domingo, 13 de septiembre de 2020

52 Retos de Escritura (XXXVII): El caso de Helen Winters

Reto #37: Escribe un relato policíaco que empiece con “No veía a nadie más. Creí que estaba sola”.

 

EL CASO DE HELEN WINTERS

 

 —No veía a nadie más. Creí que estaba sola.

Helen se atascó un momento en su relato. No podía evitarlo, era difícil confesar, más aún cuando todos los demás invitados a aquella cena la estaban mirando con caras acusatorias. Pero bueno, era de esperarse, acababa de anunciar que había asesinado a alguien. Miró al hombre que les había reunido allí. La única diferencia con la expresión que había mostrado hasta ahora era que sus ojos parecían algo más abiertos, como si estuviera sorprendido. Oh, seguro que no se esperaba que ella hubiera decidido hablar antes de que acabara su anuncio sobre el hecho de que ella había matado a su hermanastro.

—Así que decidí coger la llave de la caja fuerte. Sabía que había dinero suficiente en ella como para sobrevivir durante unos meses. Planeaba marcharme a América, para comenzar una vida nueva— continuó, a sabiendas de que aquello era difícilmente una excusa—. Pero cuando cogí la llave, el salió de entre las sombras y me agarró de la muñeca. Dijo… Dijo que nunca me dejaría ir. Que era suya. E intentó…

Su garganta se cerró, impidiéndole pronunciar las palabras que venían después, pero quizá eso era suficiente, porque la exclamación ahogada de su madrastra dio a entender perfectamente qué era lo que su hermanastro había pretendido hacer. Todos en aquella maldita casa lo sabían. Que desde que su padre y su madrastra se habían casado, él se había obsesionado con ella hasta el punto de ignorar cualquier regla del decoro. Todos callaban por miedo al escándalo, y habían permitido que aquella pesadilla siguiera. Ella quería darle fin, huir. Pero al final ni siquiera había podido hacer eso.

—Me intenté defender— añadió, antes de que nadie pudiera decir nada más—. Peleamos. Y al final conseguí que tropezara. Fue entonces cuando se cayó y se golpeó en la cabeza con el pico de la mesa. Eso fue lo que le mató, ¿no es así? Yo le maté.

Calló. Esperó las palabras acusatorias, los gritos llamándola asesina, acusándola por seducir y luego matar a su propio hermano, incluso si no era de su sangre. Pero solo hubo silencio, hasta que el hombre… el detective habló.

—Una sola pregunta, señorita Winters. ¿El golpe fue en la frente?

Incapaz de pronunciar nada más, ella asintió.

—Entonces creo que no debe preocuparse. Eso no fue lo que mató a su hermanastro.

Parpadeó al escuchar esas palabras. ¿Cómo era eso posible?

—Es cierto que el golpe en la frente causó daño, pero no mortal. El golpe que mató a Henry Winters llegó desde detrás.

—¿Es eso cierto?— preguntó el pastor de la parroquia, el reverendo Hawthorne.

—Es una inspección preliminar, por supuesto, pero podemos darla por cierta. Así que, a pesar de su confesión, la señorita Winters es inocente.

Sintiendo cómo toda la energía de su cuerpo desaparecía de un plumazo, Helen se derrumbó en la parte del sofá que había estado ocupando. Su madrastra, sentada a su lado, se apresuró a sujetarla en un gesto preocupado y cariñoso. El detective le ofreció una sonrisa radiante que parecía decirle “no se preocupe, yo me encargo de todo”, antes de volverse al grupo.

—Como iba diciendo antes de que la señorita Winters compartiera con nosotros la parte que a ella le atañe, todos los presentes aquí tuvieron la oportunidad de asesinar al señor Winters. No entraré en los motivos que su asesino pudiera tener para ello— porque no era como si Henry no les hubiera dado suficientes razones a todos ellos, fue algo que no dijo pero que todo el mundo pensó—, así que me remitiré a las pruebas, y a lo que sabemos que ocurrió realmente.

Hubo un silencio absoluto, mientras todos se miraban los unos a los otros con desconfianza. Helen se preguntó si no habría sido mejor que ella hubiera sido la asesina, porque al menos el hecho de ser condenada habría librado a los demás de ese peso. Nadie quería a Henry. Bueno, tal vez su madre, pero Evangeline era una mujer que habría hecho lo que fuera por tapar un escándalo, o al menos le había dado esa sensación siempre. Incluso el reverendo Hawthorne, que era la bondad hecha hombre, había tenido problemas con su hermanastro. No es que pensara que un hombre de Dios haría algo como eso… En realidad, le resultaba realmente difícil pensar que cualquiera de los presentes, por mucho que odiara a su hermanastro, hubiera pensado en llevar a cabo el crimen.

Por ejemplo, Lord Emery Dankworth y su mujer Eleonora, que era prima de Helen. ¿Qué ganaban ellos con la muerte de Henry, más allá de no tener que soportar sus continuos intentos de sacarles todo el dinero posible? Cuando había llegado al punto de que la única manera de que Eleonora le viera era acompañándola a ella, estaba claro que no tenía poder sobre los Dankworth. Perderían mucho más de lo que ganarían si cualquiera de ellos cometía un crimen. ¿Y qué podría decirse de Roger Gastrell? Había sido el protegido de su padre durante años, y el amigo de Henry desde que este llegara a la mansión. La había cortejado durante un tiempo, sí, pero incluso antes de la muerte de su padre había decidido que su encaprichamiento era pasajero. ¿Por qué habría de hacerle daño a su amigo? Y el último miembro de aquel grupo, el brigadier Edevan, ni siquiera tenía un lazo fuerte con su familia y estaba allí porque, tiempo atrás, su padre le había ayudado a resolver cierto asunto del que no quería siquiera mencionar una palabra. No, definitivamente, si había alguien que quisiera deshacerse de su hermano, esa habría sido ella. Helen Winters. En defensa propia para proteger su integridad. Pero con unas pocas palabras, aquel hombre había desestimado sus actos como la causa de la muerte de su hermano.

Anthony Sullivan. No sabía de dónde había salido, ni por qué estaba allí. Se había presentado a la cena como un invitado más, aunque su madrastra decía que no sabía quién era. No, tras la conversación que habían tenido todos tras la muerte de Henry, había quedado claro que todos habían pensado que había sido el otro quien había invitado a un personaje así. Decía ser un apasionado de la criminalística, y desde luego tenía carisma y sabía algo de oratoría, porque  les había tenido bien entretenidos y sin que nadie se hiciera preguntas hasta que fue demasiado tarde. Los policías que habían acudido a investigar el crimen parecían conocerle, eso sí. Y no estaban satisfechos de verle, o al menos esa conclusión había sacado Helen de sus expresiones. Aunque no podía comenzar siquiera a imaginarse cual sería la razón para ese comportamiento.

—Sabemos que Henry Winters se retiró antes que nadie de la mesa, y desapareció durante dos horas. Después de esas dos horas sabemos, por sus declaraciones, que acudió a diferentes habitaciones. Primero a la de Lord y Lady Dankworth, donde acudió para solicitar su ayuda para un negocio personal, ¿no es así?

—Así es— replicó Lord Dankworth, su expresión seria e inamovible—. Deseaba que le patrocinara en un negocio que aseguraba devolvería la inversión en un periodo de tiempo corto. Era una pérdida de tiempo y así se lo he hecho saber innumerables veces.

—A pesar de su consejo, está claro que seguía insistiendo…

—Tanto como para poner a mi mujer en una situación comprometida en más de una ocasión. Aún así, no es razón para considerar que le asesinamos.

—No he dicho todavía nada con respecto a eso. Tras su discusión con los Dankworth, se topó en el pasillo con el reverendo Hawthorn, que había escuchado sus gritos.

—Tanto como gritos… es cierto que el señor Winters era demasiado dado a alzar la voz, pero no lo consideraría tanto como gritos.

—Comprendo. Sin embargo, la discusión que tuvo con él fue aún más fuerte si cabe.

—El señor Winters es… ha sido siempre… era, poco paciente. Aproveché que me encontraba con él para consultarle sobre… ciertos rumores que había escuchado, con toda la intención de asegurarme de que eran falsos para así poner en calma a mi parroquia. Su reacción fue poco comedida, me temo.

¿Rumores? Oh… Helen se dio cuenta de que se trataba de todo el asunto con ella. Incluso con su madrastra intentando evitar el escándalo y tapándolo todo, era imposible que no se escapara siquiera una sola historia de cómo Henry se comportaba con ella. El reverendo Hawthorn había hablado con ella a veces, insistiendo siempre sobre la posibilidad de presentarle conocidos de tan lejos como la misma Londres. Una mujer amable, había dicho entonces, merece una vida amable. No lo había pensado antes, pero ahora le quedaban claras cuales eran sus intenciones con aquello: alejarla de su hermanastro y que este no se dejara llevar por su obsesión. Pero nada de lo que había hecho había logrado evitar aquella situación. Henry siempre se había mostrado en contra de que acudiera a esas reuniones, y por desgracia para ella, estaba sujeta a sus designios.

Aunque ahora suponía que debía darle las gracias por todo lo que había hecho por ella.
Sullivan asintió, como si no necesitara decir nada más sobre la explicación del pastor, y siguió con el orden de los hechos.

—La discusión entre el señor Winters y el reverendo Hawthorn fue interrumpida por el brigadier Edevan, que de acuerdo con su propia versión, le acompañó hasta su habitación.

—Así es. Estaba molestando a las señoritas con su forma de actuar. Es lamentable tener que comportarse así con el anfitrión, pero sospecho que el señor Winters no estaba enteramente en sus cabales. Pero puedo asegurarle de que estaba vivo cuando le dejé allí.

—Sin duda, puesto que después de eso, lejos de quedarse en su cuarto, acudió al del señor Gastrell…

—A quejarse de que sus invitados eran todos unos desagradecidos, sí— replicó Roger con cara de fastidio—. Solía ocurrir a menudo. Cuando algo salía mal, yo era el que tenía que estar a su lado para reforzar su ego.

—Creí que eran amigos.

—Él solía decir que lo éramos. De quien era amigo era del difunto señor Winters. Me pidió antes de su fallecimiento que me asegurara de que su familia estaba en buenas manos. Pero me temo que las manos de Henry no eran las mejores, precisamente.

Ah, pensó Helen, entonces él también lo sabía.

—El señor Winters estuvo en su habitación una media hora antes de marcharse, según su relato— continuó Sullivan—. Y luego se dirigió a la habitación de la señorita Winters. Como no se encontraba allí, acudió a la señora Winters, con la que tuvo otra discusión que duraría unos minutos.

—Así es. Me preocupaba que hiciera algo que fuéramos a lamentar todos, pero como es costumbre, no quiso escucharme.

—Entonces, todavía buscando a la señorita Winters, baja y se la encuentra en el estudio, donde la asalta y tienen una pelea. Durante esa misma pelea, él se golpea con la esquina del escritorio y queda derribado en el suelo con una herida. Todavía en shock, la señorita Winters corre a su dormitorio donde se encierra con llave, y es así cómo la encontramos tras descubrir el cadáver del señor Winters.

—¿Y dónde estaba usted en ese momento, señor Sullivan?— preguntó Roger con algo de inquina, pero recibió una respuesta rápida del brigadier Edevan.

—Hablando conmigo en la salita del piso de abajo. Fuimos nosotros los que encontramos el cuerpo cuando salimos de la misma.

—Así es. Eso ocurrió hacia las once de la noche, y habíamos estado allí desde las diez, aproximadamente. Esto sería después de acompañar al señor Winters, ¿no es así?

—Cierto.

—Señorita Winters, siento tener que preguntarle esto, pero… ¿cuándo fue su enfrentamiento con su hermano?

—No… no lo recuerdo bien… Sé que bajé pasadas las diez. Pensaba que se habría ido a dormir, como el resto de los invitados.

—Así que podemos suponer que fue con posterioridad a que el brigadier Edevan y yo nos reuniéramos en la salita. Durante nuestra conversación escuchamos varios ruidos como de golpes sordos hacia las diez y veinte y de nuevo unos veinte minutos más tarde. Teniendo en cuenta las declaraciones, podemos suponer que el primer conjunto de golpes fue la pelea y posterior huida de la señorita Winters.

—Entonces, ¿los sonidos de veinte minutos después…?

—Corresponderían a los del momento de la muerte del señor Winters.

Veinte minutos después. Helen estaba demasiado confundida por todo aquello como para siquiera seguir aquel hilo. Estaba claro que Edevan y Sullivan estaban ambos fuera de sospecha a menos que hubieran trabajado en conjunto, pero al mismo tiempo eran los que menos razones tenían para acabar con la vida de su hermano. Eran, a fin de cuentas, los más ajenos a aquella casa y a sus miserias. Incluso para ella, que no era el detective, quedaba claro que ellos no eran los sospechosos. Tal vez, eran los únicos que no lo eran. Pero ella…

—La señorita Winters, como sabemos, había dado a su hermano por muerto después del primer enfrentamiento. Pero la brecha en la frente, aunque sangraba, no era fatal. Llamativa, sin duda, pero no habría pasado de un disgusto y una visita del médico. No sabemos cuanto tiempo estuvo inconsciente, aunque dado que no se formó un charco de sangre en el despacho, daremos por sentado que no debió ser mucho tiempo— Sullivan continuó hablando con una sonrisa en los labios, como si estuviera disfrutando de aquello—. El rastro de sangre en la escalera nos dice que intentó subirla una vez ya había recibido la herida por parte de la señorita Winters. Sin embargo, el rastro termina poco después de alcanzar el rellano del primer piso.

—Delante de la puerta de la señora Winters— mencionó el brigadier.

—¿Acaso la están acusando a ella de matar a su propio hijo?— el reverendo Hawthorn levantó la voz, escandalizado.

—Por favor, si me dejan continuar… Es cierto que el rastro acaba ahí, pero no va hacia la puerta, así que alguien debió restañar la herida con un pañuelo.

Helen no pudo evitar soltar una exclamación ahogada al escuchar aquello. ¡El pañuelo ensangrentado que habían encontrado en el jardín! Pero eso no tenía sentido. De haber muerto su hermanastro en el jardín, ¿por qué devolverlo al recibidor? No, es más, ¿no llevaría mas de cuarenta minutos hacer todo eso? Por no hablar de los ruidos que decían el brigadier y el detective que habían escuchado… Además, ¿ese pañuelo no había estado en la parte interna del jardín? Era imposible que la servidumbre no se hubiera dado cuenta de que alguien estaba cargando un cuerpo. Entonces…

—Tenemos varias pruebas contradictorias en este momento. La primera de ellas es el hecho de que no hay en la casa otro rastro de sangre más que este… y el pañuelo del jardín, por supuesto. Si nos centramos en el pañuelo, tenemos dos detalles a tener en cuenta. El primero, que se trata de un pañuelo de hombre, y el segundo, que lo encontramos en el lado del jardín que daba a las habitaciones de invitados. En pocas palabras, podría pertenecer a cualquiera de nosotros— Roger y Lord Dankworth hicieron amago de ponerse en pie para defenderse, pero un gesto de Sullivan los detuvo, antes de seguir—. Ahora, tengamos en cuenta que ni el brigadier ni yo estábamos en nuestras habitaciones, por lo que la segunda y la cuarta puerta estaban desocupadas. La tercera habitación estaba ocupada por Lord y Lady Dankworth, y la quinta por el señor Gastrell, mientras que la primera estaba ocupada por el reverendo Hawthorn.

—¡Pero yo ya estaba durmiendo!— se quejó el eclesiástico.

—Es cierto que usted estaba en la posición perfecta, desde luego, pero también hay que tener en cuenta una cosa… y esa es que alguien estaba con la señora Winters en su habitación en ese momento.

Las dos madrastra e hijastra se miraron, la segunda con una expresión sorprendida, la otra con una sonrisa triste. Helen notó como su madrastra daba suaves golpecitos en su mano, como si intentara darle apoyo. Estaba tranquila. Demasiado tranquila en aquella situación. Como si hubiera llegado a una conclusión y la hubiera aceptado, incluso si era terrible para ella. ¿Por qué estaba haciendo esto?

—Madre…

La sonrisa de Evangeline solo se volvió más triste. Mientras tanto, Sullivan, indiferente al intercambio entre ellas, siguió hablando.

—Ese alguien encontró al señor Winters según subía las escaleras y le ayudó, y fue llevado a la habitación de la señora Winters. Sin embargo, el señor Winters hizo algo inesperado: agarrar la llave maestra que guardaba la señora Winters. Seguramente su intención era abrir la puerta de la señorita Winters, sabiendo que ella se habría encerrado en su habitación con llave, ya que no era la primera vez que eso pasaba, ¿no es así?

—Así es. Todas las veces que mi hijo intentaba hacer algo contra Helen, ella huía a su habitación y la cerraba por dentro— replicó Evangeline con una calma que estaba lejos de ser natural—. Cuando oía que pasaba eso, guardaba la llave maestra para evitar que la usara. Esa puerta era el único escudo de mi hija. Jamás se lo arrebataría, ni aunque el monstruo del que la protegía fuera mi propio hijo.

—Pero esta vez pudo cogerlas.

—Sí. Estaban en el sitio en el que las dejaba siempre. No había oído la pelea que había tenido lugar abajo.

—Así que intentaron detenerle, usted y su invitado, ¿no es así? Y fue en ese proceso cuando el señor Winters fue golpeado por la espalda.

—¿Pero no habría dejado eso un rastro de sangre?— preguntó Helen de pronto—. Si había dejado un rastro de sangre, esa herida…

—Es cierto que debería haber dejado una mancha en el suelo, allí donde hubiera golpeado. Pero es posible ocultar las manchas más grandes moviendo los muebles… o más bien la alfombra, ¿no es así?

—¿La alfombra?

—Había marcas en la alfombra que indicaban que algo había estado presionándola en esos puntos con algo de peso durante mucho tiempo. En ese tipo de alfombras es difícil notarlo, pero aún así, está bastante claro que fue movida en algún momento. Por supuesto, nadie podría asegurar cuando fue, pero si miráramos debajo, es probable que encontremos otro rastro de sangre.

—Pero si ese hombre murió en la habitación de la señora Winters, ¿cómo llegó al recibidor de la planta de abajo?— interrogó Lord Dankworth.

—Probablemente su asesino recibió la ayuda de la señora Winters para bajar el cuerpo hasta allí. Lo más probable era que la intención fuese proteger tanto a la señora Winters como a su hija. Con toda seguridad, evitaron dejar un nuevo reguero de sangre cubriendo la cabeza con alguna tela, tal vez un vestido viejo. Luego volvieron y lo quemaron en la chimenea.

—Si quemaron esa tela, ¿por qué no quemaron el pañuelo?

—Porque descubrimos el cadáver demasiado pronto. Solo hay unos quince o veinte minutos entre la muerte del señor Winters y nuestro descubrimiento. Si mi teoría está en lo correcto, la muerte no fue intencionada, y probablemente fue en defensa de la señora Winters. Probablemente perdieron un tiempo valioso intentando saber lo que hacer con el cuerpo, y cómo cubrir las pistas. Que consiguieran todo aquello antes de que saliéramos es… sorprendente, la verdad.

—Pero entonces, ¿quién…?

—Podemos eliminar de la ecuación a Lord y Lady Dankworth. Para empezar, las dos damas no habrían sido capaces de llevar a cabo este trabajo solas, y Lord Dankworth ni siquiera habría estado a solas con la señora Winters, para empezar. Tres personas habrían podido resolver el problema mucho más rápido y habrían tenido menos problemas. El brigadier y yo estábamos en la planta baja, y la señorita Winters encerrada en su habitación, por no hablar de que tendría los mismos problemas que Lady Dankworth. Eso nos deja dos personas como sospechosos…

Hubo una pausa mientras todas las miradas se volvían hacia los dos hombres.

—Pero teniendo en cuenta el punto en el que encontramos el pañuelo, es imposible que hubiera llegado allí si hubiera sido arrojado desde la ventana del reverendo. Eso solo nos deja una persona.
Sullivan se giró hacia Roger.

—Señor Gastrell, sería conveniente que se entregara a la policía. Si de verdad quiere defender a esas dos mujeres…

—Lo sé. Lo sé— el joven se levantó—. Supongo que tendré que agradecérselo, de todas maneras. No creo que hubiera podido dormir después de lo que hice. A pesar de todo…

Helen le miró a él, y luego miró a su madrastra, que había dejado baja la cabeza. No pudo evitar preguntar.

—¿Por qué? Madre, ¿no decías que había que evitar un escándalo? ¿Que debía aguantar?

—Sí, sin duda dije eso, multitud de veces, ¿verdad? Lo decía a sabiendas, porque un escándalo podría o no dañar a Henry, pero sin duda te haría daño a ti. Quería protegerte— la sonrisa que le mostró era triste y cansada—. No sé qué hice mal con él. No, tal vez sea cosa de mi primer marido. Era igual que él. Luché por educarle y que fuera sensato, pero… Supongo que no puedo derrotarle a él, ni siquiera en eso.

La abrazó. Helen se quedó sorprendida, porque era algo que no había esperado jamás de ella. Se preguntó si la mujer a la que conocía como su madrastra era como ella siempre había pensado, o si había sido una máscara para ocultar su miedo y su dolor.  Sabía que jamás se había enfrentado a ella, pero tampoco había intentando comprenderla. Solo había querido huir. Huir de Henry y de aquella casa que no era segura. Se volvió a mirar a Roger.

—Henry estaba desquiciado, soltando improperios de todo tipo, jurando que le haría cosas horrendas a Helen. Cuando vio la llave maestra se lanzó a por ella sin importarle nada. La señora Winters intentó detenerle, y él se volvió contra ella. Pensé que la iba a matar, así que usé la botella de licor que la señora Winters me había traído.

—¿Limpió la sangre con el vestido?

—Era lo más rápido. Pero eso ya no importa, ¿verdad? No me arrepiento de haber acabado con su vida. Solo me arrepiento de no haber podido proteger a Helen o a la señora Winters.

Eso fue lo último que dijo, antes de que Sullivan y el brigadier se lo llevaran para hablar con el inspector, y que hiciera su confesión. El silencio se hizo en la sala, con el resto de presentes demasiado anonadados como para poder decir nada. Helen, todavía conmocionada, se abrazó a su madre antes de echarse a llorar.

Realmente, se dijo, habría sido preferible que hubiera sido ella la que hubiera acabado con la vida de Henry.




—El brigadier Edevan me dijo dónde encontrarle.

Habían pasado varias semanas cuando volvió a encontrarse con Sullivan. No, era mejor decir que le había encontrado, aunque no era una hazaña muy costosa, para empezar. El hombre estaba sentado en el despacho más desorganizado que hubiera visto en su vida, detrás de un escritorio cubierto de papeles y carpetas. Él le dirigió una sonrisa animada que no cuadraba mucho con la imagen que había mostrado la noche en la que Henry había muerto.

—Me alegro de verla, aunque estoy sorprendido. ¿No ha viajado a Estados Unidos?

—Hay demasiado que hacer. Además, no era necesario ya.

Sin la amenaza de Henry, huir no era una prioridad. Aunque era tentador, la verdad fuera dicha, venderlo todo y cruzar el Atlántico, y olvidarse de todas las malas experiencias. Pero no era lo correcto. Alguien había sacrificado su libertad para que ella pudiera tenerla. No, no solo la suya, también la de su madre.

—Sólo he venido a hacer unas preguntas, si no es mucha molestia.

—Adelante. Siempre tengo tiempo para mis clientes.

—¿Clientes?

—Soy un procurador.

—¿Y yo soy una cliente?

—Bueno, técnicamente no, pero en el futuro, ¿quién sabe?

—¿Por qué estaba en nuestra casa esa noche? Vino diciendo que era compañero del brigadier, pero…

—Ah, cómo decirlo… ¿El brigadier me pidió que fuera? Como testigo para un contrato que supuestamente tenía que firmar con el señor Winters. No estoy seguro de lo que había detrás, la verdad, pero era la petición de un cliente y no soy yo quién para negarme a hacer un trabajo que no tiene nada de ilegal. En principio.

—¿Y qué era lo que pretendía cuando se puso a investigar…?— Helen hizo un gesto con la mano, incapaz de mencionar siquiera la muerte de su hermanastro.

—Encontrar la verdad. Aunque con toda seguridad era una empresa inútil, no creo que Gastrell hubiera podido vivir con ese peso encima. La gente de conciencia es más dura consigo misma que con los demás.

Ella se mordió el labio, recordando las últimas palabras que le había escuchado decir a Roger. Sobre el hecho de que no había podido defenderlas, a ella y a su madre. ¿Pero no era con su sacrificio con lo que las había defendido? ¿No la había salvado a ella de una vida de fugitiva? Además…

—¿Por qué no hablaron de la participación de mi madre en el crimen?

—¿Debía hacerlo? Ella era inocente del mismo y, sinceramente, debía estar demasiado conmocionada como para pensar con claridad. En esas circunstancias, no es más que otra víctima. Si acaso, todos son víctimas de su hermano. Pero ley y justicia no son siempre sinónimo. Es mi labor, y la de otros como yo, hacer justicia con esa ley.

Helen se quedó quieta durante un tiempo, pensando. Era cierto que, a ojos de la ley, Roger era un criminal porque había matado a un hombre y luego había intentado ocultarlo. Pero esa misma ley no atendía a las razones detrás de ese gesto, o a la situación que les había llevado al mismo. No tenía en cuenta el miedo de su madre, ni el de ella, ni la perversión de su hermanastro… no, de ese monstruo que se hacía llamar su hermanastro. No quería que aquello acabara en un sacrificio humano. Su paz mental no valía ese precio. Miró a Sullivan a los ojos.

—¿Qué puedo hacer para salvarle?

El hombre delante de ella sonrió y le entregó dos tarjetas.

—Mi tarjeta, y la de un viejo amigo mío. Es caro, pero es el mejor abogado de todo Londres. Y se lanzará al cuello de quien sea en cuanto oiga su historia.

Helen se permitió una sonrisa.

—Parece que tenía usted razón. Voy a ser su cliente.

Era el momento de que ella hiciera el sacrificio necesario para salvar al hombre que la había salvado a ella.

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