domingo, 14 de junio de 2020

52 Retos de Escritura (XXIV): Un trueno en el cielo azul

Reto #24: Haz una historia que sea afrofuturista.

Nota de la autora: particularmente encuentro que este reto no debería haber sido incluido. Considero que el afrofuturismo nace de una situación cultural extrema que sólo pueden experimentar aquellos que cuentan con ascendencia africana, ya pertenezcan a una de las múltiples etnias africanas o desciendan de aquellos que fueron esclavizados. Yo (y probablemente más personas que participan en este reto) no soy quién para intentar escribir sobre unas experiencias que me son ajenas por completo. Dicho esto, he intentado documentarme, informarme, y ser todo lo respetuosa que se puede ser, dadas las circunstancias. Pido disculpas si alguien se siente insultado o enajenado por este relato.


UN TRUENO EN EL CIELO AZUL


La mañana comenzaba con una oración a los orisha. Para Abeni, continuaba con la primera comida de la mañana, que en general consistía en unas gachas a partir de harina de mandioca, antes de empezar su trabajo en su pequeño huerto en una tierra que dominaba el río. Ese día debía darse prisa para acabar con sus tareas; los Compradores llegarían a media mañana, y debía estar preparada para ello.


El pueblo estaba a medio día de camino andando, bajando a la hondonada y siguiendo la ribera. El camino paralelo al río estaba pensado para los transportadores, pero el que subía la ladera era antiguo, tanto que nadie sabía quién o cuando lo había hecho, y la única razón por la que no había sucumbido a la naturaleza era porque ella, como generaciones de su familia habían hecho antes, bajaban por el con sus animales. Técnicamente, un deslizador podía pasar por allí, toda vez que no necesitaba de los raíles magnéticos para funcionar… pero no había deslizadores en aquel lugar. Puede que en Lle los hubiera, pero nadie de Lle iría hasta aquel lugar perdido de la mano de los orisha. No a menos que buscara algo. Y los únicos que buscaban algo de aquel lugar eran los Compradores.

Abeni abrió el canal para que el agua llenara los surcos del sembrado. El sistema de irrigación era sencillo, por lo que no necesitaba un gran mantenimiento. Tiempo atrás, cuando los padres de sus padres había cuidado de aquellos campos, habían tenido maquinaria. Puede que vieja y obsoleta, pero maquinaria a fin de cuentas, lo que les había permitido ocuparse de mayores superficies. Habían sido la envidia del pueblo. Suponía que era por eso que cuando los Compradores por fin llegaron a aquel lugar, fue a ellos a los que se llevaron primero. Pero a la gente del pueblo no le fue mejor, porque los Compradores volvieron y se llevaron a más de ellos. Al principio pensaron que no volverían después de la segunda o tercera vez… pero siempre lo hacían. Siempre volvían, precisos como un reloj.

Se hubieran marchado, muchos de ellos, pero la mayoría estaban atados a la tierra. Igual que ella. La tierra que pisaba, allí donde sus ancestros habían arado y sembrado y donde ella araba y sembraba ahora, no era suya, sino que ella era de la tierra. Arar, sembrar, cosechar y dejar en barbecho, cuidar de los animales, todo ello era su vínculo con la tierra, del que ambas dependían. Y como ella eran los aldeanos cuyos ancestros siglos atrás sellaron aquel pacto. Solo un nuevo pacto podía romper el que habían hecho, y no sin consecuencias si no se hacía de la forma correcta. Por eso no podían huir, no podían marcharse, y por eso los Compradores volvían, una y otra vez.

Los cuentos de su abuela siempre hablaba de cómo la gente se unía al enemigo común, pero con los Compradores le quedó claro que eso no eran más que cuentos. Frente a aquellas criaturas extrañas hechas de metal que bajaban de los cielos en busca de nuevos sacrificios para sus tierras en lo alto del cielo, esa gente había vendido a sus vecinos. Como habían hecho con los padres de sus padres. Incluso cuando intentaban esconderse, eran buscados y arrancados de la seguridad para ser entregados por la mísera promesa de no ser ellos los que fueran llevados en esa ocasión. Y con aquella desconfianza y traición, el pueblo comenzaba a morirse. Puede que no físicamente, no de momento, pero sí moralmente. ¿Quién querría casarse con alguien que podía venderte para salvarse a sí mismo? ¿Quién querría tener descendencia cuando esa descendencia podía ser arrancada de tus brazos? Aquel odio emponzoñaba la tierra y a la gente y solo podía traer la destrucción.

Y al final no quedaría nadie en aquella tierra para mantener el contrato.

Se preguntó qué sería lo que se llevaría primero aquel lugar, si la selva al sur o el desierto al norte. Apostaba por la selva, aunque solo fuera por los vientos que traían humedad y nubes de la costa y que mantenían el río bien alimentado, manteniendo un caudal razonable incluso en las peores épocas de sequía. Daba por sentado que llegaría el día en que ella fuera vendida por la gente del pueblo. Puede que ni siquiera llegara a eso y que los Compradores se dieran cuenta de que ella vivía allí. A fin de cuentas, ¿quién sabía lo que pensaban esas criaturas? Solo parecían interesadas en llevarse a más y más gente. Se preguntó, mientras acababa sus tareas, si aquel sería el momento que tanto la preocupaba. Y qué pasaría entonces con la tierra en la que vivía.

Por fortuna, pudo acabar con su trabajo rápido. Todas aquellas tareas que tenía, las había dejado hechas en su inmensa mayoría el día anterior en previsión de lo que fuera a pasar. Solo faltaba una cosa antes de bajar a su escondite: encender el generador de corriente detrás de la casa. En su tiempo había sido un generador de emergencia que sus abuelos habían comprado para el caso de que el generador a la orilla del río se estropeara. En realidad, más que un generador, era una pila gigante, aunque podía cargarse con bastante facilidad. Ahora, sin embargo, tenía otra utilidad. El aparato era viejo y un tanto temperamental, y le costó ponerlo en marcha, pero si miraba las sombras que la rodeaban, estaba claro que todavía era temprano y que tendría tiempo para…

Un sonido como el de un trueno resonó en lo alto, en el cielo azul completamente despejado de nubes. Abeni maldijo para sí misma, reconociendo aquella señal. Eran los Compradores. Habían llegado demasiado pronto.

Era cuestión de segundos, y de suerte. No sabía cuan altos estarían en ese momento, pero si había escuchado el trueno de su llegada, es que estaban más cerca de lo que ella hubiera querido. Si la suerte estaba de su lado, estarían todavía maniobrando para su llegada. Se apresuró hacia la puerta y entró dentro de su vivienda.

La casa no era demasiado grande, pero estaba construida de acuerdo con los antiguos conocimientos que les habían legado sus ancestros. Siguiendo aquellos secretos que sus padres se habían llevado a la tumba, la casa podía resistir la peor de las tormentas, y también los ataques más terribles que ella hubiera visto jamás. Y sin embargo, no sería gran defensa contra los Compradores si la veían. Tras haber conseguido alcanzar un sitio seguro, se asomó a través de la ventana para intentar ver a aquellas criaturas.

Los puntos de blanco impoluto se movieron hasta alcanzar una cierta altura en la que era posible ver su forma humanoide, aunque resultara minúscula para cualquier ojo no entrenado. Era un grupo de cuatro, algo menos de lo habitual. Durante un momento se quedaron allí, como si esperaran algo, y aunque Abeni no podía escucharles ni verles con claridad, supo que estaban observando la casa. Volvió a maldecir para sus adentros antes de, con cuidado, dirigirse a la cocina y abrir la trampilla que había en el suelo. Debajo la esperaba una cueva artificial tallada en la roca, con un suelo que alguien había cubierto con chapa de metal y un par de lumis en el techo que brillaban con una luz tenue. El sonido de sus pies descalzos era audible, pero no tanto como para que se escuchara desde arriba, y menos con el rumor de la maquinaria que se podía escuchar por toda aquella habitación. Alcanzó en unos pocos pasos el extremo contrario, donde alguien había tallado una especie de refugio. Había algunas cajas con conservas del año anterior, y un catre, y una enorme máquina. Se dirigió allí con paso acelerado, y esperó.

¿Bajarían? Si bajaban, ¿cuántos serían? Creía que podría con uno, dos a la vez a lo sumo. Si bajaban los cuatro… Pero sería absurdo, ¿verdad? ¿Para qué iban a necesitar cuatro Compradores para llevarse a una sola mujer? Tenían que recordarlo, ¿verdad? Que cuando se llevaron a sus padres y a su hermano, solo había quedado ella.

O tal vez no. No creía que les importara demasiado.

La espera se le hizo larguísima. Hubiera jurado que habían pasado horas antes de que escuchara el sonido de pasos en el techo. El sonido retumbaba incluso a través de la roca tallada, pero era posible distinguir que solo se trataba de uno de ellos. Una vez hubo comprobado que de verdad alguien había entrado siguiéndola, apretó el botón de encendido de la máquina a su lado. El aire se llenó con el rumor de la electricidad, y las planchas de metal del suelo parecieron crepitar durante unos instantes. Abeni contuvo la respiración, a la escucha.

La trampilla volvió a abrirse, y le pareció escuchar unas palabras en un idioma que desconocía y le resultaba desagradable. El cuerpo pesado del Comprador cayó sobre el suelo de piedra que daba paso a la cueva, derribando la escalera que llevaba hasta allí. Si no hubiera sido de metal, probablemente la habría roto. Era una criatura enorme cuya cabeza casi rozaba el techo, con una piel de metal que estaba cubierta por una capa blanca de otra sustancia. Los brazos y las piernas parecían cilindros, y solo otros cilindros más pequeños daban la imagen de dedos y de que había una mano. Todo el cuerpo era liso y aerodinámico, y la cara de cristal negro resaltaba entre tanto color claro. El Comprador fijo su vista, o eso creía Abeni, en su futura víctima y dijo unas cuantas palabras más en aquel idioma desconocido, antes de dar un paso hacia ella.

No fue hasta el segundo que se dio cuenta de su error, cuando no pudo volver a levantar el pie. Al principio, parecía confundido, girando todo su cuerpo hacia el pie que no conseguía levantar. Luego furioso, a juzgar por el tono de las palabras que salían de su interior.

Abeni se preguntó si estaría asustado cuando le atravesó la junta del cuello con una tubería afilada.

La criatura no cayó, pero tras intentar quitarse aquella lanza improvisada durante unos segundos, dejó de moverse. Abeni tardó unos pocos más en considerar que había logrado su objetivo, y tiró de su arma con fuerza. El suelo comenzó a mancharse de un líquido rojizo que recordaba demasiado a la sangre. Volvió atrás y desconectó el electroimán improvisado que tantos años había tardado en preparar. El sonido de algo pesado de metal cayendo le indicó que el cadáver del Comprador había sido liberado. Se acercó al cuerpo con dificultad y le dio la vuelta.

Los dedos ágiles de Abeni buscaron por las ranuras que parecía haber entre las piezas de metal, hasta que encontró un asidero con algo que se hundía al presionarlo. Cuando soltó ese botón, el cuerpo de metal se abrió , quedándose atascado a mitad por culpa del agujero en la junta del cuello. Pero fue suficiente para ver lo que había dentro.

Era… humana. Creía que era humana, pero nunca había visto a alguien tan blanco. Había oído hablar de que a veces nacía gente que era pálida de piel, por culpa de la sangre que llevaban en sus venas, pero estaba segura de que no era nada parecido a esto. Pero más allá de sus rasgos afilados, su pelo de color amarillo y su tez pálida, no había gran diferencia con alguien como ella.

Los Compradores eran humanos.

El primer instante de rabia quedó sofocado rápidamente por un momento de euforia.

Eran humanos. Se les podía matar.



La mañana comenzaba con una oración a los orisha. Después, Abeni tomaba su desayuno, que solían ser gachas hechas de harina de mandioca. Luego iba a trabajar a su huerto, que había crecido en tamaño en los últimos meses. Todo gracias a la multitud de maquinas que había podido reparar con restos de armaduras. Puede que incluso pudiera bajar al pueblo y adoptar a un niño para que siguiera con el contrato de la tierra, como ella había hecho en su momento. A fin de cuentas, ¿no sería mejor para un huérfano tener a alguien que lo quisiera y un lugar donde no faltara la comida? Y, después de todo, no creía que la madre tierra fuera mala en sus cosechas, teniendo en cuenta sus obsequios.

A fin de cuentas, ¿qué mejor para alimentarla que los cuerpos de aquellos que le arrebataban a sus hijos?

2 comentarios:

  1. Me ha pasado lo mismo con el tema de este reto, y es nosotras no podemos escribir un relato afrofuturista como tal. He decidido tomármelo más bien como "haz un relato inspirado en el afrofuturismo", y he aprovechado para leer relatos y obras afrofuturistas de verdad, cosa que he disfrutado mucho. Pero sí, la verdad es que tendrían que haber planteado el reto de otra forma.

    Cambiando de tema, ¡me ha gustado el relato! Se entiende perfectamente la trama y el universo, y el final es muy interesante, con esa pizca de crítica que le da el toque justo. Ánimo con el resto de retos <3

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias por leerme! Me alegro que te haya gustado. Y sí, considero que hubiera sido mejor que lo hubieran planteado de esa forma.

      Eliminar