Hay un artículo que siempre he querido hacer. Hace tiempo me
planteé hacerlo, pero entonces salió un libro hablando del mismo tema y decidí
que no era cuestión de pisarle a nadie el negocio. Pero se acabó. Después de
años y años escuchando la hipocresía de que tal o cual fiesta es importada pero
luego obviando otras que también lo son pero que parecen no importar (Black
Friday, te estoy mirando), he decidido que ha llegado la hora de destripar las
costumbres de algo tan “nuestro” como es la Navidad. Así que abrochaos los
cinturones, que el viaje va a ser movidito.
¿Y por qué no empezar por el principio, por la fecha
señalada, por ese precioso 25 de diciembre?
Cualquier cristiano al que le hayan enseñado religión como
se debe sabe que Jesús NO nació el 25 de diciembre. A día de hoy, no se sabe a
ciencia cierta la fecha. Algunos dicen que fue en primavera, otros que en
Epifanía, otros que en septiembre… En lo único en lo que todos están de acuerdo
es que no fue el 25 de diciembre. Pero a la hora de la verdad, como nadie sabe
la fecha real, ¿para qué cambiarla? Pero, ¿por qué se eligió el 25 de diciembre
como la Navidad?
La respuesta es relativamente simple: por asociación con el
solsticio de invierno. La historia que suele contarse es que la Iglesia decidió
celebrar el nacimiento de Cristo al mismo tiempo que una festividad romana, la
fiesta del Sol Invicto. Aunque algunas fuentes señalan que no existe relación
real entre la Navidad y la fiesta del Sol Invicto, y que se eligió por lo
metafórico de este fenómeno astronómico, no queda más remedio que indicar que
la fecha no es una simple coincidencia, precisamente por tratarse del solsticio
de invierno. Podría decirse que rara es la cultura europea que no tiene una
celebración en esta fecha, así que lo normal es que si un grupo de romanos
decidían cuando iba a celebrarse una fiesta de tanta importancia, tenderían a
elegir algo como el solsticio de invierno.
Pero Yuko, diréis, el solsticio de invierno es el 21 de
diciembre. Bien, aquí es donde la matan: entre las fechas en las que sale la
mención del 25 de diciembre como fecha de la Navidad y nuestros días existe un
cambio de calendario: del juliano al gregoriano. ¿Por qué es esto importante?
Porque digamos que a la altura en la que se adoptó el calendario gregoriano se
había descubierto que por un error de cálculo del juliano había un desfase de
diez días entre las fechas indicadas y los eventos astrológicos que
correspondían a las mismas. Una vez se arregló el desaguisado, el solsticio de
diciembre pasó de ser el 25 de diciembre, fecha señalada por el calendario
juliano, al 21 de diciembre, fecha señalada por el calendario gregoriano. Pero
claro, el 25 de diciembre ya era la fecha de Navidad, y cambiarla era ya
demasiada complicación, así que donde estaba se quedó.
Podría hablaros de los dolores de cabeza que supuso el
cambio de un calendario a otro, pero me daría como para llenar otro artículo, y
este ya va a ser un ladrillazo a la cara, así que…
Bueno, volvamos a nuestro tema. Así que ya todos tenemos
claro que la fecha de Navidad se eligió, como mínimo, porque caía entonces en
el solsticio de invierno. ¿Empezamos bien, verdad? Pues esperaos, que no he
acabado todavía.
En honor a todos esos que gritan que Halloween es una
costumbre importada, e incluso que es satánico, voy a hablaros de esa bonita
“tradición” que es el cortar una pobre conífera, llevársela a casa y llenarla
de decoraciones coloridas y brillantes cual si fuera Priscilla, reina del
desierto (para ver travestido a alguien, creo que prefiero que sea Hugo
Weaving, en serio). En pocas palabras, allá voy a por el árbol de Navidad.
¿De dónde sale el árbol de las narices? ¿Por qué es una
conífera? La historia más popular es la que cuenta que San Bonifacio, allá por
el siglo VIII, se fue a evangelizar a los germanos. Para el festival de Yule,
los germanos adornaban y veneraban un roble sagrado que venía a representar al
Ygdrassil. Al simpático obispo no se le ocurrió otra que talar el árbol
sagrado. Según cuenta la leyenda, cuando ningún dios vino a tirarle un rayo a
la cabeza, los germanos quedaron maravillados y se convirtieron en masa al
cristianismo. Y, al parecer, decidió que una conífera cercana al pobre roble
era una buena representación del amor de Dios.
Leyenda aparte, las primeras menciones del árbol de Navidad
como tal aparecen en el siglo XVIII… ¡en Alemania! ¡Sí, nuestra primera
tradición importada del artículo! Creedme, no será la última. Las fuentes
mencionan que esta práctica de adornar con velas, manzanas (que venían a
significar el pecado original, ¡bonita decoración navideña!) y demás
parafernalia era típica de las tierras cercanas al Rhin. Sin embargo, no sería
hasta principios del siglo XIX cuando empezaría a extenderse por el resto del
territorio alemán, de mano de oficiales prusianos que habían emigrado a causa
del Concilio de Viena.
Por lo que se ve, la idea de cortar y adornar al pobre
arbolito con motivo de las fiestas resultó tremendamente atractiva a la nobleza
de la época, y la moda se extendió como la pólvora por toda Europa… Incluida
España, porque, por lo que se ve, los distinguidos habitantes del Palacio de
Linares la adoptaron por aquellas fechas.
Y de ahí pasamos a horrores como este... |
Antes de continuar, si queréis seguir esta tradición y
habéis decidido que un árbol artificial no es para vosotros, antes de asesinar
a un pobre representante del mundo vegetal solo para hacer bonito, los chicos
de la facultad de Ingenieros de Montes de la Politécnica de Madrid venden abetitos
criados en vivero, completos con su macetita y sus raicitas y todo. Además,
tienen un servicio después de las fiestas para recogerlos y darles un nuevo
feliz hogar donde puedan crecer a sus anchas y convertirse en señores abetos
como mandan los cánones. Sed buenos con el medioambiente, y con los pobres
árboles, y compradlos allí. Y si no sois de Madrid, investigad, que seguro que
cerca de vosotros hay algún vivero dispuesto a ayudaros en vuestra misión
navideña.
Desde luego delgado no es |
El problema es cómo empezar. A día de hoy, Santa Claus y
Papá Noel son el mismo personaje, pero
durante un largo periodo de tiempo fueron dos figuras separadas. Su origen tampoco es exactamente el mismo, aunque se puede decir que los dos personajes beben de la misma fuente, por así decirlo. Empecemos por la susodicha fuente común, que, para variar, es cristiana: la figura de San Nicolás de Myra, un
obispo griego del siglo IV.
Históricamente, nuestro amigo Nicolás fue uno de los obispos
llamados al Concilio de Niza y fue un firme partidario de la posición ortodoxa.
Sin embargo, la razón por la que este hombre es el santo patrón de los niños,
los marineros y los filatélicos (no, no me preguntéis, no sé de dónde ha salido
eso) tiene que ver más con las leyendas asociadas a él. La que supongo que más
importará en este aspecto es aquella en la que un padre, pobre de necesidad, no
era capaz de proporcionarles la dote a sus tres hijas para casarlas, lo que
podía acabar con ellas convertidas en prostitutas. Oyendo su lamento, San
Nicolás, que era de carácter más bien tímido, decidió acercarse a la casa por
la noche y lanzar dentro de la casa tres bolsas llenas de oro. Está, además, la
leyenda sobre el carnicero que mató a tres niños y los dejó en un barril para
curarlos cual si fueran jamones, que fue descubierto y denunciado por San
Nicolás, que revivió a los tres niños descuartizados. Y la de los marineros que
le dieron trigo a pesar de que se les iba a caer el pelo si tenían menos peso
del indicado, pero luego se encontraron con que tenían el peso requerido a
pesar de todo el trigo que le habían dado. No, todavía no sé qué tiene que ver
todo esto con los filatélicos. Si alguien me lo explica, le estaré muy
agradecida.
Antes de continuar, quiero decir que aquí SÍ se venera a San
Nicolás, pero cuando normalmente se acude a él es para solicitar trabajo.
Supongo que tiene que ver con la misma leyenda, y con que el trabajo conlleva
dinero. Solo quiero que quede constancia de que, a partir de aquí, nuestra
visión de San Nicolás se desvía de la que tienen en otros países, sobre todo en
relación con la Navidad.
¿Y qué relación puede tener este buen hombre con la Navidad,
diréis? Bien, aquí es donde damos el primer salto fuera del campo. Para ello
nos tenemos que ir a los países nórdicos y germánicos, donde San Nicolás se
convierte, previo acortamiento del nombre, en Sinterklass. Las primeras
menciones de esta figura aparecen tan pronto como en la Edad Media, y hace acto
de aparición durante el día de San Nicolás, el 5 de diciembre. De Sinterklass
se dice que viene de España, bien porque a veces se le representa con esferas
de oro que se confunden con naranjas (que en aquella época, o venían de España
o no venían, punto), o bien porque su cuerpo está enterrado en una ciudad en
cierta zona de Italia que en aquellos tiempos pertenecía a España. En cualquier
caso, el tipo llegaba en barco, e iba acompañado de ayudantes negros vestidos
con ropajes árabes, que en realidad eran demonios. Si el pobre levantara la
cabeza… El caso es que por aquella época, las celebraciones era una forma para
ayudar a los pobres, poniendo dinero en su calzado.
El caso es que cuando los Países Bajos se rebelaron contra
España, los calvinistas intentaron prohibir las festividades. Las protestas
fueron tales, que tuvieron que recular y permitir que pudieran celebrarse en el
ámbito familiar. Allí se quedaría hasta el siglo XIX, donde la celebración pasó
a ser una festividad para los niños, y donde los ayudantes de Sinterklass
pasaron de ser muchos a ser solo uno, negro, y llamado Pete el Negro. Ya estoy
oyendo el crujir de dientes de los amantes de lo políticamente correcto desde
aquí. La tradición dice que Pete el Negro se lleva a los niños malos dentro de
un saco, mientras que los niños buenos reciben regalos de Sinterklass. Estos
regalos suelen ser dulces, chocolates, mazapán, mandarinas… En general, nada de
juguetes, pero regalos a fin de cuentas.
En Inglaterra, una personificación de la Navidad surge tan
pronto como durante el siglo XV en algunas obras. Sin embargo, empieza a
convertirse en un personaje de relevancia durante el siglo XVII, mientras los
puritanos buscan prohibir la Navidad (en serio, ¿qué les pasa a los
protestantes con las malditas fiestas?). En este caso, sale en distintos
panfletos mostrando su tristeza por la pérdida de la fiesta. En general, aunque
ya se le representaba como un hombre anciano y alegre, se consideraba como la
representación de una celebración adulta, con festines y bebidas. No es hasta
la época victoriana cuando se “fusiona” con Sinterklass y pasa a ser el anciano
alegre vestido de rojo que trae regalos a los niños. Y, como es la
personificación de la Navidad, ya podéis figuraros en qué día hace el reparto.
Y ahora es cuando llegamos a Estados Unidos, sus
tropocientos mil inmigrantes, y su extraña capacidad para agarrar cosas de
origen europeo, encerrarlas en una coctelera, agitarla, y repartir por todo el
mundo el resultado. En este caso, agarraron las figuras de Sinterklass y Father
Christmas, le dieron un buen revolcón, y salieron durante el siglo XIX con el
afamado Santa Claus. Básicamente, todo lo que se cree de nuestro rotundo
fragmento de nuestra imaginación proviene de los poemas de un tal Clement
Clarke Moore y de las ilustraciones de un tal Thomas Nast. De ahí, Santa Claus se
extendió como la maldita pólvora por todo el país y luego, a través del
bombardeo de las películas, libros y demás parafernalia, al resto del mundo.
Tanto es así que al final Santa Claus y Papá Noel acabaron siendo una sola
figura, que se ha convertido en el repartidor oficial de regalos en una buena
parte de nuestra geografía.
Y esta es la pinta que le dio Nast... Si le veo en mi casa, saco la katana pero fijo. |
Esto no sería tan problemático de no ser porque, al
contrario que Halloween que ocupa un lugar que no ocupaba nadie previamente, la
gloria del rechoncho y barbudo repartidor de regalos viene a costa de una
tradición que, por desgracia, es de las pocas que se puede considerar propia
nuestra: los Tres Reyes Magos.
Vamos a ver, creo que todo el mundo aquí se sabe la historia
de los tres sabios de Oriente que acuden a Belén a regalarle a Jesús oro,
incienso y mirra (y también supongo que sabréis qué representa cada regalo,
¿no?). Por el momento no entraré en disquisiciones sobre lo que dijo Benedicto
XVI al respecto, porque como nos pongamos a hablar de ciudades míticas salimos
de aquí tres por cuatro calles. Además, aquí estamos hablando de costumbres
navideñas, ¿no?
La Adoración de los Reyes, por Murillo. Con mucho más estilo. |
El por qué de los regalos en esta fiesta está bastante
claro, ¿no? A fin de cuentas, lo que hicieron los dichosos reyes fue,
precisamente, hacerle regalos a Jesús. Encontrar el origen de la tradición, en
cambio, ha sido bastante más complicado. Una de las fuentes consultadas indica que la costumbre se inició a mediados del siglo XIX, sin explicar mucho
más. La segunda fuente habla en cambio de que la tradición de dar regalos provenía de mucho más
antiguo y que, de manera similar a Sinterklass, originalmente se trataban de
regalos de los señores a sus siervos, o a pobres. Desgraciadamente, no tengo
capacidad para confirmar la autenticidad de ninguna de las fuentes, aunque en
el segundo caso tiene bastantes documentos sobre las cabalgatas de Reyes que la
hacen parecer, al menos, bastante más documentada. Dejémoslo en que estas
costumbres se observaban ya a mediados del siglo XIX, y curémonos en salud.
En cuanto a los propios Reyes Magos, sus nombres y su
destino final, es también un tema fino. La mención a los Reyes Magos ocurre
solo en el evangelio de Mateo. En el de Marcos y Juan no se hace mención del
nacimiento y la infancia de Jesús, mientras que Lucas, que sí habla de este
tema, no habla en ningún momento de estas figuras. La tradición dice que los
Sabios se convirtieron en seguidores de Jesús, y que fueron martirizados. Sus
restos permanecen, dice la tradición, en la catedral de Colonia. Aunque para
los católicos los magos eran tan solo tres, para los ortodoxos el número es
mayor: doce. Siguiendo la costumbre católica, que es la que se observa en este
país, los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar no surgieron hasta el siglo IX,
y las representaciones de Baltasar como el rey negro no aparecen hasta los
siglos XII y XIII. La tradición dicta que representan cada uno a un continente:
Melchor a Europa, Gaspar a Asia, y Baltasar a África. Al parecer, la genial idea
se le ocurrió a un monje benedictino.
Y hablando de monjes y de Reyes Magos, este es un momento
ideal para hablar de otra costumbre “nuestra”: el Belén. O Nacimiento. O como
queráis llamarlo. El caso es que en este caso el origen está perfectamente
documentado; el primer belén, que además fue también el primer belén viviente,
fue creado por San Francisco de Asís en el año 1223. Hizo una representación
del nacimiento, con personas y animales, en una cueva cercana a la ermita de Greccio,
con las bendiciones del Papa Honorio III. Decir que fue un éxito sería quedarse
corto, porque este tipo de representaciones se corrieron como la pólvora y, en
menos de cien años, se esperaba que cualquier iglesia de Italia celebrara una
con motivo de la Navidad. El paso a las figuras fue uno bastante obvio (hay un
límite al tiempo que puedes estar haciendo una cosa, a fin de cuentas) En
cuanto a cómo llegó a nuestras tierras esta costumbre, también está más que
documentado: el rey Carlos III, que por aquel entonces también era rey de
Sicilia, se entusiasmó con la costumbre y la importó a nuestro país. El resto
es, bueno, historia.
Todo sea dicho, la costumbre de los belenes está extendida
por todo Occidente. Así que podríamos decir que sí, San Francisco de Asís sabía
como montar un buen show.
Hablando de shows, pasemos a esa divertida parte que son los
villancicos navideños. Aquí voy a tener que hacer malabares para explicarlo.
Empecemos diciendo que canciones religiosas referidas a la Navidad las ha
habido tan pronto como el siglo IV. Sin embargo, empiezan a popularizarse en el
siglo XIII gracias a, ¿lo adivináis? Nuestro amigo San Francisco de Asís. ¿Qué
decíamos de que sabía montar un buen show? ¡Hasta música llevaba! El caso es
que, a la hora de la verdad, canciones de este tipo las ha habido siempre, y
siempre ha habido compositores dispuestos a añadir más leña al fuego. Hasta
ahí, todo bien. Sin quejas. El problema viene por el nombre que nosotros los
españoles usamos para estas canciones.
Porque, veréis, si mis clases de lengua en el colegio no me
fallan, los villancicos eran poemas o canciones basados en la métrica usada por
los mozárabes durante el tiempo de la Reconquista. Como ahora me digáis que no
sabéis qué es un mozárabe, os muerdo. Volviendo al tema, este tipo de
composiciones, que comenzaban con un estribillo corto que después se iría
repitiendo detrás de cada estrofa o copla, se hicieron tremendamente populares
durante el siglo XV. Sin embargo, no sería hasta el siglo XVI en el que la
Iglesia comenzaría a usar el villancico como una canción de tipo religioso. Sin
embargo, en el siglo XVIII su popularidad comenzó a decrecer, hasta el punto de
que fueron prohibidos en las celebraciones religiosas (no sé si es hipocresía o
simplemente la corta memoria histórica de la que adolece la humanidad en
general, pero eso no lo vamos a discutir ahora aquí) y finalmente quedaron
reducidos a las canciones navideñas durante el siglo XX.
Y, por fin, llegamos al último despiece (¡aleluya!), que consiste
en despiezar las ideas preconcebidas sobre el tema de las dichosas uvas de Año
Nuevo.
Sí, sé que me estoy dejando cosas en el tintero, pero seamos sinceros, tras horas de navegar por la web, unas ocho horas de escribir este monstruo, y seis páginas de Word con capacidad para inducir aburro hasta a las cabras, considero que he usado el cuchillo bastante este año, y puedo dejar algo para el que viene. Mientras tanto, os deseo unas felices fiestas, mucha salud, y que no me asesineis mucho. ¡Feliz Navidad! (O Hanukkah, o Sol Invicto, o lo que os toque)
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