viernes, 21 de febrero de 2014

Athera (I)

Esto es parte del trabajo que estoy haciendo para un futuro foro de rol, y que probablemente reutilice para más cosas, porque con todo el tiempo que estoy gastando en ello, me parece de mal gusto no aprovecharlo XD

Este es el mito de creación del mundo de Athera, algo que consideré que era un buen punto de partida, y para sentar unas bases, especialmente para la religión y la cultura de este mundo en particular. Soy una fanática de la mitología, así que en el fondo crear mi propio "mito" me resulta interesante y entretenido, además de ayudarme a forjar todos los otros aspectos del mundo.

Y no es que me aburra mucho, pero cuando mi musa saca el mazo, no hay diox que la pare.



Al principio, solo existía Ava.

Porque solo existía Ava, Ava no era consciente de su existencia. No tenía ni pensamiento ni forma, ni sentía nada, ni dolor, ni hambre, ni tristeza, ni alegría. Simplemente existía en medio del Gran Vacío.

Pero entonces, Ava, que flotaba en medio del Gran Vacío, vio algo. Algo que no era el Gran Vacío. Y por primera vez, Ava sintió algo: curiosidad. ¿Qué era aquello que era distinto a todo lo demás? Y se extendió para tocarlo y se dio cuenta de que se estaba tocando a sí mismo, y Ava fue entonces consciente de su existencia.

Al ser consciente de su existencia, Ava se sintió solo de inmediato, y deseó tener un compañero. Apenas tuvo este pensamiento, se dividió en dos mitades. Uno era A-Un, el Sí, y otro era Nu-A, el No. Apenas se vieron, A-Un y Nu-A comenzaron a pelear el uno contra el otro. Fue una batalla feroz que duró eones. A cada golpe que recibían, y a cada golpe que daban, su esencia se desprendía de ellos, mezclándose y creando nueva vida. Los primeros fueron los Dioses, que corrieron a esconderse del temible combate.

Pero en el Gran Vacío no había donde esconderse. Aterrados ante la perspectiva de perder su recién obtenida vida, los Dioses se encogieron unos contra otros. Entonces, Ajed, el primero de los Dioses, viendo un gigantesco trozo de esencia mezclada de A-Un y Nu-A que no había adquirido vida propia, lo tomó y le dio forma, y así se creó el mundo de Athera.

Los Dioses corrieron a ocultarse en Athera. Allí esperaron y esperaron durante eones a que la batalla terminara. Por fin, se hizo el silencio. Cuando los Dioses salieron de su escondite, encontraron que de A-Un y Nu-A no quedaban más que sus conciencias, girando la una alrededor de la otra como si todavía combatieran. El Gran Vacío ya no era vacío, pues por toda su infinita extensión estaba salpicado por los restos de los cuerpos de A-Un y Nu-A. Ajed tomó entonces un trozo de la esencia mezclada del Sí y el No, y encerró dentro a las dos conciencias, y al hacerlo volvió a surgir Ava, el Todo.

Ava, viendo a los Dioses, se sintió muy contento de no estar solo. Pero al notar dentro las conciencias combatientes de A-Un y Nu-A, y sus posturas irreconciliables, comprendió que debía separarse de todo aquello que había nacido con su esencia, para no poner en peligro a nada de lo que existía si se dividía otra vez. Así, Ava bendijo a los nuevos Dioses antes de alzarse más allá del Gran Vacío, para observar desde lejos aquello que había nacido de él. Incluso a día de hoy, Ava sigue allí, observando.

Los Dioses decidieron tomar residencia en Athera. Pero Athera era oscura y fría y sin vida, y pronto los Dioses se vieron pensando en como solucionar el problema.

-Yo lo solucionaré- dijo Boasalt, el segundo Dios.

Y como un topo, cavó y cavó hasta llegar a lo profundo de Athera, y allí torció y separó y cambió la esencia hasta crear una gran incandescencia. Tan grande era el calor allí, que solo Boasalt podía soportarlo. La incandescencia subió rápidamente por el hueco que Boasalt había hecho para llegar al centro del mundo, y se vertió por toda la superficie. Aquella sustancia hacía arder a todo aquel que la tocaba, y el resto de los Dioses, aterrorizados, taponaron el hueco, atrapando a Boasalt en las entrañas de Athera. El Dios luchó por salir de su prisión, deformando la superficie del mundo, elevándola en algunos sitios y deprimiéndola en otros. Cuando comprendió que estaba atrapado y no podía salir, rogó a sus compañeros que le liberaran, pero los aterrados Dioses le dijeron que no era posible, porque liberaría la incandescencia, que llamaron “lava”, y los abrasaría a todos. Por mucho que lloró y suplicó, no pudo conmoverles, y aún a día de hoy sigue atrapado en el fondo de Athera, enloquecido por la soledad. Cuando intenta escapar, la tierra entera tiembla en un terremoto, y cuando logra romper un hueco, este se convierte en un volcán que expulsa lava hasta que por alguna razón queda taponado.

Aunque la incandescencia dentro de Athera daba algo de calor, este no era suficiente para mantener calientes a los Dioses. Entonces, la primera Diosa, Esonne, dijo:

-Puede que la idea de nuestro hermano no fuera tan mala. Dejadme a mí.

Y Esonne salió al Gran Vacío y tomó de las esencias de A-Un y Nu-A, e hizo una esfera incandescente cuyo calor solo podía soportar ella. Con cuidado, la colgó cerca de Athera, en la inmensidad del Gran Vacío. La esfera incandescente bañó la superficie del mundo con su calor y su luz, y los Dioses se regocijaron, y llamaron a la esfera “solo”, y encumbraron a Esonne.

Pero al cabo del tiempo, incluso el calor y la luz del sol resultaron insoportables, pues no había nada que refrescara o diera sombra. Los Dioses discutieron y discutieron, hasta que la segunda Diosa, Elunne, habló.

-Sé como solucionarlo, si Esonne está dispuesta a ayudarme.

Por supuesto, la primera Diosa accedió, y las dos hermanas subieron a donde se alzaba la esfera incandescente del sol.

-Toma de la esfera la esencia que perteneciera a Nu-A, y apártala y dámela a mí- dijo Elunne-. Con esa esencia haré algo para solucionar nuestro problema.

Esonne hizo lo que su hermana le decía. El sol, ahora solo alimentado por la esencia de A-Un, brillaba aún más fuerte, y Esonne se preocupó de que aquello causara mas problemas. Pero Elunne tomó la esencia de Nu-A, y creó una esfera de piedra azul y fría, a la que llamó “luna”. Luego, pidió a Esonne que soltara la esfera incandescente y la sujetara sin dejarla caer sobre Athera, y marchó al otro lado del mundo con su fría esfera. Una vez en ese punto soltó la esfera llamada “luna”, mientras que su hermana soltaba la esfera llamada “sol”. Las dos esferas, en lugar de caer, flotaron en el espacio sobre el mundo, y giraron a su alrededor. Y así, mientras el sol brillaba sobre Athera había calidez, y mientras la luna se alzaba había fresco y oscuridad para que los Dioses descansaran. Así nacieron el día y la noche, y los Dioses encumbraron a Esonne y a Elunne.

Durante un tiempo, se sintieron felices, pero tardaron poco en sentir que el mundo, desprovisto de vida, estaba incompleto. Ajed se volvió entonces hacia los demás Dioses y dijo:

-Buscad lo que quede de la esencia de A-Un y Nu-A cerca de nuestro hogar, toda la que podamos encontrar. Con ella podemos dar forma a cosas que puedan vivir en este mundo, y que llenen nuestros corazones de alegría.

Así, todos los Dioses se dispersaron por el Gran Vacío y recogieron la esencia del Sí y el No que pudieron encontrar en las cercanías de Athera. La primera en regresar fue Erible, cuya esencia había estado muy cerca del sol y no podía sujetarse salvo cuando el frío de la luna la alcanzaba. Usó esta esencia que fluía para crear los mares y los ríos, los lagos y los arroyos. La esencia era cambiante, siendo sólida con el frío, líquida con el calor, y una nube cuando la temperatura era aún mayor, dando lugar a la lluvia. El agua llenó las depresiones y acarició la tierra, cambiándola, y todos se alegraron porque lo que Eribel había hecho era hermoso.

El segundo en regresar fue Ceanar, que llevaba su esencia atrapada en botellas, pues no tenía forma ni color. Usó esta esencia para crear el viento y la brisa, los sonidos y los olores. El viento barrió las montañas, peinó los mares y dio forma a las nubes, transformando aquello que ya existía, y todos se alegraron porque lo que Ceanar había hecho hacía aún más hermoso el mundo.

El tercero en regresar fue Dauman, que en sus brazos llevaba una gran cantidad de esencia que relucía al sol y destellaba con todos los colores imaginables. Tal era su carga, que tropezó, y la mayor parte de ella cayó y se introdujo en la tierra. Dauman se echó a llorar, pero Elunne se acercó a él y le dijo que observara, pues en algunos lugares podía verse qué había sido de la esencia que llevaba: gemas maravillosas y metales valiosos asomaban prometiendo sus maravillosos tesoros, coloreando la roca. Y luego le mostró que, de todas las esencias, aún le quedaba la más brillante. Dauman, agradecido por los ánimos de Elunne, creó con la esencia las gemas más brillantes y hermosas, y las colocó en lo alto del cielo, para que brillaran por la noche en honor a la Diosa, y las llamó “estrellas”. Y todos se alegraron aún más porque lo que había hecho Dauman era aún más hermoso todavía.

Tras él llegó Amuar, que consigo traía una esencia que parecía palpitar de forma pausada, como poseída de vida propia. Usó esta esencia para crear los árboles y las hierbas y los arbustos, los cereales y los vegetales y las frutas, todas las plantas. La tierra se cubrió de colores, el viento se llenó del aroma de las flores, y hasta el fondo de los océanos se convirtió en parte de aquel gigantesco jardín. Aunque la esencia que había cogido Amuar no era tanta, era esencia viva, y rápidamente se multiplicó. Y todos se alegraron, porque lo que Amuar había hecho competía en belleza con lo ya creado.

Tras ella legó Oteser, quien traía una esencia que también poseía vida propia, más aún que la anterior. Oteser usó esta esencia para crear a todos los animales, grandes y pequeños, pobladores de las aguas, la tierra o el aire. Aunque solo era unos pocos al principio, crecieron en número con rapidez, porque estaban hechos de esencia viva. Y todos estuvieron encantados por lo que Oteser había hecho, no solo porque fuera hermoso, sino porque además los animales les reconocían y les amaban. Y a algunos les dieron un poco de su esencia y les dieron magia para que fueran aún mejores.

Tras él, llegó Karrest. La esencia que traía Karrest, sin embargo, estaba cargada de poder y era incontrolable, y saltó de sus manos apenas puso el pie en Athera. Era pura energía, que saltó a las nubes para descargarse de ellas como rayos y truenos, y cuando los rayos golpearon los árboles, se transformaron en fuego que los devoró como una criatura hambrienta. Los animales huían de aquella terrible fuerza. Ceanar llamó a los vientos para que soplaran sobre el fuego, pero eso no hizo más que extenderlo. Dauman arrojó arena sobre las llamas pero, aunque apagaba el fuego, el viento la arrastraba e impedía que fuera eficaz. Eribel recogió entonces todas las nubes que pudo, apretándolas unas contra otras hasta que se tiñeron de negro, y descargó el agua que contenían sobre el fuego. Pero la esencia del fuego y la energía se había mezclado con todas las demás cosas. Y así nacieron las tormentas y las ventiscas, y el rayo y el fuego. Karrest se sintió terriblemente culpable, y aunque los demás Dioses le perdonaron porque no había querido hacer daño alguno, seguía inconsolable.

Pero Ilva, que había llegado la última, cuando supo de lo que había ocurrido, se acercó a Karrest y le dijo:

-Ven, toma de la esencia que he traído. He encontrado muchísima, tanta que apenas podía llevarla, y no me importa compartirla contigo.

Karrest se negó.

-Yo he traído mi esencia, y he causado un desastre, y ahora la obra de nuestros hermanos y hermanas, que tan perfecta era, ha quedado dañada para siempre por mi culpa.

-Nadie te culpa de ello- insistió Ilva-. No era tu deseo hacerlo, ni tuviste control sobre lo que ocurría. Ven, te daré de la esencia que he traído; crea con ella algo para la obra de nuestros hermanos.

-Aunque no quisiera hacerlo, sigo siendo culpable de lo ocurrido- contestó Karrest-. No soy de fiar. Si me das esa esencia, seguro que haré algo que lo estropee más.

-Entonces, hagámoslo juntos- replicó ella-. De esa forma nos aseguraremos de que lo que creemos se acorde a lo que han hecho nuestros hermanos.

Tras pensarlo un momento, Karrest accedió a ayudar a Ilva. La esencia que había recogido Ilva era muchísima, tal como ella había dicho, y temblaba y palpitaba, llena de vida, tanto o más como la que había traído Oteser. Juntos, Ilva y Karrest dieron forma a una parte de la esencia que Ilva había traído. Karrest tenía todavía una pizca de la esencia de  la energía, y para asegurarse de que estaba a buen recaudo la puso dentro de las formas que él e Ilva iban creando. Y juntos crearon una criatura como la que nunca antes se había visto: era grande, enorme, y era inteligente, y poseía un aliento que comandaba el fuego, el rayo, y otras muchas cosas. Las criaturas eran hermosas, con relucientes escamas de colores. Apenas pusieron sus ojos en los Dioses, comprendieron quiénes les habían creado, y les alabaron y adoraron. Los demás Dioses quedaron fascinados por estas criaturas, y las llamaron “dragones”, y les concedieron el don de la sabiduría.

Los demás Dioses acudieron entonces a Ilva, que todavía tenía una enorme cantidad de esencia, y le pidieron que les ayudara a hacer más seres como los dragones. Ella aceptó la petición encantada y, uno a uno, fue trabajando con cada uno de sus hermanos. Primero con Oteser, y entre los dos crearon a los “cambiantes”, que poseían la esencia de los animales y podían transformarse en uno si así lo deseaban. Luego se unió a Amuar, y juntas crearon a las dríades y a los faunos, que habrían de cuidar del bosque y la naturaleza. Junto a Dauman, creó a los enanos que amaban y trabajaban la piedra y las gemas. Con Ceanar, creó a los espíritus del aire, las sílfides y los djinn, que no poseían más deseos que volar llevados por el viento. Con Erible, creó las náyades y las ninfas que habitan en el agua Todos estos seres marcharon a habitar en los lugares en los que más a gusto se encontraran, y todos ellos alababan y adoraban a los Dioses, porque al ser moldeados con la ayuda de Ilva, todos poseían inteligencia.

Finalmente, se presentaron ante Ilva los tres primeros Dioses sobre la superficie: Ajed, Esonne y Elunne. Ellos también deseaban crear seres con el don de la inteligencia.

-Ahora solo me queda un poco de esencia- dijo Ilva-, pero será suficiente para los tres. Hay tres formas distintas, así que elegid la que mejor os parezca.

Elunne se acercó primero, y vio entre las tres formas una que era calmada, como si poseyera todo el tiempo del mundo, que brillaba con menos intensidad que las otras dos, pero que parecía cantar, con un suave sonido, como un murmullo. La tomó, y se volvió a Ilva.

-Esta es mi elección.

Y de aquella esencia Ilva y Elunne crearon a los elfos, con su belleza, su gracia, y su amor por la música. Y los elfos adoraron y alabaron a las Diosas por haberlos creado. Y Elunne, que los quería como una madre, les entregó el regalo de la creatividad y la artesanía.

Después, Esonne se acercó y vio, de las dos formas que quedaban, una que latía con calor y vida, siempre cambiante, como si no pudiera quedarse quieta. Emitía una calidez agradable, aunque la esencia se mezclaba de forma caótica, siempre en movimiento. La tomó y se volvió a Ilva.

-Esta es mi elección.

Y de aquella esencia, Ilva y Esonne crearon a los humanos, cuya vida era corta en comparación con los otros seres, pero estaba llena de fuerza y vitalidad, como una llama que arde con vivacidad. Y los humanos alabaron a las Diosas por haberles creado. Y Esonne, comprendiendo lo corto de sus vidas y la desventaja frente a las otras razas, les  concedió el don de la adaptabilidad.

Por último, Ajed se acercó a la esencia que quedaba, y vio que no era tan vibrante como la esencia de Esonne, ni tan paciente como la esencia de Elunne, pero tenía un equilibrio perfecto. Y Ajed sonrió y se volvió hacia Ilva. No dijo nada, pues no era necesario.

Juntos, Ajed e Ilva crearon a los elhim, con sus alas de blanco puro y sus cuerpos fuertes y ágiles, y su aura de inteligencia y poder, los seres más perfectos que podían crear los Dioses. Y los elhim alabaron y adoraron a sus creadores. Ajed, lleno de orgullo ante los elhim, les concedió el don de la magia, y el de la inmortalidad.

Todas las razas habitaron pacíficamente en Athera, y los dioses se alegraron porque lo que habían hecho era hermoso. Y descansaron junto a todas las maravillas que habían creado y convivieron con los seres que les adoraban y alababan.

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