lunes, 1 de junio de 2015

El Calendario Gregoriano, o por qué los astrónomos molan.



No expliqué esto en mi anterior post, pero soy consciente de que llevo un tiempo desaparecida, y los he estado por distintas razones (novelas en proceso de escritura, ataques de ansiedad cuando veo un sitio en el que debería escribir, intentos de hacer streaming, la voz de Daisuke Ono llamándome con el aspecto de un tipo de pelo blanco y ojos azules vestido de rojo y negro con una katana doble, cazadores de oni con la voz de Hikaru Midorikawa, Koei siendo políticamente correcta y poniéndome un moreno de pelo largo que estoy segura de que debería odiar...). Pero es hora de volver al mundo de los vivos, y he decidido hacerlo con un tema del que hablé hace tiempo: los calendarios. En concreto, el calendario que usamos y todas las movidas derivadas del mismo. Así que iros preparando, que esto tiene tela.




Supongo que todos sabéis que el sistema por el que medimos los días que tiene un año la duración de los meses, etc., es el conocido como Calendario Gregoriano, así llamado en honor al Papa Gregorio XIII, que fue quien impulsó la reforma que lo introduciría, allá por el 1582 d.C.. Antes de esta reforma, el calendario que se usaba era el Juliano, impuesto por Julio César en el año 46 a.C., demostrando que se puede ser inteligente y seguir siendo una mala bestia. El Calendario Juliano era a su vez una reforma del Calendario Romano, que supuestamente fue creado por el fundador y primer rey de Roma, Rómulo, y posteriormente ajustado por Numa Pompilio, el segundo rey de Roma, allá por el 713 a.C.. Dado que esto viene de lejos, empezaremos por el principio, es decir, el Calendario Romano, e iremos avanzando hasta el actual.

Como ya he dicho, quien supuestamente ideó el Calendario Romano en su forma original fue el legendario fundador de Roma, hacia el 753 a.C., Entonces, el calendario constaba de 10 meses con una duración total de 304 días. El año comenzaba durante el equinoccio de primavera, y los días entre el último día del último mes del año y el equinoccio en sí mismo no se contabilizaban. De los diez meses del año, los nombres de los cuatro primeros eran en honor a los cuatro dioses a los que estaban dedicados: Martius a Marte, Aprilis a Fortuna Virilis (un aspecto de la diosa Fortuna), Maius a Maia (una diosa de la tierra relacionada con Vulcano que posteriormente se fusionaría con la Maia griega, madre de Hermes) y Iunius a Juno. Los siguientes estarían nombrados su posición en el calendario: Quintilis, Sextilis, September, October, November y December. Lo cual no deja de tener su gracia ahora a toro pasado. De estos meses, Martius, Maius, Quintilis y October tenían 31 días, y los demás, 30.

Numa Pompilio, mister perfeccionista.
Ahora, debemos dar un salto hacia delante de 40 años, con el sucesor de Rómulo, Numa Pompilio, el segundo de los siete "reyes tradicionales" de Roma. Se considera que Numa Pompilio fue el creador de todas las instituciones religiosas y políticas de Roma. Viendo lo que hizo, probablemente era un maldito perfeccionista, y lo de los días no contabilizados del año no le debía molar una mierda, así que reformó el calendario. Para empezar, incluyó dos nuevos meses. Hay distintas versiones sobre la posición que ocupaban estos meses con respecto al resto del año, con dos definidas de forma clara, una por Plutarco y otra por Ovidio. Pero para no volvernos locos con dichas versiones, solo comentaré que los nombres de estos dos nuevos meses fuero Ianuarius, en honor al dios Jano, y Februarius, que al parecer era en honor de un dios etrusco llamado Februus que era un dios del inframundo, el equivalente a Plutón (aunque supuestamente Atia es el dios del inframundo... ya estamos con las mitologías más raras que un perro verde con topos rosas), y que se convertiría en la diosa Febria que gobernaba sobre las enfermedades. No preguntéis, ni siquiera yo estoy segura de cómo funciona eso.

Y aquí es cuando la cosa se torna complicada a niveles de mitología egipcia. Para empezar, el número de días varió. Aunque los días que tenían 31 días siguieron teniéndolos, el resto pasaron a tener 29. De los dos meses nuevos, Ianuarius tenía 29 días, y Februarius era el único mes con días pares: 28. Este detalle hacía que el mes fuera considerado propicio para la purificación. Al parecer, Februus y Febria estaban a su vez relacionados con una deidad menor que presidía unos rituales de purificación ancestrales que al parecer se acabarían convirtiendo en una parte de Lupercalia. Februarius estaba dividido en dos partes: una que alcanzaba hasta la festividad de Terminalia, el día 23,  y otra con los cinco días restantes.

Fragmento de un Fasti, el equivalente romano a nuestros calendarios.
Pero como es obvio, el año no coincidía ni de broma con el ciclo de equinoccios y solsticios, por lo que, para ajustarlo, existía un mes, el Mensis Intercalaris, también llamado Mercedonius o Mercedinus porque era cuando se pagaba el merces, o salario. Y aquí es cuando empieza la juerga: Mensis Intercalaris era un mes de 27/28 días que comenzaba a contar a partir del día posterior a Terminalia, es decir, que fagocitaba alegremente los cinco últimos días de Februarius. Además, no tenía un periodo específico en el que se contabilizaba este mes, sino que una persona decidía qué año tenía este mes extra. Dicha persona era el Pontifex Maximus, el que venía a ser el jefe de todo el clero de Roma. Idealmente, el Mensis Intercalaris debía ser anunciado una vez cada tres años, pero el Pontifex Maximus pertenecía a los patricios, así que muchas veces convocaban estos años con un mes extra cuando les convenía por razones políticas.

El sistema se fue a la mierda en dos ocasiones. La primera fue durante la Segunda Guerra Púnica, pero fue enmendada por la Lex Acilia. La segunda tuvo lugar durante el siglo I a.C. debido al caos político de la época. Fueron estos los conocidos como "años de confusión", porque entre el baile en política, los intereses de unos y otros y los intentos fallidos de que aquello se arreglara, hubo una larga tanda de años "irregulares" (o, básicamente, que pasaban de seguir el calendario, punto). Pero entonces Julio César fue nombrado Pontifex Maximus y decidió que el choteo se había acabado, y que había que reformar el calendario.

Busto de Julio César en el Museo Arqueológico
Nacional de Nápoles

Julio César no iba a ciegas cuando lo hizo. Por aquel entonces, los griegos habían medido ya con precisión cuánto duraba el año, y los calendarios egipcio y persa eran asombrosamente precisos. Cuenta el poeta Marco Anneo Lucano (de la ciudad de Corduba, Hispania Betica, nieto de Séneca el viejo y sobrino de Séneca el joven, ¿acaso necesitáis más información?) que durante una estancia en Alejandría, César se entrevistaría con un hombre llamado Acoreus, que le habló de, entre otras cosas, el calendario egipcio y las inundaciones periódicas del Nilo. Las charlas de César con Acoreus se fueron al garete en cuento el ejército egipcio decidió atacarle, pero cuando puso los puntos sobre las íes y volvió a Roma, apenas adquirió la posición de Pontifex Maximus mandó llamar a los mejores matemáticos y filósofos de la época para que encontraran una solución al problema del calendario. Y la persona que encontraría sería Sosigenes de Alejandría, astrónomo.

El primer paso fue reorganizar el desastre en que se había convertido el calendario. Aunque el año 46 a.C. ya tenía un Mensis Intercalaris, le añadió 67 días más en la forma de dos meses intermedios más, situados entre November y December, y llamados Intercalaris Prior e Intercalaris Posterior según unas cartas de Cicerón. El resultado fue un año de 445 días llamado el "último año de la confusión", tras el cual comenzó el nuevo calendario Juliano, a partir del primer día de Ianuarius.

¿Y qué cambios trajo este calendario? No tantos como pudiera uno imaginarse: los doce meses siguieron siendo los mismos, pero ahora todos tendrían 30 o 31 días, salvo Februarius, que seguía teniendo sus 28 días de rigor. El Mensis Intercalaris desapareció por completo, y a cambio, una vez cada 4 años habría un día extra. El resto de elementos del calendario, como las calendas (el primer día de cada mes) o los idus (que se solían celebrar entre el 13 y el 15 del mes), permanecerían inalterables, y las fiestas seguirían emplazadas en los días indicados. En cuanto al día extra, este se incluía justo tras Terminalia, considerándolo como un día doble. Como los romanos contaban los días según lo que faltaban para las calendas o los idus, a este "día doblado" se le llamaba ante diem bis sextum Kalendas Martias. Ya sabéis de dónde sale lo de bisiesto.

Si alguien está un poco interesado en historia, sabrá que dos años después, durante los idus de Marzo del año 44 a.C., Julio César sería asesinado. No me pondré a hablar de la conspiración, o de los efectos, porque eso es para gente que domina el tema mejor que yo, pero uno de los efectos es que ese mismo año, el senado decidiría que el nombre del mes séptimo, el antiguo Quintilis, pasaría a llamarse Iulius en su honor. Se eligió este mes porque era en el que había nacido. Mucho después, en el 8 a.C., el nombre de Sixtilis se cambiaría por el de Augustus, en honor de Octavio Augusto, heredero de César y primer emperador de Roma. Se eligió este mes porque era aquel en el que habían tenido lugar los pasos más importantes de su subida al poder, incluyendo la caída de Alejandría.

No creáis que no se intentaron más cambios en los nombres de los meses, pero estos cambios no perduraron mucho. Tengo la sospecha de que el hecho de que Calígula y Nerón fueran dos de los que intentaron estos cambios ayudó mucho a que se volviera rápidamente a los viejos. Quiero decir, al menos César y Augusto hicieron bastante por Roma y no se fueron liquidando gratuitamente a los que les rodeaban... Al menos César no lo hizo.

El Papa Gregorio XIII, el culpable de todo esto
Hay muchas otras cosas interesantísimas que se pueden contar sobre el Calendario Juliano, pero solo una está relacionada con este artículo: el calendario no era tan preciso como Julio César hubiera podido pensar. Debido a esa desviación, cada cuatrocientos años se producía una diferencia de tres días que, a la altura de 1582, se notaba bastante.

La razón por la que el Papa Gregorio XIII se encontró con este desbarajuste proviene de una fecha muy anterior: el año 325. Durante este año se celebró el primer concilio de Nicea, en el que, entre otras cosas, se decidió que la Pascua se celebraría el domingo que correspondiera con la primera luna llena después del equinoccio de primavera. El asunto no fue sencillo de solucionar, y Gregorio XIII estaba dispuesto a sellarlo de una maldita vez, pero se topó con un problema de primera magnitud: desde el Concilio de Nicea hasta entonces, el equinoccio de primavera se había movido unos diez días. Esto, unido al hecho de que cada zona usaba un sistema distinto para decidir el día que debía celebrarse, puso de relieve el problema del Calendario Juliano. Y Gregorio XIII no estaba dispuesto a que esto siguiera así.

Así que durante el Concilio de Trento se decidió que se debían subsanar los errores que se habían producido a través del Calendario Juliano, haciendo que la fecha del equinoccio de primavera coincidiera con el 21 de Marzo. Además, se reformaría el calendario para que estos errores no volvieran a tener lugar. Y, de una forma muy similar a la de Julio César, se enviaron misivas a los mejores astrónomos y matemáticos para que encontraran una solución.

La propuesta que se aceptó fue una perfeccionada entre dos personas. La primera era el italiano Aloysius Lilius, un doctor, astrónomo, filósofo y cronista. Este tenía en cuenta los cálculos según los cuales el "año tropical" (el periodo de tiempo que tarda el Sol en alcanzar la misma posición que ocupaba en el cielo, visto desde la tierra) era de 365,24219 días, y el periodo que transcurría entre un equinoccio de primavera y otro era de 365,2424 días. Para solucionar la diferencia, propuso que, de cada cuatrocientos años se quitaran tres de los días bisiestos, por lo que en ese periodo de tiempo habría 97 en lugar de 100.

Christopher Clavius
Esta propuesta sería ampliada por Christopher Clavius, un jesuita alemán que era además un reconocido matemático y astrónomo. Fue él el que ideó la fórmula para el cálculo, que cualquiera que haya tenido clase como Eilistraee manda se debería saber: se incluye un día extra en febrero en todos aquellos años que sean divisibles por 4, salvo aquellos que sean divisibles por 100, a menos que sean divisibles por 400.

Esta fórmula, que en cuanto analizas despacio todos los divisibles casi da risa de lo sencilla que es, convierte ese error de tres días cada 400 años en un día cada 3.300 años. Y esto es en el caso del año tropical, porque si cogemos el periodo entre equinoccios, el error pasa a ser de un día cada 7.700 años. Cómo cambia el cuento, ¿verdad?

Aunque actualmente se sabe que esta desviación puede no ser exacta, y que hay muchas variables más a tener en cuenta, las diferencias siguen apreciándose tan solo cuando te metes en los "varios miles de años". Existen varios modelos nuevos, pero ninguno de ellos se ha extendido, posiblemente porque los cálculos necesarios para ser aún más precisos no son tan estúpidamente sencillos como los del Calendario Gregoriano. Y sí, he mirado un par, y me he vuelto loca con los días extra o días que se quitaban, y demás zarandajas. Lo siento, pero creo que me quedo con mi calendario imperfecto, gracias.

Volviendo a lo que nos ocupa, había una diferencia entre los modelos de Lilius y Clavius: cómo se iban a corregir los diez días de desviación. Lilius optaba por una solución gradual, consistente en que durante un periodo de cuarenta años, no se tendrían en cuenta los días extra, de forma que la corrección fuera de forma gradual. Clavius, en cambio, optaba por hacer la corrección de inmediato y realizar un salto de diez días en cuanto se comenzara a contabilizar con el nuevo calendario. Gregorio XIII optó por esta segunda opción.

La bula papal Inter gravissimas, en la cual la Iglesia adoptaba este calendario, se publicó en 1582. Sin embargo, la bula papal no era la ley, por lo que era necesario que los gobiernos de los distintos países la aceptaran. Por no hablar de que esta bula solo era ley para la Iglesia Católica, mientras que protestantes y ortodoxos no la reconocieron como válida. Con tanto en contra, ¿cómo es que ahora es nuestro calendario? Bien, podemos decir que nosotros somos los auténticos culpables... O más bien, nuestros gobernantes.

En 1582, el rey de España era Felipe II, que gobernaba España, Portugal, parte de Italia y un sinfín de colonias repartidas por todo el globo. Ya sabéis, el Imperio en el que nunca se pone el Sol y todas esas zarandajas. El caso es que Felipe II era también uno de esos "católicos recalcitrantes" que lo llamaríamos hoy, y apenas la bula papal llegó a sus manos, dio orden de adoptar el calendario según lo que se indicaba en ella. No fuimos los únicos que lo hicimos según la bula, la alianza Polaco-Lituana también optó por seguir las indicaciones del documento al pie de la letra. El resultado fue que el cambio resultó poco traumático para la población. Otros países no fueron tan rápidos, y resultaron en cambios menos amigables, como pudo ser el caso de un montón de provincias holandesas, incluida la actual Bélgica, que cambiaron el calendario el 28 de Diciembre, con lo que su población se encontró con que se habían perdido la llegada del nuevo año. Francia lo hizo el 9 de diciembre, que demostró ser una mejor idea, y el resto de Holanda lo hizo el 12 de enero del año siguiente.

Un caso especial se podría hacer de los irlandeses católicos, que en aquellos momentos se encontraban bajo el control de los ingleses. Inglaterra, al igual que muchos países protestantes, desconfiaban del calendario, pensando que era un intento de devolverles al redil. Los irlandeses comenzaron a usar el calendario gregoriano precisamente para mostrar su descontento con su situación. Tuvieron que pedir, sin embargo, que se les dispensara una bula para no tener que seguir las fechas del calendario gregoriano, ya que hacerlo les señalaba como rebeldes al control inglés.

¿Pero qué pasó con los protestantes? Por un lado, estaba la presión del comercio, con una de las principales potencias europeas usando aquel calendario en todas sus fechas. Y por otro lado estuvo el astrónomo Ole Rømer, el primer hombre en hacer una medición de la velocidad de la luz. Rømer, intentó usar su influencia para que los países protestantes adoptaran el calendario de forma homogénea. Aunque no tuvo mucho éxito en lo de la homogeneidad, los países protestantes fueron poco a poco adoptando el calendario. Suecia, por ejemplo, optó por ir haciendo el cambio de manera escalonada, por lo que durante cuarenta años su calendario no coincidió con el de ABSOLUTAMENTE NADIE. Por no decir que la variación iba cambiando cada cuatro años. Inglaterra no cambió al calendario gregoriano hasta 1752... salvo que su sistema fiscal continuó siguiendo el calendario juliano hasta prácticamente principios del siglo XX. Porque los ingleses tienen que ser siempre especiales.

Mención especial a Alaska, que fue el último estado de Estados Unidos en adoptar el calendario gregoriano, allá por el 1867... porque fue cuando EEUU compró el estado a Rusia, y los rusos seguían con el calendario juliano. Me puedo imaginar la cara de pánfilos de la escasa población de Alaska cuando se encontraran con el berenjenal.

En cuanto a los países ortodoxos, aguantaron con el calendario juliano hasta principios del siglo XX. En el caso de Rusia y Grecia, se adoptaron tras la victoria de los movimientos revolucionarios de 1917 y 1922 respectivamente. Es divertido comprobar que países asiáticos como Corea o Japón adoptaron este calendario antes que algunos de los países europeos (Japón lo hizo en 1872 y Corea en el 1895). El último país en pasarse al calendario gregoriano fue China. Aunque técnicamente lo había adoptado en el año 1912, poco después se produjo un caos político que dividió el país entre distintos señores de la guerra que usaba cada uno el calendario que les interesaba hasta que el Kuomintang, el partido nacionalista de China, unificó de nuevo el país y volvió a poner el calendario gregoriano en 1929.
Línea temporal de adopción del calendario gregoriano.

Aunque una inmensa mayoría de las administraciones civiles han elegido el calendario gregoriano, sea ya por precisión o por simplificar cualquier contacto internacional, en lo que respecta a las cuestiones religiosas hay muchas iglesias que siguen usando distintos calendarios, como es el caso de multitud de iglesias ortodoxas, o del Islam. Además de eso, Arabia Saudí, Etiopía, Nepal, Irán y Afganistán todavía no han adoptado el calendario gregoriano. En Israel, India, Bangladesh, Birmania (lo que ahora es Myanmar, porque cambiando el nombre del país puedes ocultar todas las barrabasadas que le has hecho a la población, por supuesto) y Pakistán, se usa el calendario gregoriano en combinación con otros, y en Japón, Taiwan, Tailandia y Corea del Norte se usan variaciones propias.

Así que ahí lo tenéis, el tiempo y esfuerzo que ha llevado algo que ahora damos por sentado y consideramos parte de nuestras vidas. Pensad en ello, en la cantidad de pensadores, sabios y políticos con algo de cerebro que nos han llevado a un sistema de medición de tiempo que, aunque no es exacto, es probablemente el mejor por precisión y simpleza. Y procurad no preguntaros donde están ahora que los necesitamos. Si alguien ahí fuera es la reencarnación de Julio César, que se vaya dando prisita en aparecer, porfaplis.

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