domingo, 19 de enero de 2020

52 Retos de Escritura (III): Araneae

Reto #3: La aracnofobia es un miedo muy común. Haz que tu protagonista la padezca.


ARANEAE

Sabía que era un miedo estúpido e irracional. Eso no quitaba para tenerlo.

La cosa apalancada en su pared estaba quieta, como si pensara que al no moverse nadie la detectaría. Suponía que eso valía para los insectos que eran su comida, pero por el amor de todo lo sagrado que podía ver perfectamente su cuerpo de un marrón oscuro contra la pintura blanca. Era enorme. Del tamaño de su puño. Esa cosa se lo podía comer si quería, estaba convencido de ello.

En algún punto de su mente racional era consciente de que la araña no era tan grande como quería hacerla parecer y que, aunque lo fuera, no sería capaz de comérselo. Pero ahora lo que funcionaba no era su mente natural.

Notó el cuerpo paralizado. No era capaz siquiera de razonar que era necesario moverse. El tiempo pareció alargarse, y le pareció que había estado horas allí, observando a esa… esa…

La araña movió su pata, avanzando lentamente por la pared.

Dio un grito y salió a escape, cerrando la puerta de la habitación tras de sí. Se refugió en el salón, sentándose en el sillón haciéndose una bola.

Solo tenía que esperar. Si esperaba, se iría, ¿verdad? Se iría al sitio del que fuera que hubiera salido y no volvería. Los bichos eran así, ¿correcto? Esperaría un par de horas y luego volvería a mirar. Ni siquiera quería saber qué hueco había usado para entrar. Seguramente sería la ventana, porque la tenía abierta de par en par como buen urbanita que era, pensando inocentemente que ninguna araña querría entrar en su casa. Si la dejaba en paz en la oscuridad se marcharía por donde había venido. A fin de cuentas, ¿no había dicho eso el post ese que había leído? Sí, seguro que se solucionaría así. Siempre se solucionaba así.

Pero varias horas después, la araña seguía ahí.

Quería dormir, pero no podía hacerlo si esa cosa estaba allí. No haría más que mirarla esperando a que le saltara encima y le picara o le hiciera cualquier cosa. Daba igual lo interiorizado que tuviera el hecho de que con ese color no era venenosa y no le iba a hacer nada, su cerebro desbocado seguía convencido de que pasaría algo. Tenía que deshacerse de ella. Normalmente, con arañas más pequeñas, había logrado acercarse y matarlas de un golpe con la zapatilla. Pero el tamaño de esta era lo suficientemente grande como para que una zapatilla fuera suficiente. Así que fue a buscar un periódico viejo, que debía tener por lo menos cinco años, lo enrolló y, con este arma, entró de nuevo en la habitación.

Tragó saliva mientras se acercaba despacio, muy despacio, como si temiera que se fuera a mover en cualquier momento. Se colocó en un punto en el que estuviera lo suficiente cerca para golpearla con su improvisada arma, pero lo bastante lejos como para que no le saltara encima. Esperó unos segundos, mientras medía la distancia y se preparaba para su enfrentamiento. Y entonces…

—¡Muere, bicho!

Con ese absurdo grito de batalla lanzó un golpe con el periódico que alcanzó a la araña de pleno. La criatura cayó varios centímetros pero volvió a agarrarse a la pared e intentó escabullirse en alguna dirección, pero él volvió a atacar, golpeándola de nuevo. Esta vez la araña cayó al suelo, panza arriba, con las patas recogidas hacia su abdomen. La golpeó un par de veces más para asegurarse, y luego se apartó.

Estaba muerta, seguro, pero ni aún así pensaba tocar esa cosa. No, ya lo haría a la mañana siguiente cuando barriera.

Al menos se podría ir a dormir con la tranquilidad de que la araña no intentaría atacarle mientras dormía.

A la mañana siguiente, la araña muerta había desaparecido como por arte de magia. Y en su lugar, en la pared, había dos de aquellos bichos.

Ese día llegó al trabajo media hora antes de lo habitual.



La habitación estaba cubierta de arañas.

Cuando había vuelto del trabajo, había comprado un aerosol para matarlas. Ya entonces el par de arañas se había convertido en un puñado de ellas. No sabía de dónde estaban saliendo, pero estaba claro que cada vez había más. Tenía que deshacerse de ellas a como fuera. Había seguido con cuidado las instrucciones que ponía en la lata, y había rociado sobre las arañas directamente. Ni siquiera habían intentado huir, y todas habían acabado en el suelo igual que la otra, dobladas sobre si mismas como un ovillo y las patas hacia arriba. Esta vez sí que barrió los cuerpos de inmediato, y los tiró a la basura. Durante todo lo que quedaba de tarde y la noche, pudo respirar con tranquilidad.

Pero cuando se despertó, las arañas estaban por todos lados. Por las paredes, por el techo, por el suelo… algunas estaban incluso en la cama.

Con un alarido de terror, se dobló sobre si mismo.

—¡Iros! ¡Iros! ¡Iros!

Pero las arañas no se movieron. Siguieron allí, impasibles. Sollozó, repitiendo la orden de que se marcharan como si de un mantra se tratara. ¿Por qué no se movían? ¿Qué estaban esperando? Sabía que en cualquier momento se lanzarían sobre el y le llenarían de picotazos y entonces le inyectarían sus crías dentro y…

No, no, no, no, no iba a permitir eso. Tenía que encontrar la forma de escapar de ahí, de salir de ahí. Ya no le importaba la habitación, las arañas se la podían quedar si ellas querían, pero tenía que huir de ese sitio. Y estaba rodeado por ellas. Tenía que encontrar una forma de abrir un camino.

Fuego, pensó. Podía matarlas con fuego.

¿Pero cómo iba a conseguirlo? No había nada en aquella casa que pudiera producir un fuego lo bastante grande como para eliminar aquellas cosas. Pero entonces se fijó en el aerosol que había comprado, y que aunque había eliminado unas pocas, ahora no servía para nada. O no en apariencia. Había visto un montón de sitios en los que incluso cosas que no parecían demasiado inflamables se convertían en bolas de fuego gracias a la dispersión. Ahora, si tuviera algo con lo que iniciar la llama, podría acabar con todas ellas.

Si tuviera un mechero…

Pero tenía uno, ¿verdad? De hacía tiempo, metido en el cajón de la mesilla de noche. Sí, eso serviría.

Se estiró un poco, despacio, esperando que ninguna de las arañas se moviera, y alargó el brazo hasta alcanzar la mesilla. Había un montón de ellas encima, pero a pesar de su estado de pánico, persistió. Abrió el cajón y comenzó a rebuscar, sin atreverse a mirar. Sus dedos tocaron varias cosas, hasta que finalmente consiguió alcanzar algo de plástico duro. Tras palparlo, lo sacó y miró, viendo en su mano lo que había estado buscando. Con una sonrisa de triunfo, se giró para buscar el aerosol, su dedo pulgar ya sobre la piedra para prender la llama.

Una mano se cerró sobre la suya, y la cara de un hombre moreno y piel pálida llenó su campo visual.

—Sinceramente— dijo con un acento muy marcado—, no te recomiendo que hagas eso.



Cuando volvió a abrir los ojos, se dio cuenta de que no estaba en su cuarto. La habitación estaba bien iluminada, y las paredes eran de un blanco tan puro que casi era estremecedor. Un olor a desinfectante llegó a su nariz. Su mente tardó en hacer la asociación de que eso parecía ser un hospital. ¿Y cómo demonios había llegado hasta allí? Estuvo durante un largo tiempo en ese estado, intentando analizar qué era lo que había pasado. Lo último que recordaba era su cuarto lleno de arañas, y al tipo pálido que había aparecido de la nada. Tras pensarlo durante varios minutos, decidió que esa cara le sonaba de algo. No estaba seguro de qué, su mente parecía ir más lento de lo normal, y el simple hecho de pensar en algo le cansaba. Tal vez, se dijo, debería seguir durmiendo. Pero la ansiedad que le daba pensar en las arañas… Allí no había arañas, ¿verdad?

Giró la cabeza a un lado y a otro, pero no vio nada. Soltó un suspiro aliviado, y se quedó durante un tiempo más pensando en lo que había ocurrido.

Al cabo de un rato, apareció una enfermera. Le trató de forma amable, le cambió el suero y tras hacer una serie de tareas salió de la habitación. Diez minutos después llegó una doctora, que le hizo una serie de preguntas que respondió como mejor pudo. Cuando preguntó por las arañas, su mente todavía fijada en ello, la sonrisa de la mujer se volvió un poco tensa.

—No se preocupe por ello, su amigo se encargó de todo.

—¿Amigo?

—¿El que llamó a la ambulancia?¿Un caballero rumano?

Su mente, que todavía no funcionaba del todo bien, invocó la imagen del tipo moreno y pálido que le había detenido, recordó lo familiar que le resultaba, y su cerebro por fin decidió darle la información que le había estado negando.

Su compañero de piso, Sorin. El tío raro que no sabía de dónde sacaba el dinero para pagar el alquiler, que la mitad del tiempo le contestaba a sus preguntas con un “no quieres saberlo” y que tenía unas amistades casi tan raras como él. Suponía que si él se había encargado de las arañas, lo peor que podía esperar era que la casa oliera a naftalina durante un par de meses. Hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, dando a entender que todo estaba bien.

—¿Cuándo me van a dar de alta?— preguntó.

—Me temo que serán unos pocos días. Hemos encontrado una infección severa que estamos tratando. Afortunadamente, estas bacterias no son resistentes a los antibióticos, así que podremos deshacernos de ellas con facilidad.

—¿Infección?

—Sí. Creemos que son la principal causa de su delirio. Le tendremos en observación un par de días para ver cómo evoluciona y luego estudiaremos si es posible enviarle de vuelta a casa.

La conversación no duró mucho más, y cuando la doctora se fue, pensó que lo mejor sería dormir un rato. La infección era preocupante, y no había sabido qué quería decir aquella mujer con lo del delirio, pero al menos ya no sentía el terror irracional y la angustia que le habían causado las dichosas arañas. Mientras cerraba los ojos y se dejaba apoderar por la somnolencia, su mente conjuró un último pensamiento.

La primera araña que había visto al principio. Sólo que en los primeros segundos, no había sido una araña. Había sido otra cosa.

Se hundió en un sueño reparador y, cuando despertó, el recuerdo de la araña había sido borrado de su cerebro.

2 comentarios:

  1. ¡Casi me has hecho ver esa habitación llena de arañas!.Me ha gustado tu relato. Te dejo el enlace de mi blog por si te apetece leer mi relato. Un saludo.
    https://aorillasdeloria.blogspot.com/

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    1. ¡Gracias por el comentario! En cuanto tenga algo de tiempo me pasaré a leer :D

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