domingo, 16 de agosto de 2020

52 Retos de Escritura (XXXIII): Flores amarillas

Reto #33: Escribe un relato que incluya la última palabra del diccionario: zuzón.

 

FLORES AMARILLAS

 

Cuando Teo se derrumbó sobre la mesa de manera tan teatral, el primer pensamiento de Cristina fue que aquello era una de sus estúpidas bromas que solo él encontraba graciosas. El resto de comensales le miraron como si hubieran esperado algo similar y estuvieran esperando a que se levantara. Cuando pasado el medio minuto no se movió, empezaron a mirarse unos a otros, hasta que alguien se levantó y se acercó para sacudirle un poco. Pero ni siquiera llegó a tocarle, en cuanto le vio la cara lanzó una exclamación horrorizada.

—¡Que alguien llame a emergencias!

Aquello había desatado el caos, con la gente poniéndose de pie, gritando y, en general, siendo más un incordio que una ayuda. La verdad, no estaba segura de que ella misma hubiera sido de ayuda alguna, apenas recordaba qué era lo que había hecho, demasiado sorprendida por lo que acababa de pasar. En algún punto debía haber llamado a emergencias, porque la mujer de Teo le había dado las gracias por ello, pero no estaba segura de cuándo o cómo lo había hecho. Tal vez había sido algo automático dentro de ella. O simplemente la escena había sido tan traumática para ella que su mente había decidido que era mejor olvidarla. El caso era que, al cabo del tiempo, llegó una ambulancia y los médicos intentaron reanimarle, sin éxito alguno. Y después de aquello el caos fue aún mayor.

El entierro, como era de esperarse, no fue inmediato, porque cuando uno se muere de esa manera lo normal es que le hagan una autopsia. Y las autopsias, como es de imaginarse, no salen de inmediato como ocurre en la televisión. Pero a los dos días, llegó el veredicto del forense: Teo había muerto por cirrosis hepática.

A nadie le sorprendió demasiado. Teo bebía como una maldita esponja. Lo había hecho desde que tenía trece años, o al menos eso le había asegurado un viejo conocido suyo hacía ya algo de tiempo. Como si eso fuera el único problema que tenía. En realidad, Teo había sido una víctima perfecta para un episodio de Se Ha Escrito un Crimen, porque no había nadie que le soportara. A fin de cuentas, todos ellos habían ido allí a celebrar el cumpleaños de su hermano, que no le podía ni ver. Era habitual que aquel hombre forzara a sus familiares y conocidos a incluirle en sus planes, para luego fastidiarles la jornada de alguna forma u otra. Podría incluso decirse que ese había sido su último acto en vida. Ni siquiera ella misma podía considerarse como “amiga” suya. Le soportaba más que los demás porque se había resignado a que jamás se libraría de él. Y tal vez porque se había rendido, él había dejado de fastidiarla. Seguramente que había dejado de ser divertido cuando no combatía contra él.

En cualquier caso, nadie le echaba de menos, y el hecho de que tuviera una muerte “natural” solo podía ser un alivio para todos. Especialmente para su mujer.

Tenía que hacerse muchas veces la pregunta de qué era lo que había visto en él. Aunque la mitad de ellas llegaba a la conclusión de que, al igual que el resto de sus conocidos y familiares, Adela se había visto forzada a aceptar ser su esposa. No debía ser una vida fácil con un alcohólico como él. Así que tampoco le había extrañado demasiado que, dos meses después de su muerte, se la encontrara riendo y pasándoselo bien con amigos comunes en un bar de copas.

—Cuánto tiempo— la saludó.

—Dos meses. Hemos pasado más tiempo sin vernos.

—Supongo. ¿Qué tal la vida?

—Como siempre. ¿Qué tal tú? ¿Ha sido duro para ti?

La otra mujer bufó, como si estuviera intentando contener la risa sin conseguirlo.

—¿Duro? Ha sido complejo, el muy idiota de Teo no se le ocurrió pensar que tenía que dejar un testamento. Tampoco es que importe demasiado, me puedo dar con un canto en los dientes de que no me ha dejado llena de deudas.

Cristina asintió, suponiendo que era una suerte. Era cierto que la adición de su marido podría haber presentado problemas mucho mayores en lo económico… Aunque ella tampoco sabía qué vida habían podido llevar ambos. A fin de cuentas, si la miraba ahora, Adela era totalmente distinta a la persona a la que estaba acostumbrada. Siempre la había visto tímida y retraída, y no había esperado encontrársela en un lugar donde lo que se hacía era socializar, y menos con un montón de gente que, al parecer, la conocía y se llevaba bien con ella.

—¿Y esta gente con la que estás?

—Compañeros del trabajo.

—¿En qué trabajas?

—Oh, estoy ahora de diseñadora en una empresa de publicidad. La paga es decente y el ambiente es bueno, así que no me puedo quejar.

—¿Ahora?

—Sí. Antes… trabajaba de limpiadora en un colegio de monjas. A Teo no le gustaba la idea de que me relacionara con hombres.

Cristina hizo una mueca al escuchar eso. Adela siguió hablando.

—¿Te lo puedes creer? No trabajaba, se bebía su ayuda por parado de larga duración y mi sueldo, pero luego era él el que decidía qué era lo que yo hacía y lo que no. Y si hubiera hablado de divorcio… Probablemente no habría salido viva de ahí.

—¿Te pegaba?

—No tenía cojones de hacerlo. Era un manipulador de mierda. Pero sabía que si me pegaba, entonces lo que tenía en contra mía me importaría un bledo y la que le haría la vida imposible a él sería yo.

—¿Te estaba haciendo chantaje?

—¿Piensas que sabía vivir de otra manera que no fuera chantajeando a todo aquel que le conociera?

—No, supongo que no— Cristina, que había vivido en sus carnes esos chantajes, no podía negarle esa verdad a la otra mujer—. Supongo que fue una suerte que se muriera entonces.

—Suerte, sí… Como si no lo estuviera pidiendo a voces.

Hubo un momento de silencio entre las dos, si podía considerarse silencio estar en medio de un bar con la música atronando alrededor. En la zona vacía delante de la barra del bar varias personas bailaban al son, sin preocuparse en lo más mínimo de las conversaciones ajenas.

—¿Sabes lo que es un zuzón?— preguntó de pronto Adela.

—Jamás he escuchado esa palabra.

—¿Sabes esas flores amarillas que crecen en los jardines como malas hierbas? ¿Las que cuando se convierten en semillas, los niños las cortan y las soplan para que se esparzan?

—¿Esas flores amarillas? ¿Tenían ese nombre?

—Tienen bastantes nombres. Hierba cana, yuyito… Pero la mayoría de la gente no lo sabe. Para ellos son “flores amarillas”.

—¿A dónde quieres llegar con esto?

Adela sonrió.

—Es muy divertido, ¿sabes que es una planta que los animales no comen?

—No, no lo sabía.

—¿Sabes por qué?

—¿Sabe mal?

—Bueno, esa es una razón. Es extremadamente amarga. Pero en general es porque es venenosa.

—Uh… eso no lo sabía.

—No, ¿verdad? La gente no sabe esas cosas, no en la ciudad. Tienen una fuente de veneno que crece en las rendijas del asfalto y no se dan ni cuenta de ello.

Seguía sin entender demasiado bien qué demonios era lo que estaba intentando decir, aunque una parte de su mente comenzaba a sospecharlo. ¿Acaso ella…

—Tiempo atrás se hacían infusiones de esa planta porque todos pensaban que el veneno en las cantidades adecuadas podía ser una medicina. Te lo mencionan en los libros así que acabas por creerlo. Pero solo algunos de esos venenos son así. Los demás simplemente se van acumulando, o van causando daño, poco a poco, hasta que finalmente te matan.

—¿Usaste esa infusión con Teo?

—No. Yo no.

No sabía si aquella mujer estaba diciendo la verdad o no, pero sin pruebas ni confesión real no podía hacer nada. Además…

—¿No habrían detectado el veneno?

—¿Sabes cual es el efecto del zuzón?

—¿Uh?

—Va dañando el hígado poco a poco. Si lo vas haciendo poco a poco, uno de los efectos… es una cirrosis.

Cristina se la quedo mirando. Adela simplemente sonrió.

—¿Piensas que se podría considerar asesinato si solo estás adelantando lo inevitable?

Y se adelantó, dirigiéndose hacia el lugar donde estaban las personas con las que había quedado. Cristina la miró alejarse, preguntándose qué demonios hacer con lo que le había dicho. No, definitivamente adelantar lo inevitable era algo que se podía considerar asesinato. A menos que…

No. Eso no podía ser. No entraba en su personalidad. Era alguien que chantajeaba y que disfrutaba del poder que tenía sobre los demás, no era posible que él fuera el que lo hubiera hecho, ¿verdad?

Tal vez… no, tal vez no. Fuera quien fuera, al menos debía asegurarse. Vivir en una mentira feliz puede que fuera agradable, pero ella no iba a vivir con ese peso encima.



—¿Es esto justo?— le preguntaría el hermano de Teo dos meses después.

¿Lo era? Cristina suponía que dependía del punto de vista de aquel que se encontrara con el dilema.

Adela estaba citada a declarar como investigada. Su crimen: asistencia al suicidio. Aunque si Cristina tenía que juzgar por su charla con el fiscal, este no las tenía todas consigo, y estaba dispuesto a recomendar que se archivara el caso. A Cristina no le importaba porque solo necesitaba saber una cosa, y esta había sido cierta: que quien se había hecho las infusiones de zuzón, a sabiendas de lo que hacía, había sido Teo. Cómo lo había averiguado, y por qué lo había hecho, era un misterio que se había llevado a la tumba. Si Adela había colaborado con conocimiento de causa o no, sólo podía decirlo ella. En cuanto a Cristina…

—¿Por qué lo hiciste?

Podía entender el tono acusatorio del hombre. Por qué había removido las aguas ahora. Todos estaban contentos con el resultado, ¿verdad? Todos estaban satisfechos con el hecho de que Teo estaba muerto; ya no podía chantajearles ni hacerles más daño. Eso era lo que decía aquella pregunta.

—Porque creo que Adela no habría podido dormir si no lo hubiera hecho.

—¿Qué quieres decir?

—No sé si lo sabía de entrada, o lo averiguó después, pero está claro, ¿no? Que se sentía culpable por saber que no había sido natural. Y que aquel secreto la quemaba por dentro.

Pero, había comprendido, Adela no era capaz de sacar a la luz dicho secreto que guardaba en su pecho. Y por eso se lo había mencionado a ella. Porque Cristina sí podía romper aquellas últimas cadenas con la que Teo la había atado.

—En el fondo… lo único que estoy haciendo es lo que nunca hice cuando estaba vivo: fastidiarle los chantajes que mantenía sobre nosotros.

1 comentario:

  1. Uy yo también usé el veneno como forma de introducir el zuzón en el relato, aunque a ti te ha quedado muchísimo mejor. Me he metido de lleno en la historia <3

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