doctor que
las atendió no pudo encontrar evidencia de lo que las afectaba, y pronto otras
niñas y mujeres jóvenes se vieron afectadas por esta “dolencia”, entre ellas
Ann Putnam y Elizabeth Hubbard. Como ya hemos mencionado, estos síntomas se
habían estado asociando a la brujería, por lo que las primeras acusaciones no
tardaron en volar. Las primeras acusadas por haber hechizado a las niñas fueron
Sarah Good, Sarah Osborne y Tituba. La primera era tan solo una mendiga sin
hogar cuya mala reputación la llevó a ese punto. Sarah Osborne no atendía a las
reuniones de la comunidad, y sus vecinos veían mal que se hubiera casado con un
miembro del servicio de su casa, y que intentara controlar la herencia de su
hijo. Tituba era una esclava de origen no muy claro a la que se acusó de
contarles a las niñas historias del Malleus Maleficarum, un libro del
que hablaré más tarde. Estas mujeres fueron interrogadas y enviadas a la
cárcel. Y no fueron las únicas.
Las siguientes fueron Martha Corey, Rebecca Nurse y Dorothy
Good en Danvers, y Rachel Clinton en Ipswich. Martha Corey fue acusada
simplemente por dar voz a la duda más que razonable sobre las acusaciones de
las niñas. Tanto ella como Rebecca Nurse eran miembros respetables de las
parroquias de Danvers y Salem, lo que hizo que la gente se sintiera aterrada;
si aquellas mujeres eran brujas, cualquiera podría serlo. Dorothy Good era la
hija de cuatro años de Sarah Good, y su declaración fue usada contra su madre.
Rachel Clinton fue acusada por su vecinos simplemente por acabar en la pobreza
tras divorciarse de su marido que, para que veáis la piececita de museo que
era, se aprovechó de los juicios para hundirla aún más en la miseria y
arrastrarla hasta su muerte.
A partir de este momento, el goteo de detenidos fue
constante. Se capturaba a familiares de los acusados, a familiares de las
“víctimas”, y a cualquier pobre alma que no le cayera bien a los vecinos,
algunos tan solo por el simple hecho de protestar. Algunos confesaban para
luego dar otros nombres, personas que era detenidas de inmediato. La situación
era tal que el gobernador, William Phips, nombró una corte especial para juzgar
los casos. A esas alturas, los detenidos eran 62, y Sarah Osborne había muerto
en la cárcel.
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William Stoughton |
Esta corte, con William Stoughton como Magistrado Jefe,
Thomas Nowton como Abogado de la Corona y Stephen Sewall como secretario,
comenzaron los juicios el el 2 de junio, y el primer caso os puede dar una idea
de como planteaban las cosas. Bridget Bishop había sido acusada de brujería por
vestir de negro y con prendas raras, algo que iba en contra de las normas
puritanas. Fue condenada ese mismo día y ejecutada por bruja el 10 de junio,
muriendo en la horca. Al día siguiente, tal vez preocupados por haberse pasado
en su celo, pidieron consejo a diferentes pastores sobre qué era lo que debían
hacer. La respuesta vino de parte del “simpático” Cotton Mather, que les
dirigió una carta en la que básicamente les conminaba a seguir por el camino
que habían comenzado, y aunque les decía que debían tener cuidado con aquello a
lo que daban credibilidad, les venía a decir que fueran rapiditos con el tema.
Uno de los miembros del tribunal, Nathaniel Saltonsall,
renunció a su puesto por no estar de acuerdo con la carta recibida. Fue el
único personaje público en rechazar el proceso desde el inicio. El resto de
“magistrados” siguió con renovadas fuerzas, con nuevos arrestos y acusaciones.
El proceso se retomó el 30 de junio, con nuevas condenas.
En poco tiempo, las cosas comenzaron a irse de las manos. En
agosto se condenaría a seis personas, de las cuales una se salvó de ser
ejecutada ese mismo mes solo porque estaba embarazada. En septiembre de 1962
Giles Corey, que había sido acusado de brujería, murió tras sufrir durante dos
días una tortura llamada peine forte et dure, que consistía en aplastar
el pecho del desgraciado con las piedras más grandes que se pudieran encontrar,
por negarse a declararse culpable o inocente con el fin de que el tribunal no
le quitara a su familia todo lo que tenían. Ese mismo mes, Cotton Mather
solicitó hacer una narración de los juicios. Su escrito, Wonders of the
Invisible World (Maravillas del Mundo Invisible) fue finalizado en octubre.
Durante ese periodo murieron ocho personas más por ser brujos.
Este escrito se entregó al gobernador Phips, que acababa de
regresar de su guerra con Maine. El buen hombre probablemente casi tuvo un
ataque al corazón cuando vio la que se había liado y dio orden de que la corte
se disolviera. Es más que posible que ayudara mucho el que el nombre de su
mujer hubiera sido mencionado por alguno de los “afligidos” a través de la
evidencia espectral, de la que hablaré más tarde.
Una nueva corte se instauró en enero de 1963, para juzgar a
todos aquellos que habían sido acusados pero no habían estado en juicio. En
este caso, no se encontraron culpables. Los cargos de muchas personas fueron
sobreseidos, y de las tres personas que fueron condenadas, el gobernador les
concedió el perdón, lo que demuestra que era el hombre con más sentido común de
toda la maldita región. Los últimos acusados fueron juzgados en abril y
declarados inocentes, poniendo fin a la pesadilla, aunque no al asunto. 19
personas habían sido ejecutadas, y cinco más, incluido un niño pequeño,
murieron en prisión, por no hablar del hombre torturado hasta la muerte (¿he
mencionado ya que el pobre hombre tenía 71 años? ¿No? Pues ya sabéis que pedazo
de hombre era que aguantó dos días como un campeón)
Lo que es más grave de este asunto es que las “pruebas” que
tenían contra estas personas era lo que se llamaba “evidencia espectral”, que
básicamente consiste en la evidencia basada en sueños y visiones. En pocas
palabras, si una “víctima” decía que había tenido una visión de alguien
haciéndole mal, aunque ese alguien estuviera al otro lado del país, se
consideraba que realmente le había hecho ese mal. Porque era una bruja, of
course. Y no quiero saber por qué tengo a Grissom en mi cabeza tirándose de los
pelos.
Otra forma de “evidencia” era la “doctrina de los efluvios”,
que venía a decir que los “efluvios” o las “partículas” que habían causado daño
podían volverse en contra de la bruja que las había emitido. Es notable que el
reverendo Parris, cuya hija era una de las afectadas, le echó la bronca
públicamente a una vecina porque esta, para descubrir a la supuesta bruja,
había mandado hacer un “pastel de bruja” con centeno y orina de las niñas para
dárselo a comer a un perro, diciendo que así la bruja gritaría y sería
descubierta. La señora aceptó la bronca, pidió disculpas y fue perdonada. Por
desgracia, este tipo de comportamientos sensatos con respecto a este tipo de
evidencia no fueron la norma: para encontrar si eran culpables de brujería, a los acusados se
les tapaban los ojos y les hacían tocar a una “víctima” que estuviera teniendo
un ataque, en la creencia de que si el ataque se detenía, entonces los pobres
desgraciados eran brujos, y por tanto debían ser llevados a juicio. Y, como os
podéis figurar, acabar en un juicio allí en 1962 bien podía ser una sentencia
de muerte.
Otras evidencias eran los testimonios de las víctimas,
confesiones de otros acusados, la presencia en la casa de muñecos, libros de
quiromancia, horóscopos u ollas con algún tipo de ungüento, y buscar la “teta
de bruja”, una mancha o lunar en el que la bruja no tuviera sensibilidad, Si,
Grissom sigue en mi cabeza tirándose de los pelos.
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Cotton Mather, el simpático pastor puritano |
Hay que decir que muchos reverendos escribieron en contra de
estas “evidencias” a lo largo del año 1962. Entre ellos se encontraba Increase
Mather, padre de Cotton Mather (y no, no pienso comentar sobre los nombres), lo
que viene a señalar que, por desgracia, el sentido común no se hereda. Pero,
como os podéis imaginar, nadie les hizo ni caso hasta que el gobernador
apareció a poner orden.
Aunque el último juicio se celebró en 1963, el asunto
seguiría dando coletazos durante mucho más tiempo. Existieron numerosas
publicaciones al respecto durante los siguientes años, y durante los años 1700
y 1703 se firmaron peticiones para retirar las condenas de manera formal, ya
que cualquiera de ellos era vulnerable a nuevas acusaciones que los volvieran a
poner en la picota. Al principio solo se retiraron las de aquellos que habían
hecho la petición, y no fue hasta 1709 que se presentó una petición general que
llegara a la Corte General, y que se resolvería retirando la condena y
resarciendo monetariamente a 22 personas. Aunque la sentencia se dictó en 1711,
no se acabó el trabajo hasta 1718 (jus, y luego dicen que la justicia aquí es
lenta…)
Aún así, no todos los condenados fuero exonerados. En 1957,
los descendientes de las seis personas que habían sido ejecutadas y no habían
sido incluidas en la anterior sentencia reclamaron que sus nombres fueran
limpiados. Estas personas eran
Ann Pudeator, Bridget Bishop, Susannah Martin, Alice Parker, Wilmot Redd y
Margaret Scott. La Corte General proclamó la inocencia de los
condenados, pero solo nombró a Ann Pudeator, mientras que los demás quedaron
listados como “ciertas otras personas”.
El último episodio se escribe en 1992, cuando tras una ardua
labor, la profesora de escuela Paula Keen y los representantes J. Michael Ruane
y Paul Tirone entre otros lograron que esos últimos cinco nombres se incluyeran
en la resolución, firmada el 31 de Octubre de 2001 por la gobernadora Jane
Swift.
Afortunadamente, las cazas de brujas en el sentido literal
de la expresión recedieron a partir de este momento. Sin embargo, Estados
Unidos todavía habría de sufrir episodios de juicios de brujas, incluido el
conocido como “segundo juicio a las brujas de Salem” o “juicio sobre brujería
de Ipswich” en 1878, considerado el último juicio contra brujas de EE.UU.. En
este caso, el juez simplemente sobreseyó la causa. Podéis buscarlo si os
interesa, estoy segura de que os podréis imaginar la cara del pobre hombre al
que le tocó tragar con esta pieza.
Y ahora que hemos acabado con el horror de horrores que
demuestra lo mezquina e hideputa que puede ser la gente, pasemos a nuestras
fronteras a buscar el “mayor” caso de “brujería” en España: el juicio
inquisitorial a las brujas de Zugarramurdi.
Antes de empezar, sin embargo, me gustaría contar una
historia apócrifa de la que, al parecer, conozco la versión light. Todos hemos
oído hablar del terrible Tomás de Torquemada, el mayor y más conocido miembro de la
Inquisición Española. La historia cuenta que, estando en Vascongadas, los
líderes de un pueblo se dirigieron al temible inquisidor para pedirle que
juzgara y condenara a una mujer, ya que se trataba de una bruja. ¿Cual pensáis que fue la respuesta que les
dio?
Decirles que si seguían diciendo esas tonterías, les
quemaría a ellos por herejes.
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Tomás de Torquemada |
Ya digo que es la versión light, porque algunos me han dicho
que Torquemada se saltó las amenazas y pasó a los hechos y les quemó por
herejes. En cualquiera de los casos, sirve para ilustrar la concepción que
tenía la Inquisición de las brujas. No voy a decir que eran unos santos, porque
no era así, pero es un buen momento para poner los puntos sobre las íes. La
Inquisición Española, aún estando formada por religiosos, era ante todo una
institución vinculada a la Corona, y más interesados por los conversos que por
los cuentos sobre brujas. Es cierto que antes de lo acontecido en Zugarramurdi
se habían dado casos de ejecuciones de brujas, pero en general eran escasos, y
siempre llevados a cabo con sentencias de tribunales seculares. La Inquisición
en general estaba más dividida en estas cuestiones, aunque tendían más a
ignorar el tema. Por supuesto, algún loco había entre sus filas, pero en 1583
ya existían varios escritos del Consejo de la Suprema Inquisición que indicaban
que no debían tenerse en cuenta las palabras del Malleus Maleficarum.
El Malleus Maleficarum (Martillo de las Brujas) era el
libro de cama de todos los cazadores de brujas. Escrito por un sacerdote
alemán de nombre Heinrich Kramer, daba todas las pistas sobre cómo distinguir a una bruja y sus acciones,
y era una lectura conocida por toda Europa. Es interesante ver que la inquisición más vilipendiada era
precisamente la más sensata en según que aspectos. Como por ejemplo en el hecho
de que no aconsejaban usar la tortura porque los resultados de la misma no
podían ser válidos.
De hecho, nuestra historia no comienza en España, sino en
Francia, en la provincia de Labourd, lo que hoy en día es una parte del
departamento de los Pirineos Atlánticos. Allí, una pequeña disputa entre el
Señor de Uturbi y algunos descontentos tomaría un cariz horripilante a manos
del juez de Burdeos, Pierre de l’Ancre. Este descendiente de navarros era,
además de fiel creyente en la existencia de la brujería, sobre la que
escribiría tres libros, un anti-vasco redomado. Llamado para resolver la
disputa, acabó condenando a la hoguera a 80 personas, y asegurando que otras
3000, alrededor de un 10% de la población DE LA PROVINCIA eran también
culpables de brujería. Afortunadamente para las gendes de Labourd, el
Parlamento de Burdeos se apresuró a pegarle una patada en el culo. Para
entonces, sin embargo, un buen número de pobladores había huido atravesando la
frontera.
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Cueva de las brujas en Zugarramurdi |
Y así llegamos a Zugarramurdi, en el noroeste de Navarra, y
muy cercano a la frontera con Francia. Era un pequeño pueblo que dependía de un
monasterio cercano. A este pueblo había regresado en 1608, cuando el tema de
las brujas estaba empezando a calentarse, una joven criada que había estado
viviendo con su familia en Labourd. Por razones que nadie cita, esta mujer
decidió contarle a sus vecinas que ella había sido una bruja, y que en los
aquelarres había visto a otra vecina del pueblo, María de Jureteguía. La buena
mujer negó la acusación, por supuesto, pero incluso su familia y su marido
creyeron antes a la “francesa”. La presión la llevó a confesar y a culpar a
otras personas, que fueron igualmente asaltados. Un total de siete mujeres y
tres hombres acabaron confesando ser brujos ante el cura del pueblo, y fueron
“perdonados” por sus vecinos.
Pero la cosa dio un giro a peor cuando tres de las
damnificadas, Graciana de Yriart y sus dos hijas Estevania y María, acudieron a
Logroño el 9 de febrero de 1609 y se dirigieron al tribunal de la Inquisición.
El tribunal de Logroño estaba al tanto de que algo estaba ocurriendo en la
zona, y habían enviado ya a un comisario al Consejo de la Suprema Inquisición.
Las mujeres habían acudido en busca de justicia, explicando que ellas habían
confesado ser brujas porque sus vecinos las habían amenazado. Por desgracia
para ellas, su guía e intérprete las acusó de brujas, y las tres almas cándidas
acabaron dando con sus huesos en el calabozo.
Los jueces en aquellas fechas eran dos: Alonso Becerra
Mordín y Juan del Valle Alvarado. Ambos tenían todo el control, a la espera de
que llegara en breve un tercer inquisidor. Los dos eran firmes creyentes en que
la brujería era real, y pidieron el encarcelamiento de todas las “brujas”. El
13 de febrero enviaban una carta al Consejo de la Suprema, hablando de sus
“averiguaciones” y pidiendo instrucciones. La Suprema, mucho más cauta en estos
temas, les indicó que debían asegurarse de que lo que decían las mujeres era
real, y les envió un cuestionario de catorce preguntas. Los dos inquisidores
procedieron a pasarse dicho cuestionario por el forro, lo mismo que hicieron
con la declaración de su carcelero, que había oído a las prisioneras decir que
habían confesado porque creían que así volverían a sus casas.
Durante los siguientes cinco meses, estos dos tipos fueron
arrancando confesiones de sus presos, quienes a su vez delataron a otros
supuestos brujos. Con esta información, si es que se la puede llamar así, Juan
del Valle marchó a recorrer los pueblos de la zona en agosto de 1609. Su viaje
le llevó por Zugarramurdi, Vera de Bidasoa, Lesaca, Tolosa y San Sebastián. En
su empresa tuvo la casi alborozada colaboración de los curas de dichos pueblos,
que llegaron a encarcelar a mujeres y niños para que confesaran que eran
brujos. De todos los acusados, que eran varias centenas, Juan del valle tomó
presos a 31 de los que parecían “más culpables” para que fueran juzgados.
Por esas mismas fechas, el obispo de Logroño hizo un viaje
similar, quedando bastante horrorizado y escribiendo a la Inquisición con
respecto a este tema. En su misiva contaba que allí no había brujas, y que las
murmuraciones solo habían empezado a darse cuando habían dado comienzo los
casos de Francia. Por desgracia, para entonces el coche iba ya cuesta abajo,
sin frenos y con viento de cola.
En junio de 1610 se acordó la sentencia de culpabilidad de
29 de los 31 acusados. Sin embargo, hubo una voz discordante, la de Alonso de
Salazar y Frías, un joven inquisidor que se había integrado al tribunal en
julio de 1609m y que hasta ese momento no había participado en este desastre.
Alonso de Salazar votó en contra de una de las condenas a muerte por falta de pruebas, pero su opinión no perduró frente a la de sus dos compañeros.
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"Aquellos polvos", grabado de "Los Caprichos" por Goya |
El auto de fe se celebró el 7 de noviembre de ese año. De
los 29 acusados, 18 fueron “reconciliados” por confesar sus culpas y pedir
clemencia, seis fueron quemados por resistirse y otros cinco fueron quemados en
efigie porque habían muerto durante el proceso. El espectáculo fue presenciado
por cerca de 30.000 personas, venidas incluso desde Francia.
Hago aquí un inciso para indicar que la Suprema había
aprobado las condenas a la hoguera a regañadientes, y presionados por el clima
de absoluto pánico que se vivía en Logroño. Es más, en cuanto tuvo la
oportunidad de saltar y solventar aquel embolado, lo hizo con gusto y gracia.
Excusas no faltaron. A la voz del obispo de Logroño se
unieron la de varios eclesiásticos y la del humanista Pedro de Valencia. Para
colmo, Alonso de Salazar, que estaba revisando el juicio, comenzó a tener aún
más dudas sobre el proceso y escribió al Consejo de la Suprema hablando sobre
la “tremenda injusticia” (palabras reales de Salazar) que se había causado, sin
restarse culpa a sí mismo incluso si desde el principio se había mostrado
escéptico. Y cuando por fin el tribunal de Logroño solicitó que se enviara a
una persona para que investigara los hechos, la contestación tardó menos de un
mes en llegar.
La Suprema daba orden a Alonso de Salazar de que fuera él
quien investigara y enviara un informe completo. Junto con la orden recibió un
edicto de gracia, un documento gracias al cual, cualquiera que confesara sus
culpas al portador sería perdonado sin más consecuencias. Y con estas
herramientas nuestro aguerrido inquisidor daba comienzo a una investigación que
enorgullecería a cualquier miembro de un cuerpo de criminología. De mayo a
diciembre de 1611 recorre el norte de Navarra, Guipuzcoa y Vizcaya. Interroga a
los acusados, recoge declaraciones y realiza pruebas. Empieza por absolver a
1384 niños de entre seis y catorce años, junto a 41 adultos, y reconcilia a 290
personas.
Investigando a los testigos, descubre que muchos realizaron
sus acusaciones por sobornos o por odios. Cuando le dice que se usaron ollas
para hacer ungüentos mágicos, hace pruebas en presencia de “médicos y hombres peritos”
que certifican que dichos ungüentos no sirven para nada. Pide a matronas que
comprueben el estado de mujeres que declaran ser amantes del diablo,
descubriendo que conservaban su virginidad.
También se encuentra con las presiones y torturas a los que
se ven sometidos los acusados. Muchos delatores, en concreto un gran número de
niños, declaraban presionados por sus familiares. Una reconciliada en el auto
de fe que había acusado falsamente a varias personas, arrepintiéndose, quiso
retirar su declaración, para encontrarse con que el comisario del Santo Oficio
de Logroño le espetaba que era una embustera y que la quemaría viva; aquello la
llevó a suicidarse tirándose al río. Muchos de los supuestos brujos confesaron
haber sido torturados por sus vecinos, como el caso de una mujer a la que los
hombres de su pueblo tuvieron sujeta con un cepo durante quince días. Alonso de
Salazar también denuncia que los comisarios y ministros de la Inquisición habían
participado en este tipo de actos, como el caso de dos niñas que habían sido
atadas por las manos y el cuello y amenazadas con ser llevadas al tribunal de
Logroño si no confesaban.
Lo que determina Salazar tras su investigación es que nada
de lo que las “brujas” habían confesado era real, que no había brujas que
valieran, y que no se había actuado de la forma correcta. Que eran los sermones
y libros sobre brujería los que causaban que la gente creyera en ello, y que lo
mejor era no hablar del tema porque, en palabras de nuestro aguerrido
inquisidor, “no hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a
tratar y escribir de ellos”.
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Tribunal del Santo Oficio (aka la Inquisición) |
Alonso de Salazar redactó un primer memorial en marzo de
1612, y un segundo el 3 de octubre de 1613. En ellos, informaba a la Suprema de
lo que había averiguado, y sus conclusiones. No fue esta una tarea agradable,
porque Alonso de Salazar fue presionado por sus dos compañeros, que llegaron a
llamarle “amigo del Demonio”, en un episodio de mobbing que hoy día habría sido
un escándalo. Pero lejos de ceder ante este par de energúmenos, Salazar
escribió sus informes con la pura verdad según él la entendía.
Pero nuestro amigo recibió su victoria. La Suprema asumió
los informes que habían recibido de él y dieron nuevas instrucciones a los
tribunales con las ideas de nuestro muy aguerrido inquisidor. Una de las
instrucciones fue reparar el daño causado a las víctimas del auto de fe. Las
acusaciones y condenas fueron retiradas, y los sambenitos no fueron nunca
expuestos en ninguna iglesia, quedando como inocentes sin que ninguna lacra
cayera sobre sus familias, dejando todo solventado en el año 1614.
Gracias a estas instrucciones basadas en las palabras de
Salazar, el de Zugarramurdi fue el último caso de brujería en España, cortando
el grifo de muertes por esta causa mucho antes que cualquier otro país de
nuestro entorno. La Inquisición aún tardaría tiempo en desaparecer (y en contra
de lo que dicen las malas lenguas, fue la primera variante en hacerlo) pero la
brujería no volvería a ser jamás usada como acusación formal.
Una vez llegados a este punto, podemos fijarnos en los
paralelismos entre ambos casos, que los hay y unos cuantos. El primero de
ellos, y tal vez el más obvio, es el clima en el que vivían ambas comunidades.
En ambos casos se trataba de comunidades aisladas de un poder central, y
carentes de más control que el suyo propio. Las razones son obviamente
distintas, dado que la ausencia en el caso de Massachussetts Bay se trataba de
que su gobernador estaba lejos de su puesto, mientras que en el caso de Navarra
era la lejanía y la dificultad del terreno lo que propiciaba el aislamiento.
Junto a ello, podemos hablar de los enfrentamientos y enemistades que fueron
una de las principales razones para los cruces de acusaciones tanto en un caso
como en el otro. Por otro lado, también debemos hablar de la creencia en las
brujas, así como la aparición de menciones y casos precios que afectaron a lo
que ocurriría después.
Pero el mayor paralelismo es en realidad la histeria colectiva,
el miedo generalizado de la población hacia las brujas y sus reacciones
exageradas, criminales incluso, para conseguir que una supuesta bruja
cooperara. En ambos casos, este ambiente se vio favorecido por autoridades
locales, en especial las religiosas (aunque tampoco debe darse de lado la
responsabilidad de las autoridades civiles) por norma general ignorantes y
desaprensivas, que arrojaron a los vecinos unos contra otros en estas cazas de
brujas. Es de notar que ambos casos estaban precedidos por situaciones
similares que habían llevado a ciertos individuos a hablar de brujería, lo que
a su vez había disparado las alarmas de la población.
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Parque en recuerdo a las víctimas de los juicios de Salem |
Otra similitud es la de que lo que puede considerarse la
mayor autoridad es la que pone freno a la situación. Es el Gobernador el que
disuelve el tribunal, y es la Suprema la que solicita el informe que luego usa
para poner coto a las cazas de brujas. Aún así, aquí hay que remarcar una
pequeña diferencias, y esa es que, mientras el Gobernador de Massachusetts Bay
era una autoridad civil, la Suprema era una autoridad religiosa (cierto que
atada al Estado Español, pero religiosa a fin de cuentas).
Y esto nos lleva precisamente a las diferencias. Es cierto
que ambos casos no parecen equiparables en lo que a los números respecta, pero
del mismo modo que hemos podido encontrar similitudes en ambas situaciones,
también es lógico señalar aquellas cosas en las que difieren.
Sobre la que quiero centrarme al principio es en las “voces
disidentes” y en sus acciones y reacciones. En concreto, la de Nathaniel
Saltonsall frente a la de Alonso de Salazar. Ambos, como ya hemos visto,
estaban en desacuerdo con sus colegas y con las condenas por brujería. Sin
embargo, Saltonsall se separó y desentendió del proceso, y aunque está claro que
es loable el hecho de que no quisiera participar en aquel circo, tampoco hizo
nada para intentar remediar la situación que se presentó posteriormente. En
cambio, Salazar no solo cargó con la culpa del mal proceso aún cuando había
intentado detenerlo, sino que actuó en la medida de sus capacidades para que la
verdad saliera a la luz y se aclarara el asunto de forma rápida y veraz. Una de
las razones por las que se puso fin a las cazas de brujas en España fue por su
trabajo, realizado a pesar de las presiones de sus compañeros en el Tribunal de
Logroño.
La siguiente diferencia es en la reacción de los
eclesiásticos y personas de un cierto nivel que hablaron de estos hechos, y
sobre a quién de ellos se hizo caso. Es notable que en el caso de Zugarramurdi,
fuera de los dos inquisidores ya presentes en Logroño, aquellos que tenían
puestos importantes en las instituciones religiosas se pusieron en contra del
proceso de inmediato, mientras que en Salem y los pueblos adyacentes la opinión
estaba bastante más dividida. No solo eso, sino que mientras en España se
prestó oído a las voces críticas, en Massachusetts Bay solo fue la acción
independiente del gobernador lo que puso fin a la sangría, que habría seguido
adelante con las bendiciones de gente como Cotton Mather.
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No, la Inquisición no era así... pero no se aleja tanto como pensáis |
También es necesario señalar que, aunque el número de
acusados de brujería es mayor en España, la cifra de ejecutados es menor. Si
uno se fija en el proceso descubre que los jueces en Salem mandaban a la horca
a todos los condenados, mientras que en el auto de fe se reconciliaron a varias
personas que podían a partir de entonces seguir (más o menos) con sus vidas.
Por último, la forma en la que fue tratado el caso una vez
las autoridades se convencieron de que aquello iba mal: el gobernador puso coto
a la situación, sin lugar a duda, pero no solo el resarcimiento a las víctimas
y sus familias tardó en llegar, en el caso de algunas de estas personas su
nombre no fue limpiado hasta más de tres siglos después. En España se solicitó
una investigación realizada por el que era obviamente el hombre más adecuado
para la tarea, y una vez quedó demostrado el error, se apresuraron en
subsanarlo y asegurarse de que algo así no se volvería a repetir. Las familias
y las víctimas fueron resarcidas en cuatro años, y estamos hablando de la
España de principios del siglo XVII.
Resulta interesante ver cómo la tan temida Inquisición
Española fue mucho más razonable que aquellos que siempre se quejaron del
catolicismo. Como ya hemos dicho, en ningún caso fueron unos santos, pero lo
cierto y verdad es que en cuestión de creencias sobrenaturales y sus reacciones
al respecto, la Iglesia Católica fue mucho más sensata que aquellos que la
acusaban de ser una panda de paganos. Y tal vez es bueno darnos cuenta de que
nuestra leyenda negra es mucho menos grave que las
barbaridades que se llegaron a realizar en el resto del mundo. Al menos esto es
cierto sin duda en el caso de las acusaciones por brujería.
Buen artículo.
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